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Se veía venir. La voracidad del turbocapitalismo es de sobra conocida. Como ocurre con los agujeros negros, nada resiste a su atracción. Todo lo engulle, lo digiere y lo excreta en forma de dinero para los accionistas. La última muestra es el programa de telerrealidad The Activist, anunciado la semana pasada por la cadena estadounidense CBS. En él, un grupo de seis activistas se asociará a tres famosos para lograr un avance mundial significativo en uno de estos tres campos: salud, educación y medio ambiente.
Las tres celebrities que el activismo mundial estaba pidiendo a gritos son el cantante Usher (12 millones de seguidores en Twitter), la actriz Priyanka Chopra (68 millones de seguidores en Instagram) y la coreógrafa Julianne Hough, doble ganadora del reality estadounidense Dancing with the Stars (casi 5 millones de fans en Instagram). Son ellos, gracias a su notoriedad, los que podrán abrirles las puertas a los militantes ganadores (esto es una competición) de la próxima reunión del G20 en Roma. Allí podrán exponer sus proyectos para mejorar la vida sobre la Tierra a los principales líderes mundiales.
Al cierre de esta edición la CBS aún no ha cancelado el programa, a pesar del aluvión de críticas recibidas a través de las redes sociales. «Presentar el activismo como un deporte de competición es un insulto gigantesco a todas y cada una de las personas que están intentando hacer que el mundo sea un poquito mejor a su manera. Es realmente asqueroso», decía la joven activista inglesa Sheetal Mistry en Twitter. «Estamos a dos pasos de ver un concurso en el que unos empleados de Amazon compiten por una siesta de tres horas en un hotel de Disney y si pierden, mueren», añadía por su parte Cameron Kasky, activista que aboga por el control de la venta de armas en Estados Unidos.
«La competición es el formato de nuestras vidas», decía Jorge Dioni López en una reciente entrevista en La Marea. Ocurre desde los tiempos de los gladiadores. El público paga para ver la pelea y siempre tiene que haber un ganador. Y sobre todo, tiene que haber alguien que sufre. El espectáculo siempre resulta más apetitoso con sufrimiento y malos rollos. Es el efecto MasterChef: no nos importa lo que cocinéis, lo que queremos es que os gritéis. «La audiencia podrá testar la [¿verdadera?] pasión y el compromiso de los activistas cuando soliciten [¿con lágrimas, quizás?] a los líderes mundiales que tomen medidas urgentes para resolver las crisis interconectadas que enfrentamos», explicaba Hugh Evans, director ejecutivo de Global Citizen, la organización contra la pobreza extrema que pone la pasta para producir este espectáculo. Se entiende, pues, que diversifica sus fondos: una parte para acabar con las hambrunas y otra para financiar el show.
Aunque el programa empezará a emitirse el 22 de octubre, puede anticiparse una línea argumental, que sería más o menos así: «Tu causa nos importa un pimiento. Pero queremos verte llorar mientras le sueltas a Priyanka Chopra tu rollo sobre la necesidad de acabar con los combustibles fósiles. Queremos que la emociones con los bosques amazónicos en peligro y todo eso. Y no te quejes: no te estamos humillando, te estamos haciendo un favor. Es una de las influencers más importantes del mundo, y hará que tu matraca conservacionista sea trending topic durante unas horas. ¿Qué más quieres? Nosotros cobraremos la publicidad a precio de oro. Es un win-win, ¿no te parece?».
En el ensayo No tan incendiario, Marta Sanz resumía esta indigesta mezcolanza de intereses haciéndose la siguiente pregunta: «¿El que transformó la imagen del Che en una camiseta fue un admirador de Ernesto Guevara o un hijo de puta?».
That’s Entertainment!
Una de las activistas que hizo el casting para el programa contó en Twitter su experiencia. Provoca náuseas. Clover Hogan pasó su infancia en Australia, rodeada de naturaleza. Su amor por los animales y el deterioro que observaba en el medio ambiente le llevó a un proceso de ansiedad que luego transformó en ONG: Force of Nature. Según explican en su web, su misión es empoderar a los jóvenes para que conviertan la ansiedad climática en acciones positivas para el planeta.
Cuando la llamaron para el programa usaron con ella el mismo procedimiento que se utiliza con los actores y las actrices en busca de un papel. «La entrevista fue la peor experiencia que he tenido en mi vida. Me preguntaron por mis antecedentes y les conté que crecí en la naturaleza, que se me rompía el corazón cuando veía documentales, que me convertí en activista medioambiental con 11 años, que me mudé a Indonesia para trabajar con comunidades de base…». Pero al reclutador eso le traía sin cuidado. «Cuando terminé, el tío parecía enfadado. Me dijo que parecía un robot, que era como si estuviera leyendo un guión. Me pidió que volviera a hacerlo, pero con más emoción. Y me dio indicaciones de ‘lo que los productores quieren ver’. Lo repetimos varias veces… hasta que me eché a llorar. ‘¡¡PERFECTO!!».
Afterward, this dude looked irritated. He said I sounded like a robot, talking from a script. He asked me to do it over, this time with more emotion, and gave me pointers of «what the producers want to see.» We repeated this several times; until I burst into tears.
— Clover Hogan (@cloverhogan) September 11, 2021
«PERFECT!!»
«Me sentí humillada», confiesa Hogan, quien al principio no se explicaba por qué no salió de allí corriendo. Al cabo de un rato lo entendió: estaba pensando como ellos. «Me dije: ‘¿No estaré siendo demasiado melodramática? Así es el negocio del espectáculo, ¿no? Sólo están tratando de ayudarme a comunicar mejor. Yo he elegido estar aquí». Y llegados a este punto, los encargados del programa enseñaron sus cartas: «Me contó que esto iba a ser un show para que los activistas pelearan entre sí para obtener recursos. Me pareció estar en un episodio de Black Mirror».
Apropiación cultural: la vieja treta
El procedimiento es muy antiguo y bastante sencillo. Se trata de transigir de cara a la galería, de apoyar (sólo aparentemente) las causas sociales progresistas para vaciarlas de contenido y desactivarlas. Uno de los más grandes virtuosos en esta materia fue, cómo no, Ronald Reagan. En Estados Unidos hay muy pocos días de fiesta que impliquen a todo el país. Pero el viejo cowboy se sacó uno nuevo de la manga en 1983. Según los ideólogos que lo auparon a la Casa Blanca, la nación se iba a pique por culpa de las madres solteras negras. Inventaron un término peyorativo para ellas: welfare queens, «las reinas de las prestaciones sociales». Para tratar borrar aquel bochornoso caso de racismo machista, Reagan instauró el Día de Martin Luther King Jr., y desde entonces, el tercer lunes de enero es fiesta en todo el país. Para que no se diga.
La estrategia de The Activist es implicar (sólo aparentemente) a unos apóstoles de la vacuidad, los influencers, en algunas de las causas sociales más importantes de nuestro tiempo: salud, educación y cambio climático. No sorprende que no hayan incluido en la terna al feminismo: nadie en su sano juicio va a promocionar eso de ninguna de las maneras. Hasta ahí podíamos llegar.
Así pues, tenemos a una bailarina catódica que bebe vino blanco a bordo de un helicóptero para convencernos de la importancia de no quemar combustibles fósiles.
Y para concienciar sobre la importancia de la salud, ¿qué mejor que promocionar un poco el deporte? El elegido por Priyanka Chopra Jonas es el golf. En un campo privado de lujo construido en mitad del desierto de Sonora, lo que da una idea de los millones de litros de agua que harán falta para su mantenimiento. Para jugar durante tres días (o lo que sea que se haga allí; ellos lo llaman experiencia) hay que soltar 30.000 dólares. Eso para empezar.
Estos son los «activistas inspiradores» que salvarán el mundo. ¿Qué podría salir mal?