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Copenhague es una ciudad en transición. Cualquiera que haya puesto un pie en la capital danesa en la última década lo percibe. Es una ciudad hecha para el peatón y el ciclista, con una red de transporte público eficiente y robusta y un sistema energético cada vez más renovable. Y los indicadores acompañan: las emisiones de CO2 per capita son un tercio de lo que eran hace 20 años, el consumo energético de los hogares ha caído un 10% gracias a la mayor eficiencia de los edificios y los niveles de partículas contaminantes en la ciudad se han desplomado.
La lista de datos positivos, tal como la recoge este informe de la London School of Economics sobre la ciudad, podría seguir todavía durante un buen rato. Copenhague es uno de los mejores ejemplos de la avanzadilla de la transición energética entre los países más ricos del planeta. Aun así, algo se ha interpuesto en su trayectoria verde. La capital danesa iba a ser neutral en carbono en 2025, pero para ello necesitaba un proyecto tecnológico de captura de carbono viable. Un proyecto que ha terminado fallando y de golpe siembra dudas sobre el enfoque danés, europeo y mundial de neutralidad de carbono y transición energética.
El plan fallido de Copenhague
En 2009, la cumbre del clima de la ONU, la COP 15, se celebró en Copenhague. Aquel encuentro de líderes climáticos pasó la historia como un gran fracaso, ya que terminó sin el acuerdo necesario para reemplazar el protocolo de Kyoto por un plan global para mitigar de forma efectiva el cambio climático (ese plan llegaría seis años más tarde con el Acuerdo de París). Sin embargo, aquel 2009, la capital danesa ya estaba dándole vueltas a una estrategia más local, pero que colocaría a la ciudad al frente de la transición energética global.
En 2012, tras muchos debates, la capital danesa pactaba una hoja de ruta para lograr que, en 2025, la ciudad fuese la primera capital del mundo en alcanzar la neutralidad de carbono. Básicamente, el plan pasaba por reducir al máximo sus emisiones de gases de efecto invernadero mediante renovables, eficiencia energética, transporte público limpio y gestión efectiva de los residuos. Calculaban que la reducción podría superar el 80%. El resto de las emisiones sería neutralizado por una instalación de captura y almacenamiento de carbono (CCS, por sus siglas en inglés) en la planta que convertiría los residuos urbanos en energía.
La planta, que por aquel entonces era solo un proyecto, acabó construyéndose: hoy gestiona la mayor parte de la basura de la ciudad y produce agua caliente y electricidad para cerca de 150.000 hogares. Sin embargo, la tecnología para el sistema que debía capturar el CO2 de la quema de los residuos no ha madurado lo suficiente. La planta, el Amager Resource Center, culpa a la falta de financiación y a los requisitos demasiado estrictos para conseguir subvenciones públicas. Pero lo cierto es que la situación es similar en todo el mundo.
La tecnología CCS está muy lejos todavía de lo que sería necesario si no se reducen de forma drástica las emisiones de gases de efecto invernadero. La captura de carbono le ha fallado a Copenhague y al resto de los países desarrollados que soñaban con encontrar un atajo en el laberinto de la transición ecológica. Y eso que llevamos más de 50 años poniéndola a prueba.
La captura de carbono no funciona (al menos, por ahora)
No lejos de Copenhague, a unos 600 kilómetros en dirección noroeste y en medio del mar del Norte, hay un gran depósito de CO2. Entre 16 y 20 millones de toneladas de este gas yacen bajo el agua, ocupando parte del espacio que antes estaba lleno de petróleo y metano. El combustible fósil que queda en el yacimiento de Sleipner es cada vez más escaso, así que Equinor, la petrolera estatal de Noruega que opera la explotación, lleva desde 1996 inyectando CO2 en el subsuelo, CO2 producido en su mayoría durante la propia explotación y el procesamiento del gas natural.
El de Sleipner es uno de los pocos casos de éxito de la tecnología de captura y almacenamiento de carbono (CCS) en el mundo. Y no es un decir: es realmente uno de los tres proyectos que pueden decirse que hayan funcionado hasta ahora. Tras analizar 13 grandes instalaciones de CCS en funcionamiento que suman alrededor del 55% de la capacidad de captura y almacenamiento de carbono del mundo, el Institute for Energy Economics and Financial Analysis (IEEFA) ha concluido que la tecnología no funciona y que los resultados de la mayoría de iniciativas están muy por debajo de lo esperado.
El informe también señala que, además, la gran mayoría de proyectos de almacenamiento, como sucede en Sleipner, son en realidad proyectos de recuperación mejorada de petróleo (EOR, por sus siglas en inglés). “Capturan el CO2, sobre todo, durante el procesamiento del gas natural y lo bombean de vuelta a los yacimientos para aumentar la presión y poder extraer más fácilmente los restos de petróleo y gas que quedan en él”, explica Bruce Robertson, uno de los autores del estudio de IEEFA.
“El 80% de las emisiones del gas y del petróleo se producen al quemarlo, no durante la producción, así que ya para empezar las tecnologías CCS solo se enfocan en un 20% de las emisiones totales. Además, la captura de carbono no es efectiva al 100% ni mucho menos y, además, los proyectos funcionan todos peor de lo esperado”, añade el analista. “Cuando analizamos los números en detalle, concluimos que los proyectos en funcionamiento solo acaban capturando menos de un 6% de las emisiones que producen”.
Por otro lado, siempre según el informe, buena parte del CO2 capturado sirve para explotar yacimientos de gas que contienen más CO2 y que están más alejados de la costa, yacimientos que hasta ahora no se habían contemplado porque era muy caro explotarlos (se necesita mucha más energía para ello). “Al final, el CCS está ayudando a las petroleras a justificar proyectos de explotación que generan muchas emisiones. Si analizamos en detalle las tecnologías CCS en uso en el mundo, vemos que al final son tecnologías que terminan por producir más emisiones, porque sirven para extraer más petróleo y más gas”, subraya Robertson.
A nivel global existen poco más de una veintena de instalaciones de captura y almacenamiento de carbono en uso. Según los datos de la industria, si tenemos en cuenta las que funcionan y las que están en desarrollo, a finales de 2021 había ya en marcha capacidad suficiente como para capturar y almacenar 100 millones de toneladas de CO2 al año (en condiciones óptimas que, según el informe de IEEFA, están lejos de cumplirse). Pero, cada año, las actividades humanas liberan más de 35.000 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Las cifras hablan por sí solas.
“La captura y almacenamiento de carbono se basa en tecnologías que están funcionando desde 1970. No es nada nuevo. La industria promete que va a funcionar, pero no funciona. Y hemos gastado mucho dinero en ello”, concluye Robertson. “Si seguimos apostando por la tecnología CCS es porque la industria petrolera sigue siendo muy poderosa y un gran grupo de presión político en todo el planeta. Sigue consiguiendo la mayoría de objetivos que se pone. Hoy por hoy, las tecnologías CCS son un gran problema para el clima”.
A pesar de todo, las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono siguen, como en el caso de Copenhague, muy presentes en los planes de descarbonización de la mayoría de países a medio y largo plazo. Incluso los últimos informes del panel intergubernamental del cambio climático (IPCC) han señalado que la drástica reducción de emisiones necesaria es complica en algunas industrias y que puede que la captura y almacenamiento de CO2 sean necesarios para alcanzar las cero emisiones a mediados de siglo.
El caso de Copenhague sirve para poner en perspectiva local una trayectoria global de promesas incumplidas. La alcaldesa de la ciudad, Sophie Hæstorp Andersen, asegura que, en algún momento de los próximos años, la capital danesa alcanzará igualmente la neutralidad climática. Lo consiga o no, la realidad ha vuelto a demostrar que no parece haber atajos ni soluciones mágicas para reducir las emisiones y mitigar el cambio climático.
Dinamarca es el país de Europa donde tenemos la naturaleza menos protegida, y la UE afirma que el 95% de las áreas naturales están en declive. Es por eso que estamos trabajando para poner la crisis de la naturaleza en la agenda política. Entre otras cosas, recorremos diferentes lugares de Dinamarca y documentamos el agotamiento del oxígeno y llevamos con nosotros lodos de fondo. Con esto, presentaremos la crisis submarina a los políticos de Christiansborg para que adopten un plan hídrico serio.
Las costas danesas ya no son reconocibles. La vida en nuestros fiordos, bahías y cinturones está siendo sofocada por los fertilizantes agrícolas intensivos. Y este año hemos visto una vez más un agotamiento extenso y devastador del oxígeno.
La UE se ha comprometido con el gobierno a elaborar un plan final de agua para recuperar la vida en nuestras aguas. El plan ya lleva un año de retraso y el borrador no es ambicioso y ni mucho menos puede corregir la bomba de nutrientes de la agricultura que contribuye a la muerte de los peces.
El área total afectada por el agotamiento de oxígeno en aguas danesas ha aumentado significativamente desde 2010. Un área del tamaño de Fionia y Falster combinadas se ve afectada por el agotamiento severo de oxígeno.
Imagina que todo Fionia y Falster están cubiertos con una sábana de cadáver sulfuroso y que todos los animales y plantas murieron. Habría una protesta si el desastre ocurriera en tierra. Pero debido a que tiene lugar por debajo del nivel del mar, no lo vemos y los ministros responsables evitan tratarlo.
Cada episodio de agotamiento de oxígeno es como un violento golpe intestinal contra el medio ambiente marino. No sabemos cuándo colapsarán los ecosistemas marinos cargándoles con grandes cantidades de nutrientes de la agricultura.
Nuestro mensaje a todos los partidos es claro y sencillo: no se puede llamar Partido Verde si no se está dispuesto a abordar la necesaria transformación de la agricultura en la próxima legislatura.
Significativamente menos vacas y cerdos son una parte inevitable de la solución tanto para lograr nuestros objetivos climáticos, garantizar un medio ambiente marino saludable y crear espacio para la naturaleza y la biodiversidad. Al convertir la agricultura en más alimentos verdes para las personas, podemos cocinar para más personas en menos espacio y liberar tierras agrícolas para que podamos volver a tener más naturaleza.
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