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Ann Pettifor (Sudáfrica, 1947) presume de haber anunciado el crash financiero en su libro La próxima crisis mundial de la deuda (2006) mientras sus camaradas en la profesión se mofaban de su análisis. Dos años después, en los albores de la crisis, junto a un grupo de economistas y algunos políticos del movimiento verde, inició la redacción de un proyecto pionero a la hora de transformar el sistema capitalista y proteger el ecosistema ambiental. Se trataba del Green New Deal. Ahora, esta pensadora ha tomado dicho nombre para publicar un breve manifiesto publicado por Verso donde pronostica una crisis similar, pero ecológica, y demanda que la economía deje de depender de los combustibles fósiles, y que se reforme el sistema financiero internacional.
¿Es el keynesianismo verde una solución a largo plazo? Probablemente no. Ahora bien, no cabe ninguna duda de que este debate, que en Estados Unidos encabeza la joven congresista Alexandria Ocasio-Cortez, puede servir para revertir la enorme derrota política de las fuerzas progresistas y poner sobre la mesa propuestas económicas que contribuyan a erosionar la hegemonía del pensamiento neoliberal, basado en la política monetaria expansiva (Quantitative easing) y la política fiscal contractiva (austeridad), como señala Pettifor.
Esta entrevista se desarrolla en Turín durante el simposio Our Data, Our Future: Radical Tech for a Democratic Digital Society, organizado por DECODE y curado por Francesca Bria y Evgeny Morozov.
El debate político sobre el Green New Deal ha llegado a España como una colaboración entre Gramsci y Ocasio-Cortez. También lo han hecho las críticas, algunas más contundentes que otras. Por otro lado, las corrientes ecologistas ha tenido una voz importante durante los últimos años en la esfera política. ¿Cómo defendería usted esta agenda?
Durante muchos años, el movimiento verde ha propuesto abordar el cambio climático mediante el cambio de comportamiento de los individuos y también de la sociedad. El reciclaje ha sido una de las formas principales de afrontarlo. Pero el Green New Deal es una propuesta radicalmente diferente. Busca un cambio estructural de la economía. Y las bases de este cambio estructural, en mi opinión, pasan por combatir a un sector, el financiero, que además está muy mal regulado. En Inglaterra decimos que tiene un spigot (grifo) –a tap, en Estados Unidos- en torno al crédito.
Esto significa que el sistema requiere de introducir una enorme cantidad de crédito en la economía sin preguntar de dónde sale ese dinero. Pero también de endeudamiento y del establecimiento de un sistema de precios. Así es que hemos acabado con una economía que ha entregado a cada persona una tarjeta de crédito para que acuda al mercado y espolee el consumo. Ello también ha llevado aparejado un aumento de la producción de bienes y por tanto de emisiones. Para acabar con la crisis ecológica de nada sirve hablar del consumo, las emisiones o las finanzas si permitimos que tanto dinero se pierda en el sector financiero, en lugar de en la economía real.
Es este símbolo el que debemos de atacar. Comparto la visión que expresaba Bill McKibben en un artículo reciente publicado en New Yorker: el dinero es el oxígeno que hace arder el fuego del calentamiento global. McKibben mencionaba un ejemplo bastante claro. En los tres años transcurridos desde el final de las conversaciones sobre el clima de París [la llamada COP 21], JP Morgan Chase gastó 196.000 millones de dólares en financiar la industria de los combustibles fósiles. Este enorme fondo prestó dinero a empresas para que perforaran las aguas ultra profundas o extrajeran petróleo del Ártico. Si no conseguimos parar esto, no podremos frenar las emisiones. Estas son las principales diferencias en el enfoque entre las soluciones al cambio climático de antaño y las actuales.
Usted habla de la responsabilidad de la finanzas en el cambio climático, pero los fondos de pensiones y otros inversores (en Suecia, por ejemplo) también están usando su músculo financiero para invertir en combatir el cambio climático. Apple incluso ha recaudado 2.000 millones en bonos verdes. ¿Qué responsabilidad juega entonces el Estado?
Tenemos que pensar en formas de gestionar -no me gusta la palabra controlar- el sistema. Tim Cook, el CEO de Apple, no permite que su compañía sea gestionada por los grandes fondos en los que se apoya su actividad, sino que es él mismo quien gestiona la empresa. Creo que el Estado debe encargarse de gestionar el flujo del crédito. Este es tan importante como los sistemas monetarios o los bonos verdes.
Uno de mis trabajos recientes trata de plantear qué pueden hacer los bancos centrales. Al fin y al cabo, te guste o no, son una institución pública que depende de un Gobierno o de un Estado para existir. Pero también de los contribuyentes. En Reino Unido tenemos 30 millones de contribuyentes y en España la cifra debe ser similar. En Estados Unidos tienen 140 millones. Vemos entonces que una zona geográfica se mide por el número de contribuyentes. Y si sumas a Alemania, Francia, España, Italia y Portugal observamos también que la zona euro es un espacio poderoso. En cambio, si vas a Malawi, no tienen instituciones públicas, ni organismos monetarios porque no han podido invertir en ellos. Por ende, su moneda tiene poco valor y es el dólar la referencia monetaria que manda debido a los contribuyentes que las respaldan, las instituciones creadas en torno a este y el sistema americano que lo sostiene.
Esto me lleva a afirmar que el sistema monetario puede ser una gran herramienta civilizatoria y de desarrollo, pero ha sido capturado por el 1%. Necesitamos recuperarlo de alguna forma y recordar que los grandes fondos de inversión y gestores de activos como BlackRock toman decisiones sobre decenas de miles de millones de dólares y que esos son nuestros ahorros. Es cierto que necesitan un lugar seguro donde poner el dinero. Por eso mismo compran deuda pública: porque es una institución pública sostenida por contribuyentes. Pero también deben existir una serie de límites. Por ejemplo, aceptar solamente activos verdes a cambio de entregar liquidez.
Pero el proyecto neoliberal restringe la capacidad de actuación de los Estados. Por ejemplo, en países como España el nivel de la deuda es igual al del PIB y las finanzas públicas se someten a una calificación constante
Las instituciones públicas tienen herramientas poderosas para influir en el sector privado. Tenemos que entender, además, que este no es tan privado, ni tan favorable al libre mercado como predica. Debemos comprender aquello que el sector financiero denomina apalancamiento [el uso de dinero prestado, o deuda, para financiar la compra de activos] e imponer condiciones antes de permitir que se beneficien del dinero de los bancos centrales, de su liquidez, o de sus reservas.
Por otro lado, el público tiene que entender que son ellos quienes mantienen este sistema en funcionamiento. Sin esos contribuyentes, los gobiernos no pueden pedir prestado o mantener el valor de sus monedas en el sistema internacional. Como contribuyentes tenemos que entender que tenemos poder y que estas grandes instituciones públicas benefician a grandes fondos sin que les digamos nada. Hemos de afirmar: ustedes no pueden destrozar nuestras economías evadiendo dinero, evitando pagar impuestos o desplazando su rentabilidad hacia el extranjero. Durante años, los políticos han sido cobardes en este aspecto. Pero si queremos afrontar el cambio climático, respetar los sistemas naturales (la provisión de agua, los bosques, el hielo) o mantener los límites planetarios y vivir dentro de ellos, tenemos que invertir en grandes transformaciones de la economía.
Hay algunos debates como, por ejemplo, en Alemania, donde han encarado esas transformaciones mediante reformas impositivas. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Tenemos que sacar a la gente de los coches y los aeropuertos, es decir, aprender a movernos sin usar petróleo y encontrar nuevas alternativas de movilidad. Pero nunca vamos a lograr financiar esa transición mediante impuestos. Los organismos públicos no se pueden embarcar en proyectos de esa magnitud solamente consiguiendo más dinero mediante impuestos. Los impuestos son una consecuencia de las inversiones públicas y privadas, no una fuente de financiación en sí misma.
Reino Unido no rescató a los bancos mediante impuestos, sino invirtiendo 100 billones de libras de una tacada. ¡Utilizó el sistema de crédito! Para mí, lo que tiene que pasar, es que el Estado invierta en alternativas energéticas, de transporte y en formas distintas de emplear la tierra. El sector privado es muy temeroso, no quiere tomar esos riesgos. Solo el Estado puede hacerlo. Como dice [Mariana] Mazzucato, en lo que respecta a los grandes retos de innovación, el Estado es un león salvaje y el sector privado un ratón tímido. En Reino Unido estamos construyendo una enorme infraestructura de trenes y gastando miles de millones en una nueva línea porque el Estado se ha comprometido a dicho cometido. No vas a ver una empresa privada adelantando ese dinero.
El Estado tiene que dar una alternativa. De lo contrario seguirán surgiendo fenómenos como el de los chalecos amarillos en Francia. Estan protestando de manera legitima. Los datos nos muestran que el 10% de la población mundial es responsable del 70 % de las emisiones contaminantes. Cuando ponemos impuestos a todo el mundo no estamos siendo proporcionales o poniendo límites a quienes de verdad contaminan, sino al resto. Los chalecos amarillos están en lo cierto: los impuestos adjudican la responsabilidad de atajar el cambio climático en las personas inocentes.
¿El Estado debe limitarse a gestionar las inversiones o debe tomar decisiones más radicales? Antes de la entrevista, usted estaba repasando La Gran Transformación para redactar un artículo. Polanyi argumenta que tanto la tierra como el resto de los factores de producción han sido mercantilizados para aumentar los beneficios del capital. ¿Se imagina formas de bloquear esos procesos? Me refiero a nacionalizaciones, por ejemplo
Creo que es muy importante pensar en estrategias para que el sector público y el Estado tomen la iniciativa. Eso implica nacionalizar, encargarse de que la tierra se encuentre en manos públicas, recolectar datos de los ciudadanos y gestionar dinero en el interés público. También propongo cerrar las compañías de petróleo. Ahora bien, los gobiernos creen que hacer todo esto es caro y lo desechan de sus programas porque consideran que cuesta mucho dinero, aunque solo sea por compensar a los accionistas, quienes, además, controlan los fondos de pensiones. La gente trabajando en esas industrias tiene que recibir una nueva formación para desarrollar sus habilidades en nuevos sectores más sostenibles. Eso tiene que ocurrir de manera justa, lo cual también debe obligarnos a pensar en formas distintas de organizar el trabajo. Cuesta dinero, sí, pero el Estado tiene que operar de esta manera.
Para mí, el ejemplo ideal se puede remontar hasta el alcalde izquierdista que tenía Londres en el año 2000, Ken Livingstone. Puede que tú no lo recuerdes, pero quería reducir las emisiones e introducir un impuesto a los coches que circulaban por el centro de la ciudad. Cometió un suicidio político, pero estaba determinado a hacerlo. El mismo día que lo hizo puso 300 nuevos autobuses en circulación en las carreteras. La gente podía dejar su coche en casa, subirse a un autobús público y llegar al trabajo de manera rápida. Necesitamos pensar en nuevas formas de movilidad.
SoftBank ha invertido 110 millones de dólares en una startup de energía renovable suiza que utiliza un sistema similar a la de las plantas hidroeléctricas para almacenar energía de fuentes solares y eólicas, no fósiles. Por otro lado, este fondo es el principal accionista de Uber, una plataforma que trata de reconfigurar el futuro del transporte en las ciudades para incrementar la rentabilidad del capital financiero. ¿Puede el Estado utilizar la tecnología para pensar en alternativas?
Si quiero un Green New Deal es para acabar con Silicon Valley (Big Tech) y Wall Street (Big Money). El concepto de comunidad ha sido capturado: Mark Zuckerberg decide cómo nos organizamos y Uber controla los comunes a través de los coches, captura los barrios. Esto no es capitalismo. Esto es algo más parasitario. Existe una arquitectura económica no tangible, invisible, que beneficia a quienes viven en la planta de arriba.
Las grandes plataformas que describes se han beneficiado de la movilidad del capital para crear compañías globales. Por supuesto, estas se enfrentan de manera salvaje a la regulación por parte del Estado. Nos soy una gran experta en tecnología, pero sé que las instituciones públicas tienen que tomar decisiones y decir “si tu quieres entrar en mi país, desarrollar tu actividad y ganar dinero, entonces queremos los datos que estás recolectando para tomar medidas en favor del interés público”.
Los datos son una nueva forma de dinero. Las compañías tecnológicas están monetizando nuestras personalidades. [El capital] no se conforma con monetizar la tierra, monetizar el trabajo, monetizar el suelo. También necesita monetizar nuestras características personales. Nosotras, las personas, podemos decir colectivamente que no. Debemos de saber que tenemos ese poder. Actuar es posible, lo ha hecho el Gobierno chino creando plataformas domésticas y utilizándolas para sus propios intereses. Lo contrario es depender de compañías estadounidenses, que sirven para avanzar en planes imperiales. Para mí, la lucha también es contra el imperialismo. Del mismo modo en que el Estado se relaciona con Wall Street se relaciona con Silicon Valley. Las leyes estadounidenses han ayudado a estos enormes conglomerados empresariales a recolectar datos y colonizar el resto del mundo.
No podemos tolerarlo, nos están despojando de activos que crecen en Europa. Y es nuestra culpa. Hemos aceptado la movilidad del capital, que pueden desplazar cantidades ingentes de ingresos a otros países y no pagar un solo impuesto. Yo vivo en el sur de Inglaterra y el Gobierno tenía la propiedad de la empresa energética encargada de proveer ese servicio. Ahora está controlada por una empresa china y hace un beneficio de 158 millones de libras cada año. Y ese dinero se va directo hacia China. Es nuestro dinero.
Tenemos que entender que no podemos poner impuestos porque hemos aceptado la movilidad de capitales, que no podemos cambiar la forma en que operan estas empresas ni mucho menos cambiar su comportamiento porque son así. Y que es culpa de nuestros gobiernos por haber permitido que una ley establezca que el capital puede ser móvil. ¿Pueden los inmigrantes entrar en nuestras fronteras? No, pero los pollos clorados lo podrán hacer mediante acuerdos comerciales. La izquierda ha perdido el debate cuando ha permitido que la sociedad crea que los inmigrantes son tóxicos, y no las mercancías que entran por nuestras fronteras.
En cambio, usted ve una alternativa posible e incluso una ventana de oportunidad en las protestas contra el calentamiento global que protagonizan jóvenes como Greta Thunberg
Cuando ocurrió la última crisis, las fuerzas progresistas a la izquierda del espectro político no estaban preparadas para ello. No sabían qué ocurría, cómo, ni por qué. Por ese motivo, el sistema se consolidó aún más. Ahora vamos a vivir otra crisis financiera. No lo digo yo, lo dice el Fondo Monetario Internacional (FMI). El sistema financiero global es muy inestable, se encuentra constantemente sometido a turbulencias que le hacen entrar en crisis. Aunque aún no sabemos cuál será el suceso que la desencadene, parece seguro pensar que va a ocurrir otra crisis.
Por otro lado, tenemos una crisis ambiental enorme que puede explotar en cualquier momento. Podemos vernos afectados por otro huracán Sandy o vivir situaciones como que ciudades al estilo de Delhi, o incluso Londres, se queden sin agua. También pueden ocurrir grandes catástrofes. Imagínate que arde Silicon Valley, es decir, California. La semana pasada ya tuvieron que cortar la corriente eléctrica. Las plataformas tecnológicas tienen un enorme gasto en energía…
En tercer lugar, podemos tener una guerra. A veces, esto da lugar a líderes fascistas que representan la necesidad de protección de la población. Lo que se ha dado en llamar ‘hombres fuertes’. En otras ocasiones, como en Santiago, salen a la calle gritando que ya han tenido suficiente neoliberalismo. Y tenemos que tener cuidado de que no giren a la derecha a por protección, sino a la izquierda. La izquierda tiene que tener un plan. Y a mi entender en Chile no lo tienen. No hay una Constitución alternativa a la neoliberal. Quiero que estemos preparados para cuando ocurra una crisis climática, financiera o militar para poder ganar. [Hasta en España] podemos ver que la izquierda se está dividiendo y la derecha se está juntando.
¿Reino Unido se encuentra en una situación distinta?
Es el lugar donde más esperanza hay, pero en diciembre todo eso puede desaparecer. Aunque también es cierto que, si conseguimos un gobierno progresista, la comunidad internacional puede seguir nuestra estela. El Brexit es un fenómeno similar al de los chalecos amarillos, o a lo ocurrido en Bagdad, Líbano, Chile y Quito. Se trata de una protesta contra las elites dominantes porque han permitido que el sector financiero controle cada instante de nuestra vida. Y, como Polanyi mostró, eso aniquila la humanidad y también los ecosistemas. Necesitamos líderes fuertes para forzar una alternativa al sistema. Y el Green New Deal es una idea estratégica en esa dirección.