Etiquetas:
Este reportaje se publicó originalmente en el Magazine 2023. Puedes adquirir las revistas en este enlace.
La lógica dice que algo tan grande no debería extinguirse sin más. Un organismo vivo del tamaño de Italia, que existe desde hace 15.000 años y ha sobrevivido a numerosas crisis climáticas de efectos catastróficos, es demasiado voluminoso y antiguo para sucumbir a algo tan tonto como las acciones de un simio lampiño aficionado a resolver todos sus problemas quemando cosas.
Sin embargo, la Gran Barrera de Coral se está muriendo, y la culpa la tenemos los humanos. Un gigantesco organismo marino cuyo cuerpo está formado por incontables criaturas microscópicas y macroscópicas que anidan en hábitats de carbonato de calcio –y es, a su vez, hábitat de miles de millones de criaturas marinas, desde diminutos langostinos a los dugongos, esa especie de vacas del mar– se halla en peligro por la triple amenaza del cambio climático, la contaminación y la sobrepesca.
En 1981, la UNESCO reconoció que el arrecife de coral de 348.000 kilómetros cuadrados situado frente a la costa nororiental de Australia merecía figurar en la Lista del Patrimonio Mundial de la humanidad. Cuatro décadas después, está sopesando la posibilidad de declarar la Gran Barrera de Coral como patrimonio «en peligro». Según el último recuento, la mayoría de los arrecifes que componen la Gran Barrera han perdido entre el 50% y el 90% de su cubierta de coral duro.
La Gran Barrera de Coral se ha convertido en un poderoso símbolo de las terribles consecuencias del cambio climático. «Si nos fijamos en los movimientos de protesta estudiantil de todo el mundo, veremos pancartas de corales descoloridos o de Nemo que reflejan la inquietud por el futuro de los arrecifes de coral», afirma Terry Hughes, catedrático emérito de Biología Marina y director del Centro ARC de Excelencia aplicada al Estudio de los Arrecifes de Coral de la Universidad James Cook de Australia. Hughes sabe de sobra lo fulminante que puede llegar a ser el deterioro de los arrecifes de coral. A principios de la década de 1980, documentó el rápido declive, desencadenado por la sobrepesca, de los arrecifes de coral de Jamaica. Ahora está observando el mismo fenómeno en la Gran Barrera de Coral de Australia. «El arrecife de hoy es muy distinto al de hace 30 años», afirma.
Los arrecifes de coral cambian a lo largo del tiempo, y la Gran Barrera no es una excepción. Malcolm Mann pertenece a los darumbal –un pueblo aborigen australiano que, según la tradición, posee el territorio marítimo que se extiende al sur de la Gran Barrera– y preside la comisión asesora aborigen de la Autoridad del Parque Marino de la Gran Barrera de Coral. Las «líneas de canto» de los darumbal –los senderos señalados por una especie de ancestral mapa sonoro–, reflejan una costa que ha cambiado mucho a lo largo de milenios. «Si indagáramos en nuestro patrimonio cultural bajo el agua, encontraríamos pruebas de nuestra conexión física con el territorio que se extiende hasta el arrecife de coral», sostiene Mann. Los relatos orales de los aborígenes hablan de una época en la que el arrecife estaba mucho más expuesto. «La barrera de coral es algo que va y viene, pero lo que nos preocupa es el ritmo de cambio debido a la influencia humana».
Los problemas del arrecife empezaron hace bastante más de un siglo, con la llegada de los colonizadores europeos, que trajeron consigo métodos de cultivo y ganadería inadecuados para los frágiles suelos australianos, pobres en nutrientes. Desbrozaron la vegetación autóctona, lo que provocó la erosión del suelo y la precipitación de grandes cantidades de tierra en los ríos, que a su vez la dispersaron en torno al arrecife. Los europeos también levantaron muros de tierra para impedir que las mareas inundaran los cultivos con agua salada y arrasaron los ecosistemas costeros –estuarios y manglares– que habrían filtrado buena parte de los sedimentos transportados por el agua antes de que llegaran a los arrecifes de coral. Además, utilizaban –y siguen utilizando– fertilizantes nitrogenados que van a parar a las aguas costeras y desencadenan la proliferación de algas que asfixian a los corales.
La Gran Barrera, como tantos arrecifes de coral de todo el mundo, es también vivero y hábitat de numerosos peces y crustáceos, que a su vez nos sirven como fuente de alimento. La sobrepesca representa desde hace mucho una amenaza para el arrecife. En 2004, un tercio de la Gran Barrera de Coral fue declarado «zona de veda» y se prohibió la pesca en esas áreas. No obstante, más allá de esos sectores protegidos, la pesca comercial y recreativa sigue perjudicando la salud del ecosistema del arrecife.
Y en estas llegó el cambio climático, al principio como una amenaza lenta y sigilosa. A mediados de los años ochenta, Ove Heogh-Guldberg, catedrático de Estudios Marinos de la Universidad de Queensland, fundador y codirector del Instituto para el Cambio Global, se percató de un fenómeno conocido como «blanqueamiento del coral», por el que grandes extensiones de arrecife se vuelven blancas porque los pólipos de coral sometidos a estrés térmico expulsan de sus tejidos las microalgas simbiontes de las que dependen para alimentarse y desarrollar su característico color.
Heogh-Guldberg publicó un artículo sobre esta cuestión en 1999 –justo después de un gran episodio de blanqueamiento provocado por la subida de las temperaturas que, en 1998, aniquiló arrecifes a lo largo y ancho del Pacífico, incluida la Gran Barrera de Coral– y lanzó una advertencia tan sombría como certera sobre el futuro de los arrecifes en un planeta cada vez más caliente.
Desde entonces, se han producido blanqueamientos masivos en 2002, 2016, 2017, 2020 y 2022. «Ha habido numerosos impactos brutales en la Gran Barrera de Coral, donde se ha perdido entre el 20% y el 50% de los corales que sostienen ese ecosistema», afirma Hoegh-Guldberg. Los arrecifes de coral pueden recuperarse del blanqueamiento, pero solo si disponen de tiempo para hacerlo.
El de 2016 supuso un punto de inflexión, ya que el arrecife experimentó episodios consecutivos de blanqueamiento masivo que afectaron a todo el ecosistema. «Se produjo una elevada mortalidad de corales en poco tiempo», afirma Lissa Schindler, ecologista marina de la Sociedad de Conservación Marina de Australia. «Fue la primera vez que el blanqueamiento desembocó en la muerte del coral», añade.
En opinión de Schindler, aquello supuso una «llamada de atención» sobre la amenaza climática que se cierne sobre la Gran Barrera de Coral y la necesidad desesperada de tomar medidas contra el cambio climático. Australia contribuye a las emisiones mundiales de carbono muy por encima de lo razonable, en gran medida debido al consumo de combustibles fósiles y a la dependencia de las exportaciones. «Australia debe liderar la lucha contra el cambio climático», sostiene Schindler. «Tiene que vertebrar políticas climáticas que le permitan asumir su parte de responsabilidad y limitar el calentamiento global a 1,5 grados, porque ese es el umbral crítico para los arrecifes». A diferencia de los humanos, que pueden tolerar grandes cambios y oscilaciones de temperatura, los corales se blanquean y mueren si las aguas se calientan uno o dos grados por encima de lo normal.
Salvar la Gran Barrera de Coral requiere soluciones drásticas, pero también sencillas y evidentes. «La mejor herramienta de que disponemos es la lucha contra el cambio climático», afirma Emma Camp, bióloga marina de la Universidad Tecnológica de Sídney. El anterior gobierno conservador apenas tomó medidas para atajar el cambio climático. Sin embargo, las elecciones de 2022, en las que esta cuestión decantó los votos de forma decisiva, dieron paso a un gobierno de centro-izquierda que se ha comprometido a alcanzar una serie de objetivos –si bien poco ambiciosos– de reducción de emisiones.
Según Camp, reducir otros factores de estrés que afectan a los corales puede aumentar la resistencia del arrecife: mejorar la calidad del agua rebajando la pérdida de nutrientes del suelo, gestionar la pesca y garantizar que la industria turística del arrecife –que genera 5.700 millones de dólares australianos– sea sostenible y no agrave el problema.
En 2015, el Gobierno federal australiano publicó el Plan de Sostenibilidad a Largo Plazo de la Gran Barrera de Coral, que se pondrá en marcha hasta el año 2050. Señala cinco objetivos prioritarios: limitar el impacto del cambio climático y de las actividades terrestres y acuáticas, proteger, rehabilitar y restaurar los hábitats del gran arrecife. El Gobierno también destinará grandes fondos de investigación al cultivo artificial de corales adaptados a temperaturas más cálidas con el fin de repoblar las zonas degradadas del arrecife. Sin embargo, estos proyectos de restauración siempre palidecerán comparados con la gigantesca dimensión del problema, y hasta quienes trabajan en este campo reconocen que se trata de una solución desesperada que no aborda el gran desafío al que se enfrenta el arrecife y que pone en peligro su supervivencia.
«La opinión pública aplaude la idea de unos científicos brillantes que devuelven la vida a la Gran Barrera de Coral mediante técnicas de laboratorio –observa Hughes–, pero no veo a nadie sugiriendo que salvemos el Amazonas llenando invernaderos con plantas cultivadas en macetas». No deja de ser irónico que el gigante de la minería BHP –que sigue lucrándose con la extracción de combustibles fósiles– sea uno de los principales patrocinadores de la investigación para la recuperación de los arrecifes de coral. «Creo que muchas de las soluciones propuestas son meras maniobras de distracción», afirma Hughes. «El elefante en la habitación es el cambio climático».
ARRECIFES DE CORAL Y MANGLARES DE TODA LA COSTA DE LA ISLA DE NIAS, INDONESIA.
Está pasando un desastre medioambiental en la isla de Nias, donde desde hace meses se filtra asfalto o bitumen del pecio del MT AASHI, contaminando las aguas y dañando los arrecifes de coral, los manglares y las costas.
En las costas de Sumatra (Indonesia) se está produciendo un desastre ecológico, explica Rianda Purba, directora de la ONG ecologista WALHI North Sumatra. «Las autoridades deben reaccionar de una vez. El mundo entero tiene que ver lo que está pasando aquí para que se tomen medidas eficaces contra la marea negra».
En febrero 2023, el petrolero MT AASHI encalló en el mar entre Sumatra y la isla de Nias, situada al oeste. El buque, de bandera gabonesa, transportaba 3.600 toneladas de asfalto procedentes de Emiratos Árabes Unidos con destino a Sumatra. Según el Ministerio de Medio Ambiente indonesio, el barco ya estaba corroído y encalló al ser golpeado por las fuertes olas del océano Índico. Desde entonces, el asfalto se ha ido filtrando del pecio, contaminando el mar y la costa circundante, extiendiéndose ahora un radio de 70 km.
Casi un año después de que encallara, todavía no se han retirado los restos del naufragio y no parece que se haya hecho nada para evitar que se escape el asfalto.
Apoya con tu firma la petición al gobierno de Indonesia:
https://www.salvalaselva.org/peticion/1279/indonesia-lucha-contra-la-marea-negra-en-la-isla-de-nias