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La crisis climática pasa por el Mediterráneo, que se calienta a un ritmo frenético. Esta región ya ha alcanzado los 1,5 °C de calentamiento frente a los 1,1 ºC de subida de temperatura a nivel global. Si no se actúa de forma urgente en materia de mitigación y adaptación, la temperatura podría aumentar hasta los 2,2 °C para 2040 y hasta casi 4 ºC a finales de siglo en algunas subregiones. Esto afectaría a los casi 500 millones de personas que viven en los Estados que bordean la cuenca mediterránea.
Todo estos riesgos y vulnerabilidades las conoce bien Jofre Carnicer, profesor de Ecología en la Universidad de Barcelona e investigador del CREAF (Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales). Es, también, uno de los autores del nuevo informe que ha publicado esta semana el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Él ha sido una de las personas encargadas del capítulo dedicado a Europa y la cuenca mediterránea, y del informe técnico donde se recoge la evidencia principal de todos los temas del documento.
Las olas de calor o la subida del nivel del mar son solo algunos de los impactos a los que se enfrenta y enfrentará en las próximas décadas España y Europa si la inacción sigue siendo la norma. Y aunque hay muchas razones para el pesimismo, las hay también para la esperanza: «Una suma de muchas acciones nos puede llevar a escenarios un poquito más favorables para nosotros y las generaciones venideras», reflexiona Carnicer. Enfrente, las dos grandes crisis medioambientales de este siglo: la climática y la de biodiversidad. En juego está el bienestar humano y la salud de los ecosistemas.
¿No cree que ha sido un error de comunicación haber publicado el informe mientras Rusia ataca a Ucrania? Estos informes no solo son importantes por su contenido, también lo son por su impacto mediático.
No soy un experto en comunicación ni tengo una opinión muy asentada, pero creo que, a veces, es interesante no dejar que las dinámicas vengan marcadas por fenómenos como una guerra. Si realmente estamos ante un tema que requiere de la cooperación internacional, la solidaridad, el pensamiento profundo científico, la activación de todos los actores, quizás esté bien que nosotros marquemos un poco el paso.
Puede que haya menos atención mediática con este informe, pero también es interesante lo que se ha transmitido: que los temas que abordamos son centrales y que, manteniendo toda nuestra solidaridad hacia las personas que están sufriendo la guerra, que están sufriendo esa vulneración de los derechos humanos, debemos continuar con este tipo de trabajo y mantener en las agendas cuestiones que son urgentes, como la del cambio climático.
Para esa gente que no se leerá el documento de 3.500 páginas, ni los resúmenes, ni ningún artículo de prensa, y que solo sabrá de qué va el informe por su siguiente respuesta, ¿cómo lo resumiría? ¿Qué mensaje, de los muchos que hay, priorizaría?
Hay varios mensajes clave. Uno es que es muy importante reducir de forma drástica en los próximos 10 años las emisiones de gases de efecto invernadero, porque toda la evidencia científica nos dice que si no lo hacemos iremos a un sistema climático con impactos muy contraproducentes para componentes básicos de nuestras sociedades: la salud humana, la seguridad alimentaria, la conservación de los ecosistemas, pero también muchos otros sectores, como el turismo, la producción de energía… Es decir, casi todas las facetas de nuestras sociedades. También las ciudades, claro, con la subida del nivel del mar, resultarían fuertemente impactadas si no hacemos un esfuerzo muy urgente y drástico de reducción de emisiones.
El informe, sobre todo, habla de los impactos en los ecosistemas y las sociedades, y también de la adaptación. Respecto a esto, un segundo concepto clave es que todos los esfuerzos que tendremos que hacer en las siguientes décadas para adaptarnos a los fuertes impactos del cambio climático estarán condicionados a la reducción de emisiones.
Y un tercer mensaje sería que el tiempo para la acción es ahora y que cada acción importa: desde acciones gubernamentales, internacionales, locales, hasta acciones personales, ciudadanas o de colectivos intermedios. Cualquier acción que mitigue el cambio climático nos importa. Una suma de muchas acciones nos puede llevar a escenarios un poquito más favorables para nosotros y para las generaciones venideras.
Como decía ahora, el informe sobre todo es una llamada a la necesidad de la adaptación, pero también enfatiza que una mala adaptación incluso podría ser contraproducente.
Es evidente que el cambio climático es ahora un eje central en todas las políticas generales y sectoriales, y como son procesos muy complejos, es fácil cometer errores. Es decir, tampoco tenemos unas capacidades infinitas de inversión en sistemas públicos y privados, y es muy fácil acometer acciones que sean contraproducentes. Desde, por ejemplo, estrategias de protección contra el desbordamiento de los ríos o de las líneas costeras que estén mal planteadas y que a la larga nos salgan más caras que otras estrategias. Entonces, hay un esfuerzo sistemático para detectar este tipo de situaciones. Detectar no solo cuáles son las opciones positivas, sino también cuáles son los procesos donde nos puede salir el tiro por la culata. El reto, sin duda, es mayúsculo.
La adaptación no es un comodín permanente al que siempre se podrá recurrir para sobrellevar los impactos del cambio climático. El propio informe insiste en que si no se hace nada por reducir las emisiones, llegará un punto en el que ciertas acciones de adaptación serán ineficaces.
Exacto. Ese mensaje también es vital. Aquí vemos otra vez la importancia de la mitigación urgente y transformadora. Si nos vamos a escenarios de calentamiento global superiores a los 2 ºC, muchas de las opciones que tenemos para adaptarnos a los impactos del cambio climático serán cada vez menos eficaces. Esta es una evidencia científica que queda bien recogida en el informe.
En él, los propios autores se muestran sorprendidos y reconocen que los impactos son mayores de lo que se pensaba anteriormente. ¿No hay señales que inviten al optimismo?
Sin duda, es un reto muy considerable para las sociedades contemporáneas. Pero como cualquier gran problema, presenta también grandes oportunidades. Sí, hay mensajes positivos. Por ejemplo, la actividad legislativa y los compromisos internacionales están aumentando notablemente. Si estos compromisos se cumplieran, pasaríamos de una trayectoria de 3 ºC hace tres o cuatro años a una de 2,9 ºC. Es decir, sí vemos que hay una fuerte actividad donde este tema cada día es más central. Y eso se traduce en avances, pero somos conscientes de que todavía son insuficientes. El informe hace un llamado muy claro a la acción urgente, una acción que no puede ser gradual sino que debe ser transformativa.
Otro signo positivo puede ser el cambio de percepción que se documenta en el informe. La gente cada vez está más informada y es más consciente de que el cambio climático es un tema primordial en la agenda política global. Esto también significa un cambio en el nivel de conciencia, todavía muy insuficiente, cierto, pero que va aumentando. Vemos muchas potencialidades, por decirlo así. Hay un gran abanico de opciones. Una acción que puede ser transformativa es el cambio en el estilo de vida y en los patrones de consumo de la gente. Observamos estas potencialidades, pero su implementación todavía es incipiente y totalmente insuficiente.
Con todo, creo que hay una pequeña ventana al optimismo. Está en nuestra mano abrir esa ventana y hacer que estos pasos incipientes sean un poquito más relevantes.
Usted ha contribuido a este informe en el capítulo dedicado a Europa y la cuenca del Mediterráneo. ¿Cuáles son las principales conclusiones en este apartado?
En el Mediterráneo, lo que vemos es que es una área donde el cambio climático avanza de forma más rápida que en otras zonas del planeta. El calentamiento es de 1,5 ºC, mientras que a nivel global es de 1,1 ºC. Avanza un 20% más rápido.
Aunque no sea una zona tan vulnerable como África Central, por poner un ejemplo, se trata de un área con una vulnerabilidad relativamente alta por factores intrínsecamente climáticos, pero también sociales. Es una parte del planeta muy golpeada por riesgos considerables de sequía que van a aumentar significativamente en las próximas décadas. Y también por otros riesgos, como pueden ser los incendios o la subida del nivel del mar. El 36% de la costa está dentro del patrón de vulnerabilidad por su baja altitud, y esto podría causar un impacto en más de 40 millones de personas.
El Mediterráneo también tiene puntos calientes de vulnerabilidad. Uno de ellos es el delta del Nilo. Allí una subida del nivel del mar de más de medio metro –unos 80 centímetros– impactaría de forma muy relevante en zonas urbanas muy densas. Afectaría a más de 6 millones de personas en un país de 100 millones de habitantes.
También afectaría en nuestro sistema económico. En concreto, en nuestra soberanía y nuestra seguridad alimentaria, así como en sectores claves como el turismo y la pesca. Y también en la salud de las personas, especialmente la de la gente mayor que sufra las olas de calor.
En resumen: el Mediterráneo es un punto caliente en cuanto a impactos y vulnerabilidad del cambio climático.
El informe introduce un concepto poco como conocido hasta ahora: los puntos de inflexión social [social tipping points]. El IPCC los define como «momentos de cambio rápido y desestabilizador a distintas escalas», y señala que estos podrían ir acompañados de puntos de inflexión medioambientales.
Este es un campo muy incipiente de la ciencia climática. La teoría de los tipping points, que es la teoría de las transiciones críticas, sí que está muy bien establecida dentro del marco de las teorías de los sistemas complejos. Pero en cuanto al cambio climático, la evidencia que tenemos es todavía muy, muy parcial. Es muy difícil establecer dinámicas de tipping points sociales disponiendo únicamente de datos observacionales. Incluso para sistemas físicos es complicado, aunque hay más conocimiento.
Por lo tanto, es un marco de referencia muy importante a nivel conceptual, pero la evidencia que tenemos y el grado de certidumbre son muy limitados. Hablamos en este caso del concepto de la incerteza profunda, es decir, son tipos de procesos que son complejos, donde hay límites en la certitud y en la evidencia de las predicciones que podemos hacer desde el método científico.
Miles de aviones vacíos sobrevuelan nuestros pueblos y ciudades. No llevan pasajeros ni mercancías, pero emiten varias toneladas de gases contaminantes. Una norma europea muy retorcida obliga a que sea así, pero los Gobiernos tienen la oportunidad de rebelarse contra ella. Hagamos que la opinión de la ciudadanía tenga más peso que toda la flota de estos vuelos fantasma.
Los cielos de Europa están llenos de aviones vacíos que no llevan pasajeros ni mercancías. Este invierno, las compañías aéreas han fletado más de 100 000 vuelos fantasma. ¿El motivo? Una ley que la Comisión Europea no está dispuesta a derogar.
En una época en la que intentamos reducir las emisiones cuanto antes para salvar el planeta, mantener una legislación tan desfasada es como reírse en nuestra cara.
Una norma europea muy retorcida obliga a que sea así:
Las compañías aéreas están obligadas a tener en tránsito aviones vacíos si no quieren perder las franjas de despegue y aterrizaje que utilizan en los aeropuertos. Mantener ese derecho supone emitir cada año la misma cantidad de gases contaminantes que 1,4 millones de coches, y todo por una ley europea trasnochada.
Los vuelos fantasma son un símbolo del fracaso de la industria aeronáutica tal y como la conocemos: un negocio que pone los beneficios por delante del clima y de la gente mientras se aprovecha de rebajas fiscales y subvenciones, unas ventajas que pagamos entre todos con dinero público.
Con la crisis climática llamando a nuestra puerta, no tiene ni pies ni cabeza exigir que miles y miles de aviones vacíos anden de acá para allá solo para que los beneficios de los aeropuertos sigan por las nubes.
Los movimientos ecologistas también se han manifestado en contra de una situación absurda y Air France, British Airways y otras empresas del sector ya han pedido que se ponga fin a este despilfarro.
Los Gobiernos tienen la opción de rebelarse contra la norma y no empeorar el cambio climático. Tienen la autoridad necesaria para acabar con esto. Pueden echar mano de un reglamento de excepción de la legislación europea y usarlo para prohibir los vuelos fantasma. De hecho, Austria ya ha dado un paso al frente y no va a acatarla más. España, Alemania y Bélgica han indicado que quizás sigan el mismo camino.
Para que tantísimos vuelos inútiles se queden en tierra de una vez, tenemos que convencer a los Estados donde se encuentran los aeropuertos más importantes (como los de París o Ámsterdam) de que aprendan de este ejemplo y sean valientes a la hora de tomar decisiones.
Diles a los gobiernos de la Unión Europea que acaben con esta insensatez y despilfarro:
https://act.wemove.eu/campaigns/no-vuelos-fantasma?utm_campaign=20220311_ES&utm_medium=email&utm_source=civimail-44061