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Empieza el coloquio entre Marta Peirano y Andreu Escrivà en la librería Finestres de Barcelona y el primer concepto que sobrevuela en la sala es la angustia climática. Es evidente que somos responsables del gran problema de nuestro tiempo, la crisis climática, y que no sabemos cómo ponerle remedio dada la magnitud de la tragedia. «No coges aviones, ni el coche, vas en bici y comes tofu o brócoli, pero no cambia nada. La angustia climática se da porque asumes una parte desproporcionada del problema, pero a la vez no tienes una parte proporcional de la solución», señala Peirano. Asiente un público heterogéneo, entre el que destacan jóvenes que toman notas. No es muy habitual encontrar tal éxito de convocatoria, así que de entrada hay motivos para la esperanza.
Ambos escritores han tratado de hacerse preguntas y ofrecer algunas respuestas en sus últimos ensayos que presiden la mesa del acto. Peirano es periodista especializada en la intersección entre tecnología y poder, y ha publicado Contra el futuro (Debate). Escrivà es doctor en Biodiversidad, divulgador y cuenta con varios libros sobre temas ambientales; Contra la sostenibilidad (Arpa Editores) es el último de ellos. En el caso de estos divulgadores ir a la contra es positivo. Ambos pretenden impulsar la acción climática.
«De toda esta angustia climática debe nacer también la rabia, no solo la desesperanza. Creo que tenemos demasiados discursos actualmente que nos hacen abundar en la catástrofe», resalta Escrivà. El valenciano expone de forma muy clara cómo la palabra sostenibilidad se ha vaciado de significado y cómo se intentan mercantilizar las posibles soluciones. Peirano advierte de que presentar soluciones a los problemas que el mismo sistema crea es un arma recurrente del capitalismo. Por eso, ella habla de la necesidad de resistencia ciudadana frente al feudalismo climático. Es decir, que hay que ser conscientes de qué ocurre cuando empresas privadas implementan, por ejemplo, una smart city y son ellas quienes obtienen y gestionan todos los datos que se obtienen en ella.
La adaptación al cambio climático va a requerir muchas infraestructuras y para que no acaben en manos de grandes empresas tecnológicas «necesitamos construirlas no de forma centralizada, privada, privativa y completamente capitalista, sino de manera colectiva, mediada, coordinada y democrática», sostiene la investigadora. Peirano ya abordó en El enemigo conoce el sistema que las infraestructuras de nuestro tiempo no están diseñadas para solucionar nuestros problemas, sino para vigilarnos.
La fortuna de escuchar a dos personas como Escrivà y Peirano es que en poco más de una hora se van desechando conceptos engañosos. Peirano apunta que no debemos dejarnos embelesar por la ilusión en una salvación tecnológica. Los sistemas de captura y almacenamiento de carbono no salen rentables por ahora, ya que esas tecnologías tienen un alto coste y generan mucho CO2 en el proceso. Escrivà desenmascara la neutralidad climática y denuncia la hipocresía de aquellos Estados que aseguran que serán neutrales en unos años mientras aumentan sus emisiones. Tampoco se escapan la transición ecológica o el reciclaje, que sin una disminución del consumo no pueden abarcar el reto que se nos plantea.
Sin embargo, la conversación avanza en busca de propuestas. El IPCC recordó hace unos días con la publicación del informe de síntesis de su Sexto Ciclo de Evaluación que es necesario pisar el acelerador para tratar de evitar un aumento de la temperatura de 1,5 ºC respecto a la era preindustrial. Se necesitan medidas de mitigación, frenar las emisiones de gases de efecto invernadero y abandonar los combustibles fósiles. Pero no solo eso, Escrivà destaca que no conviene caer en la visión del túnel de carbono (esto es, analizar la realidad únicamente a través de las emisiones de gases de efecto invernadero).
Y se precisan medidas de adaptación frente a los efectos que ya no se pueden evitar. Los ponentes aclaran que experimentamos un decalaje y que ahora vivimos las consecuencias de aquello que se hizo en los años 80. Por eso, el calentamiento global seguirá incrementándose durante un tiempo se haga lo que se haga ahora. Hay que tener una visión a largo plazo y actuar ya para hacer viable nuestra vida –y la de multitud de especies con las que coexistimos y de las que dependemos– en el futuro.
Frente a problemas estructurales del modelo productivo que ha causado este desastre, ambos especialistas señalan que se necesitan restricciones al crecimiento de un capitalismo que «tiende a degradar nuestro bienestar». Para subir los ánimos, relatan algunos ejemplos exitosos de resistencia ciudadana. Una que le gusta especialmente a Escrivà es la de su ciudad, Valencia, donde la lucha colectiva paró la urbanización del jardín principal del río Turia durante la dictadura franquista. Una protesta vecinal también paralizó la urbanización de la Albufera. Los valencianos ganaron un paseo de 8 kilómetros de largo y un parque natural frente a la mercantilización de la ciudad. Peirano presume de los espacios verdes que se han ganado alrededor del Manzanares en Madrid. Además, también cuenta en su libro cómo consiguieron en Ciudad del Cabo hacer una gestión colectiva del agua para reducir su consumo y desperdicio y evitar así las restricciones hídricas. Es una experiencia que se podría replicar en otras ciudades.
Los más jóvenes lanzan las preguntas más oportunas. La escasez de agua, los incendios forestales o la gestión del tiempo protagonizan algunas de sus inquietudes. Para adaptarnos al cambio climático se requiere más agua en un contexto donde su disponibilidad es menor. El ambientalista expone que es necesario dejar de producir como se viene haciendo y el problema que suponen, por ejemplo, las macrogranjas. En Catalunya hay más cerdos que personas. Unas macrogranjas, recuerda Peirano, que además contaminan el agua. La periodista exige más eficiencia. «Hay que tener en cuenta el agua que se pierde por las fugas. Si gestiona el agua una sola entidad, como suele ocurrir, esta no tiene incentivos para mantener las infraestructuras».
«Lo peor que se puede hacer es pensar que no se puede hacer nada. Eso es desligarte de sus semejantes y su salud», afirma Peirano. Los ponentes se preguntan también cómo podemos permitir los altos niveles de contaminación atmosférica en las ciudades, un problema distinto al cambio climático pero que es responsable de tantas muertes cada año. ¿Qué se puede hacer? Mucho: carriles bici, aumentar el transporte público, prohibir los vehículos contaminantes, la jornada laboral de cuatro días, proteger los ecosistemas, aprovechar el conocimiento indígena para ello, reducir el consumo y un largo etcétera que detalla el panel de especialistas del IPCC.
Aquí topamos con otra arma del capitalismo, el nihilismo. «Hay soluciones de las que el capitalismo se burla. Dicen cómo va a ser la solución hacer carriles bici…», ejemplifica Peirano. Escrivà opina que hay que implementar la acción climática sin complejos, sin «pedir perdón». Tampoco lo han pedido quienes han traído competiciones como la Fórmula 1 o construido aeropuertos deficitarios en nuestros territorios. Es hora de probar aquello todo aquello que pueda funcionar en distintos ámbitos como urbanismo, industria o construcción.
Parece que la jornada acaba cuando una última intervención, una de esas que es más una reflexión que una pregunta, prende más mecha. Un asistente plantea si no es necesaria más corresponsabilidad de la ciudadanía, si no es hipócrita pedir medidas a las empresas o gobiernos cuando se sigue comprando fast fashion, vuelos low cost y otros anglicismos. Es evidente que todo ciudadano puede y debe tomar mejores decisiones. Todo suma. Pero, para combatir la ecoansiedad con la que empezábamos y no dejarnos llevar por la inacción, son fundamentales las acciones colectivas más que las individuales.
Escrivà concluye que es necesaria más educación ambiental en nuestro país para mejorar fomentar esas iniciativas. El IPCC también apunta que solo una sociedad mejor informada podrá tomar mejores decisiones. Peirano en este punto pide frenar la desinformación, la culpa no debe recaer en nosotros. Recuerda que el concepto huella de carbono fue acuñado por la petrolera BP para pasarnos la pelota. El mejor antídoto, insiste, es volver a relacionarnos con nuestros vecinos, organizarnos y reclamar que quien tiene en su mano atajar esta crisis se ponga a ello. El aplauso final recuerda a lo que suele decir el periodista Quique Peinado: la rabia (climática) pa’arriba.
Los vuelos en jet privado se elevan a nuevas alturas absurdas en el Norte Global.
En Europa, los vuelos de jets privados aumentaron un 64% solo en 2022, y sus emisiones se duplicaron con creces.
Los jets privados no proporcionan ningún valor para la mayoría de las personas, mientras que representan una gran carga para todos nosotros. ¡Tolerancia cero para los contaminadores de lujo imprudentes en medio de una crisis climática! #BanPrivateJets
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