logo Climática - La Marea

El pastor de la luna

Relato de la periodista y escritora Noemí Sabugal donde reflexiona sobre la necesidad de que la transición no solo sea energética, sino también ecológica y justa.
El pastor de la luna
Foto: ilustración

Este relato forma parte del Magazine climático 2021. Puedes conseguir un ejemplar, en papel o digital, en nuestro kiosco

Cuando bajábamos del colegio, y elijo el verbo con precisión porque del colegio se bajaba, ya que estaba en un alto en el pueblo, a veces nos encontrábamos con el pastor de la luna. Era amigo de mi tía abuela Moni, que siempre subía para recogernos a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñas. Cuando nos encontrábamos con el pastor, con su rebaño de ovejas, la conversación de mi tía siempre era la misma. Mi tía decía algo así como: «¿Qué, ya volvéis de pastar en la luna?». A lo que él respondía: «Sí, de allí venimos, que ya estaban las ovejas cansadas». Nosotras nos reíamos y hacíamos como que seguíamos la broma, pero en el fondo nos gustaba pensar que era verdad que aquel hombre y sus ovejas venían de la luna. Por eso siempre le llamábamos así: el pastor de la luna, y de vez en cuando mi hermana y yo nos preguntamos para refrescar la memoria: ¿te acuerdas del pastor de la luna?

Nacer y crecer en un pueblo y haber conocido a la generación del hambre te libra de muchas pamplinas. Ciertas empresas de reciclaje que conjugan muchos verbos poco tendrían que enseñarles a unos abuelos que no tiraban nada. Mi abuela Teresa hacía calcetines de los jerséis de lana viejos y dulce de membrillo reutilizando tetrabriks. Para las gallinas, mi abuelo Santos regentaba un tres estrellas Michelín, pues las gallinas comían lo mismo que ellos, bien troceado por mi abuelo en el hueco de un tronco, junto a algunas cáscaras de huevo para que los que pusieran tuvieran buena consistencia. Y así todo. Mis abuelos tenían vacas, gallinas, algún pavo, conejos.

Mi pueblo, Santa Lucía de Gordón, pertenece a una cuenca minera, la de la montaña central leonesa. Mi otro abuelo, José, fue minero, y también lo fue mi padre. Los pueblos mineros son un rural-industrial singular que sorprendería a quienes no los conocen. Hay huertas y centrales térmicas, vacas y cementeras, colmenas y minas. Lo que se hace a esos territorios, sus habitantes saben que se lo hacen a sí mismos, porque viven allí y no en otra parte, aunque en los últimos años eso también ha cambiado.

Bajo las montañas calizas del lugar en el que nací estaban las minas de carbón y, con sus problemas, que no son pocos, esa fue la energía que trajo la luz y que ardió en las cocinas durante muchas décadas. Poner la lavadora o encender el ordenador es fácil y no se suele pensar en cómo llega eso a ser posible. No es magia, porque la magia no pasa facturas. La producción de energía es algo que nos importa a todos, a no ser que se quiera vivir alumbrado por velas.

Sobre esas montañas, que son dos reservas de la biosfera -la del Alto Bernesga y la de Los Argüellos-, se plantea ahora poner cinco parques eólicos con unos molinos más altos que la catedral de León. Muchos más se proyectan para cubrir el espinazo rocoso del norte del país, y esto ha sido denunciado por la Plataforma para la Defensa de la Cordillera Cantábrica. Si creíamos que la transición ecológica no tendría sus contradicciones, aquí están, ya las tenemos encima.

A los pueblos, a sus campos y montañas, se vuelve de nuevo la vista para la creación de energía, porque nunca se pondrán molinos en la Puerta del Sol ni huertos solares en el Parque Güell. ¿Qué se les propone a cambio a sus habitantes? Ya se verá, ojalá se vea. Sólo si hay trabajo en los pueblos vivirán en ellos los que así lo desean. No vale la huida temporal de las ciudades coronavíricas ni el rollo chic-rural de fin de semana que busca un cocido tradicional que colgar en Instagram. En un hermoso poema de Alejandra Pizarnik titulado Unabandono, hay unos versos que encajan bien aquí: «Sólo la música de la sangre/ asegura residencia/ en un lugar tan abierto». No hay pueblos sin esa música de la sangre, que es la de las personas que los habitan. Si no hay empleo en los pueblos sí que de verdad vamos a acabar pastoreando en la luna.

Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, León, 1979). Periodista y escritora. Autora de ‘Hijos del carbón’ (Alfaguara)

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

COMENTARIOS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.