«Los grupos financieros contemplan la mitigación de CO2 como un filón para la actividad del capital»

El científico y miembro del IPCC Arturo Villavicencio publica ‘Neoliberalizando la naturaleza’, que relaciona la crisis del capitalismo con la crisis ecológica.
Foto: Arturo Villavicencio

A la vista del mundo, sobre la mesa, se puede atisbar sin mucho esfuerzo la estrategia trazada por las esferas económica, financiera y empresarial frente a la enésima crisis del capitalismo: contemplar la biodiversidad a través de ojos serigrafiados con el símbolo del dólar, apropiarse de sus recursos naturales y asimilarlos a su engranaje hiperproductivo, ultraconsumista y sobreexplotador como un bien de mercado más. Banking Nature, de Sandrine Feydel y Denis Delestrac; El camino, de Fran Menchón y Tomás Suárez o System Error de Florian Opitz son solo algunas crónicas de una lógica perversa, que contrarresta las debilidades y contradicciones de su retórica discursiva con la energía en el mensaje, sus ambiciosas campañas marquetinianas de greenwashing y el aparataje de todo un sistema (político, financiero y mediático) al servicio de sus intereses.

Frente a este panorama, el científico y profesor ecuatoriano Arturo Villavicencio (integrante del IPCC cuando este ganó el Premio Nobel de la Paz en 2007) ha articulado Neoliberalizando la naturaleza (Siglo XXI, 2021), un extenso ensayo en el que señala estas fallas asumidas incluso por el mundo académico y ecologista, en el que, lejos de plantear soluciones maximalistas, el autor encuentra puntos ciegos incluso en soluciones aparentemente ‘verdes’, desmonta homilías políticas y corporativas, y siembra más incógnitas que respuestas en un mundo cada vez más gris, menos verde, y con ausencia absoluta de panoramas blancos y negros.

¿Cuál ha sido la génesis de este proyecto?

En ningún momento tuve la intención de escribir un texto de esta amplitud. Fue desde hace algunos años, cuando comencé a trabajar con la Universidad Andina Simón Bolívar en cuestiones relacionadas con el medio ambiente, el cambio climático y la energía. A lo largo de los días me daba cuenta de que diversos temas habían sido penetrados por la ideología neoliberal de una manera muy sutil, que validaban tesis como que la mercantilización y la comercialización de la biodiversidad son el camino más adecuado para conservarla; cuando esas estrategias no solo no benefician a los pueblos indígenas, sino que a la larga producen un deterioro de la naturaleza. Ha sido un trabajo de unos dos, tres años.

Sinteticemos ese dogma, en pocas palabras

De acuerdo a la ideología neoliberal, la “utilidad” de un ecosistema es puesta al descubierto. Puede ser la posibilidad de almacenar carbono, proteger una cuenca hídrica o atraer turistas… Sea como fuere, tiene un valor económico susceptible de ser comercializado y mercantilizado. El bien natural se vuelve así como cualquier otro bien capital.

¿Cómo ha conseguido prevalecer esta retórica de manera hegemónica?

El discurso se ha ido imponiendo gradualmente en la década de los años noventa y a principios de este siglo. Existían otras estrategias de conservación de la naturaleza en torno al desarrollo sostenible o la protección de pueblos indígenas, pero como estas han ido fracasando por diversos motivos, el neoliberalismo ha cogido fuerza.

El libro aborda, por ejemplo, la apropiación de terrenos, que transforma a África en «el vertedero de los países industrializados». ¿Sobre qué otras bases se asienta esta corriente?

Uno de los aspectos más peligrosos del discurso es la idea de la mitigación compensatoria. No importa el daño que una actividad económica ocasione a la naturaleza siempre y cuando se pueda compensar en otro sitio. Me parece bastante grave que se desarrolle una gran actividad por inventariar y cuadricular la naturaleza y se ponga precio a todos los servicios y a la biodiversidad, porque sobre la base de ese precio se compensará la destrucción de un sitio. Alrededor de eso se ha creado una serie de mecanismos financieros en bancos y grupos en los que esta ideología ha penetrado de forma muy fuerte: toda la preocupación por la mitigación del CO2 ha sido vista por los grupos financieros como un filón bien importante para una nueva actividad del capital.

Han ejercido un conjunto de estrategias que, además, se han ido sofisticando…

La explotación de la naturaleza se ha desarrollado tradicionalmente a base de minería o actividad petrolera. Lo que pasa es que frente a ellas ahora han aparecido formas menos tradicionales, como la privatización y mercantilización del agua, de los bosques y de los servicios ecológicos; la comercialización de material genético procedente de plantas y animales, la incorporación de pueblos y áreas al ecoturismo… En Ecuador, los sectores ambientalistas hablan de superar la fase extractivista y dar paso a nuevas actividades amigables con el medio ambiente, como este caso concreto del ecoturismo.

El libro es crítico también con ese fenómeno.

El ecoturismo tiene efectos sociales, culturales y ambientales que despiertan mucha confusión y conviene tener una claridad con respecto a ellos. La máxima capacidad de acogida de las Galápagos, por ejemplo, es de 50.000 turistas al año. Cualquier exceso alteraría la integridad de sus ecosistemas. En 2019 sobrepasaron los 250.000. No es descabellado pensar que llegaremos al millón de turistas y este sería el fin de las islas. Hay que pensar también en el cálculo de toneladas de CO2 en desplazamientos aéreos a estas zonas de ecoturismo: cada turista de Europa puede contaminar dos veces más que una persona local. Pero la interrupción total del turismo, lo hemos visto en la pandemia, es un impacto económico muy serio. Por tanto, no hay fácil respuesta ni solución.

Uno de los argumentos que suelen esgrimirse es la justificación del nivel adquisitivo del país para esa explotación o esa ‘necesidad’ extraordinaria de consumo…

Yo siempre he sostenido que si el subdesarrollo fuese un problema de índole únicamente económica, sería pasable, pero el problema real es de mentalidad. En Ecuador, el anterior gobierno quería crear una especie de Silicon Valley que fuese la salvación milagrosa para el país; un centro donde se investigarían las posibilidades de nuestra riqueza y se descubriría cómo salvarnos de los problemas que teníamos. Existen soluciones, pero tenemos que tener claro que no saldremos de la pobreza de la noche a la mañana: necesitamos mirar a largo plazo para construir un proyecto social y político. El problema más grave es la inequidad social, y la brecha entre la posición acomodada de unos pocos y la situación de necesidad de la gran mayoría se ensancha cada vez más.

¿Hay lugar para el optimismo?

Tiene que haberlo: si no pensamos que podemos mejorar, nunca vamos a ponernos a trabajar. El problema es cuando llegan políticos con soluciones redentoras y milagrosas… al cabo de varios años quedamos más pobres que antes, más endeudados y con problemas graves como la corrupción sistémica o el despilfarro de recursos públicos en ‘elefantes blancos’ [Obra ambiciosa y faraónica, financiada públicamente y que no llega a concluirse].

Neoliberalizando la naturaleza también aborda la Iniciativa Yasuní-ITT.

En ese proyecto, Ecuador ofreció al mundo explotar la riqueza del país a cambio de una compensación. Creó mucha expectativa, a mi juicio un poco naif, ante la posibilidad de disminuir las emisiones de dióxido de carbono. El expresidente [Rafael] Correa siempre argumentó que la «comunidad internacional mezquina» no aceptó el ofrecimiento de Ecuador, pero ni los grupos ambientalistas ni los académicos cuestionaron para qué eran esos recursos que reclamaba ese gobierno. ¿En qué se iba a invertir? ¿Dónde estaba el desarrollo? ¿Para cimentar el país con grandes carreteras? ¿Con divisas para seguir importando vehículos de lujo del exterior? ¿O para promover la agricultura de pequeños campesinos? Deberíamos crear más conciencia sobre esos problemas y sobre sus soluciones, el libro agudiza el debate y muestra que las cosas no son tan simples ni tan buenas como se quieren presentar.

¿Qué opina del greenwashing?

Las empresas se han puesto muy hábilmente el ropaje verde, y bajo ese marketing se les permite que desarrollen ‘acciones’ para reparar sus daños. Un ejemplo: actualmente se explota de manera alarmante toda la madera de balsa en la Amazonía, en un exceso que afecta a los árboles y a los ecosistemas. Ahora bien, frente a esto hay una empresa transnacional que dice que va a sembrar quince mil hectáreas en toda la zona del Ecuador. ¿Qué sucede? Que este territorio no está abandonado, sino que lo ocupan campesinos que efectúan una agricultura de supervivencia. ¿Qué pasará? Les comprarán las tierras a un precio atractivo, puede que se conviertan en asalariados, y con esto se satisfará la demanda de fabricación de turbinas eólicas. Y, a priori, siempre estamos de acuerdo en las energías renovables, pero hay que tener en cuenta que esas turbinas también son causantes de la destrucción ambiental. Las soluciones no son nunca o blanco y negro, siempre hay ganadores y perdedores, y el verdadero problema sigue siendo que miramos la naturaleza como una fuente de riquezas que tiene que ser explotada para solucionar problemas del subdesarrollo.

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COMENTARIOS

  1. Neoliberalizando la naturaleza, nunca mejor dicho:

    la Oficina Europea de Patentes (OEP) aceptó de manera oficial que las plantas que se reproducen convencionalmente no son patentables.
    Sin embargo, multinacionales como Bayer-Monsanto, DowDupont, Heineken y Carlsberg han encontrado la manera de sortearlo mediante lagunas legales que les permiten registrar nuevas patentes que afectan, por ejemplo, a los melones o la cebada.
    La artimaña se llama «technical topping» y es una manera de sacar partido a los vacíos legales que ha creado la OEP3: aunque patentar plantas de reproducción convencional está prohibido, las patentes sobre reproducción mediante ingeniería genética, que incluye nuevos métodos como la edición genética, pueden aprobarse.
    Esto abre la veda a las multinacionales, que intentarán desdibujar la delgada línea que separa la reproducción convencional de la ingeniería genética. En la práctica, esto significa que algunas semillas para fabricar cerveza o cosechar melones pueden considerarse un invento.
    Las patentes crean monopolios: las frutas, verduras y semillas patentadas no pueden ser cosechadas por otros agricultores sin el permiso del titular de la patente. Esto significa que la producción de los alimentos está en manos de un puñado de grandes multinacionales que deciden qué comemos, qué cultivan los agricultores, qué venden los distribuidores y cuánto pagamos por todo ello.
    LIBEREMOS LAS SEMILLAS:
    https://act.wemove.eu/campaigns/patente-semillas?utm_source=civimail-35889&utm_medium=email&utm_campaign=20210315_ES_1

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