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La Tierra se dirige a una nueva Edad de Hielo. O, al menos, se dirigía. Hace algo menos de un siglo, la comunidad científica estaba de acuerdo en que el Holoceno, la época de clima estable en la que el Homo sapiens había prosperado durante los últimos 12.000 años, acabaría antes o después en forma de planeta helado. Todavía no se sabía que el mismo ser humano había trastocado sin remedio el destino geológico de la Tierra.
A partir de la década de 1970, el cambio climático empezó a ser evidente. Pero en lugar de hacer más frío, hacía cada vez más calor. El poder de efecto invernadero de gases como el CO2 o el metano ya era más que conocido y los termómetros no dejaban de subir. La realidad parecía no dejar lugar a dudas: el ser humano estaba alterando el clima del planeta mediante la quema de combustibles fósiles. La nueva Edad de Hielo se derretía ante nuestros ojos.
En los últimos 50 años, la temperatura media global ha subido cerca de un grado Celsius, cambiando los patrones climáticos terrestres. Hemos alterado buena parte de los ciclos químicos del planeta y hemos causado una pérdida de biodiversidad animal y vegetal sin precedentes. Tanto hemos cambiado la Tierra, que hay quien dice que hemos abandonado el Holoceno para entrar en el Antropoceno: la época de los seres humanos. Pero, ¿qué opina la ciencia al respecto?
Las fronteras geológicas de la Tierra
El término Antropoceno empezó a popularizarse desde que lo usó el Nobel de química Paul Crutzen en el año 2000. Sin embargo, las edades de la Tierra no pertenecen a su ámbito de la ciencia, sino a otro diferente: la geología. Es la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS, por sus siglas en inglés) la que decide, a través de un proceso largo y complejo, qué eones, eras, periodos y épocas existen en la historia de nuestro planeta.
Cada una de las fronteras entre las diferentes divisiones del tiempo geológico terrestre deben estar claramente delimitadas y deben percibirse en los estratos (las capas del suelo). En ellas debe haber un cambio evidente, algo que se haya producido a nivel planetario y en un periodo más o menos corto de tiempo. Por ejemplo, los restos de iridio del meteorito que acabó con la vida de los dinosaurios se esparcieron por todo el globo.
“Existen varias señales claras del Antropoceno en las capas de sedimentos recientes”, explica Colin Waters, presidente del Grupo de Trabajo del Antropoceno, de la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario de la ICS. Su trabajo es el de recabar información para que se pueda justificar científicamente el establecimiento de una nueva época geológica. Es decir, reúnen pruebas para saber si el Antropoceno es oficial o no.
“Cuando identificamos una frontera geológica estamos identificando cambios específicos en los estratos que ocurrieron a nivel planetario en poco tiempo. A partir de los años 50 del siglo XX, podemos ver señales claras y globales de las acciones humanas: restos de la actividad nuclear, quema de combustibles fósiles, microplásticos en los sedimentos, pesticidas y fertilizantes, etc.”, señala Waters.
“En los últimos 20 años se ha publicado mucho al respecto del Antropoceno y el consenso mayoritario está, ahora mismo, en dibujar una frontera en 1950. La geología ha demostrado que tanto historiadores como científicos ambientales, que ya habían percibido el cambio con anterioridad, tenían razón”, añade. “Lo hemos visto escrito en el suelo”. Y, sin embargo, formalmente todavía no estamos en el Antropoceno.
El problema de aceptar que lo hemos cambiado todo
En los acantilados de la playa de Itzurun, en Zumaia (Guipúzcoa), se pueden ver las huellas de millones de años de historia terrestre. Entre todos los estratos visibles desde la playa, hay dos especialmente valiosos. Marcan claramente los límites Daniense/Selandiense (hace 61 millones de años) y Selandiense/Thanetiense (hace 58,7 millones de años) en el Paleoceno, una época anterior a la nuestra. Ambos límites están señalados con un clavo dorado.
Otros clavos como estos están repartidos por todo el mundo señalando puntos en los que puede verse, de forma clara y accesible, el salto de un tiempo geológico a otro. El Antropoceno también necesita uno, y el grupo de trabajo que dirige Colin Waters lo está buscando. Para ello, han seleccionado 12 localizaciones en diferentes puntos del planeta en las que existen señales biológicas, geoquímicas o de nuevos materiales (como plásticos) de que hemos entrado en una nueva época.
“Tenemos dos puntos en el mar, uno en Japón y otro en el Báltico, tres en lagos, dos en América del Norte y otro en China, un depósito de turba en Polonia, un testigo de hielo en la Antártida, una cueva en Italia, dos barreras de coral, la australiana y otra en el golfo de México…”, relata Waters.
Las señales que se buscan, y que se relacionan habitualmente con el Antropoceno, son cambios en el ciclo de nitrógeno, alteraciones en los procesos de sedimentación de los ríos, señales del impacto de la minería o la agricultura a gran escala, presencia de contaminantes químicos y orgánicos, restos de microplásticos y, claro, señales del aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera.
El trabajo ya está en marcha y debería estar concluido, revisado y publicado a mediados del año que viene. Hacia finales de 2022, el Grupo de Trabajo decidirá mediante votación cuáles de los lugares reúne más papeletas para ser elegido como clavo dorado del Antropoceno. Después, el caso será analizado por la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario (que votará) y la Comisión Internacional de Estratigrafía (que también votará).
En cada una de las votaciones, la mayoría debe superar el 60 % para que el proceso continúe. En 2024 habrá ya una decisión definitiva, aunque la Unión Internacional de Ciencias Geológicas tendrá todavía la última palabra. “Es un proceso que está generando mucha controversia. Hay mucha gente que está haciendo comentarios públicos sin ni siquiera haber visto los datos”, señala Colin Waters.
Entre los argumentos contrarios a la idea del Antropoceno, destacan su corta duración (apenas tendría 70 años y esto es muy difícil de estudiar desde el punto de vista geológico), la necesidad de observarlo desde una perspectiva de un futuro lejano (tal como se ha hecho con el resto de fronteras geológicas) o la posibilidad de que, dentro de 50 años, abandonemos la vía de la destrucción del planeta y revirtamos nuestros impactos.
“Puede que el cambio haya sido breve en el tiempo, pero su magnitud, su escala y su rapidez hacen imposible que sea reversible. Es decir, es difícil pensar que no quedará un registro geológico de toda nuestra actividad reciente”, reflexiona Waters. “Los efectos de las concentraciones de CO2 actuales se notarán durante muchos siglos. Además, hay otras señales de nuestro impacto, como la pérdida de biodiversidad, el crecimiento de las poblaciones de las especies que nos son útiles como las ganaderas o la degradación del suelo”.
Para el geólogo, la idea de que podemos volver al clima y al medioambiente característicos del Holoceno no es realista. “No sabemos qué va a pasar en el futuro, pero no vamos a volver al Holoceno. Si desde el futuro observásemos la geología del Antropoceno, no tengo dudas de que las rocas mostrarían una frontera clara con el Holoceno, un cambio radical, rápido y global”, concluye.
“Muchos de los argumentos contra el Antropoceno son más políticos que científicos. Buscan minimizar el debate porque así minimizan también nuestra responsabilidad. Los datos dicen otra cosa: en dos o tres generaciones lo hemos cambiado todo y el cambio no solo sigue sucediendo, sino que se está acelerando”, añade. “Si lo llamamos Antropoceno, aceptamos que los seres humanos estamos afectando al planeta de forma significativa. Si no, podremos mirar para otro lado y pensar que no es para tanto”.
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