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Literatura para un mundo que (ya) se desmorona

El libro editado por John Freeman es una apuesta por “abrir los ojos de los lectores y las lectoras al presente sumergiéndolos en un sueño, uno lo suficientemente vívido como para reorientar el modo en que se ven las cosas al despertar”
Literatura para un mundo que (ya) se desmorona
Las sequías son una de las consecuencias del calentamiento global. Foto: REUTERS/Heino Kalis.

Relatos de dos planetas. Historias sobre cambio climático y desigualdad en un mundo dividido.
Edición de John Freeman; traducción de Matilde Pérez
Continta Me Tienes, 2021

Es casi un cliché, pero también cierto: tal vez el arte, la literatura, puedan ayudarnos a ver algo que tenemos delante de los ojos mejor que cualquier discurso político, científico, o periodístico. Una metáfora precisa, una ficción que dé en la clave de nuestros sueños o nuestras pesadillas, pueden de pronto abrirnos la mirada a algo que no habíamos sido capaces de incorporar pese a cientos de noticias o de programas electorales. Oímos hablar mucho de la crisis climática. Pero, ¿en qué idioma nos habla? ¿Habrá forma de contar lo que está pasando y lo que pasará de un modo que active de manera más inmediata los interruptores que realmente cambian nuestro modo de percibir el mundo?

Esa parece ser también una pregunta importante para el escritor y crítico literario estadounidense John Freeman, que en 2020 editó Relatos de dos planetas. Historias sobre cambio climático y desigualdad en un mundo dividido. “Nadamos en un mar de datos, pero un dato no llega a alcanzar completamente su verdadera profundidad, su poder, hasta que se convierte en parte de una historia”, apunta en el prólogo. El libro —publicado en castellano un año más tarde por Continta Me Tienes con traducción de Matilde Pérez— reúne textos de 33 escritores y escritoras de todo el mundo, entre quienes se cuentan voces reconocidas como las de Margaret Atwood, Mariana Enríquez, Khaled Mattawa o Anuradha Roy. Una colección excepcional de relatos, poemas, crónicas y ensayos que acaban por funcionar como piezas de un puzle, como los aparantemente inconexos capítulos de una novela colectiva que en conjunto cuenta una historia muy nítida: la de un mundo que se desmorona. 

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En todos esos textos, la temperatura sube, el nivel del agua sube. Y lo hace conjugando los verbos en presente. Freeman insiste —en el prólogo y a través de la propia selección de autores— en la idea de que el cambio climático no es que vaya a afectar más a las zonas más pobres del planeta, sino que, de hecho, ya lo está haciendo: “Ahora es un momento estupendo para vivir en la Bretaña; no lo es tanto, sin embargo, para encontrarse en Bangladés. O en Chad. O en Burundi. O en Tailandia. O en el Sahel”. El editor diagnostica también que la mayoría de los relatos a los que solemos acceder sobre este tema son escritos desde “el miedo que siente el hemisferio norte ante lo que se aproxima”. Frente a eso, opta por reunir textos que cuentan, más bien, lo que está pasando ya en distintos lugares del mundo. 

Esos espectáculos naturales que activan la trama de las superproducciones (olas gigantes, tornados, inundaciones, sequías) son la realidad cotidiana en muchas partes del mundo. Las inundaciones de Matanza, donde los chicos nadan en el agua podrida de las calles como si fuera una piscina. Las luciérnagas desaparecidas en Burundi, las orquídeas desaparecidas en Palestina. “Esta región no ha sido capaz de evitar los derrumbes ni con toda la tecnología puesta al servicio de la ingeniería civil”, escribe Juan Miguel Álvarez desde el Eje Cafetero colombiano: “¿Tendré tan mala suerte que la montaña se desprenderá justo en el segundo en que yo esté pasando por ahí?”. Desde Bangladés, Tahmima Anam da en el corazón de todo esto hablando en términos de profecía, en la voz de una niña que descubre que “su pueblo tenía la capacidad de predecir el futuro. En el horrible país, la catástrofe climática ya había sucedido. Todas las tormentas que azotarían al resto del mundo ya habían ocurrido en su litoral (…) Sabemos cosas que vosotros tendréis que aprender por las malas, piensa”. 

Frente a un futuro incierto, algunas de las autoras y autores de esta antología recurren a imágenes antiguas, ancestrales, que se ven renovadas de extrañas maneras. La nueva época de Noé a la que refiere desde Pakistán Mohammed Hanif: grietas en la tierra que nos suenan de algo. La caja de las desgracias que se abre en el relato de Daisy Johnson resonando a Pandora.  “Daba la sensación de que los Dioses de la Lluvia se estaban poniendo al día”, escribe Billy Kahora para contar el impacto de El Niño sobre Nairobi, una ciudad asentada sobre un humedal —ahora destruido— al que los masáis llamaban Nakunsoleton, “el principio de toda belleza”. Es quizá un modo de afrontar la orfandad de palabras y relatos que enfrentamos, como la enfrentan los personajes del relato de Anuradha Roy cuando conversan sobre cambio climático: “Estábamos hablando en hindi, pero pronunciaron esas dos palabras en inglés, como si fuesen elementos novedosos y volátiles procedentes de un universo más amplio, un mundo exterior que solo podía expresarse en un lenguaje que les era ajeno”. 

En un tiempo en el que la naturaleza ya no cambia a ritmo geológico, sino arrastrada por la voracidad humana, se cronifica la tensión entre mundos en choque. Y es que la destrucción por supuesto que hace diferencias, igual que los mecanismos para afrontarlas salvan a algunas personas y dejan tiradas a otros. “A los vendedores de apartamentos les gusta puntualizar que cuanto más alto vivas, más blancos tendrás los pulmones”, escribe Pitchaya Sudbanthad, desde Tailandia. “O estás seco, o te ahogas”. 

Entre quienes se ahogan, unos personajes recurrentes en los textos de este libro son quienes se ven obligados a desplazarse. “Las personas refugiadas llevan grabado en sus cuerpos el estado en que se encuentra nuestra tierra”, escribe Sulaiman Addonia, un autor que, respecto a su procedencia, dice: Eritrea/Etiopía/Sudán/Gran Bretaña/Bélgica. Y que cuenta, en su relato, las dificultades que tiene para entenderse con su novia belga, una activista centrada en la lucha contra el cambio climático. “Salvar el planeta que vosotros habéis destrozado es tu lucha, no la mía. Así que déjame disfrutar tranquilo de una pequeña parte de lo que tú siempre has tenido en abundancia”, le responde al principio. Aunque luego recuerda, pensando en su familia, cómo se está transformando su país de origen, cómo desaparecen las barreras de coral y “la tierra seca se resquebraja como polvo antiguo”, y cómo todo eso es también una de las razones por las que mucha gente debe irse de allí. “Las dos crisis, las dos historias, se van acelerando a la par”, concluye, sin por eso dejar de preguntarse: ”¿Cuánto tiempo hace falta para que un cuerpo herido se recupere y esté listo para participar en una manifestación por la justicia climática?”

Otras autoras optan por la ficción, aunque eso no haga que su relato traiga menos verdad. Desde Japón, Sayaka Murata propone una distopía en la que un “índice de supervivencia” determina las posibilidades de reproducción de las parejas en un mundo en el que se da una feroz batalla por la supervivencia entre gatos, cucarachas y personas. “No hace falta leer el futuro para imaginar un relato así”, señala Freeman sobre este texto. Y es que este ejercicio literario de contar la crisis en la que estamos lleva a veces al punto en el que la metáfora deja de serlo, como cuando Lina Mouzer trenza la descripción de Beirut y su historia de manera magistral en un relato que se fija en dos momentos —aparentemente inconexos— en los que las cloacas revientan inundando la ciudad de aguas fecales. “Puede que la señal más certera del desastre desatado e irrevocable llegue cuando lo figurado se convierte en literal (…) Las metáforas que empleamos para distanciarnos un paso de la realidad, a fin de poder verla mejor, se convierten en la auténtica realidad a la que hemos de enfrentarnos”, apunta, tras describir una situación en la que “la catástrofe nos recuerda el corolario más evidente: estamos juntos en esta mierda”. 

“No hacer nada exigía no ver nada”, sentencia el misterioso cuento de Krys Lee, de Corea del Sur, en el que las montañas desaparecen durante la noche y los protagonistas tratan de hacer como que no se han dado cuenta. “Come más, bebe más”, insiste una mujer a su marido mientras un monstruo aprieta la cara contra la ventana. Una manera muy gráfica de mostrar algo que explica también Freeman en el prólogo: que “dar la espalda a la mayor amenaza a la cual se ha enfrentado jamás la humanidad ha requerido una asombrosa inversión en distracción y una tremenda falta de empatía”. Si la literatura puede quizá contar lo que nos atraviesa mejor que otros tipos de discurso es precisamente porque trae de vuelta esa empatía, porque conecta con algo que conocemos: con la vida, al fin y al cabo. 

Así, en el relato de la nigeriana Chinelo Okparanta, una mujer sufre por su supuestamente pecaminoso deseo de masturbarse mientras está encerrada en una cueva con su bebé y una amiga para protegerse del botón nuclear que está a punto de ser apretado en una guerra —¿ficticia?—entre EE.UU. y Corea del Norte. En el de la argentina Mariana Enríquez, el mal presagio que arrastra el río lo anuncia el miedo que pasaba de niña con la amenaza macabra de un tío que, jugando, decía que la iba a tirar a la corriente: el terror se encarna con claridad para mostrar cómo del Riachuelo, ahora como entonces, pueden salir monstruos. Desde Estados Unidos nos llega la obsesión de la protagonista de Lauren Goff por salir de noche a destruir las cajas de cartón que tira a la basura una vecina demasiado consumista que no entiende el peligro porque “su clase carece de experiencia en la cuestión del desmoronamiento”. 

Varios de los textos nos conectan con la tristeza, tan familiar para cualquiera, de regresar a los lugares de la infancia o del amor y encontrarlos cambiados. Pero aquí de una manera más radical, como en esos paisajes que la egipcia Yasmine El Rashidi o el guatemalteco Eduardo Halfon encuentran desiertos y destruidos cuando tratan de volver a habitarlos. “Hubo un tiempo en que el Nilo también pasaba por aquí”, escribe ella. “Y mientras tanto, los indígenas de aquí han perdido su forma de vida y de sustento, no una casa vacacional”, parece responderle él. Hilar lo macroscópico con los dolores conocidos es también un modo de abordar algunas de esas vivencias nuevas que necesitan encontrar su nombre, sus maneras de ser contadas. Como ese “intenso sentimiento de pérdida anticipada, especialmente del hogar” —define Freeman en el prólogo— que quizá nos sirva para entender qué tiene al fondo eso de la “ansiedad climática”.

Y si se trata de ejercitar la empatía, otra tarea que abordan estos textos es la de imaginar cómo será el mundo en el futuro. Desde Islandia, Andri Snaer Magnason se sorprende por la posibilidad misma de la vida en esta “fina corteza sobre una bola de magma hirviendo que flota alrededor de un sol en llamas”. Relata un viaje en el que recuerda la expedición glacial que fue la luna de miel de sus abuelos, y pone en diálogo así tres tiempos. Igual que “algunas de las zonas que recorrimos habían sido cartografías y bautizadas por mis abuelos y sus amistades (…) y lo que nuestros ancestros consideraron destrucción se convirtió en la tierra que tanto amábamos y valorábamos”, es capaz de vislumbrar que sus descendientes “verán briznas de hierba que demostrarán el milagro de la vida, y áreas geotermales que no tenían nombre para la gente de mi generación”.

Y es que el desastre está aquí, pero “las espigas de azul y lila / florecían con demasiado brillo / como para ignorarlas sin resultar grosera”, como escribe la poeta noezelandesa Tayi Tibble. El empeño que Freeman anuncia en el prólogo también tiene que ver con otra pregunta: “¿Cómo vivir en medio de funestas predicciones? (…) ¿Cómo seguir adelante con la propia vida mientras nos sobrevuela la certeza de algo terrible?” Resulta inevitable recordar aquellos versos de Adrienne Rich que decían: “Vine a ver el daño causado / y los tesoros que perduran”. Eso hacen estos textos, y por eso no son solo una antología, sino casi un manifiesto plural para una poética en tiempos de crisis climática. Cabe esperar que en los próximos años leamos mucha literatura escrita en esta clave, muchas novelas y poemarios que afronten la mayor preocupación de nuestro tiempo. “Necesitamos crear un idioma nuevo para abordar la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos. Un nuevo léxico de vida en una época de desastres naturales, o un tipo de dolor distinto. ¿Cómo imaginamos verdaderamente nuestra propia y posible desaparición? ¿Cómo afrontamos la de los demás?”, sigue reflexionando el editor. 

Estos son relatos de un desastre que ya está aquí, una apuesta por “abrir los ojos de los lectores y las lectoras al presente sumergiéndolos en un sueño, uno lo suficientemente vívido como para reorientar el modo en que se ven las cosas al despertar”. Pero son también un canto al “impulso y el arrastre y la belleza de la vida en un planeta aparentemente hostil ante nuestra presencia”. Algo así como recordar que tenemos un mundo magnífico, lleno de problemas. “A las criaturas bellas les pasan estas cosas. Es desconcertante”, dice en un poema la escritora y bailarina india Tishani Doshi. Y como ese desconcierto hay que habitarlo, estas pistas ayudan. 

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COMENTARIOS

  1. BANCA PUBLICA, ELECTRICAS PUBLICAS, AGUAS PUBLICAS (fuera Nestlés, Aqualias, Pascual y otras yerbas especuladoras).
    La Agència Valenciana Antifraude investiga el Ayuntamiento de Alcoy y Aqualia por irregularidades en la gestión del agua.
    El expediente abierto por la Agència Valenciana Antifrau es consecuencia de la denuncia presentada por la Iniciativa Ciudadana por la Gestión Pública del Agua (Aiguapública) ante la desidia del Gobierno municipal, más aplicado al satisfacer a Aqualia que al defender los intereses de la ciudad.
    En caso de que la Agencia Antifraude confirme los hechos denunciados, el Ayuntamiento deberá reclamar a Aqualia más de dos millones de euros (2.000.000 €).
    Aiguapública considera que los abusos de Aqualia son un escándalo y reclama una auditoría realmente independiente y rigurosa sobre la gestión del Servicio de Aguas de Alcoy. Asimismo, exige que se paralice el proceso de renovación de la gestión privada…
    https://www.ecologistasenaccion.org/194958/lagencia-valenciana-antifrau-investiga-lajuntament-dalcoi-i-aqualia-per-irregularitats-en-la-gestio-de-laigua/

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