La desolación un año después de los peores incendios del siglo

Los habitantes de la Sierra de la Culebra (Zamora) todavía no han acabado de asimilar las pérdidas, algunas generacionales, que les infligieron los feroces fuegos forestales del verano de 2022.
Panorama de la Sierra de la Culebra desde la carretera, flanqueada como todas las de la zona por hileras de árboles calcinados. Foto: Nico Rodríguez.

Fotografías: Nico Rodríguez.

Hileras de árboles calcinados flanquean las carreteras de la Sierra de la Culebra. Ha pasado un año y el paisaje entero es un recordatorio ineludible del desastre. En esta zona protegida de la provincia de Zamora se sucedieron el verano pasado dos de los peores incendios de España desde que hay registros. Un fuego inextinguible arrasó con el monte y con los medios de vida que de él emanaban. Los habitantes de estas comarcas dicen que aún no han podido asimilar las pérdidas. Los que pasan la sesentena saben que su generación no volverá a ver ni la recogida de setas ni los castaños centenarios.

2022 fue el mejor y el peor año para ‘La miel de Laura’. La alegría por los premios internacionales quedó truncada cuando el segundo incendio quemó 200 de las 500 colmenas que Laura Fernández Gago tenía en Escober de Tábara. El fuego pasó por todos los asentamientos de la apicultora de 37 años. «Las abejas supervivientes las tuvimos que sacar a otros pueblos porque no tenían nada que comer», relata. Ahora debe desplazarse cada día a varios municipios a 30 y 40 kilómetros a la redonda del suyo para atender sus nuevos asentamientos. «No conoces las floraciones, no conoces nada, trabajas a ver cómo se da», indica en el de Navianos de Alba. Considera que le habrían tenido que dar «el triple» de la ayuda que recibió, pero con ese monto pudo al menos mantener su explotación.

José Villar tenía 11 colmenares en Ferreras de Arriba pero el fuego pasó por todos. «Nos han ido dando cosillas, pero no cubren ni la mitad de los gastos», lamenta. El año pasado no tuvo producción de miel y este «va por el mismo camino». La apicultura es su único oficio desde 2011 y cree que harán falta tres años para que «el campo se regenere y las abejas puedan trabajar en condiciones». Mucho más tiempo tardará la gente del pueblo en regresar al monte a recoger castañas y setas. «Llegaba octubre y era una gozada estar por el campo, entre la gente que andaba a castañas, a setas, ¡tú sabes el ambiente más guapo que había!», recuerda. Y añade, mirando a su primo Tomás Baladrón: «Nosotros no lo vamos a volver a ver». Tienen 53 y 54 años, y han de pasar décadas para que se den de nuevo «setas hermosas» en los pinares y para que el pueblo de los castaños lo vuelva a ser. 

Laura Fernández Gago, apicultora de Escober de Tábara, en uno de los nuevos asentamientos donde tuvo que desplazar a sus abejas después de que el incendio las dejara sin alimento.
José Villar, apicultor de Ferreras de Arriba que se quedó sin producción de miel en 2022 por el incendio.

Las madereras recogen a destajo los troncos quemados 

Ferreras de Arriba, un pueblo que no alcanza los 300 habitantes, llegaba a recolectar 200 toneladas de castañas al año, un ingreso de hasta 300.000 euros fundamental para su subsistencia. En Cional, a 15 kilómetros, se quemaron el pinar y el robledal del «monte de mano común» y nadie compensa a los vecinos por quedarse sin leña ni setas. «Te levantas por la mañana y piensas ¿dónde está mi pueblo?, ¿dónde está mi bosque?, y no hemos acabado de limpiarlo, cuando eso llegue será un desierto», describe José Manuel Soto, ganadero de 58 años y representante comarcal de la organización agraria COAG. En la Sierra de la Culebra trabajan desde hace meses varias madereras para sacar los árboles quemados. Algunos vecinos se quejan de que las máquinas son disruptivas y «han destrozado las carreteras» y cortan también árboles verdes, mientras que otros, como Soto, consideran que «al menos hay que aprovechar esto, ya que en 50 años los pueblos no van a ver nada económicamente del monte».  Hay ayuntamientos que obtendrán unos 2 millones de euros de la venta de troncos. «De repente, recibimos el residuo de un desastre», dice Soto.

Montañas de grandes troncos proliferan por la Sierra de la Culebra, donde las madereras trabajan a destajo para sacar todo lo quemado.

Los trabajadores de las madereras representan apenas el único ingreso de Ángel Crespo y Ángela Cabezas, dueños de dos casas rurales en Ferreras de Arriba donde desde los incendios solo han parado cuatro grupos. Antes llenaban los dos alojamientos cada fin de semana y ahora aguantan gracias a que tienen uno alquilado a los operarios que sacan los árboles quemados. «La gente venía a hacer senderismo y por el paisaje, pero claro, qué van a ver ahora», dice Ángela, de 65 años. «Miras a tu alrededor y nada más ves cenizas; y eso deprime, deprime mucho», apunta su marido, de 69. Su impecable casa ‘El arroyo’ está vacía en pleno sábado espléndido de primavera. La estampa desde el porche y la terraza es la postal de una catástrofe que los vecinos de estos pueblos no pueden ni siquiera perder de vista. 

Los pequeños negocios rurales van de la mano. David Enjuto, de 42 años, cambió Madrid por el campo para hacerse cargo de una empresa de avistamiento de fauna. Los incendios lo han dejado sólo con cinco zonas de las diez que tenía para llevar a sus clientes. La semana santa, que solía ser «un hito» en el calendario, ha confirmado la pérdida del turismo general. Siguen yendo «los más loberos» para ver al rey de la Sierra de la Culebra con telescopio. «Pero nadie me avisa de las máquinas. Imagínate, mi cliente piensa ‘me va a llevar a una zona recóndita, viviré un momento super zen, a ver si puedo escuchar un aullido’ y, de repente, tatatatatatá, el ruido, y los pinos cayendo», describe. 

Francisco Vicente Casado Fresno, agricultor que perdió toda su cosecha de 2022 en el incendio y que defendió Tábara de las llamas con su tractor.
Ángel Crespo y Ángela Cabezas, dueños de dos casas rurales en Ferreras de Arriba que apenas han vuelto a recibir huéspedes desde los incendios.

Ayudas desajustadas que dejaron a muchos fuera

Montañas imponentes de enormes troncos quemados proliferan por la Sierra de la Culebra como recordatorio funesto. «Cada vez que sacan la madera y van desfigurando todo el terreno, ves los montones de leña y se te cae el mundo a los pies», dice Ana María Peral, de 53 años. Ella y su marido, Tomás Baladrón, temieron perder sus 70 vacas en el incendio. Se libraron, al contrario que rebaños de ovejas y cabras de la zona, pero sólo pueden alimentarse a base de pienso y paja hasta que vuelva a brotar el pasto. La sequía está retrasando ese nacimiento y hace temer otro verano extremo de unos fuegos descomunales que favorece el cambio climático

Desde el tractor con el que defendió Tábara de las llamas en julio, Francisco Vicente Casado Fresno cuenta que él «no había cosechado ni una espiga» cuando el incendio le quemó 70 hectáreas de trigo, avena y centeno. Lo perdió casi todo. La «miniayuda» de la Junta de Castilla y León –cuenta– tardó meses en llegar y no tuvo en cuenta quiénes habían cosechado y quiénes no. Todos los entrevistados se quejan de que las ayudas fueron un ‘o lo tomas o lo dejas‘ determinado por la Administración e insuficiente. A los dueños de las casas rurales les ofrecían 5.000 euros con la condición de tener 5.000 de gasto en cuatro meses. «Si has tenido cerrado porque la gente no ha venido, ¿de dónde vas a sacar 5.000 de suministros?», se pregunta Ángela Cabezas mientras muestra una a una las flamantes estancias sin huéspedes. 

 El paisaje de la Sierra de la Culebra lo caracterizan ahora árboles calcinados como recordatorio constante del desastre de los incendios.

«Yo soy de los que dicen que todavía no hemos asimilado del todo la pérdida. Cuando pase este año y terminen de cortar y esa gente se vaya, ya verás», augura Soto en el coqueto bar de Villanueva de Valrojo, donde nunca se ha dejado de hablar de los incendios y donde se lamenta a diario que nadie fuera de allí hable ya de ellos. Los vecinos de estas comarcas despobladas ni piden ni esperan milagros. «Aquí no va a venir un estadounidense a montar una fábrica de refrescos, hay lo que hay; lo que pedimos es que nos dejen seguir, que nos dejen seguir viviendo en nuestros pueblos», concluye Soto, uno de los 150 agricultores y ganaderos que siguen en activo en una zona rural que abarca 8.000 habitantes. La gente de la Sierra de la Culebra quiere seguir viviendo del campo y en el campo, y temen que cuando se recoja el último tronco quemado sólo les aguarde un largo y perenne desierto. 

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