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Según avanza la primavera, los campos de Castilla se visten de rojo. No es el único color que adoptan a lo largo del año, saltando del marrón al verde y al amarillo, con pinceladas de azules y morados. Pero la paleta castellana es cada vez más sencilla. El rojo de las amapolas, el lila de las neguillas y el azul de las centaureas están en riesgo de extinción, aunque se escuchen pocas señales de alarma. Al fin y al cabo, solo son ‘malas hierbas’.
La amapola, Papaver roheas, es una especie adaptada a la perfección a los ciclos de los cereales de invierno. Crece como nadie en ambientes con alta fertilidad y altas perturbaciones, como los campos de trigo, cebada y avena. Es, además, una planta bastante resistente a los herbicidas. Algunos estudios señalan que, en determinadas circunstancias, si la población de amapolas en el campo de cultivo es muy densa, puede llegar a causar pérdidas de rendimiento del cereal de hasta un 32%. Pero su pariente cercana, Papaver argemone, otra amapola, no ha logrado adaptarse a las condiciones de la agricultura moderna y hoy está en peligro.
Más allá del estudio de estas especies bajo el enfoque utilitarista del campo que se ha aplicado tradicionalmente, cada vez hay más investigadores que ponen el acento sobre los posibles beneficios y los servicios ecosistémicos de algunas amapolas y el resto de ‘malas hierbas’. Hasta ahora, eran malas porque pensábamos que no nos servían, pero quizá estábamos ignorando todo lo que también hacen por nosotros. ¿Dónde estaban esos ‘hierbajos’ antes de que empezásemos a labrar la tierra? ¿Cómo han logrado sobrevivir a todo? ¿Y por qué, después de tanto, muchos están ahora en peligro?
Auge y caída de las malas hierbas
“Malas hierbas es un término general que se usa para describir a las plantas que compiten con los cultivos y causan un perjuicio económico, pero a nivel botánico se utilizan diferentes términos”, explica Bàrbara Baraibar, investigadora posdoctoral Beatriu de Pinos en Malherbologia en la Universitat de Lleida. Por ejemplo, según el triángulo de Grime, que clasifica la habilidad competitiva de las plantas en función del estrés y el nivel de perturbación del ecosistema que toleran, muchas de las llamadas malas hierbas serían plantas ruderales, especies adaptadas a perturbación elevada y nivel de estrés bajo, ya que disponen de muchos recursos como fertilizantes y agua.
Otro de los términos botánicos para referirse a estas especies es el de vegetación arvense, que hace hace referencia a cualquier planta que crece de forma silvestre o espontánea en una zona cultivada o controlada de alguna manera por el ser humano, como campos agrícolas o jardines. “Ahora se están empezando a hacer más distinciones entre las hierbas que realmente causan perjuicios importantes y las que no, las que son, simplemente, hierbas”, añade Baraibar.
Lo que está claro es que las ‘malas hierbas’ son especies que han sacado partido de la actividad del ser humano y, particularmente, de la conversión de bosques y praderas en terrenos agrícolas. “Han evolucionado desde el inicio de la agricultura para adaptarse a los ciclos de los cultivos y así sobrevivir en el tiempo”, explica la investigadora. Sin embargo, a medida que la agricultura se ha ido intensificando en las últimas décadas, muchas de las ‘malas hierbas’ no han resistido las nuevas presiones humanas (como los herbicidas y el laboreo intenso) o el abandono de los cultivos tradicionales y han ido desapareciendo del campo.
“Las que sobreviven y se adaptan a los nuevos manejos del suelo suelen ser las más competitivas y resistentes. Hemos perdido muchas de las malas hierbas que existían antes. Hemos perdido diversidad de la mano de la intensificación y nos hemos quedado con las ‘malas hierbas’ más competitivas”, añade Baraibar. Hoy, muchas especies que antes estaban ampliamente distribuidas por la península Ibérica, como la neguilla, la amapola, las centaureas, las zapatillas, el ranillo o el cachurro son cada vez menos habituales, tal como recoge el estudio The Arable Flora of Mediterranean Agricultural Systems in the Iberian Peninsula.
“Desde que hay cultivos, ha habido perturbación y simplificación de ecosistemas. Pero, con la intensificación, muchas ‘malas hierbas’ se han ido quedando sin sus ecosistemas, ya que no pueden prosperar en los campos, pero tampoco en los bosques o en las praderas”, recalca la investigadora catalana. “Se están perdiendo muchas especies. En muchos países europeos ya hay ‘malas hierbas’ que están en las listas rojas de especies amenazadas. En España todavía no se ha incluido ninguna, pero eso no significa que no haya especies en peligro”.
Unas plantas no tan malas
Los perjuicios de todas las plantas que compiten con los usos humanos de la tierra están más que estudiados. Tal como recoge la FAO, las ‘malas hierbas’ quitan nutrientes, agua y luz a las especies agrícolas, pueden liberar sustancias tóxicas para los cultivos y crear las condiciones idóneas para la proliferación de plagas y enfermedades e interfieren con los procesos de cosechado, pudiendo contaminar el producto final. De media, causan pérdidas de entre el 5% y el 10% en países desarrollados, con agriculturas más tecnificadas, y de entre el 20% y el 30% en países en vías de desarrollo.
“La investigación se ha focalizado en el papel competitivo de las ‘malas hierbas’ porque su impacto es real, pero se sabe poco sobre los beneficios”, explica Bàrbara Baraibar. “Muchos estudios señalan a que la pérdida de rendimientos de un cultivo depende de la comunidad de malas hierbas que exista en el campo. Si solo es una especie la que domina, es más probable que esta pueda causar pérdidas. Mientras haya diversidad de especies, las pérdidas serán menores”. Los efectos negativos de las ‘malas hierbas’ sobre la producción alimentaria y las familias que viven del campo no son nada desdeñables, pero, ¿y los beneficios?
Tal como señala la investigadora, las plantas son la base de los sistemas tróficos y muchas de las especies consideradas malas son fuente de alimento de una gran variedad de especies de insectos y aves. Aunque todavía hay pocos estudios al respecto, son, por ejemplo, una fuente importante de polen para las abejas en ciertos momentos del año en los que los cultivos todavía no han florecido. Además, mantienen comunidades de insectos que son depredadores de otras plagas agrícolas y generan otros servicios ecosistémicos más difíciles de medir como la protección frente a la erosión.
Los casos en los que una ‘mala hierba’ prolifera sin control y causa pérdidas serias a los cultivos suelen ser, además, casos de mal manejo del suelo, con un uso excesivo de fertilizantes y herbicidas. Esto, unido a la poca rotación de los cultivos, hace que prospere una especie concreta de ‘mala hierba’ frente a las demás y que esta sea mucho más difícil de controlar. Así, la solución no pasaría tanto por aumentar la presión sobre las especies competitivas, sino aprender a convivir con ellas, restaurando su biodiversidad.
“La pregunta del millón es cómo lo hacemos”, concluye la investigadora de la Universitat de Lleida. “De lo que más se habla es de diversificar los cultivos, con rotaciones más complejas, diferentes fechas de siembra y diferentes manejos de las hierbas para lograr que no haya una única especie de ‘mala hierba’ que se adapte al terreno y sobresalga. Si no hay ninguna hierba dominante, se puede expresar mejor esa biodiversidad que ya tenemos en los campos en forma de semilla”.
Totalmente de acuerdo con las explicaciones de Bárbara Baraibar.
Las verdaderas malas hierbas para mí son los herbicidas y los productos químicos.
Algo parecido ha pasado con la especie animal.
Han desaparecido muchas especies, a las aves y a algunos mamíferos los han matado los herbicidas, por contra el jabalí, más resistente, se ha multiplicado y se ha hecho casi el único dueño del terreno que antes compartían otras muchas especies de aves y mamíferos.
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¡QUE CUNDA EL EJEMPLO!:
Ecologistas en Acción de Extremadura inauguró el 25 de noviembre la campaña «Cada extremeñ@ un árbol» en Calera de León, dinamizada por Curiga-Ecologistas en Acción de Monesterio.
El viernes 25 de noviembre la campaña de sensibilización ambiental empezó con un reparto de árboles en el municipio de Calera de León, con la idea de dinamizar las plantaciones populares participativas de árboles y arbustos autóctonos.Se repartieron madroños, pinos piñoneros, encinas y alcornoques.
Esta entrega hace parte del cumplimiento de los objetivos del grupo ecologista extremeño, que trabaja desde el año 2015 promoviendo la conservación y recuperación ambiental y la importancia que tienen los árboles, bosques y dehesas extremeñas en la salud y regulación climática del territorio.
La selección de especies y el momento óptimo de siembra es algo muy necesario a tener en cuenta a la hora de reforestar, por eso desde el Área de Naturaleza de Ecologistas en Acción se solicitan las especies según el territorio donde se vayan a sembrar o repartir, con el fin de recuperar tanto espacios privados cómo zonas de propiedad pública (riberas, parques periurbanos, vías pecuarias, montes públicos,…) con el fin de proteger y recuperar áreas forestales, dehesas y el arbolado en general.
El abandono o la sobreexplotación, la sobrecarga ganadera, los cambios de uso del suelo, el crecimiento urbanístico descontrolado o los incendios son los motivos principales por los que esta campaña anual sigue trabajando y apostando por tomar acción frente a la emergencia climática que nos atraviesa.
La acción directa sobre el medio natural forestal pone en valor la transmisión de valores de respeto y cuidado hacia el arbolado constantemente amenazado por malas praxis….
https://www.ecologistasenaccion.org/215310/7a-edicion-campana-cada-extremen-un-arbol/