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Palabras huecas en Atenas

Los países europeos del Mediterráneo firman una declaración poco comprometedora sobre la crisis climática. La zona, sin embargo, está muy castigada por la contaminación y los fenómenos meteorológicos extremos.
Palabras huecas en Atenas
El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, invita a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y al resto de mandatarios a contemplar las vistas de Atenas. Foto: UNIÓN EUROPEA

La región del Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que la media mundial. En agosto, los incendios arrasaron millones de hectáreas verdes en Grecia, Turquía, Italia, Argelia, Francia o España. Los vertidos tóxicos a sus aguas no cesan, envenenando la flora y la fauna, y aniquilando su biodiversidad, como puede comprobarse en el Mar Menor. La zona es extremadamente frágil, está muy enferma, y los líderes europeos de la zona se reunieron en Atenas para tratar el tema. Hablaron. Coincidieron en su diagnóstico pesimista. Hicieron recomendaciones en voz alta. Firmaron una declaración. No decidieron nada concreto.

El llamado EUMED 9, formado por los nueve países mediterráneos de la eurozona, reafirmó su propósito de cumplir con los Acuerdos de París y reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Es decir, que dicen que están dispuestos a ejecutar lo que ya firmaron en 2016. Y aseguran (por escrito) en su declaración que han decidido «construir sinergias» para acometer la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables. El propósito, igual o similar, se repite desde hace años en todas las reuniones políticas a lo largo y ancho del globo. Sin resultados materiales, por el momento.

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, envió un mensaje de vídeo a la cumbre en el que ahondaba en los motivos de la crisis y en su solución, aunque sin concretar medidas: «Para el calentamiento global sólo hay una solución: hacer de Europa el primer continente climáticamente neutro y aplicar las medidas del Pacto Verde, que son indispensables para transformar nuestro desarrollo económico y social y para modificar nuestro paradigma de prosperidad». Palabras y buenas intenciones.

La declaración de Atenas

En esa misma línea, España, Francia, Portugal, Italia, Malta, Grecia, Chipre, Eslovenia y Croacia firmaron una declaración de ocho puntos con los que pretenden contribuir a frenar la crisis climática que afecta al planeta, en general, y al Mediterráneo, en particular:

  • Reconocen «que el Mediterráneo es extremadamente vulnerable al impacto del cambio climático y propenso a los fenómenos meteorológicos extremos, y que está experimentando de forma más frecuente, amplia e intensa olas de calor, sequías, lluvias torrenciales, inundaciones e incendios forestales».
  • Reconocen «la necesidad de una decisiva adaptación a esos fenómenos y de políticas de resiliencia en la línea de la Estrategia de Adaptación al Cambio Climático de la UE, y de medidas de prevención en todas las áreas susceptibles de ser afectadas en la región mediterránea, incluyendo los sectores medioambiental y socioeconómico».
  • Acuerdan «trabajar juntos y estrechamente para construir sinergias que promocionen la necesaria transición de los combustibles fósiles a las energías renovables y a las tecnologías bajas en carbono».
  • Acuerdan «promover soluciones de adaptación al cambio climático basadas en la propia naturaleza, asegurando su adecuada protección, en particular la de los ecosistemas críticos, como zonas costeras, cuencas hidrográficas, humedales, bosques y también áreas urbanas».
  • Señalan, de nuevo, «que la crisis climática es una amenaza global que requiere de una acción internacional coordinada», y por ello hacen «un llamamiento a todos los países para que actúen colectivamente y sin más dilación», en la línea expresada por el secretario general de Naciones Unidas tras hacerse público el último informe del IPCC. Antonio Guterres habló entonces de «alerta roja para la humanidad».
  • Piden a todos los socios internacionales, en especial a los países del G20 «que ratifiquen el Acuerdo de París» y que anuncien «medidas ambiciosas» contra el cambio climático. Inciso: en realidad, el único país del G20 que no ha ratificado el acuerdo (aunque sí lo firmó en 2016) es Turquía.
  • Reconocen su «compromiso con un rápido desarrollo de tecnologías y políticas» que frenen las emisiones de dióxido de carbono. Nuevo inciso: las soluciones tecnológicas verdes están muy lejos de resolver un problema que no admite más retrasos. Un buen ejemplo de esta ineficiencia sería la máquina de atrapar CO2 que ha empezado a funcionar en Islandia.
  • Llaman «a todos los países a participar» en la COP26 de Glasgow enviando a sus jefes de Estado y de Gobierno. Y animándoles a «comprometerse con el objetivo de ser climáticamente neutrales para 2050».

En Atenas no se habló, por tanto, de medidas específicas. Tampoco se mencionó (ni siquiera en las largas conversaciones que se mantuvieron sobre el mercado eléctrico) a ninguna empresa energética. Y, por supuesto, se respetaron los límites impuestos por la diplomacia elemental: no se señaló a ningún tercer país por firmar y ratificar el Acuerdo de París sin hacer realmente nada para llevarlo a la práctica. Aquí, que la crisis es global parece pesar menos que los socios comerciales particulares.

Preocupación climática dispersa

La emergencia climática fue sólo uno de los temas tratados en una cumbre en la que también se habló de geopolítica, de migraciones o del precio de la electricidad, un asunto que afecta a toda Europa por el alza en los precios del gas natural. Cada uno de los líderes participantes se inclinó por un tema u otro, según su particular circunstancia o sus puntos fuertes. Así, Pedro Sánchez propuso crear un cuerpo militar europeo para afrontar las emergencias a semejanza de la UME española, a la que alabó por su eficacia y su gran trabajo en la extinción de incendios y en otras catástrofes naturales. Por otra parte, el presidente español fue uno de los pocos que se acordó de la ribera sur del Mediterráneo para incluir a estos países en la coordinación de las medidas contra el cambio climático.

En una línea muy diferente se expresó Emmanuel Macron. Quizás pensando en los grandes temas que dominarán la próxima campaña electoral en su país, el presidente francés evocó «la amenaza terrorista» y prefirió hablar de «cultura», en un sentido claramente excluyente y eurocentrista. «Nuestro Mediterráneo es portador de una civilización común», señaló en una sentencia bastante discutible desde el punto de vista histórico. «Creo que debemos ser fieles a esas civilizaciones sucesivas y a sus raíces profundas, que están situadas sólo a unos centenares de metros de nosotros», apuntó en alusión al Partenón y a la cultura griega. Esta cultura, dijo, «nos obliga a la unidad, al pensamiento común y a la fidelidad a esta historia que tenemos en Europa. Es decir, a nuestra democracia, a nuestros valores, y también al respeto a nuestra inteligencia, nuestros saberes y nuestra cultura». De la crisis climática apenas dijo nada y se centró en alabar los mecanismos de solidaridad entre los países de la zona para actuar en caso de emergencia.

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