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Cada vez que ocurre un desastre hay un grupo de personas que aparecen para decir que «se veía venir«. El «ya os lo dije» es una frase que sienta fatal a quien la recibe –porque puede que sea verdad, pero, sobre todo, porque tener razón no soluciona el problema cuando este ya está aquí–.
Escribo estas líneas bajo una alerta: a pocos metros de mi casa, el caudal del Ebro no deja de crecer a su paso por Zaragoza. Aragón aparece muy pocas veces en los medios generalistas, pero hoy casi todos siguen la crecida del río al minuto. Esta mañana, las zonas de la ribera ya inundadas me han traído a la cabeza esas proyecciones que suelen hacerse sobre lo que ocurrirá con el nivel del mar –por ejemplo, en ciudades como Barcelona o Sevilla– si las emisiones globales de gases de efecto invernadero continúan al ritmo actual (supongo que leer y escribir casi cada día sobre cambio climático lleva a este tipo de obsesiones.)
De repente, me ha parecido que esas ventanas virtuales al futuro no resultaban nada chocantes, y he pensado si algún día yo también diré que «se veía venir». Espero que no. Mientras tanto, varios municipios de Navarra y Aragón sufren las peores consecuencias de la crecida del Ebro, provocada por las fuertes lluvias y el deshielo de los últimos días.
En Tudela, el agua ha llegado a las casas y dos personas han fallecido. Fruto, posiblemente, del hartazgo, sus vecinos cuentan a El País que «esto se veía venir». En Pradilla, Novillas o Alagón, decenas de personas fueron desalojadas de manera preventiva durante el fin de semana, aunque muchas de ellas ya han podido regresar a sus casas.
En Zaragoza, se espera un caudal de entre 2.200 y 2.500 metros cúbicos durante este martes. El Consejo de Ministros declarará las áreas anegadas de Navarra, Aragón y La Rioja como zonas catastróficas. Quienes también pierden son quienes se dedican a la agricultura y se han quedado sin la gran parte de la verdura de invierno que se cosecha en la zona.
¿Y qué hacemos con el «ya se sabía»?
Las fotos de las áreas inundadas –especialmente devastadoras en Tudela– contrastan con otras imágenes. En Pradilla, donde la mayoría de personas han podido regresar ya a sus casas, un vecino sonreía a cámara en una foto de Ángel de Castro para El Periódico de Aragón –que aparece en este reportaje–. En ella, se ve a varios hombres alrededor de una hoguera improvisada en el centro de varios bancos en los que están sentados, charlando. Quizás sea esa su forma de adaptarse.
Sin embargo, como explica el experto en biodiversidad Dani Bruno en su cuenta de Twitter, «el daño que genera una riada no depende solo de su magnitud, sino de la exposición de la población a la misma». Detrás de casi cada fenómeno hay, de forma directa o indirecta, algún responsable. Los mapas de peligrosidad y de riesgo de inundación permiten valorar dónde es seguro, y dónde no, construir.
La comunidad científica dice que los fenómenos extremos serán cada vez más habituales, relacionados o no de forma directa con el cambio climático –a menudo entran en juego múltiples factores, como ocurre con los incendios forestales–. Adaptarse adecuadamente es ya esencial, en todo caso. Y cada vez más frustrante será escuchar el odiado «ya os lo dije«.
Desastres opuestos: en mi pueblo (también en Aragón) casi se puede decir que no ha llovido desde la primavera pasada.