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Hace unos días publiqué aquí un artículo, Necesitamos algo más que una asamblea ciudadana para frenar el cambio climático, en el que argumentaba que el concepto mismo de asamblea climática era insuficiente, y que necesitábamos una conversación colectiva transversal e inclusiva. Me alegra que el texto haya suscitado debate, y agradezco a Extinction Rebellion que haya decidido contestar; lo peor que le puede pasar al cambio climático es permanecer en la irrelevancia social y mediática. Sin embargo, creo que su argumentación merece una respuesta, que trataré de que sea breve y clara.
En el inicio del texto se me atribuye algo que jamás he dicho: que quito «todo valor operativo (…) a la participación ciudadana en la toma de decisiones». Resulta chocante, puesto que mi artículo va justo de lo contrario: de reclamar más y mejor participación ciudadana en la toma de decisiones y de establecer nuevos canales de gobernanza. Una toma de decisiones que debe estar basada en un debate urgente y productivo, para el cual hace falta un esfuerzo sin precedentes de educación ambiental. Para desmontar mi afirmación de que «no hay absolutamente nada que le pueda decir una asamblea ciudadana al gobierno que no sepa ya», se listan una serie de propuestas surgidas en la asamblea francesa. Que el gobierno francés no las aplique –y no tenga intención alguna de hacerlo– ¡no significa que no las conozca! Ocurre exactamente igual en el caso español.
Después se afirma que yo niego que de la asamblea se pueda hacer un «un instrumento real de poder participativo en España». Efectivamente, niego que el corrillo virtual que el gobierno llama asamblea pueda devenir en una herramienta eficaz, algo en lo que creo que estamos de acuerdo. Y justo por ello reclamo políticas más valientes, ambiciosas y mucho más poder para una ciudadanía informada y culta. El aumento de la participación social en la gobernanza no se producirá vía una asamblea –por disruptivas que sean las medidas propuestas–, sino en la multiplicidad de espacios de decisión cotidianos, que son muchos: ejecutivos, judiciales, legislativos, empresariales, asociativos o personales. Conviene, eso sí, mostrarnos precavidos ante el concepto mismo de «gobernanza», que yo mismo he usado ya un par de veces. Como escribe Alain Deneault en Mediocracia. Cuando los mediocres toman el poder: «La gobernanza se presenta una vez más como el arte de la gestión privada elevada al estatus de la política y que se antoja, en consecuencia, confiscatoria de la política». Cuidado pues con la tentación de imitar estructuras empresariales en la toma de decisiones y acabar funcionando como un consejo de administración del IBEX35.
Se afirma en el texto que «el problema no es la ignorancia de la gente sino el activismo de los lobbies», y aquí no entiendo la disyuntiva. El principal problema (y conocido desde hace décadas) es, por supuesto, el obstruccionismo climático del entramado empresarial y político del capitalismo fósil, pero también que éste se produce en el marco de una sociedad que no conoce con profundidad la realidad de la crisis climática.
Prosiguen con que «nuevamente aquí, el Sr. Escrivà es ajeno a los datos: la población española ya está convencida de la urgencia de actuar contra la crisis climática». Y esta es la parte que más me ha preocupado de la argumentación de Extiction Rebellion. No por calificarme como ajeno a los datos sobre preocupación ciudadana y predisposición a actuar respecto al cambio climático, sobre los que trabajo a diario y que he comentado y compartido en centenares de ocasiones en medios de comunicación, redes sociales y charlas; entiendo que la personalización es un recurso estilístico. Lo que me ha dejado con el gesto torcido (y francamente inquieto) es el aparente desconocimiento de cuál es la realidad de la percepción ciudadana sobre el cambio climático.
Los sondeos sin matices
Creerse a pies juntillas las respuestas del Eurobarómetro (como las de tantos estudios y sondeos previos) es tener una noción que roza el misterwonderfulismo al respecto del compromiso climático de la ciudadanía. Como sabemos todos los que llevamos muchos años trabajando en ello, yendo a centros educativos, dando conferencias o bregándonos en los medios de comunicación, los datos estadísticos que se ofrecen sobre este asunto distan mucho de tener una traslación tangible en el día a día. Es muy fácil estar a favor del bien y en contra del mal, pero basta una breve conversación de un par de minutos para evidenciar que lo que la gente cree que es «luchar frente al cambio climático» sufre de distorsiones recurrentes.
Comento las dos más habituales. La primera, aquella que tiene que ver con que el grado de transformación necesaria, cuya percepción suele ser que consiste en separar el plástico en casa, cerrar el grifo al lavarse los dientes e ir comprar con una bolsa de tela. La segunda, el que hace referencia a que la acción climática debe tomarse por parte de gobiernos y empresas como algo ajeno que existe en una dimensión alternativa y sin relación con ellos, y que por lo tanto no impactará en su día a día.
Afortunadamente, estas percepciones están cambiando, en parte también gracias a Extinction Rebellion y a su impagable labor de activismo, agitación y divulgación de la realidad de la crisis climática. Pero que el 81% de los españoles consideren el cambio climático un problema grave no nos dice nada más que eso y, desde luego, no implica en ningún caso que, como asumen las autoras, quieran acción climática inmediata (¡ojalá!). Quiere decir que les preocupa algo que se asocia con imágenes muy negativas y sobre lo que todo el mundo dice estar preocupado. ¿Y quién no?
Más allá de los desacuerdos me quedo, sin embargo, con el evidente punto de encuentro, porque tanto Extinction Rebellion como yo mismo (y tantísima gente) compartimos un objetivo: que todas y todos participemos en la construcción de un futuro humano, justo y democrático. Pero para ello, insisto, se necesita mucho más que una asamblea. Se necesita una ciudadanía informada y empoderada, capaz de tomar decisiones, inmune frente al impúdico greenwashing de las grandes empresas o de los gobiernos timoratos, que cuente con fórmulas diversas y complementarias de organización colectiva, capaces de no sólo de influir en el entramado político y gubernamental, sino de decidir activamente sin perderse en los laberínticos vericuetos de la gobernanza institucional. Estoy seguro de que nos encontraremos en el camino.