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Grettel Navas lleva varios años trabajando las diferentes formas de violencia en América Latina y, especialmente, en Centroamérica, a través de la Ecología Política comparada. En una de sus publicaciones, hace hincapié en la necesidad de abordar esta noción desde una óptica multidimensional e invita a repensar una dura realidad: el asesinato y la violencia directa no son las únicas formas de violencia que sufren quienes se implican en el activismo medioambiental. Actualmente, se dedica a la investigación para terminar su Doctorado con el ICTA (Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales).
Navas nació en Costa Rica y creció en la ciudad de San José, por lo que su infancia fue, como ella cuenta, “de lo más urbana”. Sin embargo, el hecho de tener familia en el sur del país la acercó mucho a la naturaleza. Las vacaciones con su abuelo, indígena-campesino, se caracterizaban por “sembrar la yuca o el maíz, montar a caballo u ordeñar vacas”. Pasar tiempo con él era “una experiencia meramente rural” que, según explica la académica, impactaría mucho en la fuerza de su posterior conexión con los temas medioambientales. Durante su máster en Estudios Socioambientales, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en Quito (Ecuador), se daría cuenta de la importancia de ese vínculo, en parte por tener compañeras muy activas en organizaciones de justicia ambiental.
Navas se refiere a este fenómeno utilizando la analogía “del pez que sale de la pecera y se da cuenta entonces de cómo era su pecera”. Eso le pasó al alejarse de casa y, desde entonces, vivió “de una manera diferente” cada regreso. Además, “en esa época en Ecuador, estaba muy en boga el tema de la defensa de los derechos de la Madre Naturaleza”, añade, recordando la polémica en torno a la posibilidad de mantener el petróleo bajo tierra en los bloques del parque Yasuní-ITT durante el gobierno de Rafael Correa.
Fue también allí, en FLACSO, donde conoció a su profesor, el economista ecológico Joan Martínez-Alier, con quien se embarcaría más adelante en el proyecto de colaborar con el Atlas de Justicia Ambiental o EJAtlas, incluyendo y documentando numerosos casos de conflictos medioambientales de Centroamérica principalmente, pero también en el resto de América Latina, incluido Brasil -donde Navas había pasado un año de vida-.
Esta herramienta, el EJAtlas, es definida por la joven investigadora como “un archivo mundial de conflictos ecológicos pasados y presentes, útil para la investigación académica pero también para fortalecer y dar visibilidad al movimiento global de justicia ambiental”. “Lo que vemos con el EJAtlas es que no son luchas aisladas. En todo el mundo las personas organizadas aclaman un modelo económico más justo y ecológicamente más equilibrado. Muchas alternativas surgen de estos conflictos y de éstas podemos y debemos aprender”, añade a la definición.
En esta recopilación interactiva se pueden ver reflejadas las distintas violencias que Grettel ha ido identificando gracias a su labor y a la de quienes la han acompañado en el camino. En su artículo, habla de violencia directa, estructural, cultural, ecológica y lenta. Así, “es importante ampliar la noción de violencia … Aunque los medios de comunicación nos animan a pensar que violencia implica un abrupto estallido, en realidad es también un proceso y hay que transitar hacia esa idea para develar su complejidad”. Y recuerda que la violencia va más allá del índice de asesinatos de activistas en cada país: “El alto uso de pesticidas también mata, poco a poco, pero mata al final. Esto es violencia”, reflexiona. “También que haya países donde las personas ni siquiera puedan organizarse para protestar, por miedo, y terminen aceptando sus realidades de injusticia ambiental”.
Como se puede leer en su artículo Violence in environmental conflicts: the need for a multidimensional approach, escrito conjuntamente con Sara Mingorría y Bernardo Aguilar, la violencia directa es la más evidente y se refiere a “los brutales asesinatos de activistas”. En su artículo recalca que antes de llegar a tales asesinatos, muchos activistas sufren amenazas o encarcelamientos. Incide, además, que muchos de estos activistas asesinados gozaban previamente de protección de organismos internacionales. El aumento de asesinatos de activistas crece cada año, como lo demuestra la organización inglesa Global Witness.
Para Navas, trabajar en el EJAtlas es muy enriquecedor, pero es también un reto emocional: “Cada semana, recibimos noticias de algún activista asesinado o asesinada… Esta semana, por ejemplo, asesinaron a una mujer en Sudáfrica, se llamaba Fikile y se oponía a un proyecto para la extracción de carbón”, lamenta.
Otro tema muy preocupante en este sentido es la alta impunidad, ya que son pocos los casos en donde se da justicia a los asesinatos: “En mi país, Costa Rica en menos de un año mataron a dos líderes indígenas, uno era del grupo indígena Bribri, otro del grupo indígena Bröran, y ambos siguen impunes”. Así pasa con cientos de activistas a nivel global y, “si no hay penalización para quienes lo hacen o un compromiso de los Estados ante este problema global, seguirá pasando”.
Sin embargo, el hecho de que haya “personas organizadas logran parar proyectos enormes de extracción de materias primas” es para Navas muy inspirador, ya que demuestra que la sociedad civil organizada tiene mucho poder. Un ejemplo son “los indígenas Sisoux en Estados Unidos, que han logrado parar un oleoducto antes de que este destruya sus territorios ancestrales”.
La violencia estructural
Navas la relaciona con la idea de que “hay un sistema violento» y la define como la imposición de “un sistema de vida que no es realmente justo a nivel social ni medioambiental”. Cita ejemplos que están impregnados de violencia estructural y para nada concuerdan con la idea que el desarrollo o el crecimiento intenta vender: trabajar en una mina más de 12 horas o la contaminación de los ríos.
Sobre este último concepto, el del desarrollo, Navas tiene claro lo que significa: “Un sistema económico que está más que trasnochado, pues ya sabemos más que de sobra que el PIB no refleja ni la distribución de la riqueza ni la dignidad de la vida”.
La violencia estructural sucede porque existen “Estados que son juez y parte del problema; y a veces cómplices también”, afirma. Y enumera los motivos: «la no investigación de estos, o el hecho de que queden impunes, no decir quiénes matan a un activista o con qué empresas están relacionados”. Además, añade “el etnicismo y el racismo de la región suelen estar implícitos: muchos de los activistas asesinados son indígenas”, declara citando otra publicación.
En relación a la violencia lenta, Grettel se pregunta cómo crear resistencias ante algo invisible a corto plazo. Esta violencia es, para Navas, la más apasionante de estudiar “porque es la más difícil de ver”. No es lo mismo, argumenta, “estar expuesto a un tóxico un solo día o hacerlo día tras día hasta tener cáncer”. En efecto, la violencia lenta “es aquella que puede apreciarse en el día a día aunque sus consecuencias no son tan evidentes”. El cambio climático, la deforestación o la lenta contaminación de un río son algunos ejemplos que el autor principal de este concepto, Robert Nixon, menciona en su libro.
“La contaminación no entiende de norte ni de sur”
Navas apunta que, como se puede ver en EJAtlas, “en Europa también hay encuentros policiales, represión, deslegitimación de acciones o encarcelamiento de activistas, basuras tóxicas o graves problemas de salud como los derivados del caso de los asbestos en Cerdañola del Vallés: “Saber que has respirado las partículas producidas por la extracción de los fibrocementos durante la niñez es inseguridad, ya que no sabes si se convertirá en cáncer o no”. Navas se refiere a la memoria y la violencia intrínsecas de “vivir con la idea de que los efectos de esta exposición puedan llegar en cualquier momento, ya que la enfermedad puede resurgir pasados 40 años de exposición”.
En este sentido, la investigadora señala que, “aunque la contaminación no entiende de norte ni de sur, son las clases más desfavorecidas las que están más expuestas a estos males”.
El aumento de asesinatos de activistas crece cada año, como lo demuestra la organización inglesa Global Witness.
Ecologistas, Sindicalistas y Periodistas comprometidxs, los más castigados por las grandes mafias capitalistas ante las que se postran los gobiernos.
Estas personas están en primera linea de fuego, jugándose su vida, su salud, su libertad, por un mundo más justo, y este mundo les da la espalda o les devuelve su indiferencia. Cuanto dolor para todos genera la inconsciencia.
EL MENSAJE DEL CHAMAN.
https://www.youtube.com/watch?v=EfmVG0Jqo-Y&feature=youtu.be