Una carta de amor, lucha y supervivencia

Frente a la estrategia de destrucción ambiental de la extrema derecha, Andreu Escrivà reclama "amor por la naturaleza y lucha para protegerla, que en realidad es protegernos". El divulgador ambiental asegura que "existen políticas para vivir mejor, para tener más tiempo, para cuidarnos, para respirar aire más limpio".
Carril bici en Madrid. Foto: REUTERS/Violeta Santos Moura

Cuando desde Climática me propusieron escribir algo para esta semana de elecciones me dijeron: “Una carta a los Reyes Magos para los políticos”. Eso fue hace unos días y, entremedias, ha habido un simulacro de debate, otro que sí lo parecía, unas cuantas pancartas y lonas, y también la formación de distintos gobiernos autonómicos, muchos de los cuales pueden calificarse de “pactos del odio“. Odio contra las mujeres, contra la vida, contra la salud, contra el medio ambiente, contra el futuro, contra quienes son diferentes y también contra toda diferencia. Sorprende la desfachatez de una derecha que abomina de la diversidad, se reboza en imposiciones y celebra el estrechamiento de las vidas, pero clama contra el fantasma de la “ingeniería social” de la izquierda, contra una supuesta pulsión de control de las masas cuyo objetivo es cortarnos a todos por el mismo patrón. 

Todo esto ha pasado, y ya no tengo estómago para escribir una carta a los Reyes Magos. Tengo fuerzas, eso sí, para redactar una carta por la supervivencia y también para celebrar el amor. Frente a su odio es imposible ganar. Y aún diría más: no deberíamos querer ganar. No tengo ni las herramientas ni sé dónde están los resortes para activar a parte de la sociedad, y tan sólo puedo elucubrar. Pero me niego a creer que no existen. Que estamos condenados a luchar a la contra (¿alguien se acuerda de Lakoff?), a golpearnos en un combate amañado en un ring de su propiedad, a defendernos mediante la esquiva y el camuflaje. 

Ser malo mola. Me lo dicen muchas personas, pero quienes más me preocupan son mis amigas profesoras de escuela e instituto. El malote ha tenido siempre cierta prédica, tampoco nos llevemos a engaño. Pero algo ha cambiado. El periodista Miquel Ramos define a VOX como “el PP pasado de coñacs, gritando en una barra de bar con los pantalones manchados de orín y oliendo a sobaco bajo una inútil capa de Varon Dandy”. Los malotes de ahora ya no lo son con el punto canalla y altivo; ahora son malos, a secas, o malistas, por contraposición a lo que ellos denominan “buenistas” (¿quién puede estar en contra de un concepto tan blando y blanco como “el bien”?). Sin coñac y sin Varón Dandy, pero en la juventud –y eso lo captan a la perfección las encuestas– VOX es un partido que triunfa, que mola. Porque va contra el sistema, porque se caga en todo, porque no propone nada, pero sí te ofrece la legitimidad para quejarte de cualquier cosa, para decirlo en términos insultantes, para justificar tu homofobia o tu inseguridad frente a las mujeres.

Es un partido muy masculino, en el peor de los sentidos de la masculinidad, y eso se traslada a la cuestión ambiental. Qué se han pensado los putos ecologistas, que si las ballenas esto o el oso panda aquello, todo el día abrazando árboles e impidiéndome comerme un chuletón de foca cocinado en el motor de mi coche de combustión mientras disparo a todo bicho que se mueve. Fuera histrionismos, no es casual que VOX haya intentado quedarse, en todos los pactos, con las competencias en “campo” y “mundo rural”.

Pero espera, parémonos un segundo. En esta segunda parte iba a a hablarte de las propuestas ambientales (?) de VOX, y resulta que estoy comprando el marco, la habitación, el discurso. Todo. ¿Para qué me ha valido lo de citar a Lakoff antes? ¿Para eximirme de culpa, como una especie de avemaría del análisis político y ambiental? Qué desastre. Empecemos de nuevo. 

Yo venía a hablaros de amor, de esperanza, de supervivencia. De que existen políticas para vivir mejor, para tener más tiempo, para cuidarnos, para respirar aire más limpio. Para tener mejores servicios públicos, más derechos y libertades. Unas políticas que rompen las imposiciones de la derecha, la encapsulación de la vida que nos proponen, la atomización dirigida de la sociedad para hacernos más débiles y más temerosos.

Y son estas unas políticas de izquierdas. Durante mucho tiempo hemos discutido sobre si en realidad esto del “medio ambiente” no podía incluirse dentro de esos grandes temas que reclaman un pacto de estado, como sanidad o educación. Que en realidad el “cuidado del planeta” (sic) nos concernía a todos. Que ser ecologistas no era ni de derechas ni de izquierdas. 

Esta tesis sigue presente. Hace unos días, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, hacía una encendida defensa de la bicicleta, ante la amenaza de que los pactos del odio en España consumen sus propuestas involutivas y reviertan parte de los carriles realizados los últimos años. Decía textualmente “¿Mejorar la calidad del aire es una política de izquierda o de derecha? Es una política que beneficia a toda la gente. No debería ser parte de la controversia política”. ¡Pero Frans! ¡Si justamente es la izquierda la que se ocupa de las políticas que mejoran la vida a toda la gente! Si nos sentimos incapaces de reivindicar eso, ¿qué nos queda? La derecha tiene muy claro que sólo gobierna para los suyos, para sus amigos y el capital. La izquierda es la única con vocación universalista. Y sí, la educación y sanidad públicas, gratuitas y universales para todas las personas son políticas de izquierdas. No sólo les compramos el marco, sino que desistimos de construir nuestro propio terreno de juego. Así no.

Las respuestas a la crisis ambiental que vivimos –y que afecta directamente a nuestro bienestar personal y colectivo– son aquellas que tienen como ejes la redistribución, la justicia y la universalidad. Si decimos que esos no son nuestros valores e ideales, ¿qué nos queda?

Más protección a la mayor biodiversidad de Europa

Debemos reclamar políticas por la supervivencia. Políticas contra el desierto, políticas por la salud. Políticas movidas por el amor al prójimo (¿les suena de algo?) y las ganas de hacer las cosas bien, también de hacer el bien. Frente a su sed de revancha, progreso. Frente a la erosión de la convivencia, lazos, comunidad, redes. Frente a su estrategia de destrucción ambiental, amor por la naturaleza y lucha para protegerla, que en realidad es protegernos. Frente a su imaginería de un mundo fósil y caduco, ciencia y democracia. Frente a sus búnkeres y sus privilegios, prosperidad compartida, humana y libre.

Flamencos en el Parque Natural de la Albufera de Valencia, en 2018. REUTERS/Heino Kalis.

Faltan muchas cosas en los programas, y seguramente se traducirán en huecos y olvidos si finalmente el gobierno progresista revalida el mandato. Pero me gustaría expresar dos deseos muy concretos (al final, ya ves, sí acabaré haciendo una carta a los Reyes Magos).

El primero: que las políticas ambientales sean realmente transversales. Que no queden encapsuladas en un ministerio, aunque paradójicamente el único ministerio que haya puesto la transición ecológica en el centro esta legislatura sea el de Consumo, con Alberto Garzón al frente. Por muy potentes que sean las propuestas de transformación del país, si luego quedan constreñidas en un único departamento de paredes estancas, poco recorrido tendrán.

El segundo: la protección de la biodiversidad en España debería ir mucho más allá de los manidos iconos de Doñana (joya) y el Mar Menor (espacio degradado). Os confieso que estoy realmente harto de que en España, el país más biodiverso de Europa, se obvien decenas de otros ecosistemas y centenares de espacios protegidos (¡y sin proteger!) por una cuestión de cálculo político y agenda mediática. Si nos creemos lo de la biodiversidad, nos lo creemos al completo, no sólo allí donde la mala praxis política y empresarial nos permite atizar al PP a placer.

Tenemos que hablar de marjales, de ríos, embalses y charcas, de bosques degradados y de dehesas, de los bosques mixtos y los monocultivos de pino, del medio ambiente urbano y su sorprendente diversidad, de los cultivos intensivos y de la agricultura en mosaico, de la playa, la costa y el mar, de pastos, pastizales y matorrales, de parques nacionales y microrreservas, de Natura 2000 y reservas de la Biosfera, de glaciares y desiertos, y de muchas cosas más.

Así que, queridos Reyes Magos, os pido amor y lucha, supervivencia y progreso, biodiversidad y futuro, conciencia y fuego. Os pido, en definitiva, que se note que esto nos importa. Y que dejemos, de una vez por todas, de pensar en un elefante.

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COMENTARIOS

  1. La ecología con la derecha desde luego que se da hostias.
    La derecha es el gran mayordomo del capital, pero recibe millones de votos de los borregos a los que sus políticas conducen al matadero; pero no sólo a los borregos, nos conducen a toda la sociedad.
    Por otra parte la mayoría de la gente es adicta al consumismo, los hay que por inconsciencia y los hay por una especie de remediar su ansiedad su malestar interno.
    El capital para imponerse tiene que vaciar de valores y ética al ser humano y lo ha conseguido. Tiene los medios y una inteligencia diabólica.
    A poca gente le importa informarse de los problemas a los que nos enfrentamos y actuar en consecuencia.

  2. No es oro todo lo que reluce.
    Los bakas viven desde tiempos inmemoriales en el Congo y Camerún, en una de las mayores selvas tropicales de la Tierra. Tienen un vínculo especial con esta selva, que han modelado, gestionado y protegido durante miles de años, y de la que dependen para su salud, alimento y cobijo.
    Son extraordinarios guardianes de su entorno natural y han desarrollado sus propios códigos para protegerlo de generación en generación. No cazan de forma intensiva ni agotan los recursos de su selva: al contrario, la cuidan porque saben que sus prácticas sostenibles son la base para la supervivencia de las futuras generaciones bakas.
    Pero los bakas se enfrentan a varias amenazas en su territorio:
    En varias zonas de la cuenca del Congo han perdido el acceso a sus tierras en nombre de la conservación de la naturaleza por la creación de Áreas Protegidas respaldadas por grandes ONG conservacionistas como WWF. Ya no pueden acceder a su territorio y se enfrentan a la violencia de guardaparques armados.
    Como resultado de la campaña internacional de Survival de los últimos años, la violencia física (como palizas, violaciones y torturas) ha disminuido de forma considerable aunque siguen sufriendo el trauma de años de sufrimiento y grandes violaciones de sus derechos. A pesar de que la violencia física es menos frecuente, se les sigue negando el acceso a su selva, y los partidarios de la conservación de fortaleza utilizan ahora otros modos de dominación destinados a hacerles cambiar su modo de vida. Pretenden imponerles proyectos, por ejemplo, para convertirlos en “granjeros”, lo que pondría en peligro su existencia como pueblo.
    Mientras, en nombre de la “protección de la naturaleza”, los bakas ya no pueden acceder a sus tierras para alimentarse, recoger plantas medicinales, acceder a sus lugares sagrados, etc. Las empresas madereras siguen destruyendo la selva de la región y disfrutan del silencio, o incluso de la complicidad, de las principales ONG conservacionistas.
    Exije a WWF que detenga sus crímenes

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