Etiquetas:
Un váter. Un váter es el único elemento siempre presente y constante en el escenario de la sala Poliorama donde la compañía La Calórica representa su última obra. De ese inodoro, a priori limpio y reluciente, sale toda la mierda, literal y metafórica. En escena hay decenas de personajes, diversos cambios de escenario, de registro e, incluso, de trama. Pero el váter siempre, siempre está ahí. Como diciéndonos que la mierda está al acecho. Que en cualquier momento puede desbordar la taza y abordarnos. Otro se ocupará, ya llamaremos a alguien para que desatranque las tuberías. Pero esa mierda es nuestra, la hemos generado nosotros y es nuestro váter el que se saturará, aunque nos empeñemos en mirar a otro lado.
Esta metáfora escatológica constante es la que viste la(s) trama(s) de De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda. Con este título elocuente a la vez que misterioso, La Calòrica nos presenta su último trabajo, dedicado a la crisis climática y en el que se nos presentan dos historias, aparentemente alejadas entre sí, pero conectadas. Por un lado, asistimos pasmados a la historia (casi real) de la compañía La Calòrica, interpretándose a sí misma y explicando con un ritmo y un salero muy destacables cómo el váter de su nuevo local se emboza. Y sí: de él sale mucha, pero que mucha mierda. Y por otro lado somos testigos de los intríngulis de una cumbre climática de grandes pensadores y expertos… negacionistas.
Precisamente, la obra empieza con un discurso de la actriz Mònica López (un fichaje puntual de la compañía), que con mucha elegancia y blandiendo las cartas de la empatía, acaba haciendo una oda negacionista desesperadamente descarada, a la vez que sensata. «Quise hacerle un gran discurso. Uno de aquellos que atrapan y que consiguen que el espectador, incluso aquel más convencido, piense que lo que dice esta negacionista de tomo y lomo no es descabellado», cuenta Joan Yago, dramaturgo y principal autor intelectual de la obra. Y lo consigue. Vamos si lo consigue. Y es que, tal como cuenta Yago, el discurso inicial de López acaba entre aplausos y diversos ¡bravos!. «Cuesta discernir si quien aplaude lo hace porque le ha gustado el trabajo de la actriz o porque, en el fondo, está de acuerdo con sus palabras», dice el dramaturgo, quien reconoce que la primera vez que oyó los aplausos quedó algo desubicado. También hay que decir que, entre los asistentes, hay quien se resiste a aplaudir para que no tenga el vecino de asiento la desventura de tomarle por negacionista.
Dentro de la mente de un negacionista
Hace años que La Calòrica quiere abordar la crisis climática, pero han ido evitando este «esfuerzo incómodo». Se dieron cuenta de que el tema ecologista siempre estaba ahí, pero nunca pasaba de ser una subtrama. Por ello, en De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda deciden darle el papel protagonista. «Costó mucho. Cuando hablas del populismo, de la precariedad o de los mitos del españolismo, simplemente señalas y criticas. Pero hablar del cambio climático es señalarnos a nosotros mismos y, a menudo, sentirte atacado», reconoce Yago. Porque siempre se puede hacer más. Nunca se recicla del todo bien, siempre se coge demasiado el coche o se consume demasiado plástico. «Durante el proceso de escritura, nos dimos cuenta de que nos pasábamos el rato justificándonos. Que si yo cojo el avión porque mi familia es de Palma. Que si compro en Mercadona porque es el único súper abierto cuando salgo de trabajar. Nos costó trabajo entender que nadie nos estaba atacando», explica Yago.
Fue precisamente por esas autojustificaciones por lo que quisieron centrar la obra en los negacionismos. El macro, aquel que es representado por la trama de la cumbre climática, y el micro, que podemos ver en la trama del váter que desborda. «Quisimos meternos en la cabeza del negacionista, saber por qué dice lo que dice y por qué lo cree. Y sobre todo, lo que más nos interesaba es ese micronegacionista que todos llevamos dentro, el del día a día, que dice que el mundo no se va a acabar antes si hoy cojo el coche», explica el dramaturgo. Estas excusas que nos ponemos cuando el sistema neoliberal nos impide seguir al pie de la letra aquellos gestos que sabemos que debemos llevar a cabo, son trucos mentales para decirnos que no pasa nada, que podemos seguir viviendo nuestra vida como siempre. Y es que todas y todos (con contadas excepciones de quien puede y quiere desplazarse por el mundo en catamarán) somos un poco negacionistas.
Ser totalmente consecuente con la emergencia climática que se nos viene encima y que nos va a llenar de mierda (figurada y literalmente) supone renunciar a privilegios. Y el negacionista es aquel que se niega a que le digan cómo vivir su vida. Que se niega a perder el poder. «El negacionista se siente desafiado cuando se le dice que su manera de entender el mundo lo va a destruir. Por eso tiene un discurso tan violento y vehemente, que se basa en ridiculizar, en dar mil vueltas y reducir al absurdo los argumentos ecologistas con tesis como que igual son más dañinas las medidas para combatir el cambio climático que el propio cambio climático». Hacerle luz de gas, vamos.
Yago reconoce que el ejercicio de ponerse en la mente de un negacionista no fue fácil, pero que el libro de Naomi Klein, Esto lo cambia todo fue realmente «vertebrador». Gracias a él conocieron a grandes think tanks negacionistas y entendieron cómo funcionan sus argumentarios. Pero a La Calòrica le interesaba el negacionista de proximidad. Por ello, intentaron hablar con el economista catalán Xavier Sala i Martí, quien ha dicho, entre otras cosas, que el discurso de Greta Thunberg está lleno de tópicos y «errores científicos» y que «es márquetin contraproducente». Así, aunque el economista no quiso entrevistarse con la compañía para enriquecer su trabajo de campo, sí está presente en la obra a través de un pequeño chascarrillo.
La «mierda» del cambio climático está en el aire
El caos organizado de La Calòrica sobre el escenario, con grandes momentos que hacen que la sala estalle en risas y un ritmo más que trepidante, hace muy difícil hablar de la obra sin desvelar demasiado. La compañía consigue con éxito hacer «comedia seria», y es que cuando la risa se va apagando, va dejando lugar a la duda y a la reflexión. Y, finalmente, te das cuenta de que te ríes de ti misma y que igual no deberías reírte tanto. El espectador se puede reconocer en ambas tramas de manera cristalina, en las contradicciones y preocupaciones de los personajes. Pero también en sus intereses, sus desganas y sus conformismos. Nadie es perfecto, pero mal de muchos consuelo de tontos. Y eso es a lo que nos enfrenta La Calòrica.
Si realmente nos preguntamos de qué hablamos mientras no hablamos de toda esta mierda la respuesta debería ser: de nada. Porque siempre, de alguna u otra manera, más o menos explícitamente, hablamos de la mierda. «El cambio climático y la crisis ecológica siempre están ahí. Incluso cuando no hablas de ella», dice Yago. Es aquí donde cuesta mucho no hacer spoilers, pero sólo diremos que si se lee entre líneas y se tienen en mente todas las causas y consecuencias del cambio climático, (que nos remiten a la sobrepoblación, la soberanía alimentaria, la dependencia o la salud) vemos que se habla del clima en cada diálogo, en cada discusión de pareja y en cada conversación de bar que hay sobre el escenario.
La obra nos confronta e incomoda. Que es lo que quería La Calòrica. Porque todavía no hablamos lo suficiente de esta mierda. Esto es, según Yago, porque en otros grandes fenómenos sociopolíticos, como el 11-S, que tuvieron una gran influencia en la producción cultural, se podía señalar claramente un enemigo externo. En cambio, en el caso de la crisis ecológica, no hay alteridad. «En el cambio climático el enemigo somos nosotros», dice el dramaturgo, haciendo referencia a una tesis que expuso ampliamente en una de las aulas de la Uni Climática de este año. Por ello, hacen falta más propuestas culturales como esta: valientes e incómodas, a la vez que magníficas y tronchantes. Que nos pongan delante del espejo y nos lean la cartilla, pero sin pretensión de adoctrinarnos. Que nos hablen claro y que nos digan que el cambio climático es una mierda.
La obra ‘De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda’ se representa en el Teatre Poliorama de Barcelona hasta el próximo 7 de agosto.