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PERPIÑÁN (FRANCIA) // Abir Abdullah (Bagherat, 1971) retrata supervivientes, no víctimas. El fotógrafo bengalí, especializado en la cobertura de fenómenos meteorológicos extremos y desastres naturales, ha trabajado para diferentes agencias y ha publicado en The New York Times, New Yorker, Time, The Guardian, The Telegraph, Stern o Der Spiegel, entre otros. Ganó en 2008 el Primer Premio “Desastre Nacional” en NPPA y a lo largo de su carrera ha desarrollado un estilo único que le ha hecho cosechar diferentes premios.
Ahora, su trabajo sobre los refugiados climáticos de su propio país le ha valido la selección en uno de los festivales de fotoperiodismo más importantes del mundo: el Visa pour l’Image, que se celebra cada año en Perpiñán y que acoge la obra de los y las mejores fotoperiodistas del mundo.
Es Abdullah uno de esos profesionales que trabaja sin intentar ser repetitivo, para dar cuenta, a través de una técnica impecable, de la magnitud de lo que fotografía. No hace falta que se desplace demasiado para retratar el que será el acontecimiento más dramático de lo que queda de siglo: el flujo de refugiados climáticos.
Su país, Bangladesh, es un caso paradigmático, complejo y paradójico, tal y como explica Miguel Pajares en Refugiados Climáticos. El gran reto del siglo XXI (Rayo Verde, 2020): “Gran parte del país está formado por el Delta del Ganges, que es el más grande del mundo. Dos de las terceras partes del territorio están a menos de 5 metros por encima del nivel del mar y en la superficie de costa, a menos de 1 metro sobre el nivel del mar viven 40 millones de personas”.
Paradójicamente, hay un gran flujo migratorio del interior del país hacia las zonas costeras, que es donde se encuentran las ciudades más grandes. El motivo es desalentador: en las zonas rurales del país, los ríos se desbordan al tiempo que se da una desertización extrema. Es en este contexto en el que Abir Abdullah desarrolla su trabajo.
¿Cuándo empezó a interesarse por la fotografía?
En 1996, yo estaba estudiando y hubo elecciones en el país. Los colegios y las universidades cerraron porque hubo disturbios. Así que durante esos días empecé a coger la cámara de mi hermana, que quería ser fotógrafa. Ella finalmente se casó, tuvo hijos y dejó de hacer fotos, pero, de alguna manera, me transmitió su gusto por la profesión. Empecé con algunos encargos comerciales para diferentes clientes: retratos, fotografía industrial, etc. Hasta que empecé a interesarme por la fotografía documental relacionada con el medio ambiente y el cambio climático. Creo que la fotografía es una herramienta potente para hacer que cambien las cosas y se escuche a la gente. La fotografía me permite viajar a sitios remotos y dar voz a gente que habitualmente no aparece en los medios de comunicación. Hay historias que deben ser contadas, y eso es lo que dirige casi todo mi trabajo.
¿Cree que una imagen puede cambiar el mundo?
No lo sé. Lo que sí sé es que existe la necesidad de poner el foco en historias sociales. Y esto está detrás de mi trabajo. Aunque no se cambie el mundo, se ayuda a la gente y se informa a la ciudadanía de situaciones que se dan. Y es entonces cuando se tienen los conocimientos necesarios para pasar a la acción. La fotografía conduce al cambio, o lo inspira, o informa, o educa.
¿Cómo prepara mentalmente una cobertura de un fenómeno meteorológico extremo?
Un buen fotoperiodista debe prepararse tanto física como psicológicamente. Hay que ser fuerte mentalmente y hay que hacer los deberes antes de hacer ciertas coberturas. Forma parte del trabajo considerar todas las dificultades que te puedes encontrar en terreno. Durante el terremoto de Nepal, por ejemplo, no había nada bajo control: carreteras cortadas, internet caído… Te lo puedes tomar como una catástrofe o como un reto. En mi caso, siempre confío en la red local para encontrar las historias.
¿Mostrarlos como víctimas o como supervivientes?
Como supervivientes, con toda la dignidad del mundo. Cuando retrato a las personas que han sobrevivido a una catástrofe intento transmitir toda la fuerza que destilan, la capacidad de resiliencia, aunque a veces resulta difícil.
¿Qué opina de las fotos de impacto?
Las imágenes de impacto de desastres naturales o de violencia que resultan repetitivas pueden tener un efecto contraproducente: pueden hacer que la gente se interese menos en el tema. Pero claro, cuando retratas desastres climáticos o refugiados es muy difícil que no se den esas imágenes. En ese caso, hay que intentar producir historias diferentes. A mí me resulta problemático, por ejemplo, las imágenes de desastres que resultan bellas y que terminan recibiéndose como entretenimiento. También me generan dilema aquellas fotos que resultan más dramáticas que el propio acontecimiento en sí. Cuando una imagen es más dramática que la realidad. Por eso siempre intento hacer cosas diferentes y, sobre todo, huir de la banalización.
¿Cómo se retrata a un refugiado/a climático? Alguien que lo ha perdido todo. ¿Cómo transmitir el sufrimiento a través de la imagen?
Siempre es muy difícil y siempre aparecen dilemas, como la cuestión de dónde está el límite. Siempre intento mostrar a la gente con dignidad y evitar los detalles morbosos o escabrosos. Muchas de las fotografías que obtengo ni siquiera las envío a las revistas o a los periódicos. Depende de la política del medio. Intento retratar con respeto y en muchas ocasiones he dejado la cámara a un lado y me he puesto a ayudar. Eso me ocurrió durante la cobertura del éxodo Rohingya: cuando vi a todas esas personas intentando llegar, exhaustas, me puse a ayudar. Nuestra profesión también tiene mucho de humanidad, y de eso se trata: de encontrar el equilibrio.
¿Pide permiso?
Siempre. Y siempre les explico a las personas retratadas el objetivo que hay detrás de la foto.
¿Cuál ha sido su cobertura más difícil?
El terremoto de Nepal de 2015 y el éxodo de los Rohingya en 2017. Esos encargos fueron difíciles porque se trataba de algo muy gordo. En Nepal me lo encontré todo destruido; en la frontera entre Myanmar y Bangladesh, me encontré a 30.000 personas esperando horas y horas para conseguir permisos. Era verano y hacía calor, los niños lloraban porque tenían hambre y sed y los adultos estaban exhaustos. A veces resulta complicado mantener la profesionalidad.
Ver, retratar, escribir, publicar y volver a casa. ¿Por qué los periodistas y los fotoperiodistas no regresamos al lugar de los hechos y hacemos seguimiento?
Eso depende del periodista. Yo estuve en Nepal después del terremoto y ahora voy a volver a retratar cómo está 10 años después. Quiero tomar las mismas fotografías que tomé entonces y ver cómo ha cambiado, o no. También tengo un proyecto de seguimiento sobre lo que pasó en el Rana Plaza [2013]. Seguiré a cinco o diez trabajadores que sobrevivieron a la catástrofe pero que quedaron discapacitados. No podemos cubrir grandes catástrofes y olvidarnos de la gente. Pero sí, tienes razón: lo hacemos. Siempre animo a los periodistas y fotógrafos jóvenes a seguir las historias, porque creo que es lo que se tiene que hacer.
Tiene series en blanco y negro. ¿Qué aporta hacer desaparecer el color?
Sí, tengo series en blanco y negro. Son mis proyectos más personales. Tengo la sensación de que el color puede llegar a distraernos de la realidad. Las fotos en blanco y negro permiten tener una mirada más amplia y más centrada den el detalle. También creo que retenemos más las fotos en blanco y negro.