Etiquetas:
Entrevista con Bill McKibben, activista por el clima, publicada originalmente en septiembre de 2017 en el número 52 de la revista La Marea
Si alguien se merece el título de padre del movimiento climático, ese es sin duda Bill McKibben (Palo Alto, California, 1960). Desde que en 1989 escribió el primer libro sobre el calentamiento global para el público en general (El fin de la naturaleza), McKibben ha pasado de ser uno de los mejores periodistas medioambientales de EEUU a uno de los líderes más reconocidos de la lucha contra el cambio climático.
En 2008 fundó 350.org, organización que está detrás de algunas de las mayores movilizaciones políticas jamás registradas a escala global y que ha organizado manifestaciones en todos los países del mundo excepto Corea del Norte. Ha sido nombrado entre las personas más influyentes del planeta por medios como la cadena de televisión MSN o las revistas Time y Foreign Policy. Entre los múltiples premios que ha recibido se encuentra el Right Livelihood Award de 2014, también conocido como «el Nobel alternativo». Actualmente es consejero de 350.org, además de continuar con su actividad periodística.
Bill McKibben habla por teléfono con La Marea desde su casa de Vermont de la situación actual del movimiento que él ayudó a crear.
No tenía intención de preguntarle sobre eventos meteorológicos concretos, pero la llegada del huracán Harvey a Texas me obliga a cambiar de idea. ¿Qué tiene esta tormenta de especial?
Es un ejemplo perfecto de cómo el cambio climático afecta las vidas de la gente. Harvey ha reveladouna vez más que el cambio climático ataca primero a los más pobres y vulnerables. Ha puesto de manifiesto, de nuevo, los niveles de desigualdad que hay en Estados Unidos, y también en otros países. Pero además, este huracán revela la escala del desastre que tenemos entre manos. Se habla del cambio climático como algo que va a ocurrir en el futuro, como si fuera una amenaza que viene. Pero, de hecho, ya está pasando. Los científicos no tienen ninguna duda de que la tormenta de Houston es el evento de precipitación más extremo de la historia de Estados Unidos. Está más allá de cualquier cosa que hayamos visto antes en este país. Hablamos de tormentas del siglo. Houston ha experimentado, tres años seguidos, tormentas de las que debería haber una cada 500 años. Esto significa que nuestro sistema climático está enfermo, y esto no ha hecho más que empezar. Por ahora, solo hemos elevado la temperatura del planeta algo más de 1ºC, y estamos de camino a elevarla 4ºC. Si tan solo un grado provoca esto, piensa lo que nos espera.
Hemos abierto esta entrevista hablando de Texas, pero también hay inundaciones devastadoras en India, sequías en África… ¿Cómo podemos hacer entender que este es un fenómeno global?
No lo llamamos calentamiento global por capricho. Mi esperanza es que se entienda que la lucha también debe ser global. Cuando creamos 350.org, conseguimos que la gente saliese a la calle en 181 países, en lo que CNN llamó la acción política más extendida de la historia. Además, es un fenómeno que, como decía, afecta antes y más gravemente a los más pobres. Hay una relación casi inversamente proporcional entre la responsabilidad en las causas del problema y la vulnerabilidad ante sus consecuencias. En ese sentido, Harvey es una excepción, porque ha afectado a la mayor refinería de petróleo de Estados Unidos y a las oficinas centrales de la industria de los combustibles fósiles. Normalmente, es la gente que vive más lejos de los centros de poder la que sufre los peores efectos. Pero el hecho de que hayamos sido testigos de las devastadoras inundaciones del subcontinente indio, o en Yemen, al mismo tiempo que en Houston, es una indicación de lo frecuentes que son estos eventos. Continuamente, en alguna parte del mundo, se bate algún tipo de récord perverso: la temperatura más alta, el viento más fuerte, la sequía más larga.
¿Cómo está adaptando su discurso la industria de los combustibles fósiles a un mundo cada vez más preocupado por el cambio climático?
La industria, como sabemos ahora, ha estado luchando incesantemente para asegurarse de que la verdad sobre el cambio climático no llegase a la conciencia pública. Su objetivo, como siempre, es crear una cierta duda y conseguir que las acciones sean pequeñas, aisladas y localizadas. Así se aseguran de que el modelo de negocio y la propia industria de los combustibles fósiles no se ven amenazados. Esto es algo que cada vez es más difícil, porque ¿cómo escondes 1.270 milímetros de lluvia? En cualquier caso, su poder real es que controlan nuestro sistema político. Son los actores más importantes del sistema de toma de decisiones en Estados Unidos, y en cierto modo, en todo el mundo. Gente como los hermanos Koch, magnates del petróleo y el gas, son capaces de retorcerle el brazo a nuestro sistema político, y, a su vez, este le retuerce el brazo al resto del mundo. Mira lo que está pasando con el acuerdo de París…
Hasta el año pasado, parecía que el movimiento climático estaba avanzando. La firma, precisamente, del Acuerdo de París, la prohibición de perforar el Ártico, la cancelación de los gasoductos Keystone XL y Dakota Access, hacían pensar que se estaba ganando la batalla, pero la llegada de Donald Trump ha dado la vuelta a todo. ¿Estamos viviendo una decepción como la de la Cumbre de Copenhague en 2009?
Creo que las cosas han cambiado desde Copenhague. Hay dos factores que me dan bastante esperanza. Uno es que ahora tenemos un auténtico movimiento, que entonces no teníamos. Ahora tenemos capacidad para enfrentarnos a todas estas decepciones. Tenemos mucha fuerza para luchar, y, hasta cierto punto, ganar. Hay mucha gente enfrentándose a la industria de los combustibles fósiles a todos los niveles, y eso les está poniendo las cosas difíciles. Lo segundo que ha cambiado desde Copenhague es que los ingenieros han hecho un buen trabajo. El precio de los paneles solares sigue cayendo en picado y está presionando al sistema de los combustibles fósiles desde el otro lado también. No obstante, han pasado diez años, y el cambio climático ha progresado más rápido de lo que los científicos más pesimistas pensaban en ese momento. Los ánimos del movimiento no están tan mal como en Copenhague, pero el problema es mucho más urgente, y nuestras oportunidades son cada vez más pequeñas.
El movimiento ha cambiado mucho desde que usted se pasó al activismo. ¿De qué momento se siente más orgulloso?
No es orgullo, sino esperanza. Lo que me ilusiona es que ahora hay un movimiento enorme, amplio, que incluye a gente en todo el mundo. Durante muchos años, a la gente que se preocupaba por el cambio climático solo le quedaba la opción de actuar de manera individual. Cambia las bombillas de tu casa. Pon paneles solares en tu tejado. Y no es que crea que eso esté mal. Mi tejado está lleno de paneles solares. No obstante, me digo a mí mismo que esa no es la manera de resolver el problema, porque de hecho no lo es. Estamos en una fase en la que hay que actuar de forma conjunta. Hay que tomar acción política. Hay que cambiar las normas básicas si queremos tener la más mínima oportunidad de enfrentarnos al cambio climático. Lo que más me ha maravillado es ver cómo la gente se ha dado cuenta de eso y ha empezado a formar movimientos. Hemos visto a decenas de miles dispuestos a ir a prisión, y a millones dispuestos a manifestarse. Eso es lo que debe ser decisivo, y espero que el impulso que tenemos ahora no se pierda, y el movimiento siga creciendo.
¿Debe el movimiento climático tener naturaleza revolucionaria?
Debe ser revolucionario al menos en algunos sentidos. Tenemos que derribar la concentración de poder, tanto político como poder en estado puro, porque mantiene el sistema atrincherado. Si pasamos a un modelo energético basado en las renovables ya habremos tomado un gran paso en este sentido. Y sí, habrá compañías que controlarán parte de la energía solar, pero no será como es ahora. La energía del sol es accesible, y gratis. El sol brilla en todas partes. No existirán los nodos de poder concentrado que tenemos ahora. No creo que todos los cambios sociales profundos que necesitamos en el mundo vayan a alcanzarse así, pero nos pondrá las cosas más fáciles.
¿Es optimista?
Intento con todas mis fuerzas no ser ni optimista ni pesimista. Me consume demasiada energía pensar en si soy optimista o no. Mi objetivo de todos los días es levantarme y causar los máximos problemas que pueda a los malos de la película. Ya veremos qué pasa. Soy optimista en cuanto al movimiento, y también en cuanto a la tecnología. Sin embargo, soy pesimista porque la ciencia del cambio climático cada vez nos da peores diagnósticos. Creo que lo mejor que podemos hacer es tratar de no preocuparnos más de lo necesario por el resultado final. En vez de eso, creo que lo importante es seguir trabajando lo más duro que podamos día a día.