Etiquetas:
El planeta Tierra no está vivo. Ni crece, ni se alimenta, ni se reproduce, ni muere. Pero, ¿y si lo estuviera? Trazar la línea entre lo vivo y lo no vivo no siempre es sencillo y a veces reconocemos en nuestro mundo algunas características de la vida. Por ejemplo, mantiene un orden –dentro del caos aparente–, consume energía –la que le da el sol– y algún día morirá –cuando nuestra estrella lo decida–. Y, como sostiene la hipótesis de Gaia desarrollada por James Lovelock y Lynn Margulis, la Tierra también tiene la capacidad de autorregularse. Es decir, la atmósfera y la superficie del planeta interaccionan con la vida y regulan las condiciones para que esta prospere.
Uno de los mejores ejemplos del sistema de regulación inmenso y complejo que tiene la Tierra está en el Atlántico. Allí se genera la llamada circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés), un sistema de corrientes que regula el clima de este océano y los continentes que lo rodean e influye en las condiciones de temperatura o humedad en todo el planeta. Una de las piezas más conocidas de AMOC es la corriente del Golfo, una cinta transportadora de energía que hace, por ejemplo, que el clima europeo sea mucho más cálido de lo que debería ser por su latitud.
La AMOC no siempre ha estado en funcionamiento. La última vez que se reactivó coincidió con el fin de la última glaciación, hace 12.000 años. De la mano del clima más benigno llegó también la gran época de expansión y desarrollo del ser humano. Ahora, el cambio climático amenaza con provocar el colapso del sistema de circulación atlántico y, contrario a lo que se espera en líneas generales del calentamiento global, provocar un enfriamiento del clima en Europa. Un nuevo estudio de la Universidad de Copenhague publicado este verano hasta le ha puesto fecha probable al colapso: 2057.
Pero la investigación de Susanne Ditlevsen, matemática de la universidad danesa, y su hermano Peter Ditlevsen, físico climático del instituto Niels Bohr, esconde muchos otros detalles interesantes más allá de esta predicción.
¿Cómo funciona la AMOC?
En los trópicos, el agua del océano Atlántico (como la de cualquier otro mar) está más caliente y, en consecuencia, es menos densa y pesada. Las capas más superficiales del agua son desplazadas por el viento y las fuerzas provocadas por la rotación de la Tierra hacia latitudes más altas (tanto al norte como al sur). En su camino, el agua va perdiendo calor y suavizando el clima de las regiones cercanas. Llega un punto en el que el agua está tan fría y es tan densa que se hunde, pasando a formar parte de la sección profunda del sistema de la AMOC y viajando de vuelta hasta los trópicos por zonas lejanas a la superficie.
Esta sistema de circulación oceánica regula el clima de Europa, África y América (Madrid, por ejemplo, disfruta de temperaturas más suaves que las de Nueva York por la influencia de la corriente cálida del Golfo, aunque están a latitudes similares), pero también influye en las condiciones del Índico y el Pacífico. Además, contribuye no solo al transporte de energía, sino también de nutrientes y residuos. Pero volvamos a lo de que el cambio climático está frenando este sistema y podría acabar provocando su colapso.
El cambio climático y la AMOC
Hace ya varios años que la comunidad científica viene detectando señales de debilitamiento de la AMOC. De hecho, los últimos dos informes del IPCC (tanto el sexto informe de evaluación, AR6, como el reporte sobre la criosfera) recogen que las señales de cambios en la circulación atlántica son evidentes. No obstante, el organismo científico de la ONU, que resume todas las evidencias científicas al respecto, emite un diagnóstico prudente y señala que no existen datos suficientes para cuantificar la magnitud del debilitamiento.
El principal problema es que el deshielo provoca que haya más agua dulce en las capas superficiales del océano Ártico. Aunque está fría, como no tiene sal, esta agua es menos densa que la que trae la corriente de los trópicos, por lo que se hunde peor y ralentiza el sistema. Determinar el impacto concreto del deshielo y medir la cantidad de agua dulce que está entrando en el sistema es muy complicado.
«Hemos detectado señales de alerta temprana, medidas estadísticas como la pérdida de resiliencia y la desaceleración crítica. El sistema está perdiendo su estabilidad, volviéndose más variable y menos capaz de recuperar el equilibrio tras una perturbación», explica Susanne Ditlevsen. «Pero solo disponemos de mediciones indirectas de un sistema extremadamente complejo que solo entendemos en parte. Es decir, la incertidumbre sigue siendo alta».
«El informe del IPCC de 2022 afirma que es muy probable que el AMOC se debilite en el siglo XXI y que tenemos una confianza moderada en que no colapsará. Este artículo cuestiona aún más una confianza que ya era moderada en el informe del IPCC de 2022», señala Didier Swingedouw, investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS) y coautor del sexto informe de evaluación (AR6) del IPCC.
Las consecuencias del colapso de la circulación del Atlántico
La incertidumbre puede ser alta, pero el estudio de los científicos daneses es el primero en poner fecha al colapso de la AMOC. Utilizando herramientas estadísticas y datos de temperatura oceánica de los últimos 150 años, los investigadores calcularon que la AMOC colapsará en algún momento entre 2025 y 2095, con un 95% de probabilidades. La fecha más probable de todas es dentro de 34 años, en 2057. Es el primer estudio que predice el colapso para este mismo siglo, por lo que el revuelo generado en la comunidad científica ha sido importante y no han faltado las voces críticas.
«Creemos que nuestras predicciones, en general, son sólidas. Pero es cierto que la incertidumbre alrededor del momento exacto de este posible colapso es muy alta», añade Susanne Ditlevsen. «Lo que sí creemos es que la probabilidad de que se produzca un colapso en este siglo es mucho mayor de lo que se había modelado anteriormente». La AMOC lleva funcionando de forma más o menos similar unos 12.000 años. Su colapso podría provocar, entre otras cosas, un descenso en las temperaturas medias en Europa de entre 5 °C y 10 °C. Aunque de nuevo tenemos que tener en cuenta la incertidumbre.
«Es difícil decir algo con seguridad sobre las implicaciones exactas en lugares concretos. Solo podemos ver lo que nos dicen los modelos», señala Ditlevsen. «Aun así, está claro que las implicaciones serían enormes, con cambios en las temperaturas, en los patrones de precipitación, en el nivel del mar o en la formación de tormentas. Además, nuestras civilizaciones se han levantado sobre el clima que tenemos hoy. Va a ser muy difícil adaptarse con rapidez a un cambio abrupto en el clima».
Más allá de los cambios que puedan llegar dentro de 30, 50 o 100 años, las sociedades humanas ya están lidiando con los efectos del calentamiento global en el presente. Las olas de calor severas, prolongadas y fuera de las épocas en la que son habituales, las sequías extremas y las lluvias torrenciales o los incendios devastadores de los últimos meses son buena prueba de ello. Ese es el mundo al que nos tenemos que adaptar. Pero si queremos evitar los peores efectos del cambio climático (y también el frenazo del océano Atlántico), el camino está claro.
«Estamos a tiempo de evitar el colapso de la AMOC, pero necesitamos medidas firmes para reducir las emisiones», concluye Susanne Ditlevsen. «Es urgente».