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Jorge Riechmann: «Se tiene que infringir la ley para llamar la atención sobre situaciones muy lesivas para el bien general»

El filósofo y ecologista reflexiona sobre la desobediencia civil, la digitalización y el ecofascismo en tiempos de crisis climática.
Jorge Riechmann: «Se tiene que infringir la ley para llamar la atención sobre situaciones muy lesivas para el bien general»
Jorge Riechmann Foto: Demian Ortiz

Jorge Riechmann me atiende por Zoom con el mismo rostro sosegado y agradable de siempre. La última vez que nos vimos fue en el festival de Ecopoesía del Valle del Jerte, el pasado diciembre. Desde entonces, han pasado muchas cosas; entre ellas, su vista judicial por haber participado, hace más de un año, en una protesta pacífica en las escalinatas del Congreso de los Diputados, donde arrojaron un líquido que simulaba sangre. Él es uno de los 15 activistas que fueron arrestados y ahora se enfrenta, como sus compañeros, a posibles penas de cárcel. Pero lo encuentro animado: «En lo cercano, sí». Me cuenta cómo le entusiasma la celebración del I Congreso Internacional de Humanidades Ecológicas en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor titular, el orgullo que siente por sus estudiantes (algunas también activistas) o las rutas que realiza por Cercedilla.

Riechmann es filósofo, ecologista, matemático, y una de las voces más respetadas en el ámbito del ecosocialismo, con más de setenta ensayos publicados entre trabajos individuales y colectivos. Además, es traductor, poeta prolífico (casi cuatro decenas de poemarios) y alguien que, al contrario que muchos académicos, no concibe una separación entre el trabajo en la torre de marfil y la militancia en organizaciones de base. Hablamos de su detención, el ecofascismo y, en general, el rumbo incierto que está adoptando la crisis climática. 

Jorge, cuéntanos de qué se te acusa y cuál ha sido el tratamiento recibido durante el proceso.

Por un lado, daños al patrimonio; por otra parte, desórdenes públicos. Las dos son acusaciones por artículos del código penal. Pensamos que ninguna tiene justificación, porque ni se provocaron desórdenes públicos esa mañana –simplemente realizamos una protesta que entendemos del todo legítima–, o sea que desórdenes públicos no hubo, y luego tampoco la acusación de daños al patrimonio se sostiene, porque el líquido que se vertió se había preparado precisamente para que no fuese dañino. Entonces… si estuviéramos en un mundo normal, decaerían las acusaciones.

Además, en un caso como éste debería prevalecer el derecho a la protesta legítima y la función que entendemos desempeñan las acciones de desobediencia civil. Éstas, bien pensadas, sirven para que una sociedad democrática pueda hacerse cargo de conflictos reales cuando tal vez todavía hay algo de tiempo para actuar. Como tú ya sabes, en cuanto al calentamiento global, el asunto más angustioso tiene que ver con el tiempo: cómo se va cerrando lo que llaman los investigadores e investigadoras –pero también las Naciones Unidas– esa «ventana de oportunidad» que quizá aún tengamos. Yo creo que eso es lo que mueve a la gente joven, y también a la gente un poco mayor, que está haciendo lo que puede con más fuerza en otros países que en el nuestro. El tipo de propuestas que se están desarrollando en Gran Bretaña, en Alemania o en Francia están más a la altura de las circunstancias que las nuestras.

Si llegaras a ir a la cárcel, ¿te habrías arrepentido? 

No.

Pero podría pasar. No sé si te planteas «no vuelvo a hacer esto», porque es muy grave lo que puede ocurrir.

Como hay otro juicio pendiente –por la acción que realizamos en el otoño de 2019, cuando se cortó el tráfico en el Paseo de la Castellana [Madrid], y yo fui también una de las tres personas detenidas– y ese juicio ha pasado la primera fase de la instrucción y el juez sí que ha decidido acusarnos, entonces ahora tengo dos posibilidades de sanción… Voy a esperar para ver cómo se desarrollan estos dos juicios y luego ya veremos cómo sigue uno. Pero, mirando hacia atrás, creo que las dos acciones estaban del todo justificadas. En los movimientos ecologistas tenemos claro que hay ocasiones en las cuales se tiene que infringir la ley para llamar la atención sobre situaciones que son muy lesivas para eso que hay que seguir llamando «bien general» y para las posibilidades de poder llegar a ser, en algún momento, como decía el lema de la revista Mientras tanto, una humanidad libre y justa en un planeta habitable. 

Impresiona lo que cuesta aquí, en un país como el nuestro, ir adelante con esta clase de protestas… donde se pueden poner en juego esas posibilidades de ser castigados. Lo que a mí me llama la atención es que algo que tendríamos que considerar casi una conducta cívica elemental se percibe como algo muy extraño, difícil y casi heroico. Claro, eso es un déficit de nuestra sociedad, que ha ido desaprendiendo mucha de la gramática de la protesta en democracia. Yo creo que ahí ha habido un retroceso grande. Por contestar sin rodeos: cuando uno actúa en movimientos sociales, esa posibilidad de ser detenido o ir a la cárcel por defender aquello en lo que creemos (por ejemplo, una Tierra que no se convierta en un infierno climático), mucha gente la tenemos asumida desde hace tiempo. 

«El límite del horizonte es el infierno de una Tierra inhabitable»

Estamos viendo una tendencia occidental muy preocupante a criminalizar al colectivo ecologista, concretamente sus protestas pacíficas, y aplicarles legislación antiterrorista. En España, el último informe de la Fiscalía incluía el ecologismo en el apartado de terrorismo internacional. En Reino Unido acaban de condenar a dos ecologistas por cortar un puente a 3 años y 2 años y siete meses de cárcel. Mientras tanto, los termómetros nos dejan, en abril, temperaturas de junio… ¿A qué crees que obedece este proceder de la justicia?

La situación social y ecológica se va agravando constantemente. Lo que eran antes avisos que llegaban a una parte pequeña de la población quizá ahora lleguen a sectores más amplios, y se va abriendo la mirada sobre lo que van a ser las consecuencias de esta situación. En el límite, estamos hablando de una Tierra inhabitable para seres como nosotros. No se puede pensar que el calentamiento global es un asunto de vivir de forma un poco más incómoda, porque vamos a tener más días de calor o necesitaremos gestionar mejor el agua. No es una cuestión de algunas molestias más, sino de territorios, ecosistemas, que sean favorables a la vida, que permitan la vida o no. El límite del horizonte es el infierno de una Tierra inhabitable. Si esto se empieza a ver un poco, el potencial de alteración del orden establecido es muy grande. 

Probablemente hay un reflejo conservador muy fuerte ante ese horizonte de un despertar social más amplio que no puede dejar de mover los fundamentos de este orden socio-económico. Si de verdad se quiere hacer frente a esas perspectivas de Tierra inhabitable, casi nada puede seguir siendo como es, en todos los ámbitos. Y, en particular, este orden socioeconómico capitalista, las formas de consumo que llamamos «modos de vida imperiales», los imaginarios culturales, la economía, la política…

Por otra parte, no hay que perder de vista que, de momento, lo que está desarrollándose es algo que va más allá de un reflejo conservador. Esa suerte de fascismo, neofascismo incipiente, que responde así ante una crisis de esta magnitud: pues si no hay para todos, «America first», o mi familia, mi nación primero, y eso a costa de lo que sea. Si hay menos tierra habitable, guerreamos para conseguir tierra habitable; si no hay recursos para todos, pues que sean para los míos: ésa es la respuesta que vemos esbozarse. Con eso son congruentes las respuestas de un orden público mantenido cada vez con más severidad y la militarización de las sociedades. 

Jorge Riechmann
Jorge Riechmann en una protesta junto a un cartel de XR.

Se habla de ‘ecofascismo’, pero yo el ‘eco’ no lo veo por ningún sitio, sólo fascismo a secas.

Sí, sí, eso lo comparto. Hay que hablar de fascismo a secas. Las fuerzas fascistas que van desplegándose tienen poco de ‘eco’ en general. Por decirlo de otra manera, algo que quizá no es tan obvio: si habláramos de ecofascismo para referirnos a fenómenos de ahora, sí que hay algunas extremas derechas que introducen en su visión del mundo esos elementos de un planeta limitado en el cual no hay para todos. Pero si hablamos de ecofascismo, en realidad también tendríamos que decir que el nazismo clásico, el de Hitler, fue un ecofascismo.

De hecho, uno de los arranques de la reflexión contemporánea sobre ecofascismo es el de Carl Amery, un ensayista y novelista alemán que hace años publicó un libro que se tradujo al castellano llamado Auschwitz: ¿comienza el siglo XXI?: Hitler como precursor (Turner, 2002). Tiene una primera parte sobre cuestiones ecosociales que se pueden encontrar en el nazismo clásico, como esta idea de Lebensraum, que significa literalmente «espacio vital»: si nosotros somos una raza elegida rodeada de razas de menor valor y tenemos poco espacio vital, pues entonces necesitamos expandirnos mediante la conquista de territorio… Esa idea de espacio vital menguado que no da para todos era uno de los pilares de esa ideología nazi, y eso lo explora Amery en la primera parte del libro. Luego hay otra en la cual argumenta que la crisis ecosocial a lo largo del siglo XXI podría dar lugar al renacimiento del nazismo. Entonces, si llamáramos ecofascismo a esto que se está esbozando ahora, pues también se podría decir que el nazismo clásico era un ecofascismo. 

Claro, pero yo me estaba refiriendo a la adopción de políticas en contra de ese espacio vital, que incluso aceleran los efectos del cambio climático, como la remodelación de la Puerta del Sol [Madrid].

Sí, sí, te entiendo. Si pensamos en la remodelación de Sol, por ejemplo, pues sí. El otro día alguien lo llamaba negacionismo urbanístico.

Tú has dicho alguna vez que has fracasado, o ha fracasado el movimiento ecologista, porque estos temas estaban sobre la mesa ya en los años 70 y no se ha hecho nada al respecto. ¿Cómo convives con ese fracaso de décadas? ¿Crees que hay alguna manera de que deje de ser fracaso?

Ojalá esa ventana de oportunidad que va cerrándose sea una ventana más amplia de lo que yo percibo. Sobre la cuestión del fracaso… por supuesto, los movimientos ecologistas hemos ido haciendo cosas a lo largo del tiempo. Pero, si uno ve este asunto con un poco de distancia, ve que el punto en el que estamos es aquel que las luchas ecologistas se esforzaban por evitar. En este sentido, se puede hablar de fracaso histórico, sin que eso signifique que tenga uno que mesarse los cabellos ni echarse demasiada ceniza en la cabeza. Se peleó y nos enfrentamos a fuerzas superiores a las nuestras. 

En mi terreno, pienso también en la historia de las ideas, los desarrollos filosóficos que hemos ido haciendo desde el ecologismo, y creo que hay algunos errores en esa trayectoria. Por ejemplo, creo que fue un error, en los años 70, no captar lo que estaba en juego con esa visión de una bioeconomía o economía ecológica que incorporase termodinámica y ecología. No se aprovechó bien el trabajo de un GeorgescuRoegen y eso tiene consecuencias que llegan hasta hoy, en nuestra comprensión de las transiciones energéticas, etc. No se valoraron ni incorporaron lo suficiente las ecosofías, como la de Arne Naess, de lo que se llamó ecología profunda o ecologismo profundo. En realidad, eso suscitó mucho rechazo, también dentro del ecologismo, y creo que fue un error, porque esa era la sección del ecologismo que sí planteaba una perspectiva no antropocéntrica.

Un tercer error por nuestra parte, a partir de los años 80-90, fue esa perspectiva más convencional sobre desarrollo sostenible, la idea de que se podía trabajar dentro del sistema. Ahí parte del ecologismo concedimos demasiado a eso que al final fue gatopardismo del sistema. No está mal ver cuáles han sido los errores.

«Es suicida» que servicios básicos dependan de Internet

En tu último libro, Bailar encadenados (Icaria, 2023), reflexionas sobre la libertad parcialmente desde el capitalismo de la vigilancia, concepto de Shoshana Zuboff. Hay un extractivismo digital normalizado que moldea nuestros comportamientos. ¿Cómo crees que van a ser las luchas políticas en este contexto sin precedentes? Al hilo de la desobediencia civil, estamos más perversamente controlados que nunca…

Sí, yo creo que sólo se están empezando a ver esas dimensiones de sociedad de control después de una fase de mucho papanatismo digital en los 90 y los primeros 2000. Ahora se ve un poco más esa dimensión de potencial totalitarismo digital. Nos fijamos, dentro de este fenómeno de nueva Guerra Fría que se va esbozando, en lo que está ocurriendo en una sociedad como la china, donde ese control algorítmico va más rápido, pero no hay que verlo como un problema de una sociedad menos centrada en las libertades individuales, sino de una tendencia general que a nosotros también nos toca de cerca. 

Yo ahí no tengo demasiadas respuestas… Simplemente advierto también frente al supuesto de que «esto no va a dejar de progresar», «la digitalización es irreversible» … Si somos capaces de poner en marcha una repuesta social a la altura de las circunstancias, yo creo que debería tener elementos de desdigitalización, de hacer retroceder eso. No sé si vamos a ser capaces, pero deberíamos, aunque sólo sea por la consideración elemental de que es suicida, en un tiempo tumultuoso como el que viene, hacer depender los servicios básicos, como el abastecimiento del agua y el correcto funcionamiento de los hospitales, de que no se caiga Internet. Una sociedad que mantuviera un mínimo de prudencia, un poco de principio de precaución, pues sería ahí mucho más cauta, y nosotros de momento no lo estamos siendo. Aunque vemos más los aspectos oscuros, se sigue dando por sentado que no hay otro camino posible que esa digitalización a ultranza.

Además de toda la minería que lleva detrás, del gasto de recursos naturales… 

Sí, también eso se va viendo un poco más. Esa idea de una economía desmaterializada, que las cosas van a estar en la nube, está claro que no se aguanta teniendo en cuenta los datos [risas]. ¡No los datos digitales! Sino lo que sabemos de los intercambios de materia y energía en nuestras sociedades.

La poesía como punto de apoyo

Una última pregunta: ¿qué hacemos con la angustia?

No es una cosa tan fácil de responder. Porque, por un lado, necesitamos no reprimir tanto como lo hacemos la angustia y el miedo. Son emociones con las que es difícil convivir, pero las necesitamos como advertencia frente a las realidades que afrontamos. El problema ahí es cuando el miedo o la angustia se convierten en algo que nos paraliza.

Lo primero es tratar de no quedarnos solos, buscar los contextos colectivos y comunitarios que nos permitan elaborar estas cuestiones angustiosas en común. Esa es una dimensión importante de los movimientos sociales: apoyo mutuo, también a la hora de la elaboración en común de las cuestiones difíciles. Pero, además, necesitamos puntos de apoyo que nos permitan aguantar en los tiempos duros que vienen. Esos puntos de apoyo van a ser diferentes para cada persona. En general, para todos van a contar mucho los vínculos sociales más inmediatos, el poder contar con gente cercana con la que compartir la angustia y también las perspectivas mejores. Pero, además, necesitamos puntos de apoyo que pueden ser… En mi caso es la poesía, sobre todo. Para otra persona podrá ser la música. A veces también la militancia tiene ese aspecto de conseguir hacer frente a la angustia. 

Por otra parte, la vía de la poesía tiene que ver con ecoespiritualidades. El proyecto de la poesía moderna cumple algunas funciones que han podido desempeñar las religiones en otros contextos. Estos días releíamos a Rafael Cadenas con el Premio Cervantes. Claro, es un poeta en el cual eso es evidente, pero es común en los proyectos de poesía modernos desde los románticos alemanes hasta acá. Decía Rafael Cadenas: no hay que ver la poesía como un género literario sino como un tipo de experiencia. Entonces, necesitamos esa clase de puntos de apoyo también. Y llegaríamos a lo que yo en poesía he desarrollado como la idea de «ahí», ser capaces de situarnos con eso que desde el budismo se describiría como «atención plena», que los cristianos solían llamar «vivir en la presencia de Dios», o sea, ese tipo de presencia cabal en la realidad en la que nos encontramos. Hay ahí un terreno de encuentro entre formas de espiritualidad, proyectos poéticos y una manera mejor de vivir. 

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COMENTARIOS

  1. El proyecto poético es sin embargo muy solitario y de individualidades, parece que los clubes de poesía son muy exclusivos y solo nos queda la visión romántica y adolescente del «club de los poetas muertos».

  2. Defensores afro ecuatorianos de los bosques sufren racismo y discriminación.
    La comunidad afroecuatoriana Barranquilla de San Javier defiende su territorio frente a la deforestación y la expansión de la palma aceitera. En lugar de garantizar el cumplimiento de la ley, las autoridades se ponen del lado de las empresas. Se intenta usar los tribunales para silenciar las protestas con multas desproporcinadas.
    Aprovechando la ausencia de control estatal, empresas palmicultoras, madereras y minería de oro expanden sus actividades. La naturaleza se degrada de forma irreversible, todos los ríos están contaminados. El Estado no responde a denuncias y reclamos de la comuna.
    Mientras, la industria palmicultora ha ido tomando más de 13.000 hectáreas en el cantón San Lorenzo, sin haber realizado nunca una consulta previa, libre e informada, sin respetar derechos.
    La comuna afro de Barranquilla de San Javier sufre este avance en carne propia desde 2010. La empresa de palma aceitera Energy&Palm, de La Fabril, está en su territorio. En un estudio del Ministerio de Agricultura se comprueba que 251 hectáreas en manos de esa empresa se sobreponen a territorios comunitarios. “Un proceso de despojo con compraventas ilegales de territorios de la comuna”.
    Hay varios procesos judiciales abiertos. Pero, sorprendentemente, no contra la empresa, como se pudiera pensar, sino contra varios miembros de la comunidad. Uno de ellos, fue por el reclamo de un pago de 350.000 dólares por supuestos daños y perjuicios. “Una utilización del sistema judicial para amedrentar y perseguir a los defensores”
    La empresa Energy&Palma es proveedora de multinacionales como Nestlé, General Mills y PepsiCo.
    Petición al gobierno de Ecuador que puedes apoyar con tu firma:
    https://www.salvalaselva.org/peticion/1270/defensores-afro-ecuatorianos-de-los-bosques-sufren-racismo-y-discriminacion?mtu=578515378&t=16207

  3. La justicia en los países del «eje del bien» es decir, capitalistas, casi siempre sirve al capital, y más en este país, que sociológicamente sigue siendo franquista, un país manipulado, desinformado, mayormente sin valor ni valores, dónde todo sigue bien atado, y dónde el poder judicial está en manos no de la derecha sino del opus dei que es infinitamente peor. Pero erre que erre con que somos un país demócrata a pesar de que los que dieron su vida por ella, aquellos si que eran gente de valor y de valores, aún la están aguardando, aún están esperando que se haga verdad, justicia y reparación, en cunetas, descampados, fosas comunes; a los perros les damos sepultura más digna que a ellos.

    Ian Angus, editor Clima y capitalismo.
    «La destrucción ambiental no está causada por la ignorancia o por políticas equivocadas: es el resultado inevitable de un sistema social y económico que antepone las ganancias a las personas, y que inevitablemente debe expandirse de forma constante para poder sobrevivir.
    «los verdes» y la izquierda deberá unir fuerzas para realizar una auténtica revolución ecológica.

    Ian Angus, editor Clima y capitalismo.

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