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Ecofeminismo en acción: de la teoría a la práctica

"Aunque el desconocimiento del término hace que muchas luchas cotidianas no lo utilicen, eso no significa por sí mismo que no lo practiquen", señala la autora.
Ecofeminismo en acción: de la teoría a la práctica
Foto: Marcha Mundial de las Mujeres (MMM).

Este reportaje forma parte del Magazine climático 2021. Puedes conseguir un ejemplar, en papel o digital, en nuestro kiosco. Durante las próximas semanas estará a la venta el Magazine climático de 2022.

“No es fácil trabajar desde una perspectiva ecofeminista en los países occidentales, y menos aún en las sociedades urbanas”. Estas palabras de la ecofeminista Yayo Herrero, recogidas en el libro Por qué las mujeres salvarán el planeta, resumen lo complicado que es transformar en prácticas concretas una teoría que propone un cambio de paradigma. Pero que sea complicado no significa que no existan. “Hablar de ecofeminismo en Europa, en España, supone disputar las hegemonías económica, política y cultural. Y eso no es sencillo. Sin embargo, y a pesar de las dificultades, estas miradas se van abriendo paso y cada vez más personas tienen la intuición de que las cosas no van bien”, continúa Herrero. 

Para desarrollar las posibilidades que se están dando dentro de ese “ecofeminismo en acción” debemos tener en cuenta que, aunque el desconocimiento del término hace que muchas luchas cotidianas no lo utilicen, eso no significa por sí mismo que no lo practiquen. Siguiendo de nuevo las palabras de Yayo Herrero, podríamos catalogar como luchas ecofeministas aquellos movimientos que “se caracterizan por disputar la centralidad de la vida, construir trabajo, protagonismos y liderazgos compartidos y colectivos. En ellos, se produce un proceso emancipador para las mujeres, agentes activas de resistencia, lucha y cambio, y el propósito de esas luchas es la propia vida. No se persigue dar la vida por una causa mayor, sino que la causa es la propia vida. Eso genera un tipo de movilización situada, aterrizada, arraigada en la tierra y en los cuerpos”. 

En España existen varias experiencias concretas que siguen este patrón. Un buen ejemplo son las Ramaderes de Catalunya, una red de pastoras y ganaderas catalanas que tratan de reivindicar la ganadería extensiva, la soberanía alimentaria y el respeto al medio y a su propio género. Tampoco puede pasarse por alto la lucha de las temporeras de la fresa en Huelva contra la explotación laboral, los abusos sexuales y las amenazas de sus empleadores. Este es, de hecho, uno de los conflictos de mayor gravedad vividos en los últimos años y que mejor pone de manifiesto el modelo productivo insostenible, capitalista, racista y patriarcal que se critica desde el ecofeminismo. 

Al buscar la maximización de los beneficios en la agricultura a cualquier coste, en el negocio de la producción de la fresa se explota por un lado el territorio –con consecuencias como la deforestación de las superficies, la contaminación de acuiferos, el uso de pesticidas y la utilización de fosfatos y nitratos extraídos de zonas con conflicto–, y por otro lado a las trabajadoras –mujeres jóvenes, pobres, en buena forma, con hijos menores a su cargos para que siempre vuelvan a sus países de origen–, pagándoles una miseria y en una situación de extrema vulnerabilidad que solo se justifica bajo una lógica de mercado atroz. 

La concatenación de violencias sobre estas mujeres es posible porque no conocen el idioma, se encuentran en entornos machistas sin derechos laborales que las protejan y bajo un régimen de poder absoluto. Por ello, luchar y denunciar esta situación, sin tener el apoyo de los sindicatos mayoritarios, ha sido toda una muestra de resistencia y dignidad que, sin embargo, no ha tenido el reconocimiento y apoyo público que merecía, ni tampoco ha recibido una respuesta institucional contundente. Aplicar una perspectiva ecofeminista a este conflicto sirve para entender que, tal y como cuenta Yayo Herrero, “la situación de las jornaleras marroquíes no constituye una mala práctica aislada y puntual. No es un fallo del sistema. Es el sistema en estado puro”. 

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Women’s Environmental Network.

Un prisma global 

El ecofeminismo se materializa alrededor del mundo mediante proyectos y organizaciones concretas que aspiran a transformar la realidad y llamar la atención sobre la relación entre género y medio ambiente. Este ha sido, por ejemplo, el objetivo de Naoko Ishii como presidenta del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM). Su función es revisar que todos los proyectos medioambientales introduzcan la perspectiva de género, pues de lo contrario aquello que se considera neutro, en realidad, ignora a las mujeres. FMAM ha finalizado en los últimos años distintas acciones bajo esta conciencia. Desde una iniciativa en el Estado de Uttarakhand en India, para que las mujeres participaran en la toma de decisiones sobre dónde y cómo debían invertirse las partidas económicas a fin de mejorar las cuencas hidrográficas frágiles; hasta un proyecto en Gambia para fomentar pequeñas redes de energías renovables en áreas rurales. En un país donde solo un 35% de la población tiene acceso a la electricidad, las mujeres son las más castigadas, y por ello expulsadas de cualquier actividad empresarial. Mediante esta iniciativa se instalaron las redes y también se capacitó a las mujeres para su uso. 

Otro caso paradigmático es el de la Marcha Mundial de las Mujeres (MMM), que realiza encuentros feministas en distintas ciudades desde 1998, y desde hace más de 15 años han incorporado el ecofeminismo en su lucha por la autonomía corporal y la autodeterminación territorial. Esta organización es especialmente reseñable debido a su carácter internacional –actualmente cuentan con 58 coordinaciones nacionales– y la visibilidad de sus acciones. En 2017 se produjo una de las movilizaciones coordinadas a nivel internacional m s relevantes que se recuerdan: activistas de todo el mundo de la MMM ocuparon las calles bajo el lema Rana Plaza está en todas partes con motivo del cuarto aniversario de la masacre de unas 1.100 trabajadoras ocurrida en una fábrica textil de Bangladesh. Su intención era solidarizarse con una tragedia marcada por la expropiación capitalista del trabajo productivo y el control patriarcal sobre los cuerpos de las mujeres. 

Este esfuerzo por ampliar las redes de empatía también podemos encontrarlo en la WEN (Women’s Environmental Network), la organización ecofeminista más grande del Reino Unido cuyo fin es establecer vínculos entre las mujeres, su salud y el medio ambiente. En este caso, sus acciones no se basan tanto en el activismo en las calles como en la creación de campañas para presionar al gobierno, ofrecer información divulgativa y cursos de concienciación. Actualmente su trabajo con mayor proyección es Local Food: una iniciativa de cultivo de alimentos dirigida principalmente a las mujeres asiáticas y negras –se calcula que el 40% de ellas vive en situación de extrema pobreza en Inglaterra–. Este programa incluye la formación para el cultivo de alimentos ecológicos, la promoción de los espacios verdes en los márgenes de las ciudades y finalmente la creación de una red de huertos comunitarios que sean garantía de acceso a unos alimentos frescos convertidos casi en un lujo en las grandes ciudades. 

¿Cómo sería una utopía ecofeminista? 

Más allá de estas organizaciones y proyectos –que son solo una pequeña muestra del total–, si queremos hablar de ecofeminismo en acción debemos ampliar mucho más los márgenes: para una transformación profunda de la sociedad será  imprescindible escuchar a quienes desde sus fronteras investigan y abren nuevos caminos. Lo hemos visto en numerosas ocasiones a través del feminismo: primero el activismo va dejando las miguitas de pan –mediante acciones directas, huelgas, manifestaciones y la creación de teoría–, y después, las instituciones, aún con mucho retraso, siguen ese rastro, escuchan y posibilitan que las cosas empiecen a cambiar. Aplicado aquí, el trabajo de tantas mujeres que piensan desde el ecofeminismo será  especialmente valioso debido al carácter emancipador y propositivo de una teoría pensada para intervenir sobre realidades concretas.

Entre ellas se encuentra Marta Pascual, del área de ecofeminismo de Ecologistas en Acción: “Desde una perspectiva ecofeminista lo primero que habría que hacer es parar la destrucción de las condiciones de vida y, lo segundo, apoyar iniciativas que colectivizan espacios de la vida. Esto se puede llevar a cabo desde políticas fiscales o desde la legislación (por ejemplo modificando la Ley de Extranjería). Creo que las estructuras públicas deben facilitar y promover estrategias comunitarias de consumo (grupos de consumo), de producción (cooperativas) de cuidado (grupos de crianza) y de educación (escuelas libres)”. 

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Manifestación por el 8-M en Madrid, en 2019. Álvaro Minguito.

Uno de los ámbitos donde la mayoría de expertas ponen el foco para posibilitar una transformación feminista y ecologista es la economía. “Desde la Red Ecofeminista hacemos una crítica al capitalismo neoliberal actual que lo único que entiende es de crecimiento sin pausa y sin límites”, cuenta Dina Garzón como coordinadora de esta asociación. “En esa maravillosa utopía ecofeminista, la economía no tendría que ir desacoplada de esa idea tan simple de que consigamos vidas dignas de ser vividas para todas y todos, en armonía con los otros animales y los ecosistemas, y libres de cualquier forma de dominación. Para conseguirlo habría que renunciar a las inercias destructivas fuertemente interiorizadas en la actual sociedad consumista, machista, racista, homófoba y especista en la que vivimos”. 

¿Y qué hay de las propuestas concretas bajo estos principios? “Se me ocurren no una, sino cientos”, advierte Garzón antes de enumerar algunas: “Permitir que las mujeres maltratadas puedan ir acompañadas de sus familias al completo, incluyendo a los otros animales a los lugares de acogida. Obligación de servir comida ecológica, de km 0 y libre de maltrato animal en los menús de los colegios, universidades y todos los centros públicos. No costaría nada, y el efecto en la economía real ser a muy positivo, puesto que apoyar a a la agricultura nacional de calidad. Sustituir las ayudas a la compra de vehículos contaminantes por ayudas y bonos transporte anuales a quienes renuncien a poseer un vehículo privado. Parte de lo ahorrado habría que invertirlo en la electrificación y mejora del transporte público”. 

A partir de aquí, ambas coinciden en que no se trata solo de que se hagan cambios desde los organismos estatales: “Los cambios personales (de consumo, de relaciones, de movilidad, de alimentación, de gestión del acompañamiento, la salud o el cuidado) nacen de una forma diferente de entendernos como seres humanos. Cambiar la idea de éxito que nos ha inoculado el capitalismo y a la que solo se accede desde el privilegio. Reconocernos como seres relacionales y desde ahí construir formas de vida sencillas con el resto”, razona Pascual. 

También están de acuerdo en que el mayor espacio de conflicto para que toda esta imaginación propositiva se convierta en realidad son las grandes ciudades: “Es mucho más difícil operar cambios porque su metabolismo devora muchos productos de fuera y produce cantidades descomunales de residuos difíciles de gestionar. Las ciudades intermedias hacen más fácil esta relación amable con las personas y el medio”, apunta Pascual. Pero eso no significa que no podamos empezar a trabajar también desde aquí: “Puestas a soñar, podemos imaginar viviendas ecoeficientes con espacios y recursos compartidos por el bloque, gestionados por el vecindario. Podemos imaginar mercados con productos de proximidad. Ciudades compasivas que enfrentan la soledad no deseada y acompañan al final de la vida”. 

Isabelle Anguelovski, experta en urbanismo feminista y medioambiental, aporta algunas características más para esa posible ciudad ecofeminista, “ser a un espacio donde hubiera organizaciones de base que pueden dar apoyo a las necesidades de las mujeres, por ejemplo con unos sistemas de guardería eficaces, de apoyo en casa, donde se reconozca el espacio reproductivo. También ser a una ciudad donde haya cooperativas de apoyo, de intercambio, que puedan dar soporte a las necesidades de los ni os y de los mayores. Donde se reconozca las vulnerabilidades múltiples: ahora mismo si eres una mujer migrante de clase obrera no te reconocen el espacio al acceso público con confianza, la ciudad tiende a no ser segura para ellas. Una ciudad ecofeminista debe ofrecerles más reconocimiento con actividades culturales, deportivas y recreativas que estén en sintonía con su día a día”. 

Yendo más al detalle, Anguelovski propone bloques de viviendas como “espacios mixtos en cuanto a generaciones, usos, espacios verdes, espacios públicos, guarderías, centros de día para las personas mayores donde se remunere mejor a las personas que cuidan y que también exista siempre la posibilidad de tener redes de apoyo en 15 o 20 minutos en los alrededores”. A modo de conclusión, Pascual recuerda que no deberíamos ver el ecofeminismo en acción como un movimiento idealista o utópico, que solo persigue un mundo más justo para las mujeres y las personas más vulnerables, sino como una herramienta de intervención directa, imprescindible para “enfrentar la violencia de un orden que nos está recortando el futuro”.

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