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‘Years and years’: poco nos pasa para lo gilipollas que somos

La serie de la BBC imagina un futuro cercano terrorífico en lo social pero pasa de puntillas por la crisis climática.
‘Years and years’: poco nos pasa para lo gilipollas que somos
Vivienne Rock (Emma Thompson) es la primera ministra de Reino Unido en la serie 'Years and years'. BBC Foto: years and years

En épocas de preguerra todo el mundo se vuelve idiota. La efervescencia del fascismo en esos periodos es un síntoma de esta enfermedad social. Así nos lo ha enseñado la historia y la literatura. Quizás sea este el mayor acierto de Russell T. Davies en Years and years, la serie de la BBC distribuida en España por la plataforma de HBO. Su presagio distópico de lo que podría ocurrir en el Reino Unido y el mundo en los próximos 10 años se sustenta en el retrato de los Lyons, una familia burguesa venida a menos en la que todos sus componentes (o casi) son idiotas, egoístas y engreídos. Esto podría dificultar la empatía del espectador con ellos pero Davies, creador de Queer as folk y guionista de Doctor Who, se las arregla muy bien para mantener una intriga basada en lo emocional. Toca todos los palos: la política, el trabajo, la tecnología, la inmigración (lo mejor de la serie, sin duda) y, muy de pasada, la crisis climática.

Este arrinconamiento también es significativo, tanto en Years and years como en nuestra sociedad: la mayor amenaza que se cierne sobre el género humano es un tema de segunda categoría sobre el que aún es imposible armar un relato emotivo capaz de mover conciencias. Hace poco, Ignacio Pato publicó en La Marea una entrevista a Nerea Barjola que se titulaba ‘Alcàsser en Netflix: ¿sin perspectiva feminista de qué sirve?’. Se podría decir lo mismo de Years and years, una serie que narra cómo el mundo se va a la mierda y que prácticamente se desentiende del tema climático. Prácticamente, porque algo hay. Vamos a verlo.

La abuela de la familia Lyons, un ser absolutamente estrangulable al que Davies intenta salvar de la quema al final de la serie con un monólogo de exquisita lucidez, habla de su juventud y recuerda una tienda en la que “compraba singles de 45 rpm. Era en la época en la que todavía había mariposas. ¿Cuándo fue la última vez que visteis una? Pero sí os diré una cosa que no teníamos: tsunamis”. Y así se cierra el tema. Muy poco, ¿verdad?

Según un estudio que compila 73 informes históricos, el planeta pierde cada año el 2,5% de sus insectos. “Todo está ocurriendo de forma muy rápida. En 10 años tendremos una cuarta parte menos. En 50 años sólo quedará la mitad de los insectos. Y en 100 años ya no quedará ninguno”, explicaba uno de los autores del estudio, el ecologista y científico medioambiental de la Universidad de Sydney Francisco Sánchez-Bayo, en las páginas de The Guardian.

Los insectos protegen los ecosistemas, fertilizan el suelo, polinizan las plantas y son la base alimenticia de pájaros, anfibios, reptiles y muchas especies de peces. Si desaparecen, la cadena trófica colapsará, y con ella el frágil equilibrio medioambiental que aún nos mantiene a nosotros sobre el planeta. “Si no se detiene esta pérdida de especies de insectos —insiste Sánchez-Bayo—, esto tendrá consecuencias catastróficas tanto para los ecosistemas del planeta como para la supervivencia de la humanidad”. Su colega Dave Goulson, de la Universidad de Sussex, coincide con él: “Todas las evidencias concluyen en el mismo punto. Esto debería ser una preocupación de primer orden para todos nosotros. (…) Los amemos o los odiemos, los humanos no podemos sobrevivir sin insectos”. Years and years podría hacer más hincapié en este problema, pero la serie opta por tomar otro camino para centrarse en las tragedias personales de sus protagonistas. Desde el punto de vista artístico eso es legítimo (la ausencia de una lectura feminista del caso Alcàsser en Netflix no lo es, ya que no se trata de ficción, y por lo tanto eso sí es criticable).

Crisis climática e inmigración

La crisis climática vuelve a aparecer más tarde porque afecta directamente a uno de los personajes, el novio migrante de Daniel Lyons (Russell Tovey). Esta trama relacionada con la inmigración, ya lo hemos dicho, es lo mejor de la serie.

La combinación de inundaciones (la crisis climática desencadena 80 días seguidos de lluvias) y radiactividad (provocada por atentados terroristas) ocasiona el desplazamiento de grandes masas de población en el Reino Unido. Este caos sirve de argumento para que el gobierno neofascista de Vivienne Rook (encarnada por una enorme Emma Thompson) ponga en marcha su proyecto de eugenesia social encerrando en grandes campos de concentración a los pobres nacionales y a los migrantes. Los trasladan contra su voluntad y por la noche, fuera de los focos, como en las rafles organizadas contra los judíos por el gobierno francés en la década de 1940 o en las detenciones masivas de inmigrantes planeadas por Donald Trump en nuestros días. El novio ucraniano de Daniel Lyons es uno de estos deportados.

El paralelismo trazado por Davies es muy pertinente ya que tenemos datos de que el cambio climático causa más migraciones que la violencia y la pobreza. En pocas palabras: es mi coche el que ha secado sus huertos, pero yo no voy a dejar de usarlo; si quieren arriesgarse a morir ahogados en el Mediterráneo, que lo hagan. Y si sobreviven, ya se morirán de asco en un CIE, esas cárceles (absolutamente reales, no distópicas) construidas para encerrar a gente inocente.

Estados Unidos y Reino Unido firmaron en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos (la Unión Soviética se abstuvo, todo hay que decirlo). ¿Y para qué? Pues por postureo. Firmar cosas que no vas a cumplir es una cosa muy posmoderna, podría decirse que es casi la esencia de la socialdemocracia. Con decirlo vale. Lo importante es quedar bien. El artículo 13 de esa declaración (a la que se adhiere nuestra propia Constitución en su artículo 10) asegura que “toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”. Ya conocen ustedes la realidad.

En un momento de la serie un partido de extrema izquierda llamado Nueva Esperanza gana las elecciones en España. No sabemos quién se esconde detrás de esa “extrema izquierda” de ficción (¿Podemos? ¿Izquierda Unida? ¿el Partido Comunista de los Pueblos de España?) pero lo que ocurre tras llegar al poder es para partirse de risa. Imaginen que lo que ha ocurrido en la realidad, que Podemos e Izquierda Unida se manifiestan regularmente delante de los CIEs exigiendo su cierre por razones humanitarias, pues no ha ocurrido, y que lo que sucederá si algún día llegan al poder es que ordenarán la expulsión masiva de inmigrantes del país. ¿Por qué? Pues porque como dice uno de los protagonistas de Years and years, “la extrema izquierda y la extrema derecha al final se acaban encontrando”. Esta chorrada sólo está en las fantasías del centro liberal, pero la oímos demasiado a menudo en las tertulias de todas las radios y todas las televisiones, golpeando a la audiencia como una especie de gota china propagandística, como para no tomárnosla en serio.

Years and years es una fábula política que resbala demasiado a menudo en este tipo de cuestiones. La serie, en términos generales, funciona bien como retrato social. Podría decirse que la familia protagonista, con sus contradicciones y su tontuna, es un buen resumen de todos nosotros, aunque nos pese. Además, Davies ajusta la distopía tecnológica con bastante precisión, sin tremendismos (aunque se echa mucho de menos el colmillo retorcido de Black Mirror). Pero en el terreno ecológico (por incomparecencia) y en el político (por tramposa), patina.

Conciencia de clase

Davies utiliza el método que sabe que tendrá más repercusión emocional en la audiencia: el desclasamiento de la familia burguesa tradicional. ¿Por qué? Porque si eres blanco y europeo no te consideras clase obrera así estés cavando zanjas. Somos clase obrera, por supuesto. La inmensa mayoría de nosotros lo somos, pero no somos capaces de reconocerlo. La sociedad occidental vive instalada en la fantasía aspiracional: yo no soy quien soy hoy, soy en realidad quien quiero ser mañana. Esa es mi verdadera esencia. Es por eso que nos emociona más la historia de unos burgueses golpeados por el infortunio que la de quienes no han conocido nunca otra existencia que la vida precaria. Cuando el padre de familia (interpretado por el gran Rory Kinnear, al que muchos recordarán por ser el primer ministro obligado a practicar la zoofilia en el episodio inaugural de Black Mirror), que trabaja de asesor financiero, pierde su empleo y termina como rider en una empresa tipo Glovo o Deliveroo, la tecla que Davies quiere pulsar es la de la lástima. Y no podemos culparle, porque funciona. ¿Cuál será la reacción general? ¿Decir “fíjate, pobre hombre, lo bajo que ha caído”? ¿O diremos, por el contrario, “bienvenido al club”? Lo primero, seguramente.

Es el marco cultural de cada época el que fija los motivos de la vergüenza, y el desclasamiento, experimentado en el actual marco cultural del neoliberalismo, equivale a la deshonra de hace 400 años. El país de origen de la serie (Inglaterra) es capital en este enfoque, porque hay pocos países más clasistas en el mundo. Recordemos, para explicar esta obsesión por la clasificación social más minuciosa, cómo se describía a sí mismo George Orwell en su libro ‘El camino a Wigan Pier’: “Yo nací en lo que podría describirse como la parte baja de la clase media-alta”. Suena a chiste pero no lo es. Tu origen social es importante. Lo es en Inglaterra de forma lacerante, pero en realidad lo es en todas partes, incluso en esos países que se precian de lo contrario, de ser tierra de promisión y libertad y donde puedes ser quien tú quieras ser (no es así, como explicaba muy bien Francis Scott Fitzgerald en El gran Gatsby).

El personaje de Kinnear tiene su miga, porque siendo la peor persona de una familia repleta de imbéciles, es el único que vota por el Partido Laborista. ¿Hay un mensaje oculto ahí? ¿Quiere Russell T. Davies decirnos algo con eso? Su hermano Daniel, que celebra que el gobierno socialista de España acoja a su novio migrante, escoge sin embargo la papeleta de los tories. ¿Detectamos un cierto tufillo a homonormatividad en esa opción? Pero lo que colma el vaso es la abuela, una harpía que vota por el neofascista Partido de las Cuatro Estrellas (es de suponer que el nombre no le haga ninguna gracia a los miembros del Movimento 5 Stelle, pero ellos se lo han buscado) y luego tiene la desvergüenza de sermonear a los demás: “Todo esto es culpa vuestra”, le dice a sus nietos en el mejor momento de la serie. “Los bancos, el gobierno, la recesión, Estados Unidos, la señora Rook [¡a la que ella ha votado!]. Cada pequeña cosa que ha ido mal es por vuestra culpa”. ¿Y por qué? Pues por comprar camisetas que cuestan 1 libra (lo que dinamita el mercado de trabajo y, por cierto, también destroza el medio ambiente). Ahí habría que darle la razón a esta señora, pero es tan tramposa que cuesta hacerlo.

El ascenso de la ultraderecha en toda Europa se debe, fundamentalmente, a gente como esta señora. ¿Quién votó al partido que deportó al novio de su nieto a un campo de concentración? Esta señora. ¿Quién vota a Marine Le Pen en Francia? No los parados de las banlieues, como se nos ha vendido (la gota china de las tertulias, no olviden eso) sino la gente de los chalés, como esta señora. ¿Quién votó a favor del Brexit? Pues la población rural y envejecida, como esta señora. Su discursito está muy bien, pero puede ahorrárselo porque ella no puede enarbolar en ningún caso la bandera de la dignidad. Con todo, lo peor de la serie es el final (tranquilidad, no haremos spoilers gordos). Todo debía terminar con una rebelión del pueblo contra el fascismo, y la hay efectivamente, pero es precipitada, incruenta, confusa y lamentablemente pueril. Estamos, pues, ante una aventura fofa. Ante un relato de centro, ecuménico y decepcionante. Pero, bueno, la serie es anti Trump, sí. Algo es algo. No todo el mundo puede ser David Simon.

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COMENTARIOS

  1. Muchas gracias por esta crítica, esa historia me la sé de memoria: Esa abuela es mi madre, que ya es abuela y hace eso mismo: miente descaradamente, vota por la Derecha y dice que nosotros estamos mal y a mí, que soy un tipo raro, un demente y me echó de casa, ante el mutismo de mi padre.
    La experiencia en campos de concentración es legendaria.
    La rebelión confusa, incruenta me recuerda a la pueril épica del Plebiscito, donde ganó un «NO», al General, que terminó siendo un Sí a sus herederos y al neoliberalismo.
    Chile a veces se adelanta varias décadas al resto, fuimos el primes país neoliberal del Mundo, cuando vieron que sí resultaba, lo hicieron en anglosajolandia y el resto del Mundo. Tatcher fue amiga fiel de Pinochet. ¿Se habrá inspirado en ella, mi adorada Emma?

  2. En el título has resumido fielmente la realidad del momento que vivimos.
    Y el artículo no tiene el menor desperdicio.
    Pero estoy de acuerdo con la abuela en lo del Brexit. Europa hoy no es la Europa de los pueblos, no recuerdo si alguna vez lo fué, hoy está claro que es la Europa vendida a la exterminadora dictadura del capital y su ejército la Organización Terrorista Atlántico Norte, la mayor organización terrorista de la historia, con estos ingredientes es normal que en Europa se instale de nuevo el fascismo.
    Yo no quiero pertenecer a esta Europa. Abro mis brazos en cooperación y solidaridad a todos los pueblos de buena voluntad del mundo. Y igual que paso de Europa paso del paisanaje de esta Piel de Toro, dormido, manipulado, desinformado, fachoso cada día más, y lo que es imperdonable, orgulloso de ser así, que me ha condenado a convivir con lo que aborrezco.

    La lucha climática es lucha de clases (Vdeo)
    No es un castigo divino hijo de la casualidad y la mala suerte de los humanos. Hay responsables con nombres y apellidos, hay empresas, haya dirigentes y gobernantes detrás del desastre; hay lucha de clases.
    https://insurgente.org/la-lucha-climatica-es-lucha-de-clases-vdeo/

  3. Muriel Lyons vota al partido que luego deporta al novio de su nieto si, y luego sermonea a su familia si, pero la realidad es que a menudo la gente no aprende hasta que vive una desgracia en sus propias carnes, no todos pueden ser como Edith y reconocer una buena causa nada más verla, otros tienen que vivirlo para aprender, y ella aprende. Y lo hace antes que el resto de los miembros de su familia. Al dar ese discurso su nieto ha enviado hace poco a un hombre inocente a un campo de concentración, su bisnieta mantiene silencio ante lo anterior, a pesar de tener la información y los medios necesarios para hacer algo al respecto, su otra nieta permite que la encierren a ella y a sus hijos en un barrio, como en los guetos, y podríamos seguir. Pero Muriel es consciente de que han cometido un error, todos ellos, y que es hora de tomar conciencia de ese error. El discurso no refleja hipocresía en mi opinion, sino la necesidad de que alguien nos quite la venda de los ojos y nos enfrentemos a nuestros errores.
    En lo tocante al cambio climático, sí es cierto que la serie pasa muy por encima por el tema, pero no creo que pretenda fijarse en ninguna causa, además de la social, simplemente busca exponer cómo la indiferencia y la estupidez y el odio nos lleva a una situación irreparable, al tiempo que explora como la gente media se enfrenta a las consecuencias y al dolor de un mundo que se desmorona.

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