Debatir con negacionistas climáticos: ¿trampa u oportunidad?

¿Hay que debatir con negacionistas del cambio climático? ¿Qué hay que hacer para que dejen de envenenar el discurso público acerca de una realidad consensuada?
Debatir con negacionistas climáticos: ¿trampa u oportunidad?
Consecuencias de las lluvias torrenciales. Foto: Twitter Diputación de Valencia. Foto: EESbms3XUAE3-O8

Me habían invitado a dar una charla en una universidad valenciana, dentro de un ciclo de divulgación científica. Hacía frío, pero no el suficiente para hacer bromas del tipo de «¿Dónde está el cambio climático cuando más se le necesita?». Sin embargo, mi inesperada ración de negacionismo me la proporcionó un asistente.

La sala, enorme, quedaba algo desangelada con apenas treinta o cuarenta personas, así que aquel hombre que había levantado la mano -ya saben, «Bueno, lo mío es en realidad una reflexión más que una pregunta…»- destacaba entre varias butacas vacías. ¿Su reflexión? Que el cambio climático era mentira, porque una estación meteorológica de Finlandia había marcado un récord de frío.

No, no es broma ni me falla la memoria. Lo sé porque aquel día, en el que me encontraba particularmente cansado, empleé demasiado tiempo en tratar de convencer a aquella persona de que lo que me decía ni era incompatible con el cambio climático, ni era significativo, ni era síntoma alguno de un enfriamiento planetario. Nada más salir de la sala me arrepentí de mi insistencia, y también me maldije por mi incapacidad para formular argumentos más convincentes. No todos los días ni todas las conferencias salen bien.

Es tremendamente cansado explicar algo -cualquier cosa- que a uno le parece evidente. Es facilísimo, además, caer en la arrogancia, en la soberbia, en un tono displicente o paternalista. El cambio climático no es algo evidente (todavía) para la mayoría de la gente, o no lo perciben así. Explicarlo requiere esfuerzo y adaptación a cada público. Pero para lo que estamos pésimamente preparados los divulgadores y los científicos es para contraponer los datos y hechos que manejamos frente a nociones sin pies ni cabeza, aseveraciones absurdas o datos inventados.

Es más: por muy convencidos que estemos de tener razón, desde fuera parece que ambos la tengamos, ya que no damos el brazo a torcer y a veces nos desesperamos, nos cuesta mantener la compostura, o lo dejamos por imposible. Si alguien me espeta en un plató que la temperatura media del planeta ha bajado medio grado, pero que esos registros no se hacen públicos porque [inserte aquí su conspiración favorita], mi respuesta sobre que ya se ha calentado más de un grado sonará igual de contundente e igual de veraz que la suya. Jamás aceptaré sus datos ni él los míos, y esas falsas tablas provocarán la impresión en el espectador u oyente de que «esto en realidad no está claro, los dos podrían tener razón».

Cualquier debate público sobre la realidad física del cambio climático no es un debate, es sencillamente tiempo y atención que los negacionistas consiguen a costa de quienes nos tomamos esto en serio.

Claro que la ciencia no va de consensos. Quienes más lo arguyen, y quienes dicen defender la «ciencia» frente a quienes supuestamente anteponemos la ideología, son en realidad quienes menos entienden la ciencia, quienes más la manipulan, torturan los datos y los adaptan a su marco mental. Para ellos, cosa de la que son perfectamente conscientes, el debate sobre la realidad científica del cambio climático sí constituye un arma ideológica y una forma de inocular sus ideas y postulados, habitualmente cercanos la desregulación del mercado y el tecnooptimismo más irracional como panacea.

Frente a quienes, impelidos por una realidad innegable, buscamos soluciones (y sí, preferimos aquellas que encajan en lo que entendemos que es un marco social justo y un desarrollo realmente sostenible), los negacionistas transmutan la realidad para encajarla -a martillazos, si hace falta- en su modelo de sociedad. Son ellos quienes no cejan en el empeño de imponer su visión, aunque sea mediante la perversión y banalización de la ciencia. Quienes inoculan en el debate las noticias falsas, porque si no hubiese ruido creado artificialmente por personas e instituciones interesadas en ello, no habría tal debate, como no lo hay sobre la ley de la gravedad o la de la evolución. Ello no significa que no se siga investigando en ámbitos científicos, por supuesto: son dos campos apasionantes en los que se producen avances constantes. Pero nadie lleva a un creacionista a debatir frente a un genético, o a un mentalista que dobla cucharas frente a un físico de partículas.

La percepción del consenso científico sobre el cambio climático es uno de los mayores impulsores de la acción ciudadana, y eso lo saben muy bien quienes han envenenado el debate público durante años. Seguir debatiendo hechos sólo beneficia a una parte: la que tiene interés en teñirlos del color de la duda. ¿Debates sobre soluciones técnicas, económicas, ambientales y sociales? Los que haga falta. Es más: tenemos un déficit enorme de debate sobre cómo vamos a afrontar esto. ¿Pero sobre si el agua moja? No, ya no. Lo que sí debemos es poner los medios para ser capaces de realizar un esfuerzo sin precedentes en educación ambiental y divulgación científica; sin eso, la conversación sobre qué hacemos ahora como sociedad tendrá los pies de barro y la mirada muy corta.

Hace unas semanas rechacé ir a un programa de televisión de máxima audiencia a debatir sobre cambio climático. Pese a la tentación de promocionar mi último libro y creer que podría aportar algo de cordura, decidí no ir, como también he rechazado oportunidades similares en ocasiones anteriores. Me acordé del señor de la charla en la universidad, y me imaginé emperrado durante diez minutos en hacerle entender algo a un señor que previamente había decidido que no quería entender nada, pero sí sembrar la duda. El lugar de los negacionistas del cambio climático no es un plató de televisión: es el pupitre de una clase de secundaria.

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  1. El final del artículo es la mejor respuesta para dar al negacionismo climático
    La situación es demasiado grave ya como para darles cancha

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