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Esperanza para el apocalipsis

El desastre ecológico es el argumento de multitud de libros, películas y videojuegos, pero las distopías pueden ser paralizantes
Esperanza para el apocalipsis
Fotograma de Mad Max Fury Road (2015, George Miller). Foto: madmax

A finales de los años cincuenta, las investigaciones sobre la cantidad de dióxido de carbono presente en la atmósfera comenzaron a arrojar resultados preocupantes. Los científicos Hans E. Suess y Roger Revelle habían demostrado en 1955 y 1957 que los océanos no absorbían tanto CO2 como se había creído hasta entonces, por lo que este podría estar acumulándose en la atmósfera.

Los modelos teóricos que se crearon en los dos años siguientes calcularon un incremento del 25% del CO2 atmosférico para el año 2000 y comenzaron a alertar sobre las graves consecuencias que podría tener para el clima. Las alarmas saltaron definitivamente en 1960, cuando Charles David Keeling consiguió demostrar que el nivel de CO2 estaba aumentando, tal y como se había teorizado. Desde entonces, la curva de Keeling no ha parado de crecer.

En aquel momento, James Graham Ballard trabajaba como asistente editorial en la revista científica Chemistry and Industry. Aquello no le gustaba demasiado, pero sacaba buenas ideas para los relatos de ciencia ficción que escribía por las tardes. Cuando leyó los efectos sobre el clima que podría tener el dióxido de carbono, supo que allí había una historia. La primera novela de Ballard, publicada en 1962, mostraba un planeta anegado por el deshielo de los polos. Un mundo sumergido se convertiría en una de las primeras novelas de ciencia ficción climática, aunque el nombre de la corriente no aparecería hasta mucho tiempo después. El tema le obsesionaría durante varios años: La sequía, su siguiente libro, también mostraba las consecuencias del cambio climático, aunque esta vez en un planeta desértico.

Las novelas de Ballard marcaron las características del género. En las décadas siguientes, la gran mayoría de novelas de ciencia ficción climática se desarrollarán en escenarios postapocalípticos donde la continuidad de la especie humana no está garantizada y la vida discurre con altos grados de violencia. La sociedad se descompone y la civilización se hunde en el caos. A cambio, solo queda una lucha descarnada por la supervivencia, ya sea en los restos de la sociedad anterior, como en Las torres del olvido (George Turner, 1987) y El año del diluvio (Margaret Atwood, 2009) o en una nueva sociedad compuesta de bandas que luchan entre sí, como en Plop (Rafael Pinedo, 2002) o La carretera (Cormac McCarthy, 2006).

Así, este subgénero de la ciencia ficción ha contribuido a alertar sobre la gravedad del peligro al que nos enfrentamos y a concienciar sobre la crisis climática, que solo muy recientemente se ha extendido en la opinión pública de forma masiva. Además, estas novelas permitían un abordaje del problema mucho más sencillo y accesible que los informes científicos, más complejos y fríos. Este es el caso por ejemplo de Algo, ahí fuera (Bruno Arpaia, 2016), que busca sensibilizar sobre el aumento de las migraciones climáticas situando la acción en la Italia del 2070.

Sin embargo, la enorme producción de distopías a las que hemos asistido en los últimos años, entre las que se encuentra la práctica totalidad de la ciencia ficción climática, ha tenido también un efecto perverso. Al tratarse de narraciones situadas en un futuro cercano que es siempre peor e inevitable, han contribuido a fijar una visión del porvenir desesperanzada, oscura y negativa. Si pensamos cómo vemos las próximas décadas, probablemente la mayoría de nosotros hablará de desastre climático, deterioro de los derechos humanos, gobiernos totalitarios, descomposición social y violencia. Muy pocas personas hoy en día dirían que se imaginan los próximos años con sociedades más igualitarias o con la abolición del capitalismo, por ejemplo.

Por supuesto, esto no se debe solo a las distopías, basta con poner el telediario, pero el hecho de que haya una enorme producción de este tipo de historias y apenas ningún cómic, novela, serie o videojuego que imagine un futuro mejor ha contribuido a ello. Además, esta visión negativa del futuro tiene un efecto conservador del statu quo: si la catástrofe es inevitable, no merece la pena luchar.

Frente a la mayoritaria producción de distopías, algunas obras de ciencia ficción climática se han esforzado por lanzar un mensaje más esperanzador. Un ejemplo es la trilogía Science in the Capital, (Kim Stanley Robinson, 2004-07), que habla de la lucha contra la crisis climática desde la comunidad científica y su relación con el mundo de la política institucional. De este mismo autor es el libro Nueva York 2140 (2017), donde la catástrofe sí se ha producido pero no ha supuesto una descomposición social absoluta, sino otra forma de vida que además tiene espacio para la revolución. Más oscura pero donde también hay esperanza para la rebelión es la Mad Max Fury Road (George Miller, 2015), con un mensaje profundamente ecofeminista.

Por último, nos encontramos con los productos culturales que se desarrollan en mundos mejores centrados en valores ecologistas. Estos son los más escasos, y, aunque no todos se pueden clasificar como ciencia ficción climática, han sido enormemente influyentes. Algunos ejemplos son la novela Ecotopía (Ernest Callenbach, 1975), clave para el movimiento ecologista de los años setenta y que muestra una sociedad que vive en armonía con el medio ambiente, la serie Star Trek, situada en un futuro lejano en el que no existe el capitalismo ni la contaminación, o la película Avatar (James Cameron, 2009) con un fuerte mensaje ecologista y anticolonial.

En un momento como el actual, en el que los riesgos de la crisis climática son conocidos de forma masiva por la opinión pública y ya no es tan necesaria la sensibilización, la ciencia ficción con un mensaje esperanzador tiene un importante papel que jugar. Puede contribuir a imaginar mundos mejores, señalar horizontes para la movilización y extender la idea de que la catástrofe no es inevitable, sino que depende de las luchas que logremos articular.

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COMENTARIOS

  1. Ni catastrofismo ni pesimismo, la huella de carbono se disminuye con el consumo de cercanía y se aumenta cuando se importan miles ton productos desde Argentina Chile o China. Sinceramente no pasará nada excepcional que no pueda asumir la humanidad

  2. Sólo hace falta vivir en el campo para darte cuenta del drama de la sequía y del cambio climático.
    A los agricultores de vocación, no me refiero a la agricultura industrial, no les hacen falta los informes científicos, lo ven con sus propios ojos.
    Manantiales, arroyos, ríos, los que no se han secado van camino de hacerlo, hojas quemadas de los árboles y árboles, incluso encinas que es una de las especies más fuertes, que se secan definitivamente en verano. Con la pérdida del agua se pierden especies animales y vegetales.
    El exceso de calor produce además hongos, parásitos y otras enfermedades que hacen que muchas especies vegetales estén crónicamente enfermas. Ni más ni menos que lo que nos sucede a las personas.
    El cielo que antes era una bóveda celeste clara ahora es un mar de nubes artificiales….

  3. Aunque pretendo rebatirte algunas cosas, vaya por delante que tu artículo me ha hecho pensar. Creo que no hay mezclar las cosas: imaginar un futuro mejor es una obligación, claro está, pero sin dejar de mirar de frente al problema. Eso significa ver una oportunidad para cambiar la sociedad pero siendo conscientes de que, como todo cambio, acarreará mucho sufrimiento, muerte y desesperación.

    Para empezar, perdamos el miedo al alarmismo desechando el lenguaje eufemístico. No es cambio climático, ecocidio me parece una palabra más concreta y al mismo tiempo amplia para abarcar todo el espectro de actividades humanas destructivas que provocan la consecuencia del cambio en los patrones metereológicos. Hablas de «riesgos de la crisis climática» cuando en realidad hablamos de consecuencias nefastas, reales y ya muy tangibles. Y te equivocas al decir que esos riesgos «son conocidos de forma masiva por la opinión pública y ya no es tan necesaria la sensibilización» porque todavía hay demasiada gente que no se ha dado cuenta de lo que implica todo esto. Todavía queda mucho trabajo por hacer.

    Sobrevivamos o no (creo que es igual de arrogante afirmar que nos vamos a extinguir sí o sí que tener la certeza de que no será tan apocalíptico como las distopias muestran), lo que sí sabemos es que esto va a cambiar la vida tal y como la conocemos. Utilizando la pirámide de Maslow como referencia, lo que nos viene nos va a devolver al estrato más básico y toda la humanidad, tarde o temprano, quedará afectada.

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