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Artículo originalmente publicado en The Conversation
La COVID-19 ha supuesto mejoras en materia de emisiones, biodiversidad y protección de océanos. Esto es, los Objetivos de Desarrollo Sostenible 13, 14 y 15.
También se ha trabajado en otros objetivos de forma parcial. Se han creado, por ejemplo, alianzas multilaterales y formas de colaboración multinivel que suponen avances en el ODS 17. Pero falta liderazgo europeo, pues no se han dejado atrás las dinámicas geopolíticas.
Se ha mejorado la sostenibilidad urbana, el ODS 11. Ha mejorado la calidad del aire urbano y se han vuelto a ver estrellas de noche –debido a la ausencia de coches en autovías iluminadas, por ejemplo–, aunque todavía queda mucho por hacer para reducir las emisiones y la contaminación lumínica.
Además, hemos visto la expansión del uso de las tecnologías de comunicación online mientras caen las barreras e inercias culturales y sociales que limitaban su uso. Son un paso en la buena dirección para lograr el ODS 9.
Una pausa para recapacitar
Pero quizá el aspecto más positivo de la COVID-19 no sea perceptible. Es algo que no se puede cuantificar, ni se puede inscribir a un ODS.
Para no desestabilizarse, la sociedad y la economía necesitan crecer, acelerarse. Están condenadas a una incesante innovación. La desaceleración que estamos viviendo desestabiliza ese statu quo, pero permite tener experiencias vitales que nos abren a preguntas sobre a dónde queremos ir o en qué sociedad queremos vivir.
La dicotomía entre aceleración y desaceleración no debe confundirse con el debate entre crecimiento y decrecimiento. Aquí planteamos la distinción que hace Norbert Elias entre sociogénesis y psicogénesis.
Recordemos cómo la COVID-19 ha alterado nuestra vida cotidiana, hábitos, patrones de conducta, etc. La reducción del tráfico, el menor consumo de energía, el uso de tecnologías digitales, el consumo más responsable y de proximidad, la compra de productos más saludables y ecológicos, la reducción de compras superfluas y de la generación de residuos son aspectos ambientalmente positivos.
Pero aparte de estos aspectos positivos, la COVID-19 ha sido demoledora para la economía. Aunque las actividades que se han podido digitalizar de manera eficiente han evitado efectos nocivos.
¿Es posible un cambio de mentalidad?
Existen políticas climáticas basadas en internalizar costes a través de fiscalidad ecológica. La clásica ecuación de Commoner, Ehrlich y Holdren (1972) planteaba que el impacto ambiental es el producto de la población, el consumo y la tecnología. Pero ahora vemos el papel de otra variable: el comportamiento, la psicogénesis. Las infraestructuras mentales de la aceleración son muy potentes. ¿Cómo puede la COVID-19 modificar estas infraestructuras psicológicas?
No somos optimistas respecto el potencial que puede tener el análisis FODA (fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas). Nos señalará los puntos flacos de nuestra competencia. Es miope sentirse genial por las debilidades de nuestros vecinos; la economía del bien común advierte que una economía local débil, a largo plazo, nos debilita.
Necesitamos activar esa psicogénesis. Pasar de maximizar a optimizar. Pasar de la ventaja comparativa a pensar en ventajas absolutas, no comparativas, para poder apreciar oportunidades de generar valor agregado. Pasar de la especialización a la diversificación. Pasar de la competencia a la colaboración.
En ocasiones se trata de enfocar bien la pregunta. Nos deberíamos fijar más en las oportunidades de la conmoción antropológica que ha provocado la COVID-19. Esta nos invita, de malas maneras, a modificar nuestros hábitos, costumbres, etc., pero podemos ver en todo ello un lado positivo.
A la vez, debemos observar las disfuncionalidades encubiertas en supuestos de vieja normalidad. Más que provocarlas, la COVID-19 acentúa esas desigualdades en cuanto a oportunidades de vivir y sobrevivir. Sería un error pretender salir de la crisis provocada por esta pandemia con una nueva aceleración de la mano de la inteligencia artificial, la digitalización, etc.
La respuesta no está en la tecnología
El informe Nuestro futuro común (1987), de la Comisión Brundtlandt, ya indicaba que la tecnología podía suponer beneficios para el medioambiente, incluso antes de su desarrollo exponencial. Pero confiar en las mejoras tecnológicas infinitas (dentro de la ecuación de Commoner, Ehrlich y Holdren: Impacto humano = Población x Consumo x Tecnología) es considerar que la Ley de Moore tiene validez eterna (las mejoras suceden es espacios temporales acotados).
El propio sector de las tecnologías de la información se enfrenta a límites de materiales. En el siglo XXI surgen, por así decir, nuevos límites, después de medio siglo del informe Los límites del crecimiento del Club de Roma.
A pesar del pesimismo y mala prensa que rodean a la humanidad, debemos recuperar la confianza en nuestra infinita capacidad de aprendizaje. La COVID-19 evidencia cómo hemos llenado nuestro vacío interior de manera errónea, con aceleración y vaciando el mundo exterior. El desarrollo exponencial de las tecnologías acelera la transición a un mundo vacío en recursos y lleno de residuos.
Hemos de cambiar el modo de ver el mundo como decía Donella Meadows:
“Las personas no necesitamos coches enormes, ni armarios abarrotados de ropa, etc., tan solo sentirnos atractivas, obtener reconocimiento, amor, alegría. Pretender llenar todo esto con cosas materiales no hace más que aumentar nuestro apetito, hacerlo insaciable, con falsas soluciones”.
La COVID-19 nos pone delante de espejo para identificar esas disfuncionalidades de la que ahora consideramos vieja normalidad. No está claro que la nueva normalidad conduzca a esa transformación interior o a una nueva aceleración.
Sin embargo, hay propuestas saludables y regeneradoras en las que la salud, la ecología, la economía y la ética no está disociadas. Albert Camus dijo: “El único medio para combatir la peste es la honradez”.
Jordi López Ortega es profesor asociado de la Universitat Politècnica de Catalunya – BarcelonaTech.
Han dado todos positivo.
¿En qué, en coronavirus?
No en obediencia.
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No debemos idealizar la tecnología online, también existe la contaminación electromagnética que está haciendo estragos, sobre todo relacionados con el cáncer. No hace muchos años que la UE encargó un estudio que lo demostraba y que de inmediato se mandó ocultar.
Hay más de 200.000 enfermos de cáncer en el país; pero no se comenta, todo es mantenernos amedrentados, amordazados y cogidos por el miedo con el covid19.
(Por cierto para protegernos del virus se han utilizado más plásticos que nunca. ¿no había otra solución mejor y no se decía que la sociedad ya estaba concienciada en prescindir de ellos?)
Por otra parte la tecnología online va a dejar sin trabajo a millones de personas porque está suplantando al ser humano. ¿Tiene ésto algo de positivo? yo no lo veo por ninguna parte.
Dicen que en el equilibrio está la sabiduría: Ni todo informática ni todo manual; pero primero las personas y su derecho al trabajo.
No debemos permitir tampoco dejarnos deshumanizar, cambiar el trato directo entre los seres humanos y el calor (la energía) que intercambiamos frente a la frialdad de una máquina.
El progreso no es por ahí, así lo entiendo yo.
El consumo responsable y de proximidad del Mercadona, parece que no haya otro sitio para comprar en toda la Península.
Yo aún espero ver la humanidad que hemos generado con la Covid, de momento siento lo contrario, siento que nos miramos con desconfianza, como posibles transmisores.
Más de 150 profesionales de la salud y científicos de los principales centros catalanes publican una carta abierta dirigida a los Alcaldes alertando del aumento de emisiones contaminantes en las ciudades catalanas.
Con esta iniciativa se quieren sumar a las demandas urgentes de la Campaña confinemos los coches. Recuperemos la ciudad! para transformar la movilidad insostenible, reduciendo de forma drástica el vehículo privado.
La contaminación del aire es el principal problema de salud pública en nuestras ciudades y que la principal causa es el tráfico rodado, como se ha podido constatar con la bajada en las concentraciones que se han producido por la reducción de tráfico durante confinamiento.
La reducción de emisiones, han insistido, es urgente también frente a la preocupante aceleración del cambio climático que, al mismo tiempo, según explicaron, es también una crisis de salud. Por otro lado, se han referido a las últimas investigaciones realizadas en Estados Unidos, China e Italia donde se apuntan a mayores tasas de contagios y morbimortalidad por coronavirus en las ciudades y zonas donde se respira más aire contaminado.
La campaña impulsada desde 13 municipios catalanes, con más de 650 entidades y 8100 personas adheridas insta a la responsabilidad de los Alcaldes para dar respuesta urgente en la altura de la magnitud de los problemas derivados del modelo de movilidad insostenible.