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Entre las locuciones latinas más citadas y menos entendidas se encuentra aquella según la cual quien cuida su mente y su cuerpo, alcanza un equilibrio que le permitirá vivir una vida mejor o, si se quiere, más sana: mens sana in corpore sano. La locución, perteneciente a las Sátiras de Juvenal, prosigue del siguiente modo: “Pedid un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte / Que considere el espacio de vida restante entre los regalos de la naturaleza”. No habla, por tanto, aunque así lo creamos, de este equilibrio, de forma que con meditación, ejercicio y dietas equilibradas podamos alcanzar algún tipo de virtud, sea esta lo que sea hoy en día (me apunto la “disrupción”), sino de otro equilibrio de nosotros y nuestra condición mortal con el todo del que formamos parte, que implica una naturaleza cuyas condiciones nos permiten a nosotros, seres finitos y vulnerables, sobrevivir. Si usted aspira a vivir muchos años hará bien en cuidar su salud, en prevenir enfermedades y o hacer uso de la tecnología para ayudar al correcto funcionamiento de su cuerpo, pero de poco le servirá todo ello si su fortalecido cuerpo no puede habitar en una naturaleza que ha devenido hostil.
Vivir para siempre pero hacerlo sin cuidar del medio en el que se desarrolla nuestra vida es la contradicción del homo deus, como diría Harari, es decir, de aquellos hombres que, dejado atrás del homo sapiens, son los protagonistas del Antropoceno porque han modificado drásticamente su entorno, como si fueran dioses y diosas, haciendo y deshaciendo, y dejando atrás además, según Harari, el hambre, la enfermedad y la pobreza como estigmas de nuestra condición mortal. Por un lado, como aspirantes a dioses queremos una vida no solo longeva, sino de eterna juventud y de este modo consumimos dietas detox, es decir, de desintoxicación de todas las toxinas que han entrado en nuestro organismo a través del aire, de los alimentos que crecen de la tierra y del agua; y por otro, convencidos del dominio y propiedad que tenemos sobre la tierra para su explotación, uso y disfrute, no dejamos de generar los residuos y toxinas que, de un modo u otro, vuelven a nosotros y que, inocentemente, creemos aplicar con desintoxicaciones. El planeta parece haberse convertido en la residencia de los dioses, como en aquel cómic de Goscinny y Uderzo protagonizado por Asterix, cuyo argumento se vertebraba en una residencia de vacaciones con spa y dietas detox que, cerca de la aldea gala, habían levantado los romanos. Lo que no podía conseguir el imperialismo político sí lo haría un consumismo que, centrado en el ahora, no piensa en sus consecuencias al tratar de aplacar el deseo del hombre de no morir, de no sufrir, de no envejecer. Efectivamente el ser humano puede ser eterno en un instante, como en la contemplación de un amanecer, pero los instantes no son eternos. La diferencia entre aquella residencia de Uderzo y Goscinny y la nuestra es que la primera dejaba ruinas al final de la historia y la segunda dejará residuos incluso cuando nuestra historia no haya concluido.
Las ruinas del latín ruo son testimonios de una ausencia, de algo que se ha venido abajo por estar fragmentado o roto. El residuo en cambio no es un simple resto o sobrante de nuestro modo de residir, no es nada roto, sino lo que rompe el entorno. A las ruinas las cubre la naturaleza. En el residuo es la naturaleza la que, transformada desde dentro, queda cubierta. La ruina no es tóxica, el residuo, como tóxico, es veneno. Tal es el origen de la palabra toxina: el veneno con el que se impregnaban las flechas que entrarían en la carne de su víctima. Lo que dejamos, ya no como falta, sino como exceso, son elementos susceptibles de ser absorbidos y que envenenan, como sucedía con nuestros cuerpos, al organismo del planeta. Esta será nuestra memoria, lo que quede quizá de los antiguos nuevos dioses, nosotros. Debería rescatarse el antiguo significado de psykhe, que no es ni mente ni alma, sino el proceso mismo de la vida cuando el vivir se ha terminado, el cierre mismo que solo se consigue con la muerte. Dejaremos de ser dioses como lo hicieron, según Goethe, los caprichosos e inconscientes dioses griegos: porque nadie ni nos recuerde ni nos quiera recordar. Seremos algo así como un trauma que únicamente se percibirá por la sintomatología de una naturaleza que si se ha desquiciado ha sido como mecanismo de defensa. El homo deus se convertirá así en un dios muerto cuya máscara oculta los restos mortales de un homo mortuus, de un hombre muerto.
Fantástico!!!!!
El hombre es su peor enemigo. Hagamos algo YA.