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Al colegio se va caminando (o en bici)

La iniciativa #RevueltaEscolar organiza cada dos viernes cortes de tráfico a la salida del colegio para reclamar la pacificación de los entornos escolares.
Al colegio se va caminando (o en bici)
Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea y encargado del Pacto Verde, cree que el último Eurobarómetro es "un llamamiento a los políticos y las empresas". Foto: EDUARDO ROBAINA

Viernes, 12 de marzo. Como cada día, cientos de niños terminan sus clases en un colegio del centro de Barcelona. Pero ese día no es un viernes cualquiera: es viernes de #RevueltaEscolar. El tráfico está cortado y tan solo se puede acceder en bici o a pie a las inmediaciones del edificio. Un grupo de niños organiza una carrera de patines en medio de la carretera, otros dibujan en el suelo con tizas. Se escuchan música, risas y aplausos. En el suelo hay numerosas pancartas sujetas con mochilas: “Ventanas abiertas”, “menos ruido, menos contaminación”, “aceras más anchas”.

“Algunos colegios del centro de Barcelona se encuentran ubicados en calles con dos o tres carriles de circulación, lo que provoca unos niveles de contaminación inadmisibles. Los protocolos de prevención de la COVID-19 aconsejan abrir las ventanas, pero si lo haces es imposible dar la clase debido al ruido”, explica Guille López, miembro de la plataforma ciudadana Eixample Respira de Barcelona y de una de las asociaciones de familias impulsoras del movimiento #RevueltaEscolar que, desde hace algunos meses, organiza cortes de tráfico cada dos viernes para pedir la pacificación de los entornos escolares. La iniciativa está creciendo y actualmente se organizan protestas en las puertas de más de 60 colegios en diversos puntos de Catalunya, Madrid y Euskadi.

Muchos de estos centros tienen el denominador común de situarse en grandes calles y avenidas con un elevado volumen de tráfico a motor. “Los expertos de salud pública de Barcelona estiman que la contaminación provoca uno de cada tres casos de asma en la ciudad”, detalla Guille. “Es decir, solo por vivir aquí tienes más probabilidad de padecer una enfermedad que te va a acompañar el resto de tu vida”. Además, cada vez hay más estudios que indican que respirar aire de mala calidad no solo perjudica al sistema respiratorio, sino que también hay capacidades cognitivas como la atención y la memoria que se ven afectadas. “Ha llegado un punto en el que las evidencias científicas son tan claras que las familias no nos podemos quedar de brazos cruzados”.

La densidad de tráfico en los entornos escolares provoca también otro efecto rebote: llegar a estos colegios a pie o en bici es mucho más complicado y desagradable, sobre todo cuando se producen las típicas situaciones de atascos en la puerta, coches en doble fila o, directamente, subidos en la acera. “Llevo a mi hija de 3 años al cole en bicicleta, pero estoy a punto de dejar de hacerlo”, cuenta Lucía Márquez, que vive en el centro de Madrid. “Hay días en que los coches mal aparcados bloquean la acera hasta el punto de que no puedo pasar con la bici. Así que nos tenemos que parar en mitad de la carretera mientras bajo a la niña, entonces los coches que vienen detrás empiezan a pitar, yo me pongo nerviosa y al final nos estamos comiendo todo el humo y el ruido en lugar de hacer algo agradable y beneficioso”, apunta.

Una minoría muy ruidosa

En contra de lo que pueda parecer por la experiencia de esta madre, según un estudio de la Universidad de Granada (UGR), el 60% de los niños y jóvenes españoles se desplazan activamente, a pie o en bicicleta, al centro escolar, lo que indica que los que lo hacen en coche son una minoría. El problema es que esa minoría está ocupando mucho espacio: son pocos, pero parecen muchos más. Patricia Gálvez-Fernández, autora principal de esta investigación, explica que los datos son esperanzadores: “Desde los años 60 se observaba que cada vez había más niños que iban en coche al colegio, pero por primera vez hemos encontrado que la tendencia se está frenando, y ojalá veamos cómo se invierte en las próximas décadas”.

La investigadora afirma que, en comparación con otros países, los datos de España son mejores que los de Estados Unidos, donde tan solo un 20% de jóvenes se desplaza de forma activa, pero aún nos queda mucho para llegar a tasas como las de Japón, Bélgica o Dinamarca, con hasta el 70-85% de desplazamientos en bici o a pie.

Salud física y mental

Más allá de la cuestión ambiental, muchas familias se han dado cuenta de todos los beneficios que tiene para sus hijos el sencillo hecho de ir caminando al colegio. La Asociación Española de Pediatría, en un informe publicado en 2019 sobre este tema, citaba algunos de estos efectos positivos: mejor condición cardiovascular, menos riesgo de obesidad, mejora de la estabilidad de la marcha, aumento de la resistencia de la columna lumbar, mejor equilibrio, flexibilidad y aptitud física, entre muchos otros.

“Hace unos años mi grupo publicó un trabajo que concluía que los niños que se desplazan de forma activa tienen más capacidad de concentración y mejor rendimiento académico”, narra la investigadora de la UGR. No es lo mismo entrar en clase para pasar varias horas sentado y atendiendo a los profesores después de haber dado un paseo durante el que te ha dado el aire y te has movido, que si has ido sentado en el coche de puerta a puerta. “Por otro lado están los beneficios sociales: cuando vas caminando te encuentras con amigos, puedes ir hablando o jugando, reforzando los lazos con tus compañeros… Es muy distinto que ir aburrido en el asiento trasero del coche”, reflexiona la experta.

Esta misma filosofía se aplica en los caminos escolares seguros, una propuesta de movilidad que se va abriendo paso tímidamente en el país y que tiene el objetivo de facilitar el desplazamiento de los niños de forma autónoma, sostenible, saludable y segura. En Montilla, una localidad cordobesa de unos 22.000 habitantes, ya se ha implantado el camino escolar seguro en dos de sus ocho centros escolares. “El itinerario, que ha sido consensuado con las familias y los centros, está señalizado con postes verticales y también con huellas que han pintado en el suelo los propios niños”, explica Raquel Casado, licenciada en Ciencias Ambientales y teniente de alcalde de Infraestructuras, Urbanismo y Medio Ambiente en este municipio. “Todos los viernes hay un grupo de padres voluntarios que se encargan de acompañar a los alumnos por el camino. Funciona como un pedibús que tiene varias paradas en las que se recoge a los niños, y la experiencia es muy positiva: padres y profesores nos cuentan que los chavales llegan a clase más despiertos y animados. Hacer el recorrido a su aire y con sus amigos les motiva mucho”.

Casado cuenta que, de momento, solo han conseguido implantar esta experiencia piloto un día a la semana: “Es un comienzo, pero nos gustaría conseguir el impulso necesario para realizar el camino escolar todos los días. La predisposición de los padres y la comunidad educativa es la clave, nosotros podemos acompañar en los primeros pasos y dotar de la infraestructura necesaria, pero luego son ellos los que tienen que dar continuidad al proyecto. Todavía existen muchísimas resistencias al cambio, hay muchos obstáculos para cualquier iniciativa política orientada a favorecer la peatonalización”.

Por unos entornos escolares seguros

Algunas de las medidas que proponen los padres impulsores de la #RevueltaEscolar pasan por reducir los carriles de circulación de coches y motos en las calles en las que se ubican los centros educativos, eliminar plazas de aparcamiento de vehículos a motor o instalar radares de velocidad y controles de ruido y calidad del aire en estas áreas. “Necesitamos saber en qué centros se están superando los niveles de contaminación permitidos por la normativa europea, porque esto pone en riesgo la salud de los alumnos. En esos casos habría que adoptar medidas urgentes como la instalación de sistemas de ventilación interna con filtros”, explica Guille López. “Obviamente, eso es solo una medida paliativa, porque la solución verdadera consiste en reducir drásticamente el tráfico alrededor de los colegios. Al final llevamos muchos años diseñando las calles para aumentar el número de vehículos que pasan por ellas, cuando lo que deberíamos maximizar es el número de peatones. Creemos que la COVID-19 es una ventana de oportunidad que nos ha sensibilizado de que la salud debe de estar por delante de otros intereses. Este es el momento de reivindicarlo”.

Este padre nos cuenta que, precisamente, al inicio de las protestas había ciertas reticencias por el tema de las medidas de seguridad para prevenir contagios: “Sin embargo, con los cortes de tráfico estamos ganando espacio y tenemos más garantías para poder cumplir con las distancias de seguridad, porque al final somos los mismos padres que todos los días nos apelotonamos en una acera estrecha para recoger a los niños, pero con el doble o triple de espacio”, detalla. “Todo esto tiene un componente muy fuerte de empoderamiento porque es la calle de tu cole, y durante ese ratito de los viernes deja de ser ruidosa y peligrosa, es un momento de encuentro, de socializar, de jugar… Al final las protestas son un 30% reivindicativas y un 70% festivas. Es un gustazo”.

Pacificar el entorno alrededor de los colegios y reducir el tráfico tiene consecuencias que van mucho más allá de mitigar el cambio climático o reducir la contaminación. Estas iniciativas pueden también favorecer la salud física y mental de los niños y las niñas, ayudar a tejer redes sociales con los vecinos y recuperar espacio para plantar árboles, aprender a montar en bici o sentarse a charlar. Son, en definitiva, propuestas para avanzar hacia otro modelo de ciudad más saludable, sostenible y segura.

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