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Leemos y escuchamos en los últimos tiempos multitud de fórmulas que podrían dar la sensación de que nuestro gasto de energía vaya a ser menor en el futuro, lo que resolvería supuestamente la dramática situación de colapso de nuestro planeta.
Las fórmulas van desde el desarrollo sostenible o el crecimiento verde hasta un futuro ecológico o el famoso separar para reciclar y reutilizar. No por hacer campañas publicitarias o inventar frases facilonas se conseguirá el objetivo de reducir el gasto energético. Unos agrónomos recién graduados en Francia han afirmado que ningún desarrollo es sostenible, ni ninguno crecimiento es verde.
Comprar un kiwi ecológico mola, pero si es de Nueva Zelanda, no es muy sostenible, aunque sólo sea por los kilómetros que tiene que recorrer en buques altamente contaminantes. En cuanto a separar, reciclar y reutilizar, las empresas de reciclaje prácticamente ejercen un oligopolio; se aprovechan de nuestro esfuerzo haciéndonos separar los residuos en nuestra casa para actuar posteriormente sin apenas control. Las fuentes de energía renovable no nos van a proporcionar por sí solas la solución. Tenemos que cambiar drásticamente nuestro estilo de vida.
Hay grandes especialistas que nos advierten de no errar el verdadero objetivo (Antonio Turiel, Juan Bordera, Carlos Taibo, Rebelión Científica) y nos explican, además, cómo deberían funcionar las grandes infraestructuras. A mí me interesa concentrarme en lo que podemos hacer en nuestra vida diaria.
Transporte
Teniendo en cuenta que el coche es el artículo más deseado en la sociedad de consumo –de hecho, muchos tenemos amigos y vecinos con más de uno que quizá no necesitan realmente–, las alternativas tienen que ser muy atractivas si queremos reducir su uso. Alemania acaba de poner en marcha un abono mensual de transporte por 9 euros. Da igual las razones que originen las fórmulas nuevas, en el caso alemán quizá sea para no utilizar las fuentes de energía procedentes de Rusia. Lo importante es plantear y resolver la necesidad imperiosa de sustituir el uso del coche particular en las ciudades y no sólo por el planeta, sino por el bien de todos los seres vivos.
El necesario precio político del transporte público (autobús, metro, ferrocarril) es una tarifa asequible para todas las personas usuarias; aunque puede no cubrir el coste de prestación del servicio, no responde a las dinámicas del mercado. Por ejemplo, los pensionistas en Londres no tienen que pagar cuando usan el transporte colectivo. También se podría volver a implantar el uso de autocares de servicio discrecional para la recogida de los trabajadores en puntos urbanos estratégicos.
Luego hay una fórmula extremadamente ecológica y muy contrastada. ¿Qué tal si bajamos nuestro ritmo frenético de vida y empezamos a coger la bici o simplemente caminar? No hay que pagar gimnasio y nuestro cuerpo lo agradecerá.
La climatización del hogar
Hay pisos y casas de cierta antigüedad sin el aislamiento adecuado en paredes, ventanas y puertas. Se me ocurre que en vez de seguir inyectando dinero a las empresas petroleras o incluso de fuentes renovables, las respectivas administraciones deberían contemplar la conveniencia de subvencionar las tareas de acondicionamiento de viviendas y calderas. Me consta que el ahorro energético es considerable.
Desde hace muchos años venimos notando cómo se recurre con demasiada frecuencia al uso de los aparatos de aire acondicionado para soportar los calores extremos, más habituales e intensos por el cambio climático. Por otra parte, me parece un sinsentido instalar placas solares en nuestra vivienda para cargar coches eléctricos y aparatos de aire acondicionado. Parece que se nos han olvidado las viejas fórmulas de ventilar nuestro hogar cuando hace fresco, y cerrar puertas y ventanas cuando hace calor. Los toldos y persianas pueden ser grandes aliados y los ventiladores de techo, agua, eléctricos y los abanicos cumplen su función sin tener que consumir hasta morir.
Para el invierno, algún ministro sugirió bajar el termostato de la calefacción. Estaría bien saber qué piensan los moradores de la Cañada Real Galiana de su ocurrencia. Sin embargo, yo añado que el invierno es cuando llevamos jersey y calcetines, también dentro de casa. Parece obvio, pero no es la primera vez que alguna persona en casa pide ir en manga corta y descalza.
Electrodomésticos e higiene personal
Uno de los mejores inventos para el hogar –lo que quiere decir para la mujer, nos guste o no– es la lavadora. Bienvenida sea. Lavar a mano en tu propio hogar sustituyó lavar en el río, seguido de toda suerte de artilugios semiautomáticos, lavanderías y tintorerías. Pero me pregunto muchas veces si necesitamos tantos cachivaches. ¿De verdad hacen nuestra vida más cómoda o nos hacen más perezosos (además de requerir energía eléctrica)? La placa vitrocerámica se puso de moda para sustituir fuegos eléctricos o de gas y limpiarse con más facilidad, pero es un despropósito pretender que la vitrocerámica valga para todos los hogares. La función del microondas es principalmente calentar, lo que se puede hacer con un cazo de agua (prácticamente se tarda lo mismo). Y las cápsulas de café son la última moda de derroche. No me importa que me llamen antigua. El capitalismo es también antiguo y basa su existencia en crear cada vez más bienes de consumo. Hasta algunos partidos supuestamente de izquierda nos invitan a seguir comprando para subir el PIB.
Luego están los productos de higiene personal, toda clase de artículos que necesitan enchufarse: secadoras y alisadoras de pelo, afeitadoras, cepillos dentales…
Hace muchos años se pusieron de moda los pañales de celulosa de un solo uso –que recordemos es pulpa de madera tratada químicamente– en sustitución de las gasas o una especie de toallas que yo usaba. Habiendo lavadora, honestamente no veo problema en aclarar un pañal de tela y ponerlo a lavar. Hay una pequeña minoría de personas que reivindican y utilizan pañales de tela, tanto para bebés como para personas ancianas. Celebro su cordura, igual que con la copa menstrual en vez de compresas y tampones, siempre dentro del respeto y las posibilidades físicas y económicas de las mujeres.
Compra de comida
Por último, uno de los ámbitos más polémicos es la venta y compra de productos alimentarios. Cuando se compra en el comercio de cercanía, no solamente podemos llevar nuestro carrito de la compra evitando gasto de coche y muchas veces envases, sino que podemos contribuir a los ciclos más cortos de producción y distribución. También existen proyectos agroecológicos y redes y grupos de consumo que reducen drásticamente los procesos agroindustriales.
Cuando se nos invita a no comprar tantos productos envasados, se obvia que políticos profesionales y administraciones hacen caso omiso de su responsabilidad por permitir ciertas costumbres como el envasado industrial, inventado presuntamente para la comodidad de los compradores (me niego a usar la palabra consumidores).
Antiguamente no dábamos tanto negocio a empresas como Ecoembes porque rellenábamos nuestros propios envases de vino, leche y aceite, por ejemplo. El sistema de retorno de envases a cambio de dinero que opera en otros países ni se contempla en España, lo que hace sospechar que hay poca voluntad de abordar de verdad dicha práctica. De hecho, la misma existencia de empresas de reciclaje impide su puesta en marcha. Hay en general y en muchos ámbitos una costumbre de responsabilizar al comprador por elegir un juguete peligroso, adquirir un animal exótico como mascota o escoger una planta invasora como regalo. Se me ocurre que ni siquiera estos artículos deberían estar a la venta. Es decir, alguna administración u organismo no hace su trabajo o tolera prácticas dudosas.
Son sólo algunos ejemplos de ahorro. Nadie es consecuente 100%, yo tampoco. Se ha basado la prosperidad en el crecimiento y el consumismo cuando ésta “tiene que ver con la calidad de nuestras vidas y relaciones, con la solidez de nuestras comunidades y con un sentido de propósito individual y colectivo”, decía Tim Jackson, economista ecológico, en Prosperidad sin conocimiento). Pero en un mundo de recursos finitos, esto sólo nos lleva al colapso. Pongámosno todas manos a la obra, administraciones y pueblo. Nadie tiene la solución por sí sola, aunque no debemos dejar de pedir responsabilidades donde corresponda. Apaguemos la luz cuando no la necesitemos, sí, pero, sobre todo, analicemos nuestro modo de vida para ver dónde podemos cambiar nuestra huella de carbono por un futuro de esperanza.
Otra primavera de sequía nos avisa de la importancia de trabajar la tierra respetando la naturaleza para proteger nuestros alimentos y la vida en el planeta.
Las pequeñas explotaciones agrícolas pueden dar fe, ya que supone un problema terrible para ellas. Lo han pasado mal para cultivar los alimentos que tanto necesitamos ante la escasez de lluvias. Esta situación empeorará a menos que hagamos todo lo que esté en nuestra mano para parar la crisis climática.
Por desgracia, las grandes explotaciones agrícolas están jugando sucio para evitar la creación de una nueva ley que podría proteger el medio natural en las granjas y frenar el cambio climático. Esta ley forzaría a cualquier persona que trabaje la tierra a reservar parcelas para plantar árboles y setos, ayudando así a eliminar los gases de efecto invernadero del aire.
Las grandes empresas de explotación agrícola prefieren usar esos espacios para sacarle más rendimiento y hacer más dinero – y están financiando a grupos de presión para que eviten que esta legislación salga adelante. Esto supondría poner en riesgo la supervivencia de miles de pequeñas explotaciones, además de nuestra seguridad alimentaria.
Las grandes explotaciones quieren amasar toda la tierra posible para sus propios intereses, produciendo más alimentos con métodos industriales, fertilizantes artificiales y pesticidas químicos que perjudican al medio y aumentan las posibilidades de que se produzcan sequías, además de poner en riesgo nuestra seguridad alimentaria. Esto además no llevaría a un futuro en el que las pequeñas explotaciones agrícolas familiares quebrarán.
Son ellas las que nos están demostrando que hay otra forma de cultivar alimentos sin dañar el planeta. Ahora, necesitamos que esta legislación convierta sus prácticas en la norma en lugar de la excepción. Hay un pequeño productor de aceitunas en Grecia, por ejemplo, que está consiguiendo proteger el medio natural y luchar contra el cambio climático al mismo tiempo. Reserva grandes hileras de árboles autóctonos y crea hábitats para los insectos que acaban de forma natural con las plagas en sus tierras.
Pide a quienes nos representan en la UE que pongan al planeta por encima de los beneficios económicos.
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