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Dejad los bosques en paz

Peter Wohlleben protagoniza la versión cinematográfica de su ‘best-seller’ ecologista: ‘La vida secreta de los árboles’. Libro y película son un canto a unos seres sensibles que se comunican y se cuidan entre sí.
Dejad los bosques en paz
Peter Wohlleben en un fotograma del documental ‘La vida secreta de los árboles’. Foto: SURTSEY FILMS

Hay algo fácilmente ridiculizable en la aproximación amorosa de Peter Wohlleben a la naturaleza. Este guardabosques alemán dice que los árboles sienten y padecen, se comunican, cooperan y hasta se curan entre sí. Si usted escucha estas cosas y se imagina a un hippie abrazado al tronco de un árbol ejecutando algún ritual místico o extravagante, y tiene intención de burlarse de él, es importante que sepa una cosa: es usted una persona asquerosa. Y si amplía su escarnio cómico a los indígenas, cuyas creencias y sabiduría han resultado ser muy valiosas para la preservación del medioambiente durante milenios, es usted una persona asquerosa y, además, racista. Habiendo dejado claros estos principios, podemos pasar al meollo de la cuestión.

Cuando Wohlleben afirma que los árboles tienen entre ellos un vínculo «fraternal» no sólo habla en virtud a su experiencia de más de dos décadas trabajando en los bosques de su país, sino que los investigadores, poco a poco, por medio de experimentos que requieren, obviamente, de una paciencia infinita, están traduciendo sus metáforas al lenguaje científico. Y encajan. Wohlleben tiene razón.

Su libro La vida secreta de los árboles se ha convertido en un best seller internacional y su versión cinematográfica, dirigida por Jörg Adolph y Jan Haft, llega ahora a las salas. La película, seguramente, levantará la misma polémica que sus páginas. Quienes atacan a Wohlleben lo hacen diciendo que hace trampas, que su visión sentimental de la naturaleza está encaminada a despertar una respuesta emocional entre sus lectores (y ahora espectadores). Su tesis, la de Wohlleben, es que si nos acercáramos a los árboles con la misma sensibilidad con la que lo hacemos a las personas o los animales, si viéramos que son seres vivos con sus necesidades y (aquí viene lo peliagudo) sus sentimientos, nuestra visión de la naturaleza cambiaría radicalmente. Esto es lo que no aceptan sus críticos. O lo que, en el mejor de los casos, quieren matizar.

Efectivamente, una herida producida sobre el cuerpo de un mamífero provoca respuestas inmediatas en forma de hemorragias y dolor. Lo que ocurre con un árbol es que sus respuestas no son tan rápidas, pero eso no significa que no sufra. Como cualquier ser vivo, experimenta traumas, acumula recuerdos, crea vínculos con sus congéneres… Y su cuerpo, por supuesto, provoca respuestas biológicas a las agresiones. Sólo que más lentamente, claro.

Frantisek Baluska, del Instituto de Botánica Celular y Molecular de la Universidad de Bonn, ha concluido, a través de sus investigaciones, que las plantas sienten dolor. Como respuesta segregan sustancias que actúan como analgésicos. Y también como hemostáticos que favorecen la coagulación y la cicatrización de las heridas. Si en un cuerpo humano esta respuesta es automática, un árbol, en cambio, tarda al menos una hora en reaccionar. Porque todo alrededor de ellos tiene que ver con el tiempo. De hecho, tanto el libro como la película de Wohlleben son, antes que nada, elogios a la lentitud.

El reloj de los bosques

En la COP26 se ha hablado de la importancia vital de frenar la deforestación. Como todo el mundo sabe, los bosques son grandes sumideros de CO2, y por tanto constituyen una herramienta muy valiosa contra el calentamiento global. Lo que ocurre es que los planes que se están haciendo para recuperar la masa arbórea tendrán consecuencias dramáticas para las comunidades indígenas y, por si eso no fuera bastante, tienen escala humana. Craso error. El tiempo de los humanos y el tiempo de los árboles se mueven a velocidades diferentes.

Wohlleben tiene su propia teoría sobre los instrumentos necesarios para frenar la deforestación. Cree, y no le faltan argumentos para sostener esa opinión, que no hay que replantar los bosques arrasados. Su plan pasa, simplemente, por dejar los bosques en paz. Ellos mismos se regenerarán. Saben cómo hacerlo. De hecho, llevan millones de años haciéndolo. En resumen: vayámonos de allí. Igual que se liberan los cetáceos de los parques acuáticos, liberemos los bosques de nuestra presencia. Y los bosques volverán a crecer sanos. Lo que ocurre es que nosotros no lo veremos, y eso es bastante frustrante para una sociedad, la occidental, acostumbrada a quererlo todo y quererlo ya. Pero es que la vida natural no funciona con los parámetros de Amazon. Hay que aguantarse.

«Hay bosques desde hace 300 millones de años. Personas, desde hace 300.000, y guardas forestales, desde hace 300. A la naturaleza se le da de perlas valerse por sí misma», asegura Wohlleben. Esta afirmación, por supuesto, es una simplificación dirigida al gran público. En realidad, no es tan sencillo. El daño causado a los bosques ha sido tan grande que una ayudita en su regeneración tampoco viene mal. Y a eso es a lo que se dedica precisamente, sobre el terreno, Peter Wohlleben.

Él apuesta por una transición suave hacia el bosque natural, lo que pasa por talar algunas especies foráneas (pinos y abetos traídos desde Escandinavia, en el caso de Alemania) o descortezar los ejemplares que estén enfermos para desparasitarlos. Pero siempre sin dejar grandes claros: los árboles (sobre todo las hayas) también necesitan sombra para su desarrollo. «Los árboles no son robots ni máquinas para producir madera. Si nos fijamos bien, descubriremos que son seres que sienten y que tienen sus propios objetivos», dice.

En la película visita el árbol más antiguo del mundo, el llamado Old Tjikko, un abeto situado en una loma rodeada de nieve, en Suecia, y que tiene 9.550 años de antigüedad. Por lo general, los científicos creían que un abeto no suele vivir más de 500 años, por lo que han tenido que revisar sus manuales (es lo que suele hacer la ciencia, gustosamente). «Es una cura de humildad», explica. «La naturaleza es longeva y los árboles lo resisten todo. Este pequeño abeto ha sufrido numerosas variaciones climáticas y ha podido con todo. Lo único contra lo que no puede es una motosierra».

Pero Wohlleben tampoco es un ingenuo: defiende que los bosques pueden explotarse, que pueden cortarse árboles, pero no como ahora se está haciendo, de forma industrial. Hay árboles viejos o enfermos cuya muerte está próxima. Nunca es una muerte total: cuando un árbol muere su tronco se transformará en un microcosmos repleto de vida en el que se desarrollarán insectos, musgo, hongos que son fundamentales para el mantenimiento de la biodiversidad. Pero algunos de estos árboles, unos pocos muy bien seleccionados, también pueden convertirse en mesas, sillas y estanterías, como siempre ha ocurrido. Y para que esta sea una actividad sostenible es fundamental sacar la maquinaria pesada de los bosques. El trabajo ha de ser artesanal y llevarse a cabo con animales de tiro. Las grandes máquinas taladoras (una mezcla monstruosa de tractor, grúa y sierra industrial) deben desaparecer de los bosques. Entre otras cosas por su peso: afectan a las raíces de los árboles, que son su sistema de nutrición y de comunicación con su «familia».

Wohlleben recoge en su libro el concepto de «Wood Wide Web», que vendría a ser el cableado del Internet de los bosques. A través de él intercambian información y nutrientes, las «madres» alimentan a sus hijos, los protegen extendiendo sus copas, y también cuidan de los mayores y más débiles. «La comunidad está mucho más capacitada para sobrevivir que sus miembros individuales. En tiempos como los nuestros, esta es una idea muy política», explica. «Por instinto, un árbol sabe que no es un bosque. Solo no llegará a ningún lado. Trabajando juntos, los árboles aumentan sus logros y su longevidad. Si se observa la política, vemos que el nacionalismo y el egoísmo están a la orden del día. Y todos sabemos que eso no beneficia a nadie. Los árboles jamás votarían a Trump».

‘La vida secreta de los árboles’ se estrena en salas el viernes 12 de noviembre.

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COMENTARIOS

  1. A la naturaleza se le da de perlas valerse por sí misma», esta frase lo dice todo.
    ¡¡¡Homo sapiens, go home!!! quita tus pezuñas de Madre Tierra.
    El mundo vegetal siente y acusa las energías. La positividad que reciba y la negatividad. Incluso con las plantas caseras se puede probar.
    Los indígenas saben de que hablan cuando hablan de esa comunión.

    Por favor, movilízate por las comunidades indígenas que luchan contra la minería de carbón en la India.
    En el corazón de la India hay un maravilloso lugar de valor incalculable: el bosque de Hasdeo. Veinte mil adivasis (como se conoce a los indígenas de la India) lo llaman “hogar”, y han vivido en él desde tiempos inmemoriales. Bajo su cuidado, no solo les ha proporcionado abundantes medios de vida, sino que también se ha convertido en refugio para elefantes, leopardos y osos perezosos.
    Pero para su desgracia, bajo su suelo hay enormes reservas de carbón. El primer ministro de la India, Narendra Modi, está decidido a explotarlas… ¡a pesar de que estos días asiste a la COP26 presentándose como líder en la lucha contra el cambio climático!
    En medio del exuberante y verdoso paisaje de Hasdeo, ya hay dos minas operativas que se abren paso como dos inmensas heridas. El Gobierno acaba de aprobar una tercera mina en la zona, pero las excavadoras todavía no han empezado a devastar el bosque…
    Los adivasis están decididos a resistir. Nos encontramos ante una auténtica batalla de David contra Goliat. Las comunidades indígenas se enfrentan a las fuerzas más influyentes de la India: al poder del Gobierno, pero también al de sus más ricos gigantes corporativos. Los adivasis llevaron a cabo recientemente una marcha de protesta de más de 300 km hasta la capital de la región, desafiando las amenazas de los matones prominería.
    Shakuntala, una mujer adivasi, explicó: “Si la mina llega al bosque de Hasdeo, toda la región, incluidas las comunidades adivasis, seremos destruidas. El bosque nos da cuanto necesitamos. ¿Cómo vamos a consentir que alguien destruya a nuestra madre? Estamos dispuestos a dar nuestras vidas por la Madre Tierra”.
    https://survival.es/noticias/12696

  2. DEJAD ARGUINEGUIN EN PAZ!!!
    ¡Proteger la naturaleza de la Unión Europea! ¡protejamos la biosfera de Arguineguín!
    El barranco de Arguineguín, en la isla de Gran Canaria, tiene un patrimonio natural de valor incalculable. No puede decirse lo mismo del proyecto que planea destruirlo: cuesta 500 millones de euros. Si sale adelante, miles de individuos de especies protegidas (como la tortuga boba y el halcón tagarote) estarán en peligro.
    Debe buscarse alternativas viables a la central hidroeléctrica que planean construir, «ecocidio» que verterá al mar 2.700 metros cúbicos de salmuera cada día y dónde se instalarán más de 40 torres de alta tensión de entre 30 y 80 metros por el cauce del barranco.
    «Es una auténtica locura caducada que hipotecará durante más de 50 años la posibilidad real de un desarrollo de las energías renovables», desde la plataforma Salvar Chira-Soria denuncian «la falta de transparencia y de participación ciudadana».
    La Comisión Europea ha puesto en duda que esta obra faraónica se ajuste a la legislación de la UE. Como la vía de las negociaciones ya no da más de sí, ¡vamos a emprender acciones legales! ¿podrías echarnos una mano?
    https://act.wemove.eu/campaigns/salvar-arguineguin?utm_source=civimail-41660&utm_medium=email&utm_campaign=20211118_ES&amount=5

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