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Este artículo de Katie Myers fue publicado originalmente por ‘Grist’ en inglés. Traducción de Rita da Costa.
El año 2023 estuvo marcado por la simbiosis entre los movimientos sindical y climático. Trabajadores de todos los sectores industriales y orígenes geográficos proclamaron alto y claro que un mundo en el que no se tengan en cuenta su seguridad y bienestar es más peligroso aún, para ellos y para los demás, en una era de transición energética y crisis climática.
Tras décadas de vacilación, varios de los principales sindicatos han reconocido la necesidad urgente de organizar a quienes llevarán a cabo la dura tarea de descarbonizar la economía estadounidense. A ello no es ajeno el hecho de que el sindicalismo goza hoy de una mayor popularidad en la opinión pública y las políticas gubernamentales. En consecuencia, los llamamientos a una transición justa han sacudido los pasillos de los sindicatos y las oficinas de las empresas mientras el movimiento sindical vivía uno de sus años más pujantes en épocas recientes y las organizaciones ecologistas, que durante mucho tiempo no han sabido a ciencia cierta dónde situar a los sindicatos, encontraban en ellos a un nuevo aliado.
En palabras de Dana Kuhnline, directora de Reimagine Appalachia, «las alternativas y soluciones no van a funcionar de veras salvo que impliquen a los trabajadores». Esta organización trabaja con líderes sindicales y grupos ecologistas de base para llevar buenos empleos a las comunidades que viven de la explotación carbonífera, y que tanto los necesitan. «Creo que es una lección que los activistas climáticos deben tomarse muy en serio.»
La realidad del calentamiento global es una preocupación fundamental para los trabajadores de UPS, Amazon y los aeropuertos, que exigieron —y en muchos casos lograron— concesiones que los protegen del calor extremo. Pero las mayores conquistas en este sentido las alcanzaron los 150.000 afiliados del revitalizado United Auto Workers (UAW), que convirtieron la transición justa en una de las reivindicaciones clave de una de las huelgas más sonadas del año.
Si bien las principales exigencias del sindicato se referían a los salarios y los días de baja por enfermedad, buena parte de las negociaciones se centró en la inminente transición a los vehículos eléctricos. Los trabajadores querían asegurarse de que las fábricas de Ford, General Motors y Stellantis que se encargarán de dicha transición tuvieran una fuerte presencia sindical, con salarios y prestaciones sociales idénticos a los de las fábricas de automóviles tradicionales. Cuarenta años de organización interna han llevado la UAW a un punto en el que está dispuesta a abordar la transición energética, cuando en años anteriores sus dirigentes la habían rehuido, presas del nerviosismo.
Los trabajadores de la automoción tenían motivos para estar preocupados. Muchos de los sectores que están llevando a cabo la descarbonización no están sindicados (esto es especialmente cierto en el caso de las industrias automovilísticas asiáticas y europeas con fábricas en Estados Unidos). Los salarios también son, por lo general, más bajos que en el caso de las industrias de los combustibles fósiles, en las que costó lo suyo conseguir buenos salarios y prestaciones sociales, a menudo mediante convenios sindicales escritos con la sangre de los trabajadores de épocas más combativas.
Sin embargo, buena parte de la mano de obra de esos sectores mantiene una postura vacilante ante los cambios que se avecinan: los trabajadores del sector petrolífero californiano, por ejemplo, se han mostrado reacios a aprobar las políticas de apoyo a la transición energética. Por eso, numerosos expertos en materia laboral saludaron como un hito sin precedentes que la UAW aprobase por abrumadora mayoría un convenio que trae consigo salarios más altos, garantiza a sus afiliados que no se quedarán atrás en la transición hacia los vehículos eléctricos y posiblemente hará que se dispare la tasa de afiliación sindical en el sector de la automoción.
«La huelga de la UAW sacó a la luz una visión de futuro que mucha gente llevaba tiempo buscando», según J. Mijin Cha, profesor de estudios medioambientales de la Universidad de California en Santa Cruz: «Sólo es posible alcanzar el poder mediante el dinero o el apoyo popular. Nunca tendremos tanto dinero como la industria de los combustibles fósiles, de modo que necesitamos a la gente».
Esta huelga también ha dado visibilidad al trabajo que se ha llevado a cabo durante todo el año en reuniones y negociaciones entre sindicatos, activistas climáticos, representantes públicos y empresarios. En muchas de las comunidades que dependen de los combustibles fósiles en Estados Unidos, los proyectos de energía limpia —a menudo impulsados por incentivos federales que exigen emplear a trabajadores sindicados— han abrazado el sindicalismo.
En Virginia Occidental, por ejemplo, United Mine Workers y United Steelworkers firmaron convenios con varios fabricantes de baterías. Solar Holler, que instalará paneles fotovoltaicos en todo el estado, colabora con el sindicato International Brotherhood of Electrical Workers para generar itinerarios de formación y garantizar la estabilidad laboral a largo plazo.
La transición energética conlleva nuevos empleos
Los líderes sindicales y las organizaciones que luchan por la defensa del clima ven con buenos ojos la posibilidad de que una mano de obra cualificada y dotada de una sólida formación pueda traer nuevos empleos a las comunidades que dependen de los combustibles fósiles y que luchan por sobrevivir. La participación de los sindicatos, sostienen, garantizará que esos puestos de trabajo se cubran con la mano de obra local en vez de acudir a un contratista de fuera del estado, al tiempo que ofrecerá salarios competitivos.
«Nuestra principal preocupación es la contratación local, y llegar a las personas que se han visto afectadas por esta transición económica del carbón a las energías limpias», afirmó Beau Hawk hablando en nombre de la central sindical Labor at the Table, cuyo principal cometido es defender los derechos laborales de los trabajadores y garantizar que los fondos destinados a la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley Bipartita de Infraestructuras se inviertan en las comunidades donde más falta hacen».
Hawk sostiene que la organización espera crear una sólida infraestructura en materia de formación y garantizar el empleo a largo plazo, lo que insuflará nueva vida a comunidades en las que la inestabilidad de la industria de los combustibles fósiles ha causado una gran mella.
Este año, las organizaciones ecologistas han apoyado sin tapujos a los sindicatos: Sierra Club, Greenpeace y otras han respaldado los llamamientos de la UAW en favor de una transición justa hacia el vehículo eléctrico y se han jactado de los convenios sindicales firmados en el ámbito de la transición energética al tiempo que defendían políticas contra el cambio climático.
En palabras de Cha, «necesitamos que ambos movimientos ejerzan presión de manera conjunta y que se produzcan cambios legislativos para que esta presión se traduzca en hechos concretos».
Ahora que el año toca a su fin y ese impulso inicial va decayendo, según Cha, la única manera de capitalizar las victorias del movimiento sindical es incrementar la financiación de la National Labor Relations Board e integrar la infraestructura sindical en el desarrollo de la energía verde. Si bien la IRA fomenta en gran medida el uso de mano de obra sindicada en los proyectos de infraestructuras financiados con fondos públicos, los incentivos no tienen el mismo peso que las obligaciones.
Michigan ha dado algunos pasos en esta dirección: la gobernadora Gretchen Whitmer ha firmado un paquete de medidas que incluye la creación de una oficina de transición energética y que garantiza puestos de trabajo sindicados para los trabajadores de las energías limpias.
Sin estas medidas, en opinión de Cha, muchos sindicatos —que representan a buena parte de los carpinteros, soldadores, electricistas y demás trabajadores indispensables en la carrera contrarreloj para construir las infraestructuras que necesita la transición energética— podrían no confiar en que la industria de las energías renovables tenga en cuenta sus reivindicaciones.
Postura antisindical en Testa o Volkswagen
Mientras tanto, United Auto Workers ha puesto sus miras sindicales en trece fabricantes automovilísticos que hasta ahora se han resistido a las campañas sindicales. Así como la UAW había anunciado su victoria del mes pasado, las fábricas de Toyota en Kentucky y Alabama incrementaron el salario base de sus trabajadores a 28 dólares por hora.
En Tesla, conocida por su correosa postura antisindical, se ha generado una incipiente campaña para la afiliación de los trabajadores. Hyundai, que tiene fábricas de baterías para vehículos eléctricos en el sur del país, ha declarado que subirá los salarios en sus fábricas a partir del año que viene. Los trabajadores del sector solar de Nueva Jersey, hartos de trabajos inestables, estacionales y mal remunerados, pidieron ayuda a la UAW. «Estos son los empleos del futuro», proclamaron los líderes de la iniciativa en un artículo de opinión. Esta semana votarán sobre su afiliación al sindicato.
Hace unas semanas, el presidente de la UAW, Shawn Fain, visitó la localidad de Chattanooga, Tennessee, para apoyar una tercera campaña de afiliación en Volkswagen, donde dos anteriores intentos fallidos arrojaron dudas sobre la fuerza del movimiento sindical frente a los fabricantes automovilísticos extranjeros establecidos en el sur de Estados Unidos. El 30% de los empleados de Volkswagen se han afiliado, algo que, al parecer, la empresa recibió con medidas intimidatorias. En consonancia con en el tono duro y ambicioso que la UAW ha mantenido a lo largo de este año, Fain entregó una carta a la dirección en la que denunciaba la ilegalidad de la represión sindical.
«Puede que seamos malhablados, pero tenemos una estrategia», declaró Fain en octubre. «Puede que nos exaltemos, pero somos disciplinados. Y puede que perdamos los papeles, pero estamos organizados.»