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Emergencia climática, trabajo y empleo

El decrecimiento es la única hoja de ruta que puede evitar los peores impactos del cambio climático. La transformación del mundo del trabajo será profunda.
Emergencia climática, trabajo y empleo
Trabajo colectivo de plantación de árboles en las Maldivas. Foto: niOS/Flickr. (Lic: CC BY-NC 2.0) Foto: maldivas

Estamos viviendo una declaración tras otra de emergencia climática. Se realizan con facilidad y se acompañan de un paquete de medidas que no suponen cambios disruptivos en la organización socioeconómica. También una conciencia social creciente, que en está implicando cambios de hábitos y procesos de autoorganización leves ¿Es esto lo que hace falta? Un estudio que acaba de publicar Ecologistas en Acción, en el que hemos participado, ofrece información relevante para responder a esta cuestión. Hemos modelado los cambios que habría que realizar en el mundo del trabajo (no remunerado de cuidados, asalariados y autogestionados) para que España realice las reducciones de emisiones acordes con la emergencia climática.

La primera pregunta pertinente es, ¿cuál debería ser ese nivel de reducción de emisiones? En 2019, Naciones Unidas planteó que las reducciones tienen que ser el 7,6% al año a nivel global para tener una posibilidad razonable de no superar los 1,5ºC de aumento de temperatura. Esto implica una reducción del 58% en 2030 respecto a las emisiones en 2019. Pero, en un mundo atravesado por la desigualdad, las responsabilidades de unos territorios y otros no son las mismas. Para nuestro Estado, que es uno de los principales emisores históricos y per cápita del mundo, las reducciones tendrían que ser mayores, por lo menos del 10% al año. Esto significa una bajada del 65% en 2030. Todo esto sin contar con reducciones adicionales fruto de absorciones, que también habría que realizar.

Para entender qué tipo de transformaciones habría que llevar a cabo en el mundo del trabajo, y por ende en la economía, hemos modelado tres tipos de políticas. En un primer escenario, que denominamos BAU, planteamos que todo siguiese, más o menos, en el mismo sentido que va en la actualidad. El resultado es catastrófico, pues las emisiones aumentan un 21% en 2030 respecto a 2019. Lo que tendríamos por delante serían veranos aún más tórridos y largos, con lo que eso conlleva de reducción de la disponibilidad de agua para el turismo o la agricultura (no olvidemos que el verano ya dura en la Península ibérica 5 semanas más). O tormentas como Gloria más frecuentes, virulentas y, lo que puede ser peor, encadenadas. Es claramente el peor escenario, incluido para el empleo, pues sin planeta no hay trabajo.

¿Green New Deal…

El segundo escenario lo hemos denominado Green New Deal (GND). Incluye los componentes habituales de las propuestas de capitalismo verde, con un fuerte incremento de las renovables de alta tecnología, las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y el Estado social. Es un escenario que no contempla que en la próxima década vaya a existir ningún límite en la disponibilidad material y energética para la puesta en marcha de este tipo de desarrollos. Pero a estas medidas hemos sumado otras de corte decrecentista, destacando una fuerte disminución de los consumos personales y un importante desarrollo la agricultura ecológica, que consigue fijar una parte importante de emisiones.

El escenario GND reduce de forma considerable las emisiones (-45%), pero se queda lejos de hacerlo de manera suficiente (-65%), incluso sin considerar la justicia climática (-58%). Podríamos decir que avanza en la dirección correcta, pero a una velocidad inadecuada. Y la velocidad es fundamental en el escenario de emergencia climática pues, cuanto más tiempo tardemos en conseguir que la concentración de CO2 se sitúe por debajo de las 350 ppm (actualmente supera ampliamente las 400), más posibilidades habrá de que se activen los bucles de realimentación positiva que hagan que el clima evolucione hacia otro equilibrio notablemente más cálido que el actual. Entre esos bucles destacan el deshielo del Ártico y la Antártida (con lo que disminuiría la reflexión solar de la superficie terrestre) o el descongelamiento del permafrost (liberándose con ello grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero notablemente más potente que el CO2). Estos dos procesos ya se han empezado a producir y estamos en el límite de que se descontrolen.

Es decir, que los resultados del escenario GND suman argumentos a que no es posible mantener una sociedad industrial, algo a lo que se llega también desde la perspectiva de la disponibilidad energética y material.

…o decrecimiento?

De este modo llegamos al tercer escenario, el Decrecimiento (D). Este reduce de forma robusta el consumo de energía y materiales, y construye una economía más pequeña, rural, local y menos industrializada. También apuesta por la desalarización y por la construcción de autonomía política y material, que son elementos centrales para romper con el capitalismo que, a su vez, es el vector central de destrucción ambiental.

El escenario D alcanza las reducciones necesarias de GEI (-68%) acordes a criterios de justicia ambiental internacional. Pero, a diferencia de los escenarios BAU y GND, que crean empleo neto manteniendo el actual mercado laboral, destruye 2.000.000 de puestos de trabajo. Las reducciones son especialmente duras en turismo, transporte o construcción. En cambio, en otros sectores hay creación neta de trabajo asalariado, especialmente el alimentario con 700.000 empleos. El resultado final es que el sector alimentario pasa a ser el tercero con más horas dedicadas, solo por detrás del de cuidados remunerados (sanidad, educación, etc.) y comercio, y a un nivel similar que el de servicios.

La economía se hace mucho más local, con un recorte de un 80% del tráfico marítimo (principal fuente de entrada de mercancías en España), lo que conlleva una revitalización de sectores industriales como el procesado de alimentos, la fabricación de muebles o el textil.

En el plano personal, las emisiones de la climatización de los hogares se reducen un 50%. Esto implica, más allá de medidas de aumento de la eficiencia, cambiar aires acondicionados por ventiladores, o pasar de calentar las casas a calentar determinadas estancias (el baño o la sala de estar) o a las personas (vuelta de los braseros debajo de mesas camilla). Este tipo de cambios en las viviendas y oficinas también están contemplados en el escenario GND.

El único escenario

Una conclusión fuerte de que el escenario D sea el único que consigue realizar las reducciones necesarias para encarar la emergencia climática es que las medidas que contempla tienen que acompañarse de una reestructuración drástica del sistema laboral. Una primera medida tendría que ser el reparto del trabajo (no solo del empleo, sino también de las tareas de cuidados no remuneradas). Por ejemplo, con una jornada de 30 horas semanales y reparto del empleo, en el escenario D se generarían 1.300.000 empleos netos. Pero a buen seguro que serían también imprescindibles mecanismos de reparto de la riqueza, como la renta básica de las iguales o expropiaciones (también de tierras para poder poner en marcha la fuerte ruralización que el escenario D dibuja como necesaria). Dicho de otro modo, la transición ecológica debe ser al tiempo hacia sociedades más justas y autónomas.

Otra segunda conclusión es que en este momento histórico no podemos enfrentar la crisis ambiental, la crisis de la vida, sin cambios muy importantes en nuestra economía y en la organización social. Hemos tardado demasiado en hacer los deberes. Por eso, las medidas que están acompañando a las declaraciones de emergencia climática institucionales en realidad no están respondiendo a dicha emergencia. Tampoco lo están haciendo las que estamos poniendo en marcha las sociedades. Son medidas que ni siquiera alcanzan a nuestro escenario GND.

Finalmente, esta profunda reestructuración socioeconómica puede tener sentido no solo ambiental, sino también social. Si se pusiesen en marcha las medidas planteadas en el escenario D, trabajaríamos menos horas totales, dedicaríamos más al trabajo de cuidados no remunerado, menos al empleo (tanto público como privado) y aparecería un campo de trabajo autogestionado no capitalista. Para mí, vidas que merecen más ser vividas.

Walter Actis Mazzola (Argentina, 1952), es miembro de Ecologistas en
Acción. Actualmente jubilado, se dedicó durante tres décadas a la
investigación social en el seno de Colectivo Ioé.

Adrián Almazán Gómez (Madrid, 1990) es miembro de Ecologistas en
Acción. Forma parte del colectivo la Torna. Además es licenciado en física y doctor en filosofía.

Luis González Reyes (Madrid, 1974) es miembro de Ecologistas en
Acción, donde fue durante nueve años coordinador confederal. Es autor o coautor de una veintena de libros sobre distintas facetas del ecologismo social.

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