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Desde el confinamiento derivado de la crisis sanitaria, y gracias a él, estoy aprovechando estos días para leer muchas cosas que comparto plenamente sobre estos tiempos turbulentos. También leo muchas reflexiones que vienen de lejos y en estos momentos emergen otra vez con más fuerza.
Estos momentos de incertidumbre, muchas nos preguntamos por el después y por si seremos capaces de canalizar lo aprendido durante esta crisis para convertirlo en algo que nos haga mejores, como sociedad, como país, como territorio, como planeta.
Me gusta la idea de que todas (personas, sociedades, escalas, regiones, economías, sistemas…) tendríamos que ganar en inmunidad. Y definir lo que nos permite tener inmunidad y ser más resilientes.
Es cierto que este virus no entiende de razas, de fronteras, de géneros o de clases sociales, pero los sistemas inmunológicos de partida no son para todas iguales.
El virus no hace distinciones, pero el impacto del mismo y de las medidas adoptadas para combatirlo es y será diferente en función de las circunstancias que viven las distintas personas, colectivos o pueblos. Las personas y colectivos en situación de mayor vulnerabilidad están más expuestas, al tiempo que las condiciones socioeconómicas de la población también determinan las diferencias entre clases y generaciones.
Este estado de excepcionalidad y los impactos que acarrea la crisis se pueden repetir si no se hacen cambios estructurales. No en vano, estamos ante una crisis sistémica de la que la actual situación de emergencia global solo es la primera manifestación.
Es importante admitir que el planeta se enfrenta a una crisis mucho más profunda y más duradera de lo que se pensaba, y cuyas raíces se hallan en varios retos globales interconectados.
Algunas investigaciones sobre la “ecología” de las enfermedades evidencian que deforestación, pérdida de biodiversidad o cambio climático inciden en la gestación de pandemias, interactuando con algunas características del mundo globalizado como el volumen de desplazamientos (viajes, por ejemplo) a escala global, el comercio o la gran densidad de población de algunos lugares.
Los brotes de determinadas patologías infecciosas como el ébola, el SARS, la gripe aviar y ahora la COVID-19, causada por un nuevo coronavirus, están aumentando y eso es el inicio. Al igual que la COVID-19, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el colapso financiero no respetan fronteras nacionales ni siquiera físicas. Estos problemas solo pueden gestionarse a través de la acción colectiva, que comienza bastante antes de que estas crisis sean generales.
Esas crisis tienen que afrontarse no como si fuesen una amenaza individual, sino como una potencial serie de ondas de choque y de riesgos a largo plazo para la salud humana y para el sustento diario, la prosperidad económica y la estabilidad planetaria. Hay que abordar los retos globales como el medio ambiente, el cambio climático, la salud global, la movilidad y el crecimiento de la población mundial. Retos que no se pueden resolver a nivel de los Estados. Hay que vencer la voluntad de las tentaciones nacionalistas.
Hacer silencio y escuchar en medio de tanto ruido es importante, porque hay cuestiones que tenemos que tener claras para que todas ganemos en inmunidad.
Las decisiones que se vayan adoptando para superar esta crisis deberán tener en cuenta el valor de lo público, el valor de lo común. Ganar inmunidad supone encarar al menos tres crisis convergentes: la pandemia de COVID-19 y la recesión económica resultante; la emergencia climática; y las extremas desigualdades.
Las estrategias deben asegurarse de no dejar a nadie atrás y asegurar la transición ecológica que contemple la garantía de derechos y el refuerzo de nuestro sistema democrático. Es imperativo revisar las bases de nuestro modelo productivo y planificar las políticas económicas desde la coherencia y la sostenibilidad.
Finalmente, tenemos la oportunidad de aprender de los errores del periodo 2008-2010 que tuvieron como resultado medidas de austeridad extrema y una recuperación lenta y centrada en las empresas, no en el capital social y humano. Necesitamos un mayor estímulo, más inversión en proyectos con bajas emisiones de carbono y más ayuda inmediata para quiénes están detrás de la economía real, en nuestro campo y en nuestra ciudad. Ahora es el momento de comenzar el debate político y el trabajo legislativo para aprobar las políticas de estímulo verde que generen nuevos empleos y conecten con el potencial de las comunidades autónomas y abordar la emergencia climática a medida que reconstruimos la economía. Solo así haremos que todas ganemos en inmunidad.
Cecilia Carballo es directora de Programas de Greenpeace