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Haciendo la digestión emocional de la crisis climática

La falta de espacios para expresar las emociones de ansiedad que genera la crisis climática pueden llevar a la parálisis en la acción.
Haciendo la digestión emocional de la crisis climática
La ecoansiedad pueden llevarnos al aislamiento. Foto: Graehawk/Pixabay Foto: ansiedad

No es ningún secreto que, a un ritmo cada vez mayor, nos llegan noticias muy desesperanzadoras sobre el estado del mundo. Las ocasionales noticias sobre extinciones de hace unos años han desembocado en la conocida como ‘Sexta mega extinción’, los impactos de los humanos sobre la Tierra ya no nos llegan de forma aislada sino que -nos dicen- podemos considerar este periodo geológico como el Antropoceno. Los movimientos de extrema derecha eran algo más bien anecdótico y el tratado de Maastricht nos iba a traer la estabilidad y prosperidad.

La realidad de hoy es que la confianza de los jóvenes de vivir mejor que sus padres se ha evaporado completamente, por no hablar de la desconfianza en la Unión Europea y el sistema político. Peor aún, al cambio climático, que era un problema a futuro que tanto los gobiernos como la tecnología parecían poder hacer frente, ahora se le llama crisis climática y ecológica y nos da, sobre todo, vértigo, como un nubarrón que se nos echa encima sin estar preparados para el chaparrón.

A menudo, las charlas, noticias y artículos sobre la crisis multidimensional que vivimos se centran en visibilizar un panorama que desalienta al más optimista. Los datos se lanzan como piedras, magullando a aquellas personas que son alcanzadas. La gente se pregunta, con razón, cómo va a acabar todo esto, y se responde a sí misma que “mal”. Y es que es difícil encontrar buenos argumentos para ser optimistas. Se nos acumulan indicios que vaticinan desastres naturales, conflictos armados y la incapacidad de la sociedad para sostenerse en un plazo cada vez más corto. Pero de alguna manera, se espera que el público asimile los tremendos datos que los científicos nos hacen llegar y se haga cargo de la situación y todas sus implicaciones sin ayuda. 

Las personas que cuentan a la población la verdad sobre la crisis climática -ya sean educadores, periodistas o activistas- no deben ignorar el impacto emocional y psicológico que esta produce. Hay que naturalizar emociones y sentimientos como la tristeza, la ansiedad o la impotencia. Sentirse mal por lo que está pasando en el mundo no solo es normal, sino que demuestra que estamos conectados con él. No debemos tratar las dimensiones emocional y mental como si fueran cosas ajenas la una a la otra, sino íntimamente relacionadas.

Si junto con esta incomodísima verdad que hoy se revela con cada vez mayor crudeza no se ofrece un poco de miga para tragarla y un contexto seguro donde digerirla, podemos amplificar una sensación de impotencia y ansiedad difícil de manejar. No en vano, el pasado septiembre algunos científicos británicos publicaron una carta en Science reclamando apoyo psicológico para digerir los resultados ¡de sus propias investigaciones!

Esta ecoansiedad o solastalgia puede llevar a la parálisis, la impotencia o la negación. Si a eso le sumamos vivir en una sociedad líquida y precaria donde ya es fácil caer en una crisis de identidad, no hemos de sorprendernos de que se reaccione cayendo en el nihilismo consumista, en un repliegue defensivo/nacionalista o simplemente dando crédito a espurios argumentos negacionistas. Cualquiera de estas respuestas, aunque pueden calmar el agobio inmediato, no hacen sino retrasar la necesaria respuesta social y política que necesitamos.

Si, básicamente, estamos diciendo que el paradigma económico y social en el que hemos crecido debe ser superado, que debemos reducir drásticamente nuestro uso de energía y salirnos de la cultura consumista en que nos hemos socializado, lo menos que debemos ofrecer es un mínimo acompañamiento emocional.

En mi opinión, no debemos caer en la tentación de intentar equilibrar de forma artificiosa las malas noticias con las buenas. La cruda realidad es que hay muchas más malas noticias que buenas. Abrir espacios seguros donde expresar los sentimientos que nos produce el estado del mundo tal y como lo vemos puede resultar no solo un alivio sino una oportunidad de crecimiento personal, tal como se menciona en el artículo científico Resiliencia, espiritualidad y crecimiento postraumático, publicado por investigadoras de las universidades de Melbourne (Australia) y Witwatersrand (Sudáfrica).

En nuestra sociedad, lo cognitivo tiene un papel preponderante, lo que ha ocultado la dimensión existencial o incluso espiritual que está crisis encierra. Estamos pasando de un problema científico resoluble con una medidas técnicas a una inquietante crisis que con implicaciones no sólo ecológicas, sino también culturales y políticas. Nos confronta con nuestros valores, nuestro estilo de vida, nuestra cultura y nuestras opciones políticas así como con nuestras decisiones cotidianas; pudiendo incluso llegar a poner en cuestión cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos.

Dar un sentido a nuestras vidas teniendo en cuenta lo que está pasando no es fácil, especialmente si lo intentamos de forma individual. Sin embargo, compartir nuestras emociones negativas no está bien visto. Es más, en nuestro día a día resulta tabú, pues ¿qué momento elegimos para hablar de nuestros sentimientos y pensamientos más oscuros sobre el estado del mundo? ¿Nochebuena? ¿bar con los amigos? ¿café en el trabajo? Ningún momento es bueno.

Pero el caso es que, una vez se verbaliza o se escuchan esos sentimientos de otras personas, es más fácil asumir la responsabilidad sobre la situación, alineando cabeza y corazón. Abordar esta crisis desde lo colectivo mejorará nuestra resiliencia. Así lo entienden también en la Climate Psychology Alliance, grupo de terapeutas que se dedica a dar apoyo psicológico gratuito a las personas afectadas por la crisis climática y ofrecer contenidos relevantes sobre este tema.

En este sentido, es importante abrir espacios en todos los ámbitos de la sociedad -incluido el mediático- donde expresar y naturalizar las emociones que la crisis genera. Poner el foco sobre los esfuerzos, que personas valientes y grupos comprometidos sí están haciendo, también nos aportará algo de luz. De la misma manera es bueno recordar que, si bien todas las personas tenemos nuestra parte de responsabilidad, aquellos que ejercen el poder cargan con la mayor parte.

El concepto de Cultura Regenerativa, que Extinction Rebellion ha traído a la palestra, resulta también muy relevante. La Cultura Regenerativa busca mirar al problema desde otro lugar, invitando a practicar el cambio profundo que queremos ver en toda la sociedad, fomentando una cultura resiliente basada en la consciencia, el apoyo mutuo y el cuidado.

La metodología de Joanna Macy basada en talleres presenciales, también resulta particularmente interesante. Su objetivo es prepararnos para ofrecer nuestra mejor respuesta a la crisis de nuestro mundo, ofreciendo herramientas para enfrentarla y encontrando nuestro papel en la transición colectiva hacia una sociedad que sostenga la vida.

En conclusión, necesitamos digerir adecuadamente la crisis climática y ecológica para empoderarnos y empoderar a la sociedad hacia una transformación social que busque la solidaridad con la vida en todas sus formas. Sin resiliencia las alternativas son muy oscuras.

Carlos Buj es presidente de la entidad Viaje a la Sostenibilidad y experto en turismo sostenible, ha producido el documental La Cara Oscura del Turismo y participa en actividades relacionadas con el activismo climático y la cultura regenerativa.

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