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El año pasado vivimos una temporada de incendios forestales que parecía no acabar nunca. El 2022 dejó más de 786.000 hectáreas quemadas en Europa y casi 310.000 en España, según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS). Ahora empieza un verano que, en el caso de la Península, se prevé más cálido de lo normal. Saber cómo prevenir grandes fuegos es, por tanto, clave para el territorio.
En esta línea, la madera muerta es crucial para los bosques. Puede parecer una paradoja, pero alberga mucha vida. Y, a pesar de lo que se pueda llegar a pensar, no es un gran combustible para los incendios forestales porque es poco inflamable. “Que el fuego ayude a la vida puede parecer una contradicción, pero cuando se realiza en condiciones no extremas de meteorología, humedad del suelo y de combustible, la madera muerta más gruesa sale ilesa y la parte quemada es incluso positiva, ya que muchos organismos dependen de esta madera muerta quemada”, explica Lluís Brotons, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).
Para estudiar sus beneficios ha surgido un nuevo proyecto europeo llamado BioAgora, que a su vez ha creado el Servicio Científico para la Biodiversidad para volcar el conocimiento de la comunidad científica sobre los bosques en la toma de decisiones a nivel europeo. El resultado del proyecto ha sido el informe de síntesis Madera muerta y riesgo de incendio en Europa (Deadwood and Fire Risk in Europe, en inglés), en el que concluyen que la madera muerta de grandes dimensiones en los bosques europeos es un factor poco relevante por el riesgo de incendio, pero muy valiosa para el mantenimiento de la biodiversidad.
El estudio realiza una serie de recomendaciones adaptadas a diferentes escenarios. Pone como ejemplo las áreas con alto riesgo de incendios, donde se recomienda realizar una gestión forestal específica para prevenir la propagación de incendios forestales o recuperar los pequeños fuegos controlados, que son una herramienta efectiva para reducir el riesgo de incendios graves a la par que se favorece la biodiversidad.
También contempla otro escenario cuando se trate de grandes superficie de bosques afectados por perturbaciones (tormentas de viento, plagas o nevadas húmedas), donde «de forma extraordinaria y por razones sanitarias, de uso público o para reducir el riesgo de incendios, si será necesario actuar sobre la madera muerta», indica Eduard Planas, investigador del CTFC.
Los peligros de la falta de madera muerta en el Mediterráneo
En el Mediterráneo, los bosques son más propensos al riesgo de incendio por la falta de nutrientes y las frecuentes sequías. Pero, sobre todo, el peligro de que ocurran fuegos lo está provocando «el aumento de la continuidad horizontal y vertical de nuestra masa forestal provocada por la disminución de la gestión forestal y el silvopasto durante muchos años», alerta la publicación.
La madera muerta sería una solución a este problema, pero en los ecosistemas de la cuenca mediterránea hay muy poca madera inerte de grandes dimensiones debido a la intensidad de la gestión forestal de las zonas durante años. Esto inculpa a la madera como factor de riesgo de incendios y la hace necesaria para «mejorar la biodiversidad y tener bosques más sanos y resilientes», apunta el estudio.
Es más, los troncos más gruesos pueden incluso aumentar la humedad del suelo, permitiendo que prosperen muchas formas de vida y que no se evapore tanta agua, y pueden llegar a dificultar la propagación del fuego de superficie. “En nuestra región, en momentos puntuales de sequía o plagas que hagan aumentar la madera muerta en el bosque, será necesario evaluar la posibilidad de extraer aquella de pequeñas dimensiones que actúa como combustible fino y es más inflamable, pero también conservar algunos de los trozos grandes, que son los más valiosos desde un punto de vista de la biodiversidad y los menos problemáticos por el riesgo de incendio”, explica Josep Maria Espelta, miembro de la iniciativa e investigador del CREAF.
Más del 80% de los hábitats europeos están en malas condiciones de conservación, según advierte la Comisión Europea. Para revertir esta situación, hace unas semanas la Comisión Europea dio luz verde a la nueva Ley de Restauración de la Naturaleza, que pretende reparar el 80% de los ecosistemas en mal estado en Europa. Una propuesta que ahora debe votar el Parlamento Europeo para que sea de obligado cumplimiento en sus estados miembros.