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La crisis climática también es un problema cultural

"Las leyes, la ciencia y la política no se desarrollan en un vacío semántico, más bien beben del sustrato moral predominante, y éste lo nutre, en buena parte, la cultura", escribe la periodista y escritora a propósito del videoclip de 'Saoko', la nueva canción de Rosalía.
La crisis climática también es un problema cultural
Foto: Fotograma del videoclip de ‘Saoko’, de Rosalía.

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Saoko, el último sencillo de Rosalía, muestra en el videoclip a varias mujeres conduciendo de forma agresiva y seductora una serie de motos de alta gama. Como otros muchos productos que la industria cultural pone en circulación a gran escala, las imágenes aúnan el mal llamado «empoderamiento» –esta vez femenino– con la ostentación, a lo que se añade el culto a la máquina bajo control humano, un motivo que ha sido explotado a lo largo de la historia por movimientos artísticos como el futurismo, pasando por distintas cristalizaciones del ideal de progreso, desde el fascismo descrito por Klemperer en La lengua del Tercer Reich, hasta el uber-consumismo norteamericano.

Como es sabido, Rosalía no es la única en el reino musical en abrazar estos valores. Podemos pensar en el hip-hop estadounidense o en algunos subgéneros del reguetón –los más comerciales–: la alianza de la llamada cultura popular con distintas representaciones del lujo –sean coches, hoteles o viajes alrededor del mundo– está a la orden del día, en la mayoría de los casos alimentando un sueño de clases medias y bajas que consiste en poseer el mismo número de objetos y privilegios; en otras palabras: de hacerse rico y llevar un estilo de vida similar. La riqueza material, podría decirse, construye el horizonte del deseo, la aspiración máxima de un éxito al que le han sido vedados otros significados posibles. De ahí que en Hollywood se ofrezcan tours para ver las mansiones de las celebrities por los que no pocos turistas de condición humilde están dispuestos a pagar, obviando la desigualdad que yace entre unas y otros, las políticas fiscales que la propician y el funcionamiento de un capitalismo especulativo donde la mayoría de las rentas proceden del capital y no del trabajo. Los caminos del deseo son inescrutables, pero –y aquí está el dilema–, muchas veces también son insostenibles

Que Rosalía haya elegido para su álbum el título de Motomami, y que los vehículos de Saoko adquieran el rango simbólico de un poder inagotable es tan anecdótico como representativo de los valores dominantes en una sociedad que premia la abundancia pecuniaria por encima de consideraciones éticas, en detrimento de otras formas de realización social –sentirse parte de un grupo, cuidar y ser cuidado, cumplir una función laboral que beneficie a los demás– y, por supuesto, de valores alternativos: el respeto, la honestidad, la bondad.

Entre los múltiples problemas que este tipo de pensamiento hegemónico entraña se encuentra su choque frontal con los límites biofísicos del planeta. A saber, la consigna de que quien más acumula se sitúa en la cúspide de la jerarquía social y merece la admiración del resto implica una connivencia –cuando no glorificación– con el cambio climático y otras alteraciones del equilibrio medioambiental igualmente graves como la pérdida de biodiversidad o la contaminación por químicos, cuyas lindes seguras para la vida ya se han sobrepasado. Esto, para cualquiera que tenga un mínimo de conciencia medioambiental, debería resultar alarmante, no por los gases de efecto invernadero que expulsan las motos del video, sino porque las leyes, la ciencia y la política no se desarrollan en un vacío semántico, más bien beben del sustrato moral predominante, y éste lo nutre, en buena parte, la cultura

Hace ya décadas que la comunidad científica viene advirtiendo de la imposibilidad de un crecimiento (industrial, de población) exponencial ilimitado en un planeta de recursos finitos. En los últimos años, las alarmas no han parado de sonar frente a estudios que ponen de manifiesto los peligros de la deforestación masiva, la crisis energética provocada por una escasez que nace del extractivismo, e incluso la insuficiencia de la innovación tecnológica a la hora de paliar el desastre, ya se concretice ésta en la instalación de infraestructuras de energía renovable o de ilusorias maquinarias de captación de carbono.

La depredación (animal, vegetal, atmosférica) a la que hemos sometido al planeta no permite ya medias tintas ni negacionismos; tampoco posponer los cambios estructurales necesarios para evitar una debacle de magnitud descomunal. Actuar frente a estos desafíos requiere no sólo de capital para investigación –ya existe un corpus concluyente, que está siendo ignorado–, sino también de sensibilización colectiva y, con ello, del cuestionamiento de los mensajes que transmiten quienes más visibilidad tienen, entre los que se encuentran nuestros ídolos: cantantes, actores, influencers. No sería la primera vez que la tolerancia social hacia ciertos fenómenos disminuye y, con la presión ejercida desde la calle y los medios, se consiguen mudanzas significativas. Así, se podría poner como ejemplo el calado del feminismo en nuestro país, un movimiento que consiguió politizar el maltrato a las mujeres, sacarlo del ámbito doméstico y erigir medidas de protección al colectivo; un movimiento que, además, ha estado muy presente en distintas esferas de la cultura de masas, sea en las dos canciones favoritas a Eurovisión –Ay, mamá, de Rigoberta Bandini, y Terra, de Tanxugueiras– o en otras como Malo, de Bebe, lanzada en el lejano 2004. 

La cultura, por tanto, responde a problemáticas sociales, pero también las elabora, matiza, sepulta o ensalza. Como fábrica de significados compartidos, modas y convenciones, detenta un papel crucial a la hora de moldear conciencias y estimular hábitos más o menos dañinos. Interrogar los idearios que difunde en conexión con nuestras necesidades más apremiantes debería ser una responsabilidad ciudadana, y esas necesidades, cada vez más, son el agua, el aire limpio, la electricidad, no la fastuosidad que aplaudir embelesados. Quizá vaya tocando ya poner los pies en esa tierra que se agota y promover imaginarios acordes

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COMENTARIOS

  1. ES EL CAPITALISMO, ESTUPIDO!!!
    Estoy convencido de que ni la humanidad ni la naturaleza tienen salvación bajo el capitalismo. Y tengo la esperanza de que, un día, la humanidad considerará que es un sistema inhumanamente abominable.
    El año comenzó con una noticia estremecedora. En 2021, en pleno auge de la pandemia, la fortuna de las 500 personas más ricas del mundo creció en más de un billón de dólares.
    Para tener una idea de lo que esto significa, basta saber que, en 2020, el PIB de Brasil –la suma de todos los bienes y servicios de una población de 212 millones de personas– fue de 1,445 billones (7,5 billones de reales).
    Si sumamos el patrimonio líquido de ese selecto club de 500 supermillonarios, el resultado es de 8,4 billones de dólares, superior al PIB de cualquier país del mundo, salvo Estados Unidos y China.
    De los 500, diez son casi 4,520,145 millones de dólares más ricos.
    La mayoría de los supermillonarios controla los medios de comunicación, en especial los electrónicos. O sea, fabrican las ideas que pueblan las mentes de mucha gente. Esos diez hombres tienen también poder para detectar cada uno de nuestros pasos y registrar nuestras preferencias. Poseen más poder que casi todos los jefes de Estado.
    De los diez, solo uno no vive en Estados Unidos. Y, como se sabe, Estados Unidos es hoy un imperio más poderoso que el romano de los césares, el persa de Ciro, el griego de Alejandro Magno. Tiene poder ideológico (en especial a través de la industria del entretenimiento, como el cine), económico (el dólar y el euro son las únicas monedas internacionales, exceptuando las virtuales) y bélico (acumula 3,750 ojivas nucleares).
    Vale subrayar que esos nueve estadounidenses tienen un inconmensurable poder electoral, ya que en Estados Unidos se permite el financiamiento privado de las campañas políticas.
    ¿Y por qué esas diez personas poseen fortunas tan fantásticas?
    Porque vivimos en el sistema capitalista, que instauró la naturalización de la desigualdad social, la convicción de que la naturaleza existe para ser explotada, la creencia en que todos son libres para ascender de la pobreza a la riqueza (la meritocracia), el poder de dictar leyes y monitorear gobernantes y, como explica Max Weber, el precepto de que poseer una fortuna es señal de la bendición de Dios…
    De los 7,9 mil millones de personas que habitan este planeta devastado por el capital, 857 millones padecen hambre (de la cual 24,000 mueren cada día); 780 millones sobreviven en la miseria; 785 millones no tienen acceso a agua potable; y más de 3,000 millones viven en la pobreza.
    Nuestra era puede definirse como el capitaloceno. Hoy día, el poder del capital habla más alto que el derecho a la vida de los seres humanos y la naturaleza. La apropiación privada de la riqueza se considera un mérito y un derecho, protegidos por las leyes y la policía.
    Los más ricos son envidiados, cortejados, adulados y admirados, mientras que los más pobres son menospreciados, rechazados y excluidos.
    (FREI BETTO. ¿Salvará el capitalismo a la humanidad?-Insurgente.org)

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