‘42/10 – El algoritmo del trabajo

Capítulo 10 de la serie de ficción '42. En esta entrega, los protagonistas se ríen al recordar lo que en nuestro presente seguimos llamando "economía de libre mercado". Ellos, en nuestro hipotético futuro, ya trabajan con un particular algoritmo laboral que ha solucionado el paro: "Es difícil entender cómo la gente solía aceptar que el desempleo y la pobreza a gran escala eran posibles e incluso normales".
Foto: Ilustraciones de NUNO SARAIVA.

Todos los capítulos de la ficción climática creada por João Camargo y Nuno Saraiva están disponibles aquí.

Josephine debe de tener unos sesenta años, pero no aparenta más de cuarenta. Muy alta y delgada, su piel negra brilla en esta mañana de finales de octubre. Hace mucho frío en Bruselas. Nos recibe en la estación de tren con abrazos cálidos y apretados, con mucha más fuerza de la que parecen revelar sus delgados brazos. Nos besa en las mejillas. Luego da un paso atrás y enciende su traductor de cuello antes de empezar a hablar.

–Hola, Alex. ¿Te acuerdas de mí?

–No. ¿Nos conocemos?

–Te conocí cuando aún eras pequeño, tendrías unos siete u ocho años. Tus padres vinieron a Bruselas a una reunión sobre Trabajo y Clima. Fue justo antes de que estallara la primera epidemia de Covid.

–No me acuerdo, lo siento.

–No hay problema. Estoy muy feliz de que estés aquí. De que estés aquí. Bienvenida, Lia. Y el pequeño António también. Le acarició la mejilla.

–Gracias, sonrió Lia.

–Soy Josephine Mulumba Alphonse. Soy la presidenta de la Organización Europea del Trabajo. Y estoy encantada de ser su anfitriona durante su estancia en nuestra ciudad.

Mientras tanto, Gianni bajó del carruaje con Ettore. Gianni y Josephine se saludaron amistosamente.

–¿Cómo está, camarada?, preguntó el italiano.

–Bien, Gianrocco. Muy bien. –Le dio un beso en la mejilla y, sonriendo a Ettore, lo abrazó. 

Volviéndose de nuevo hacia mí, me cogió del brazo y me condujo hacia la salida.

–Espero que el viaje no haya sido agotador.

–No, fue bastante tranquilo, pude trabajar pero también descansar. Viajar en tren es muy bueno.

–Bien, bien. Vamos a llevarte a una casa que tenemos un poco fuera del centro. ¿Sabes que nuestra ciudad libre está dividida en diecinueve partes? Te llevaremos al bosque. Por cierto, no parecéis muy equipados para el frío.

De hecho, nuestra ropa nos quedaba muy mal. Debía de hacer cinco grados y tanto Lia como yo temblábamos. Josephine se quitó su pesado abrigo y se lo puso a Lia. Yo abrí mi maleta, saqué un jersey de lana que tenía y me lo puse. 

–Tenemos que ir a la tienda de ropa para compraros algo que os abrigue los próximos días.

–Pero no tenemos carbos –dijo Lia en voz baja.

–No te preocupes, no tienes que pagar para conseguir ropa.

Llegamos a un tranvía, el único que había en la calle, que aún estaba asfaltada y llena de vías de tranvía que iban en ambas direcciones. Josephine puso nuestro equipaje en la parte de atrás. Gianni y Ettore se acercaron a nosotros y empezaron a despedirse.

–Creía que venían con nosotros –dije sorprendido.

–No, nos quedamos aquí en el centro. Reuniones. El otro día nos preguntaron cómo organizamos las revoluciones y la respuesta es mucho menos heroica de lo que cabría esperar. Reuniones. Reuniones, reuniones, reuniones. –Josephine y Ettore se rieron y Gianni me sonrió.

–¿Pero volveremos a vernos?

–Sí, estamos en contacto y hablaremos antes de que vuelvas.Disfruta de Josephine y de toda la gente que te presente. Y disfruta de Bruselas, si tienes tiempo.

–Ok. Necesito saber más sobre mi madre. –Gianni alargó la mano y se me acercó para darme un beso en la mejilla. Besó a Lia y a António. 

–Lo sabrás. –Nos saludó y se alejó con Ettore, de vuelta a la estación.

Subimos al coche y Josephine lo condujo por las calles empedradas, siguiendo el recorrido de los tranvías. Mientras nos llevaba por la ciudad, nos explicó cómo había evolucionado en las últimas décadas, hasta su proclamación como ciudad libre hace unos años. Con el fin de la Unión Europea, Bruselas perdió parte de su población y se vio envuelta en el separatismo flamenco. Pero no era una ciudad separatista y no sería la capital de Flandes.Tampoco podría ser valona. Y así, más por exclusión que por independentismo, Bruselas se convirtió en una ciudad libre. Su situación geográfica y el hecho de que en ella viviera tanta gente de tantos países –y tanta gente que había trabajado para y en torno a las instituciones europeas– hizo que algunas de las nuevas instituciones también establecieran allí nuevas sedes. Las más importantes fueron la Universidad Mundial, MIGRATUR, la sede europea del Tratado Mundial sobre el Clima, el Banco Europeo del Clima y la Organización Europea del Trabajo.

Si fuera posible, nos llevaría a visitar algunas de ellas. Fuimos directamente a Matongé, a la que llamó “la pequeña África en el corazón de Europa”. Inicialmente un barrio de emigrantes congoleños, en las últimas décadas ha crecido en población y también en diversidad, convirtiéndose en un barrio con más de 40 nacionalidades, principalmente africanas. Allí nos detuvimos para ir al Gran Bazar. Desde que bajamos del coche, todo el mundo saludó a Josephine con entusiasmo. Jóvenes y mayores se acercaban a ella para darle las gracias y besarla. Los niños gritaban “¡Ujasiri mama, usajiri mama!”. Josephine sonrió y nos indicó que nos moviéramos rápidamente.

–Perdone, pero ¿por qué le dan las gracias?

Señaló una pared detrás de nosotros donde aparecía su rostro decidido en un gran mural con el dedo levantado. Detrás de ella, miles de personas caminaban sonrientes. Arriba ponía “La Route de l’Avenir”. Entramos en el almacén gigante de la Chausée de Wavre. Tenía unos 20 metros de altura, con estanterías llenas de ropa, de todo tipo de ropa. Algunas personas se movían con carritos de la compra, subían escaleras y recogían cosas de distintos sitios. Siempre me dan las gracias por mi trabajo en Mundo Novo. Pero sobre todo por la Ruta del Futuro, de la que fui una de los principales autoras.

–Fátima Idrissi me habló de la ruta. –Se lo conté mientras elegía pantalones y botas para el frío.

–Sí, Fátima era una gran viajera. Siempre estaba dispuesta a embarcarse en otra aventura. Era una heroína en el campo. Yo solo hice un viaje. Pero mira, Marta fue una de las primeras en tomar la ruta más difícil, de Centroamérica al Norte, incluso antes de que la ruta o la Carta del Refugiado hubieran sido aprobadas.

–¿Mi madre?¿Por eso se fue a América?

–No sé por qué fue, me enteré de que hizo esta ruta porque el informe que escribió su equipo fue una de las bases para redactar la ruta. Fue un viaje con 50.000 personas entre conflictos y atravesando varios territorios de miles de kilómetros. Fue duro, pero consiguieron proteger a esas personas. Eran realmente duras, las decarbonarias.

–¿Todavía tiene el informe? –preguntó Lia, que ya llevaba dos camisas y unos pantalones gruesos.

–Creo que esos documentos están en la biblioteca, no llevo esas cosas conmigo. No hace falta que traigas poca ropa, porque secar las cosas cuando está mojado es difícil y si te vas a quedar un tiempo con nosotros, más vale que tengas algo para cambiarte. Y al final, te las devolverán. No sé qué te habrá dicho Gianni, pero no podrás quedarte mucho más de dos semanas. –Cogió toda la ropa que teníamos en las manos y la metió en un carrito–. Ve a por guantes y bufandas, puede que te lleves una sorpresa –sonrió.

–¿Más frío? –Se encogió de hombros, guiándonos hacia la ropa de niños y los probadores. El almacén era realmente grande, parecía tener ropa suficiente para toda una ciudad.

Josephine nos llevó hasta la salida, donde un señor registró la ropa que llevábamos, sonriendo ampliamente. Cuando salimos, llovía copiosamente. Corrimos hacia el coche. Josephine nos condujo por las calles, en silencio y despacio, siguiendo el recorrido de los tranvías. Pasamos por varios jardines llenos de lagos y cruzamos calles cada vez más arboladas mientras nos alejábamos del centro. Media hora más tarde, llegamos a una zona del pueblo con casas más pequeñas y bajas. 

–Es Watermael-Boitsfort, una de las zonas más meridionales de Bruselas, en la frontera con Valonia. 

Nos dejó en una preciosa casa de dos plantas con un precioso jardín con vistas a un oscuro bosque. –Regreso en unas horas–. Al salir y cuando por fin dejó de llover, después de comer y cambiarnos de ropa, fuimos a dar un paseo por el bosque. Era tan diferente de los bosques que teníamos en Portugal, este “Fôret des Soignes”. Inmediatamente empecé a pensar en él como el Bosque de los Sueños. Con nuestra ropa y botas nuevas, el frío no era un problema. Caminamos por una amplia avenida llena de enormes abetos. Había otras personas caminando también, y niños agachados recogiendo setas y pequeñas ramas. Caminamos por la avenida hasta que empezó a hacerse más pequeña y cerrada, momento en el que empezó a llover de nuevo. Nos refugiamos bajo los árboles en esta zona más cerrada donde las copas hacían de paraguas perfecto. Era muy bonito y el olor a pino era magnífico.

–Me alegro de que hayamos venido. –Me susurró Lia al oído. 

Oí ramas que se rompían y miré a mi alrededor. De repente, a menos de 10 metros, aparecieron dos ciervos y una cría. Se quedaron mirándonos y nosotros a ellos. No esperaba verlos tan cerca, tan hermosos, con el vapor saliendo de sus hocicos húmedos. Tenían la cabeza levantada y también las orejas, parecían muy despiertos, nos miraban concentrados. Pensé en cuántas especies habían desaparecido en los últimos años a causa del calor, las sequías y los incendios. Sabía que los ciervos no estaban en peligro de extinción, pero verlos allí, casi al alcance de la mano, era increíble. Lia extendió lentamente la mano hacia la cría, pero huyeron, desapareciendo entre los árboles en cuestión de segundos. Fue una experiencia increíble. 

Cuando llegamos a casa, Josephine estaba de vuelta y nos llevó de vuelta al centro en su pequeño coche eléctrico. Le conté lo de los ciervos y me dijo que tuviera cuidado con los jabalíes y los lobos.

–Y hay planes para introducir osos cuando el bosque se amplíe a través de Valonia hasta las Ardenas, volviendo a su tamaño ancestral. Todas las autopistas que no se utilizaron para ampliar las vías férreas se han levantado para dejar paso a la naturaleza. Forma parte del proyecto de la Federación de Ciudades Libres para hacer compatible lo rural con lo urbano.

Josephine nos llevó a la sede de la ELO (Organización Europea del Trabajo), en el antiguo edificio Kohl del Parlamento Europeo. Esperaba un edificio gigantesco, pero no lo era. Delante y alrededor había jardines cuyas plantas parecían bastante secas, a pesar de la lluvia. Nuestra anfitriona nos explicó que el verano había sido demasiado caluroso y seco. La ciudad llevaba unos años excavando el río Senne, tramo a tramo, para aumentar la zona verde y también la disponibilidad de agua. El río había desaparecido durante más de un siglo bajo las carreteras y el asfalto. Con el proceso de renaturalización de las ciudades iniciado por la Federación de Ciudades Libres, Bruselas, una de las mayores, aceleró el proceso de transformación urbana. Ahora es una ciudad completamente autosuficiente en la producción de frutas y verduras y produce toda la energía que consume. Se ha recuperado el antiguo cinturón verde de Bruselas, pero la producción de alimentos tiene lugar en toda la ciudad, incluso en el centro, ya sea en jardines comestibles o en tejados verdes. Según Josephine, más de un millón de bruselenses trabajan al menos unas horas a la semana en la agricultura.

Entramos en el edificio y Josephine nos guía hasta su despacho. A pesar de la estructura del ascensor, nadie lo utilizaba –sólo lo usamos para transportar cosas pesadas, de lo contrario son escaleras y piernas –. Su despacho era muy grande, con ventanas que daban al jardín de enfrente. Dentro trabajaban varias personas, todas ellas bastante jóvenes. Cada una tenía un ordenador donde trabajaban y cuadernos donde tomaban notas y hacían cuentas al lado.

–Están comprobando el algoritmo del trabajo. –Josephine nos señaló. Algunos nos sonrieron y saludaron.

–¿Es aquí donde se hace?

–Este es el último control del algoritmo, después de otros tres niveles, así que este es en realidad el último nivel de control.

–¿Pero es el algoritmo de los laboristas en todo el mundo? –preguntó Lia, asombrada.

–No, sólo en Europa y sólo para los territorios que están en el Tratado Mundial sobre el Clima. Por ejemplo, nuestros amigos flamencos de aquí arriba no entran, tienen su propio sistema. Lo que nos crea problemas, claro…

–¿Así que el algoritmo es del Tratado Mundial sobre el Clima?

–No, no. Siéntense, es hora de contarles un poco de mi historia.

–Ya estaba grabando, lo siento.

–No hay problema. Fui una de las fundadoras de Mundo Novo hace más de 20 años. Empezó como un paso adelante a partir de la idea original de Transición Justa. La mayoría de la gente no se dio cuenta entonces, pero esta idea había surgido del mundo sindical y no de los movimientos ecologistas y más tarde climáticos. Fue en Estados Unidos donde surgió la idea de que era necesaria una transformación industrial a gran escala, no sólo de la industria fósil, sino de todas las industrias contaminantes. Además del interés medioambiental de esta transformación, era una cuestión esencial para quienes trabajaban en estas industrias, que acabaron siendo los principales afectados en términos inmediatos y a largo plazo en términos de salud.

Siempre había tenido la idea de que fueron los movimientos climáticos los que lanzaron el Nuevo Mundo. 

Fue una coalición entre científicos, movimientos por la justicia climática y algunos sindicatos. Desgraciadamente no tanto los sindicatos más contaminantes. En realidad, décadas de propaganda capitalista habían vuelto a buena parte de estos trabajadores contra la idea de la transición, al crear una oposición entre acción climática y empleo. Simplemente nos robaron los términos, la propia expresión “transición justa”. En el capitalismo, siempre tuvieron el cuchillo y el queso en la mano. Y para ellos nunca podría haber una transición pagada por ellos. Y como nunca asumirían la responsabilidad de esta transformación, lo único que estaban dispuestos a hacer era recibir dinero para cerrar media docena de fábricas. Su idea de la justicia era que los gobiernos utilizaran el dinero de los impuestos para compensarles por los beneficios que esperaban obtener. ¿Y saben quién más? Eso es exactamente lo que hicieron varios gobiernos durante más de dos décadas.

Así que estabas en una posición delicada, ¿no?

Sí. Imagínese, había que descarbonizar la economía, la ciencia era muy clara al respecto, había que recortar la actividad industrial a gran escala, pero había que decidir qué recortar y qué mantener. Había que transformar algunos de los ejes centrales del capitalismo, como la producción de energía, el transporte, el comercio, no para que los ricos siguieran siéndolo, sino para que el planeta no se hundiera. Pero eso no les importó en absoluto. Es difícil de entender en retrospectiva. Así que nos acusaron, desde el principio, de querer controlar la economía, como si eso fuera una gran sorpresa. Nos acusaron de hacer exactamente lo mismo que ellos. –Se echó hacia atrás, dejando escapar un suspiro–. ¿Sabes cómo llamaban a su economía? Economía de libre mercado. Ahahahahahaha.

¿Qué quieres decir? –Le pregunté, mientras ella se levantaba para llevar una botella de agua con unos vasos a la mesa donde estábamos sentados. Mientras tanto, António se había despertado y Lia me pidió que le cambiara el pañal.

Pero, de todos modos, llamaban “mercado libre” a aquella economía totalmente planificada para mantener a miles de millones de personas en total dependencia de unos pocos miles de multimillonarios. Era libre en el sentido de que esos multimillonarios tenían total libertad para dictar la vida de toda la población mundial en todos los sentidos. No sólo obligando a casi todo el mundo a realizar trabajos inútiles que destruían nuestros cerebros y cuerpos, sino también el propio planeta en el que vivíamos. Pero también tenían un poder casi absoluto sobre cómo controlaban las mentes de todos, cómo controlaban la información tan completamente. Y la manipulaban de una forma tan monumental que la propia gente se creía las idioteces que su comunicación difundía. –Mientras tanto, terminé de cambiarme el pañal y me levanté para tirar el “contenido”.

Puedes seguir hablando, voy a tirarlo por el baño.

Hay uno en el pasillo. –Josephine me lo indicó al salir. Pero me perdí un poco. A veces todavía me enfado por haber dejado que las cosas fueran tan mal, por haber comido y creído tanta basura durante tanto tiempo.

Estábamos hablando del comienzo del Nuevo Mundo. –Dijo Lia.

Sí, era miembro del sindicato de cuidadores FGTB. Había trabajado muchos años en hospitales y residencias de ancianos, pero luego me eligieron vicepresidenta del sindicato. Yo era muy militante en causas sociales, mi familia siempre había sido muy activa políticamente, una de las razones por las que habían tenido que huir del Congo. Y mis hijas también habían participado en las primeras huelgas climáticas. –En ese momento volví al despacho–. Y también fui a las marchas y manifestaciones. Incluso conseguí varias veces que el sindicato y la federación apoyaran públicamente las protestas. Y pensé que estaba cumpliendo con mi papel. Cumplía el papel que era posible en aquel momento. 

Pero… –continuó Lia.

Pero, por supuesto, no era suficiente. Porque lo que hacía el gobierno belga, lo que hacía la Unión Europea, era simplemente lanzar medidas flojas, financiar empresas y enviar la producción altamente contaminante a otros territorios, incluso a otros continentes. Algún tiempo después ascendí a la dirección nacional de la federación sindical, pero fue en un momento en que las guerras y las enfermedades hicieron que el coste de la vida se disparara. Y volvió la austeridad. Y en ese momento todo el mundo, y yo un poco también, dejó de preocuparse por la cuestión climática. Había problemas más acuciantes. Los trabajadores necesitaban tener comida en la mesa, pensé. Los movimientos de justicia climática nos presionaban, pero había que pensar en los que trabajaban.

¿Y qué hizo que las cosas cambiaran?

No puedo señalar ningún momento concreto, pero hubo un momento en el que todo confluyó casi simultáneamente y sentimos por primera vez que estábamos completamente solos, que los gobiernos no eran sólo alguien con quien teníamos que dialogar, sino alguien que estaba contra nosotros. Esto sucedió con la ola de extrema derecha y la austeridad. Aquí, en Europa, comenzó la política energética fascista de “Energía europea para los europeos”. Levantaron las restricciones a la inversión en carbón y petróleo, crearon un programa nuclear europeo, anunciaron subvenciones para las grandes empresas energéticas y ¿sabéis qué pasó?

No. –Respondimos al unísono.

Los precios de los combustibles han subido y los de la energía aún más. El capitalismo fósil tenía el cuchillo y el queso en la mano. Eran el gobierno de la extrema derecha europea. Habían inventado una serie de pequeños partidos para no tener que negociar; gobernaban directamente. La extrema derecha era el brazo político de la industria fósil y la industria fósil era el brazo económico de la extrema derecha. Ya no había subterfugios. Por supuesto, además de la austeridad vino el programa cultural: aplastar los derechos de las mujeres, de las comunidades LGBTQ, perseguir a los inmigrantes y cerrar las fronteras, además del acuerdo migratorio con Libia. 

Tiempos oscuros, imagino.

Sí. Se crearon cárceles laborales por toda Europa, con enormes redes de vigilancia. Fue entonces cuando todo el mundo empezó a cambiar de maquillaje para evitar el reconocimiento facial, sobre todo en las manifestaciones. –Se rió.

¿Y fue entonces cuando surgió el Nuevo Mundo? –Preguntó Lia.

Sí, fue entonces. Empezaba a haber fuertes intentos de infiltración de la extrema derecha en el mundo sindical y creo que todo el mundo, incluso los trabajadores de la industria fósil, se dio cuenta de que sin un programa político de transformación radical, todo quedaría en manos de los fascistas. Y por fin conseguimos un acercamiento real con los académicos y los movimientos climáticos que llevaban años trabajando en la idea de una transición justa con planificación económica. Pero incluso abandonamos esa expresión. Necesitábamos un programa contra las élites del capitalismo, no algo para negociar con ellas. Era difícil porque esa era la tradición de nuestro mundo sindical. Pero todo estaba cambiando. 

En pocos meses de trabajo conseguimos acuerdos políticos sólidos a escala europea, y esta tendencia pronto se extendió a los demás continentes. En verano hubo una huelga general en Europa del Este en la que este programa ya figuraba entre las principales reivindicaciones. Hubo una enorme ola de calor en la que los empresarios de varias plataformas logísticas de Serbia, Bulgaria y Rumanía se negaron a dejar de trabajar. Más de 1.500 trabajadores murieron de calor en un solo día. La huelga que siguió fue muy fuerte y despertó a la mayor parte del movimiento sindical. En otros países se inició una oleada de huelgas por la reducción del horario de verano y la instalación de sistemas de vigilancia del clima. A pesar de la represión policial, los gobiernos cedieron. Pero no aceptamos que esos sistemas de vigilancia fueran gestionados por empresas o subcontratados: fueron los sindicatos los que asumieron la responsabilidad de gestionarlos. Estábamos encontrando nuestra fuerza y teníamos nuevos aliados. Pensaba que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, pero aún era muy temprano.

¿No había ecomunistas en esa época?

No. Y creo que por eso no hubo una revolución en aquella época. Éramos fuertes y teníamos algunos planes, pero no teníamos un plan sobre cómo íbamos a pasar de la situación de caos en la que estábamos a una nueva organización de la sociedad. Y la extrema derecha todavía tenía mucha fuerza, muchas armas y mucha capacidad comunicativa. Necesitábamos más planes, más conexiones, y nunca dejamos de construirlas. Incluso en la época del Septiembre Rojo, cuando cayó la mayoría de los fascistas, sólo se pudo adoptar una parte de nuestros planes porque el capitalismo seguía siendo demasiado fuerte. Pero eso no era suficiente: para detener el colapso social y climático, necesitábamos realmente construir un mundo nuevo. Habíamos avanzado mucho en pocos años. Ya no hablamos sólo de “descarbonizar” los sectores de la energía y el transporte, nuestros planes han evolucionado hacia una transformación del comercio a escala regional y local, la migración masiva, una drástica reducción de la jornada laboral, el abandono de actividades inútiles y perjudiciales, la desmercantilización de todos los sectores, la promoción de actividades solidarias, de cuidar y reparar todo lo que se ha destruido, no sólo en el planeta, sino también en la sociedad y en nosotros mismos. Hacía tiempo que había dejado de ser un programa técnico, era una nueva idea de sociedad, en colisión directa con el capitalismo de la muerte.

Pero el algoritmo del trabajo es técnico.

No. El algoritmo del trabajo es una herramienta política. Tiene componentes técnicos. Pero así ha sido siempre. La tecnología sirve a los intereses de quienes la programan y la utilizan.

Hemos diseñado un algoritmo que organiza el trabajo a escala europea, articulado al mismo nivel que los otros que lo organizan a escala continental, y que luego se ajusta en los territorios. Pero el trabajo siempre ha estado organizado y planificado. Y no hablo de las cuotas de producción de la Unión Soviética. ¿Qué creen que eran el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, las bolsas y los bancos de inversión? Todos ellos eran herramientas de planificación económica al servicio de los intereses de las élites capitalistas. El algoritmo del trabajo es una herramienta del Gran Cambio, de la revolución ecosocial. Disponemos de tecnología suficiente para distribuir la mano de obra necesaria para satisfacer las necesidades reales de las distintas poblaciones que habitan Europa. Estas necesidades varían de una semana a otra y por eso el algoritmo se ajusta, pero hemos conseguido predecir el número de horas diarias que requiere cada actividad y el número de personas disponibles para llevarla a cabo en cada territorio. No es muy complicado, todo el mundo debería saberlo.

Sí, hemos estudiado bastante bien el Tratado Mundial del Trabajo. Es difícil entender cómo la gente solía aceptar que el desempleo y la pobreza a gran escala eran posibles e incluso normales.

Formaba parte de la planificación capitalista. Era un arma de dominación, como antes lo habían sido los látigos o el trabajo forzado. El desempleo era simplemente estúpido y el algoritmo lo solucionaba. Tenemos tantas cosas que hacer que no tendría ningún sentido dejar sin trabajo a alguien que quisiera trabajar. Y el algoritmo se adapta: hay épocas del año en que la gente quiere trabajar más horas y se reajusta. Si hay más gente que quiere trabajar, tenemos más proyectos útiles que aún no tienen personal o compartimos el trabajo necesario, reduciendo el tiempo de trabajo para todos. Si la gente no está satisfecha con lo que hace, puede pedir cambiar de trabajo temporal o permanentemente. Incluso queremos que roten para que conozcan realidades distintas. Los trabajos más exigentes y que menos gustan a la gente suelen significar trabajar menos horas y tener más tiempo libre. Hay mucha rotación laboral y formación frecuente, de modo que la mayoría de la gente cambia de trabajo cada tres años. Y hay trabajos muy especializados que hay que realizar con gran dedicación, por ejemplo en Medicina y Sanidad. Además del trabajo manual, hay que investigar continuamente. Como sabes, puedes cambiar de trabajo e intentar crear una trayectoria profesional independiente, si lo consideras útil. Por ejemplo, puedes proponer que el libro en el que estás trabajando se incluya en el algoritmo. O podrías hacerlo en tu tiempo libre. –Sonrió y miró por la ventana. Nosotros también.

–Mira, está nevando. Está nevando.

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