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Esta entrevista se publicó primero en el número en papel de #LaMarea73 (noviembre-diciembre 2019). Puedes adquirir la revista a través del kiosco.
También puedes leer la entrevista en inglés aquí.
“Es peor, mucho peor, de lo que imaginas”. Con esta frase comienza El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento (Debate, 2019), el libro que ha publicado este año el periodista experto en cambio climático David Wallace-Wells (Nueva York, 1982). Ocho palabras que sirven como tráiler a las casi 350 que conforman el escrito. De esas, en torno a 80, las dedica únicamente a las notas que recogen la evidencia científica mencionada.
Todo comenzó en 2017, cuando publicó en la revista New York Magazine, de la que es director adjunto, un artículo con el mismo nombre que el libro. La esencia de aquel texto era la misma: demostrar, con estilo periodístico y usando toda la evidencia científica disponible, que las consecuencias de la crisis climática pueden llegar a ser devastadoras si no se hace nada por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global.
Ese artículo le valió no pocas críticas por parte de la sociedad, pero también de la propia comunidad científica, quienes le tachaban de alarmista. No obstante, el tiempo y los sucesivos estudios científicos le han acabado por dar la razón. En octubre de este año se cumplió un año del informe que emitió el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), un documento histórico en el que se alerta de la importancia de limitar la temperatura en 1,5 ºC sobre niveles preindustriales, haciendo del planeta un lugar mucho más habitable que si el calentamiento superara los 2 ºC.
Subida del nivel del mar de hasta un metro, acidificación del océano, desaparición de glaciares, temperaturas récord mes a mes, sequías interminables, tormentas e incendios cada vez más habituales y severas, desplazamientos forzosos por eventos climáticos extremos, aumento del hambre en el mundo, enfermedades que se expanden a nuevas regiones, desaparición de especies… La lista de los efectos del cambio climático es larga. Por algunos de estos escenarios futuros -aunque muchos ya presentes- sobrepasa Wallace-Wells en El planeta inhóspito.
No se considera ecologista ni un gran amante de la naturaleza. Tampoco activista. Pero sí un periodista consciente de la gravedad de la crisis climática, de ahí su afán por hacer llegar esa realidad al máximo de personas posibles.
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene sobre el cambio climático?
Es curioso. Aunque lo soy suficientemente mayor para haber estado vivo cuando tuvo lugar más de la mitad de las emisiones producidas por la quema de combustibles fósiles en toda la historia de la humanidad, soy lo suficientemente joven para no recordar un momento previo en el que no fuera consciente del cambio climático. Probablemente me lo enseñaron en la escuela primaria; quizá fue relativamente pronto.
Recuerdo claramente escuchar a George H. W. Bush hablar sobre contrarrestar el efecto invernadero y, por supuesto, la manera en que Al Gore dio voz a las preocupaciones sobre el clima durante su época como vicepresidente y durante su campaña para la presidencia americana en el año 2000. Sin embargo, como muchas de las personas que conocía, su documental Una Verdad Incómoda me abrió los ojos de forma abrumadora, haciendo que aquello de lo que previamente se hablaba como una amenaza lenta, distante y compartimentada, como algo que se podía gestionar a través de medios tecnocráticos convencionales, se convirtió en algo mucho más inmediato y potencialmente catastrófico.
Aunque empecé a escribir sobre cambio climático hace unos pocos años, sentía que el periodismo y los movimientos de presión política convencionales sobre este tema seguían representando mal el estado de la ciencia en tres áreas.
La primera se refiere a la velocidad del cambio. El calentamiento global no es un proceso lento que tiene lugar a lo largo de los siglos, sino que es muy rápido: más de la mitad de las emisiones procedentes de los combustibles fósiles producidas a lo largo de toda la historia de la humanidad se han producido en los últimos 30 años (desde que Al Gore publicó su primer libro sobre calentamiento global y desde que la ONU estableciera el IPCC).
La segunda es sobre el alcance del cambio. Durante mucho tiempo, nos han prevenido del cambio climático casi siempre en términos de incrementos del nivel del mar, mientras que, aunque sea algo preocupante, es sólo uno de sus muchos impactos: olas de calor, sequías, hambrunas, efectos sobre los conflictos y el crecimiento económico… El calentamiento global lo abarca todo, un sistema del que nadie será capaz de escapar durante las próximas décadas.
Y el tercer gran malentendido es sobre la gravedad del cambio. Aún hoy escuchamos mucho sobre reducir los umbrales del calentamiento a entre 1,5 y 2 ºC, cuando la primera estimación es optimista e imposible y la segunda es, hablando de forma práctica, inalcanzable. Esto significa que en solo unas décadas nuestro planeta será más cálido que el que describe cualquiera de las informaciones sobre impactos climáticos: en muchas de las mayores ciudades en el Sur de Asia y en Oriente Medio hará tanto calor en verano que simplemente andar en el exterior puede significar arriesgarse a tener un golpe de calor o incluso la muerte; y por eso, Naciones Unidas cree que tendremos 200 millones de refugiados climáticos o más ya en 2050; los daños por las tormentas y la subida del nivel del mar se incrementarán por 100; podría haber 150 millones de muertes adicionales al año por la contaminación del aire, un sufrimiento de una escala 25 veces mayor a la del Holocausto; y nos habremos condenado a la pérdida inevitable de las capas de hielo del planeta, las cuales supondrían, durante siglos, una subida del mar de quizá 80 metros, suficiente para inundar dos de cada tres de las mayores ciudades del mundo, si no las movemos.
Esto no es una descripción del peor escenario posible, sino que sería el mejor escenario, y ni siquiera hemos empezado a procesar lo que eso va a significar para nuestra política y geopolítica, nuestra cultura y nuestra relación con el capitalismo y la tecnología y el sentido de nuestro lugar en la naturaleza y en la conformación de la historia. Estos impactos en lo que yo llamo ‘las humanidades del cambio climático’ pueden ser más profundos que cualquier otro impacto climático directo.
¿Coincide ese primer recuerdo con su toma de conciencia sobre la gravedad del cambio climático?
No puedo decir que sí, la verdad. Durante mucho tiempo, entendí el clima como un tema importante, pero como un desafío político más entre muchos otros, y probablemente no tan urgente como muchas otras cosas en las que pasamos el tiempo debatiendo en el terreno político.
Todo cambió en 2016, cuando empecé a ver informes de la nueva ciencia climática que me daban mucho más miedo que nada de lo que hubiera visto antes, o incluso de lo que me estaba contando el periodismo climático convencional. Dada la rapidez con la que el cambio climático avanzaba, lo universal, transversal y malo que iba a ser, empecé a pensar en la crisis menos como un problema político y más como el problema político. Incluso no como un problema político, sino como el teatro en el que todas nuestras vidas se están desarrollando, y en el que tendremos que cambiar nuestra forma de vida de manera dramática en las próximas décadas.
No se considera ecologista. Tampoco activista. Reconoce no estar apegado a la naturaleza. No entra entre sus planes el veganismo. Afirma que lo ‘único’ que le hace sentir culpable es viajar en avión, aunque lo sigue haciendo. A pesar de todas estas ‘contradicciones’, usted se dedica a escribir sobre las consecuencias del cambio climático y la importancia de actuar. Cualquiera que no le conozca y solo leyera estas líneas le llamaría hipócrita. ¿Qué le motiva a escribir este libro?
Esas son dos cuestiones realmente diferentes, así que intentaré contestar una a una. La ciencia es bastante clara sobre la importancia relativa de la acción colectiva e individual: si tenemos esperanza de responder a esta crisis en algo parecido a la medida que requiere, sólo podemos hacerlo a través de una reorientación profunda de nuestras políticas. Las elecciones individuales de consumo –lo que comemos, si volamos o no, qué tipo de coche utilizamos– son valiosas por varias razones: nos permiten vivir dentro de nuestros valores, mostrar a aquellos que están alrededor que nos importan estas cuestiones, y mostrar a los políticos y a los que diseñan políticas que queremos un cambio. Pero, son solo un paso en un camino hacia una acción política a gran escala. Para estabilizar el clima del planeta a cualquier temperatura, tenemos que reducir totalmente las emisiones de carbono.
Si nos encontramos dentro de 50 años, a 3 ºC, por ejemplo, y producimos incluso una pequeña parte de las emisiones que producimos hoy, seguiremos calentando el planeta. Y si nos tomamos el objetivo final de un mundo descarbonizado en serio -algo que deberíamos hacer para tener alguna esperanza de parar el calentamiento-, se requerirá mucho más que los ajuste marginales en las huellas de carbono que pueden ser conseguidas a través de cambios en los modelos de vida. Esto significa que lo más importante que cualquier persona puede hacer es involucrarse políticamente, intentar dar prioridad a un cambio transformador a gran escala; conseguir eso es mucho más importante que lo que compras en el supermercado o cómo de a menudo viajas.
Para mí, sin embargo, esto no debería ser una razón para desesperarse, o la base para un ejercicio de hipocresía, ya que la política ha estado aquí siempre para eso: para permitirnos vivir juntos de forma más responsable de lo que lo hacemos individualmente. No pedimos a esos que creen que la red de seguridad social debe expandirse que primero demuestren su compromiso donando todos sus ingresos a la caridad antes de contemplar la posibilidad de incrementar los impuestos. No deberíamos pedir a los que están pidiendo una acción climática que se conviertan ellos mismos en santos climáticos antes de tomarnos en serio su activismo por un cambio significativo. Si lo hacemos, estaremos restringiendo de forma tan drástica los posibles apoyos políticos que ningún cambio de esa escala se dé probablemente. En Estados Unidos, en concreto, nos han enseñado durante tanto tiempo que dejamos nuestra huella política sobre el mundo a través de lo que compramos y consumimos más que a través de la política real, que a menudo pensamos que el único camino de futuro es a través de cambios en esos patrones de consumo. Pero, por supuesto, necesitamos algo mucho más grande. Por fortuna, en este punto, aún es posible imaginar una transición energética que nos requiera cambiar sólo la fuente y la base de nuestras preferencias de consumo hoy en día –que la energía venga de fuentes renovables, que nuestra infraestructura se construya con un nuevo tipo de cemento, que nuestros aviones vuelen utilizando un tipo de combustible diferente– y no abandonar enteramente esos aspectos de nuestras vidas relativamente confortables. Por supuesto, si no actuamos pronto, será necesaria una transición más dramática.
Sobre por qué escribí el libro… mi propia perspectiva es mucho más la de un periodista y un observador que la de un activista, y lo que he esperado hacer es presentar la saga en la que estamos viviendo a través de su totalidad épica –una historia no solo sobre clima extremo y subida del nivel del mar, sino de un entramado infinitamente complejo e interconectado de comportamientos humanos y sus consecuencias, una de las premisas para transformar completamente prácticamente cada uno de los aspectos de la vida moderna en el siglo XXI- de la misma forma que se podría decir que el siglo XIX estuvo definido por la ‘modernidad’ o el final del XX por el ‘capitalismo financiero’, este siglo va a estar definido y literalmente modelado por el cambio climático, que definirá toda la experiencia humana para siempre a partir de ahora.
Pero cuánto impacto tendrá y cómo de profundo será el sufrimiento que provoque será resultado de las elecciones que hagamos ahora. Espero que la mayor parte de la gente responda a las aterradoras noticias sobre cambio climático sin caer en el fatalismo o, incluso peor, en una visión de suma cero por la competición de recursos que genere una respuesta insensible a todo ese sufrimiento en otras partes del mundo. Espero que se decanten por la política empática y comprometida, pidiendo más acciones que alivien ese sufrimiento lo más posible. Los obstáculos al cambio son enormes, pero nuestras manos son en buena parte esas palancas. El principal causante del calentamiento global es la acción humana, y si llegamos a escenarios infernales será sólo porque lo hemos elegido. Lo que significa, en teoría al menos, que podemos elegir diferentes caminos hacia el futuro también.
No confía en las acciones individuales para poder mitigar los efectos del calentamiento global. Considera cualquier gesto personal insignificante frente a cualquier decisión política. Entonces, ¿cuál debe ser el papel que asuma la gente?
¡Uno político! Eso empieza, en la escala más pequeña, simplemente con la conversación. Muchas encuestas sugieren que muchas personas sufren ansiedad climática de forma privada sin hablar nunca de ello, ni siquiera con sus allegados, lo cual es una de las razones por las que se sienten tan impotentes a la hora de tomar acciones en contra del calentamiento. El siguiente paso es votar, y hacerlo por líderes que den prioridad a la acción climática. A partir de ahí, podemos hacer lo posible para pedir responsabilidades a los líderes sobre esas promesas que hicieron en sus campañas y, de hecho, incrementar esas ambiciones cuando estén en sus puestos. Y, más allá, está la movilización y el compromiso con las políticas de protesta, que durante el último año han transformado de forma radical el paisaje de la política climática en occidente, y han abierto todo un espectro de nuevas oportunidades de acciones de futuro.
En un momento del libro describe el cambio climático como un «hiperobjeto»: un hecho tan amplio y complejo que impide entenderlo adecuadamente. ¿Es esa incomprensión la responsable de la inacción climática?
Sin duda, tenemos problemas para apreciar directamente, y realmente evaluar, la escala de la crisis tal y como se presenta hoy; y ciertamente lo que la ciencia nos dice es que ocurrirá en breve. La pregunta de por qué pasa esto es fascinante y crítica, pero no sé si se puede responder más allá de las generalidades. Cada uno de nosotros es diferente, con diferentes prejuicios cognitivos y reflejos emocionales y psicológicos, y todos ellos conspiran para impedirnos que realmente miremos de frente a algunas proyecciones aterradoras.
La complejidad del cambio climático no es uno de los puntos ciegos más importantes que tenemos, en parte porque no creo que la historia sea, en último término, tan compleja: los gases de efecto invernadero calientan el planeta, hemos generado muchos gases, y cuanto más caliente está el planeta, peores serán las condiciones para prácticamente todo el mundo. El asunto sobre qué debemos hacer es más complicado de entender en tu cabeza, creo, porque casi cada aspecto de la vida moderna produce carbono y eso significa que necesitamos eliminar todo ese carbono lo más rápidamente posible, lo que implica una transformación bastante general e inmediata de prácticamente cada rincón del mundo moderno: industria, infraestructura, energía y electricidad, agricultura y transporte.
Aun así, no estoy seguro de si es la complejidad de ese desafío lo que nos confunde, sino más bien sólo la amplitud de esa transformación y, por tanto, todo lo que nos requiere. Los economistas nos dicen hoy que la acción no necesita ser tan disruptiva. De hecho, dicen que todos vamos a estar mejor económicamente, incluso a corto plazo, durante una descarbonización más rápida. Pero, en parte, dado que luchamos contra todos esos prejuicios cognitivos, nos cuesta mucho verlo de esa manera.
¿Considera que el sistema capitalista es el responsable del cambio climático? ¿Puede ese mismo sistema liderar la transición ecológica y energética?
Creo que necesitamos una reforma y una renovación significativa, como mínimo. Está claro que el sistema, tal y como está hoy, no puede continuar si esperamos evitar niveles terribles de calentamiento. Las emisiones siguen creciendo, con un nuevo récord cada año, con muy poco tiempo disponible para cambiar el curso y evitar el desastre. Pero estoy menos seguro que otros en la izquierda ecologista de que las fuerzas del mercado no pueden ayudar, y tal vez incluso conducir mucha de la innovación y la reforma que necesitamos, en parte porque creo que no es exacto describir el sistema en el que vivimos hoy simplemente como “capitalismo”.
Por ejemplo, el FMI estima que, globalmente, la industria de los combustibles fósiles recibe subsidios que llegan a los 53.000 millones de dólares cada año. Eso es una gran distorsión de los mercados, beneficiando a empresas que resulta que están envenenando nuestro futuro también. En Estados Unidos hemos construido infraestructuras y desarrollado leyes y regulaciones que apoyan y sostienen mucho de lo que hacemos para producir emisiones -conducir, volar, cultivar comida de ciertas formas-. Para reorientar esas regulaciones no se trata de darle la vuelta al capitalismo, sino de una reorientación de algunas de las prioridades de nuestra economía política que se desligue, no sólo del principio de crecimiento a toda costa, sino también del crecimiento conducido bajo un determinado patrón (y que se dirija hacia un planeta estable, en el que se pueda vivir y que sea relativamente próspero).
“Si algo nos salvará, será la tecnología’’. Esa frase de su libro tiene mucho que ver con el inmovilismo generalizado que se crea en torno al cambio climático. No obstante, usted también asegura que no podemos confiar únicamente en ella como solución. ¿Quién podría liderar ese desarrollo tecnológico (empresas, Estados…)?
Necesitamos liderazgo en todos los niveles y en todos los sectores; así de importante es este desafío y así de complicado es. Pero mi argumento en el libro no es que podemos contar con la tecnología para salvarnos, más bien lo contrario, que no podemos asumir simplemente eso porque la tecnología será parte de cualquier respuesta y que por tanto su desarrollo e implementación es inevitable. La tecnología es difícil de implementar; construir nuevas plantas de paneles solares o construir una nueva red eléctrica o levantar diques marinos, estos son proyectos de infraestructuras que nos llevarán décadas, en la mayor parte del mundo. Nos llevó décadas hasta que los teléfonos móviles proliferaron a través del mundo; lo mismo para internet. Y el trabajo que el cambio climático requiere es mucho más complicado y más intensivo en logística y capital. Esa es la razón por la que no podemos esperar a que la tecnología se desarrolle; aunque necesitamos seguir invirtiendo en I+D también, tenemos que empezar a trabajar con las herramientas que tenemos, porque si no, nos quedaremos sin tiempo.
Además de ese desarrollo tecnológico, ¿qué más habría que hacer? ¿Quién debería asumir esa responsabilidad?
Nuestras políticas tienen que cambiar de forma bastante drástica para hacer que este asunto de dar respuesta a esta crisis sea el proyecto central de nuestros tiempos.
Su libro es una especie de biblia climática. Son muchísimas las cifras, previsiones y evidencias que narra. Cerca un centenar de páginas solo de anotaciones. ¿No se plantea adaptarlo a otro formato para que así llegue a un público más amplio?
Ha sido escrito para que sea relativamente accesible, no académico, y ha sido un éxito de ventas en todos los sitios en los que se ha publicado de momento (uno de los más vendidos en la mayor parte de los países). Más adelante, quizá decidamos publicar diferentes ediciones, incluso una aún más accesibles, pero no tenemos planes de hacer eso ahora.
¿Cree que existe alguna película de ciencia ficción veraz? ¿Por qué suelen representar escenarios irreales y apocalípticos? ¿Tendría más sentido que se basaran en los informes del IPCC?
La mayor parte de las narraciones sobre la degradación medioambiental no describen de ninguna forma precisa el drama particular en el que estamos a punto de embarcarnos, pero no pienso que el principal trabajo de esas historias sea precisamente ser exacto -no es tan importante, creo, que Mad Max tenga lugar durante una época de carencia de petróleo, por ejemplo, o que Blade Runner no hable fundamentalmente de los combustibles fósiles. Aún vemos en ellas (y en muchas otras películas y novelas sobre el futuro) imágenes sobrecogedoras de lo que puede ser la vida en medio del cambio climático-. Pero, presumiblemente, a medida que el tiempo empeore y el calentamiento continúe, comenzaremos a ver más relatos que traten de esos acontecimientos, no sólo describiendo historias de cambio climático directamente, sino contando historias de todo tipo que simplemente están ambientadas en un mundo definido por el cambio climático.
Son muchos los horrores que describe en su libro. ¿Qué es lo que más le preocupa de la crisis climática?
Que no hagamos lo suficiente para pararlo, y que a cambio elijamos definir como aceptables niveles de sufrimiento cada vez más elevados, en parte, deshumanizando a aquellos en otros lugares del mundo que ya sufren de forma más intensa que nosotros, que estamos en el rico occidente.
Han pasado dos años desde que publicó el artículo -‘La tierra inhabitable’- que le llevó a su nuevo libro. ¿Hemos aprendido algo durante todo este tiempo?
Hemos aprendido mucho de los científicos, que están publicando nuevas investigaciones cada día. Y creo que el público ha empezado a despertar, también el movimiento que se puede ver en las acciones de protesta y en las encuestas de opinión pública; ambas muestran una intensidad en la actividad sobre este tema mucho mayor de la que nunca hemos visto antes. Sin embargo, aún estamos dando respuestas insuficientes a este problema a la escala que requiere: esa es la brutal escala de tiempo a la que nos enfrentamos, en la que todo lo que no sea una movilización total contra el clima probablemente no nos salvará de vivir vidas en un futuro relativamente cercano que hoy en día todos estaríamos de acuerdo que son inadmisibles.
Siguiendo a Carlos de Castro y a todos sus compañeros de Geeds UVA de Valladolid, a Antonio Turiel, Ugo Bardi, MEDEAS, etc, «cambiar solo la fuente y la base de nuestras preferencias de consumo» suena a que podremos llevar la misma vida con las renovables que llevamos hoy en día con una civilización basada en el combustible fósil. «Y no abandonar enteramente esos aspectos de nuestras vidas relativamente comfortables» suena a que podremos continuar disfrutando de los mismos niveles de energía, más o menos dandoles continuidad. Una simple transición de un sistema a otro, vamos. Tendré que leer el libro para asegurarme si sigue esa línea equivocada.
Ojalá el único factor a tener en cuenta fuera el calentamiento global por acumulación de CO2, cuatro de los nueve de los procesos que hacen posible la vida han sido sobrepadados en sus límites biofísicos debido a la aspiración a un crecimiento continuo en un planeta de recursos finitos.
«Los economistas nos dicen hoy que la acción no necesita ser tan disruptiva». Es que no va a ser de esa manera. Es que sí va a ser disruptiva pues tendremos que acostumbrarnos a un nivel de disponibilidad energética mucho menor, viéndonos obligados a renunciar a muchas de las posibilidades que nos brinda hoy el consumo del combustible fósil y que las energías renovables no podrán satisfacer.
«Sino de una reorientación de algunas de las prioridades de nuestra economía política». Vaya decepción, a ver si al final se va a tratar de apoyar tan solo un cambio de orientación en las decisiones de inversión energética. La engañifa de que con aerogeneradores, placas fotovoltáicas y coches eléctricos, todo solucionado.
Hay un reporte de 2017 realizado por una comisión liderada por Stiglitz y Stern donde se habla en términos muy optimistas sobre la posibilidad de una mitigación con crecimiento:
https://static1.squarespace.com/static/54ff9c5ce4b0a53decccfb4c/t/59b7f2409f8dce5316811916/1505227332748/CarbonPricing_FullReport.pdf
Si bien a veces parece, por el tono, que esto forma parte de una retórica voluntarista, me resulta desconcertante, por decir lo menos. Por otro lado, Nordhaus, hace un año en su conferencia al recibir el Nobel de economía señalaba un aumento de la temperatura global de 4 °C como una magnitud óptima en términos de costo-beneficio.
No sé si prefiero a los economistas que buscan inspirar un optimismo poco creíble o a los que se limitan a mostrar la fría realidad de los números en crudo.
La práctica totalidad de los economistas no tiene en cuenta los estudios científicos ni los límites biofísicos del planeta. Entienden de economía, no de la sexta extinción de biodiversidad, ni de la acidificación de los océanos, el desequilibrio en el ciclo del carbono, el exceso de nitrógeno o la escasez creciente de fósforo, o tampoco de la pérdida alarmante de suelo fértil, por poner unos pocos ejemplos.
Nordhaus fue además el principal opositor al conocido informe «Los límites de crecimiento» de D. Meadows et alii, un estudio de dinámica de sistemas que ya alertó en el lejano 1972 de la concatención de desequilibrios que se han ido sucediendo desde entonces, sin apenas desviarse en sus previsiones durante estos cincuenta años, lo cual evitó que dicho modelo fuera la guía para la acción política. Un precioso tiempo perdido. Por ello el nobel de Nordhaus es un nobel cuestionado.
La ciencia es nuestro referente. Basta con hacer caso al IPCC, al IPBES, al Gap report de la ONU o al alarmante manifiesto de once mil científicos del pasado cinco de noviembre. Sobran evidencias. Lo incomodo es asumir la renuncia a nuestros estilos de vida o la reducción de la escala de la actividad humana si estamos dispuestos a poner remedio.
El sistema educativo y el sistema cultural dominante no sólo no están adaptados a los tiempos que se avecinan y a los cambios que se necesitan, sino que nos conducen a más velocidad hacia el colapso. Hemos aprendido que hay que producir más, que es bueno ir más rápido y más lejos, que el desarrollo de los países ricos traerá el desarrollo de los países empobrecidos, que sólo trabajan quienes tienen empleo y que la tecnología nos traerá las soluciones necesarias. Estos aprendizajes son ahora contraproducentes o suicidas.
Hay muchas personas, organizaciones, comunidades, y ahora una generación que se levanta, luchando por un giro radical. El sistema educativo, en la parte en la que también puede ser proactivo, no se puede quedar atrás.
Se hace necesario, por tanto, introducir cambios profundos en el sistema educativo (además de en los de los sistemas extractivos, productivos, de distribución, de consumo y de reciclaje).
Para el cambio de rumbo radical se necesita implicar a todos los niveles educativos desde la educación infantil hasta la universidad, incluyendo la formación profesional. Es necesario también establecer sinergias con la educación no formal (asociaciones, colectivos comprometidos con el cambio social) y en especial con la educación ambiental, aprovechando y dinamizando su red de equipamientos y recursos.
El cambio educativo tiene que ser también un cambio cultural, en el que han de implicarse también los medios de comunicación, los agentes de creación de opinión, las comunidades educativas, las instituciones y los movimientos sociales, que han de ser conscientes de que ya hay una emergencia climática, social y ecológica.
Manifiesto por una educación que afronte el estado de emergencia climática y planetaria.
Adhesiones:
https://www.ecologistasenaccion.org/132103/por-una-educacion-que-afronte-el-estado-de-emergencia-climatica-y-planetaria/
El escenario frente a la crisis medioambiental actual no nos permite visualizar un horizonte alentador, ni corto ni mediano plaza. Todavía la casta política a nivel global que dirige los destinos de nuestro planeta esta incapacitada y es ignorante de visualizar minimamente las consecuencias de los sistemas de producción y desarrollo que habitualmente se utilizan, con el propósito de general bienestar y desarrollo en los pueblos que ellos regentean. El objetivo básico es el crecimiento económico sin importar el daño al planeta. Siendo realista; aun se requiere reacciones mas contundente de la naturaleza para que sea tomada en cuenta