Sin agua en el Jardín del Edén

Las marismas del sur de Irak sufren una sequía provocada por el calentamiento global, la mala distribución del agua por parte del gobierno y la construcción de presas en los ríos Tigris y Éufrates por países vecinos como Turquía e Irán. Pescadores, ganaderos y ambientalistas locales relatan su preocupación en este viaje en barco por las regiones naturales más afectadas.
Foto: Núria Vilà

La tierra, completamente seca, no ha dejado ningún rastro que lleve a recordar que, hasta hace poco tiempo, todo este suelo estaba cubierto por agua. En todo caso hace falta adentrarse a pie en el terreno para empezar a encontrar pequeños charcos, insuficientes para hacer navegar las canoas aparcadas alrededor. Un grupo de niñas, con un cubo en la mano, recogen los restos de las raíces de las plantas que habían crecido en los lados de las marismas. Ahora servirán solo como leña para encender fuego. 

Chibayish es un pueblo del sur de Irak habitado sobre todo por la tribu Bani Asad –por lo que la mayoría utiliza el apellido tribal Al Assadi–, situado a orillas del río Éufrates, en las marismas medianas entre las occidentales que se encuentran en Nassiriya y las orientales, en Basora. Una de las versiones del relato bíblico sitúa aquí el Jardín del Edén, aunque de aquella mitología de paisajes verdes, cascadas de agua y virtuosidad queda bien poco. 

«La mayoría de la gente ha emigrado. Se han ido a Bagdad, Basora, Nassiriya… Las marismas antes estaban llenas de vida. Pescábamos mucho, es un oficio que ya hacían los abuelos de mis padres. No conocemos otra cosa», cuenta Umm Abbas Al Assadi, sentada a un lado de la carretera. Es pescadora y, a media tarde, antes de que la llamada al rezo ponga fin a la jornada, trata de vender el escaso pescado que ha podido recolectar durante el día. «Solo los peces más pequeños han sobrevivido», lamenta. Ahora se encuentra en la espiral macabra de ver cómo los peces, cuando escasean, aumenta su precio hasta que, pasado un tiempo, acaban por desaparecer. Actualmente, un kilo de los peces pequeños que vende ronda los 2.000 dinares iraquíes (1,40€), mientras que los más grandes, de los que ya no quedan, valían unos 3.000 hasta hace poco.

Foto: Núria Vilà

Con cada vez menos peces, «ahora tengo que desplazarme hasta una hora y media lejos para conseguir pescar el pez que antes encontraba más cerca», lamenta la joven de 30 años, aunque la mirada que se vislumbra por debajo del niqab haría suponer una edad mayor. A pesar de que asegura que todavía se gana la vida con este trabajo, pide lo que cada pescador o ganadero, a lo largo de este viaje por las marismas, repite: «Solo queremos agua».

Las marismas del sur de Irak viven una de las peores sequías que recuerdan sus vecinos. Desde 2021, el agua se ha reducido hasta una media de unos 95 centímetros de altura en la actualidad, comparado con los 1,90 cm que se podían contar hasta hace dos años, según los datos que maneja Ayad Al Assadi, geógrafo y ambientalista que colabora con la ONG local Nature Iraq. Calculan que cada mes se evaporan unos 15 centímetros del nivel del agua. «Cuando se reducen las marismas, también se reduce la vida vegetal, por lo que hay menos comida para los animales y menos producción de leche. Entonces los animales mueren o enferman. Esto también afecta a los recolectores de leña, a los pescadores… Es un círculo en el que todo el mundo se ve afectado», explica Al Assadi, que también es profesor de instituto de Geografía.   

Foto: Ayad Al Assadi.

Saddam Hussein, contra las marismas

La situación extrema de sequía actual no la hubieran podido imaginar los que empezaron a poblar esta aldea hace medio siglo, en los años 70 y 80, cuando gradualmente la rebaja del nivel del agua lo permitió. Aunque poco tiempo después llegaría el episodio más oscuro que recuerdan sus habitantes, cuando el entonces presidente Saddam Hussein ordenó el drenaje de las aguas para expulsar a los rebeldes chiíes que habitaban la región como represalia por haberse levantado contra él. La decisión tuvo consecuencias dramáticas para el hábitat natural y su población.

«La gente se desplazó a Bagdad o a otros países. Volvieron después de 2003 [tras el derrocamiento de Saddam con la invasión estadounidense] y abrieron las presas del Éufrates, aunque la situación ya no era tan buena como antes. Si antes las marismas tenían una extensión de unos 20.000 kilómetros cuadrados, ahora tienen 5.000. Los que regresaron enfrentaron dificultades: temperaturas más altas, evaporación del agua, salinización que afecta al sistema digestivo de los animales y a la calidad de la leche…», cuenta Al Assadi.  

Recorriendo las aguas en canoa

Aunque todavía es primavera, el calor abrasador del sur de Irak ya impide desplazarse con naturalidad durante el día, por lo que el viaje en canoa empieza a última hora de la tarde, cuando el sol ya se desvanece. «Todo lo que ves alrededor solía estar cubierto de agua», cuenta Al Assadi alzando la voz por encima del ruido del motor, mientras la canoa avanza por las marismas. Las plantas acuáticas tienen un color amarillento, y puede verse por sus marcas cómo la altura del agua solía ser mayor. Unos pocos turistas, cazadores de aves, pescadores y ganaderos son algunos de los vecinos que se desplazan por sus aguas, además de decenas de búfalos que se refrescan bajo el sol. El geógrafo Al Assadi no puede disfrutar del recorrido, sino que observa a su alrededor con nostalgia y preocupación. 

La sequía que les afecta especialmente desde 2021 la atribuye a distintos motivos. Por una parte, «los efectos medioambientales del calentamiento global, con la escasez de lluvia que afecta a Irak especialmente». Y, por otro lado, «los efectos externos: las decisiones políticas de los países vecinos a la hora de construir presas en los ríos. Además, el Ministerio del Interior no ha distribuido bien el agua en las marismas», añade.

Y ahora, los habitantes de Chibayish son quienes pagan las consecuencias. Quien conoce bien esta situación es Sehlah. Vive junto a su extensa familia en una cabaña en medio de un islote rodeado por el río Éufrates a los dos lados. Sus seis hijos se apresuran a recibir a los visitantes que llegan en canoa. Al Assadi los conoce bien porque desde la ONG a menudo los proveen de apoyo, por ejemplo suministrándoles mantas para el invierno. La familia vive aquí desde hace 13 años junto a su rebaño de búfalos. Aunque en las últimas semanas ha llovido, la situación se encuentra lejos de ser la ideal. Como el resto de vecinos, han notado cómo en los últimos dos años el nivel del agua ha disminuido drásticamente. «Todos los problemas vienen del agua; el agua es todo lo que necesitamos. Estaremos aquí todo lo que podamos, pero si no hay agua, nos tendremos que ir», lamenta Sehlah, que se gana la vida ordeñando a los búfalos.

Enseguida uno de sus vecinos se une a la conversación. Preocupado, cuenta que la noche pasada uno de sus búfalos murió. Lo atribuye al incremento de la sal en el agua. «Como entra menos agua a las marismas, las partículas de sal no pueden salir», detalla el geólogo Al Assadi, lo que hace que el agua se estanque y perjudique a los animales que beben esa sal. «Vivimos de vender la leche, y si el agua no está bien no sale buena leche», apunta este vecino, que prefiere no decir su nombre. «50 familias ya se han ido, y los que se han quedado han vendido algunos búfalos para alimentar a los demás», añade. Debido a que los animales se encuentran en un estado de salud cada vez más débil a causa de la mala alimentación que pueden recibir, su precio ha disminuido también. «Antes un búfalo podía costar unos 2.000 o 3.000 dólares, y ahora vale unos 1.500. De los 34.000 que había en Chibayish a finales de 2021, ahora quedan unos 26.000», lamenta Ayad Al Assadi.

«Han venido extranjeros de Estados Unidos y de otros lugares… ¿Qué vais a cambiar aquí? Tienes que ir a Turquía a pedir explicaciones a su presidente, no aquí en las marismas», se queja el vecino, enfadado. Aunque a este ganadero le gustaría seguir viviendo en las marismas, al mismo tiempo está buscando alternativas para irse. «Si encuentro una oportunidad para alistarme en el ejército, lo haré», sentencia. 

Foto: Núria Vilà

«Solo queremos agua»

No son ni las siete de la mañana siguiente y los pescadores se reúnen a orillas de las marismas con su recolecta de peces. Las pick ups Toyota se alinean en la conocida como Broken Road [calle rota], un camino de tierra en medio de las marismas que Saddam construyó para tratar de acercarse a la resistencia chií que quería hacerle frente al otro lado.  

«Salgo a las 4 de la mañana y regreso a las 3 o 4 de la tarde. Antes me desplazaba solo media hora lejos, pero ahora recorro hora y media», lamenta Mohammed Al Assadi, pescador que también transporta a turistas por las aguas, mientras mueve el pescado de un recipiente a otro. Si antes ganaba unos 80 dólares al día, ahora asegura que solo recibe unos 18.

Al Assadi, como el resto de pescadores aquí, no ve esperanza en el hábitat que lo ha visto nacer y crecer: «Las marismas son nuestra vida, hemos nacido aquí, es todo lo que conocemos. Mucha gente ha migrado y ha buscado otros trabajos. Al final todo el mundo se irá y todo se secará. Muchos peces ya han desaparecido». «Solo queremos agua. Esperamos que otros países nos ayuden con nuestra petición», sentencia el pescador.

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COMENTARIOS

  1. Conferencia del Agua de la ONU 2023
    Movimientos por la Justicia del Agua, organizaciones de la sociedad civil y redes de todo el mundo se unieron para lanzar un manifiesto en el que se pedía a los Estados miembros de la ONU que antepongan las personas y la naturaleza a los beneficios económicos en la Conferencia de la ONU sobre el Agua de 2023.
    A pesar de que la Conferencia excluyó en gran medida sus voces, los defensores del agua y los titulares de derechos reclamaron su espacio en el segmento de alto nivel en la Sala Plenaria de la Asamblea General el 23 de marzo para hacer este llamamiento histórico.
    Más de 600 000 personas y más de 500 organizaciones de base, nacionales e internacionales han firmado el Manifiesto:
    Las organizaciones, Pueblos Indígenas, movimientos sociales y defensoras y defensores del agua abajo firmantes, se dirigen a las Naciones Unidas, ante la Conferencia del Agua de la ONU 2023, para hacerle llegar la voz de los que no suelen ser escuchados, pidiendo que los siguientes temas fundamentales estén en el centro de las políticas del agua a nivel mundial, regional, nacional y subnacional:
    1-El agua y el saneamiento son derechos humanos fundamentales. EL agua es un bien común y no una mercancía, que tiene que ser accesible para todos sin discriminación, bajo control público. Los usos personales y domésticos de agua, incluida la higiene, deben tener la máxima prioridad frente a los usos productivos, como los asociados a la agricultura e industria.
    2-
    https://www.ecologistasenaccion.org/292974/manifiesto-por-la-justicia-del-agua-ante-la-conferencia-del-agua-de-la-onu-2023/

  2. ¿No os invadió el yankee?
    Que menos que sea él quien os provea de agua ya que de sangre derramada parece ser que aún os sigue proveyendo.
    ———————————————-
    En la isla indonesia de Halmahera, el pueblo indígena no contactado Hongana Manyawa se ha convertido en víctima de una solución falsa al cambio climático: sus exuberantes selvas tropicales están siendo explotadas para extraer níquel.
    El níquel se usa para fabricar baterías de coches eléctricos. La empresa minera francesa Eramet está obteniendo enormes ganancias al excavar la tierra de los hongana manyawas para extraer y vender el níquel, a pesar de estar arriesgando la supervivencia de cientos de indígenas no contactados. A pesar de esto, el gigante químico alemán BASF quiere invertir en el proyecto, mientras que Tesla va a invertir 5 mil millones de dólares para la extracción de níquel en Indonesia.
    La región de Indonesia en la que viven cientos de hongana manyawas no contactados es objeto de una masiva y destructiva explotación minera, que devastará su selva y sus vidas.
    El gigantesco proyecto minero que se desarrolla en la isla de Halmahera forma parte del plan de Indonesia de convertirse en uno de los principales productores de baterías para coches eléctricos, un plan en el que Tesla y otras compañías están invirtiendo miles de millones de dólares: ¡el níquel que extraen del subsuelo del territorio de los hongana manyawa es clave para la fabricación de estas baterías!
    Los hongana manyawas, o “gente del bosque” en su propia lengua, son uno de los últimos pueblos nómadas de cazadores-recolectores de Indonesia, y cientos de ellos viven en aislamiento voluntario sin contacto con la sociedad mayoritaria.
    Ahora se enfrentan a la amenaza de ver su tierra, y todo lo que necesitan para sobrevivir, devastado por empresas que se apresuran a producir coches supuestamente respetuosos con el medioambiente para personas que viven a miles de kilómetros de distancia.
    Apoya con tu firma esta petición
    https://actua.survival.es/page/125387/action/1?ea.tracking.id=EmailNewsletter&utm_medium=email&utm_source=engagingnetworks&utm_campaign=utm_campaign&utm_content=230609+email+update+(Suppor

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