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Un estudio publicado en la revista Animal Conservation ha constatado que 562 especies de animales (anfibios, reptiles, aves y mamíferos) no han vuelto a ser vistas en los últimos 50 años. Se las considera especies perdidas, no extintas o en vías de extinción pero aún vivas con seguridad. Las razones de esta falta de avistamientos son variadas. Una de ellas puede ser su escaso número y la inaccesibilidad de sus ecosistemas, como altas zonas de montaña o densos bosques tropicales. Otra, desgraciadamente, puede ser la destrucción de esos ecosistemas. No es casualidad que la zona geográfica que más especies perdidas tiene sea Indonesia (con 69), donde se ha perdido el 18% de la cobertura arbórea desde el año 2000, principalmente para dejar espacio a las plantaciones de aceite de palma. El podio lo completan México (con 33 especies perdidas) y Brasil (con 29).
La mayor parte de las especies perdidas está en los trópicos, donde se da la biodiversidad más alta del planeta. Y un tercio de ellas viviría (aunque su supervivencia está en cuestión) en islas o en montañas con fauna endémica. Esto es lo más preocupante, dado el elevado riesgo de extinción que sufren estas especies: el cambio climático, según un estudio anterior, podría reducirlas hasta en un 50% si se combinan el aumento de las temperaturas con un cambio en el régimen de precipitaciones (lo que efectivamente está ocurriendo).
El método utilizado por los investigadores ha sido la revisión de 32.802 especies de la Lista Roja de las Especies Amenazadas elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y la de la literatura recientemente publicada. Tras verificar la ausencia de avistamientos de 562 especies, los autores sugieren a la UICN refinar su clasificación de taxones. La categoría posiblemente extinto (que se utiliza sobre todo con las aves), a su juicio, debería ser usada de forma «más consistente», así como «una aplicación más amplia» del campo que indica «la fecha del último avistamiento».
Según uno de los autores del estudio, Arne Mooers, profesor de Biodiversidad en la Universidad Simon Fraser, 75 de las 562 especies señaladas pueden clasificarse, en efecto, como «posiblemente extintas». Sería una forma de darle relieve a una serie de animales que, en la pura teoría, aún existen porque no se ha podido certificar su desaparición según el criterio de la UICN, lo que ocurre «cuando no hay duda razonable de que el último individuo de una especie ha muerto», explica Mooers. Algo bastante difícil de demostrar. La cantidad de especies no avistadas «es casi el doble de las que se han declarado extintas desde el año 1500. Hay un gran grupo de especies que no sabemos si aún están presentes por ahí o no», añadió el investigador en una entrevista.
El delicado equilibrio de la biodiversidad
El estudio publicado en Animal Conservation supone la enésima confirmación de la crisis de biodiversidad que sufre el planeta. Una crisis indisociable, asimismo, de la producida por el cambio climático. Los ecosistemas ricos y diversos son imprescindibles para hacer frente a la crisis climática, por lo que la humanidad no puede permitirse el lujo de perder ni una sola especie más, animal, vegetal o fúngica. Sin embargo, como explica el biólogo Enric Sala en su libro La naturaleza de la naturaleza, «el ser humano está provocando la extinción de especies a una velocidad como mínimo mil veces superior a la natural».
«De las especies que diezmamos, algunas son clave, con lo que causamos un impacto que repercute en cascada en ecosistemas enteros», continúa Sala. «Tomemos por ejemplo un bosque tropical en Borneo, un ecosistema maduro con una de las mayores diversidades de especies del mundo. Los seres humanos lo talan y plantan en su lugar palma para extraer aceite, un monocultivo con una diversidad casi nula. Sólo hay un ecosistema menos maduro que este tipo de plantaciones: un bosque calcinado», afirma.
En su libro Sala toma el ejemplo de los bosques de algas para explicar el delicado equilibrio que sostiene la vida en el planeta: cuando este hábitat está limpio, sano y compensado entre depredadores y presas, funciona lo que se llama «sucesión ecológica». Esta sucesión implica la existencia de fitoplacton, zooplacton, algas, gusanos, estrellas de mar, crustáceos, esponjas, erizos, peces, ballenas, orcas y hasta nutrias. La ausencia de alguna de estas especies provoca desequilibrios en la cadena alimenticia y, en consecuencia, un peligro para la supervivencia de otras. «El mundo en que vivimos –explica Sala– es una muñeca rusa ecológica: ecosistemas dentro de ecosistemas dentro del ecosistema más grande, la biosfera, un sistema global autorregulado de especies interconectadas e interdependientes a todos los niveles».
Además del valor ecológico que tienen las especies perdidas señaladas en el estudio de Animal Conservation, hay un elemento sentimental que conviene no perder de vista. Invariablemente, «la gente se enfada cuando escucha que hay animales que se están extinguiendo», dice Mooers. Conocer la lista de los que se consideran perdidos puede espolear a académicos y a amantes de la naturaleza a salir y tratar de encontrarlos. Y a veces lo consiguen. «El pájaro carpintero real», explica Mooers, «fue visto por última vez por los investigadores en 1944». Sin embargo, se reportaron nuevos avistamientos en 2005. «Y un estudio del pasado mes de abril sugiere que aún podría haber alguno picoteando troncos en los bosques de Luisiana».
Por esta razón, el estudio analiza también los pros y los contras de reformar la taxonomía de la UICN. Declarar prematuramente extinta una especie que luego resulta que no lo está (lo que se conoce como «efecto lázaro») tiene siempre un efecto negativo en la percepción de la conservación. De igual modo, mantenerla en el limbo de las especies perdidas puede favorecer otra consecuencia perniciosa: el negacionismo de la extinción. «Dado que las tasas de extinción previstas son muy altas, si las extinciones declaradas son bajas se corre el riesgo de caer en una paradoja: la comunidad científica destaca un evento de extinción masiva en el Antropoceno que luego no tiene una correlación alta con los reportes oficiales», señala el estudio.
Por si no hubiera suficiente con el cambio climático,
EXTERMINAR, MALDITOS, EXTERMINAR…. no fuera a daros por construir, crear y cuidar….
Apenas se levantaron las restricciones de público por la pandemia, la Escuela Taurina «Yiyo» organizó este macabro espectáculo en la población de Ventas de Batán (Madrid). Sus alumnos se enfrentaron a pequeños becerros para demostrar lo que han aprendido durante el año: a torturar, burlar, estresar y dar muerte a inocentes animales.
https://www.animanaturalis.org/socios/es?video=hrrrOqxpRJk&bg=bulls