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«El barco ha llegado a la orilla», con estas palabras y visiblemente emocionada, anunciaba Rena Lee, presidenta de las negociaciones, que la ONU ha alcanzado al fin el consenso para aprobar el Tratado Global de los Océanos. Este acuerdo permitirá crear zonas de protección marina en aguas internacionales y es clave para poder cumplir el objetivo de restaurar y conservar el 30% de las «zonas terrestres, aguas continentales y costeras y marinas», fijado en la cumbre sobre biodiversidad celebrada en Montreal (COP15). El pacto llegó, después dos noches maratonianas, la madrugada del sábado al domingo en Nueva York, pasado el plazo marcado y tras casi dos décadas de discusiones.
El también conocido como Tratado BBNJ (Biodiversity Beyond National Jurisdiction) protege y regula el uso de las áreas situadas fuera de las jurisdicciones nacionales, que representan más del 60% de los océanos, lo que equivale a casi la mitad del planeta. Los recursos genéticos marinos y cómo repartir esos beneficios han sido los principales puntos de discrepancia. El secretario general de la ONU, Antonio Gutérres, ha destacado que gracias a este acuerdo se podrán contrarrestar los daños causados a los océanos ahora y para las generaciones del futuro. «Es crucial para abordar la triple crisis planetaria del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación».
Organizaciones de defensa ambiental y marina de todo el mundo, agrupadas en la Alianza de Alta Mar, han calificado de «histórico» este tratado de la ONU para proteger los océanos. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha destacado que es un enorme paso para proteger legalmente con «santuarios oceánicos» la vida marina y adaptar «la gobernanza» de la altamar al siglo XXI. «Proteger la naturaleza y las personas puede triunfar sobre la geopolítica», ha declarado Pilar Marcos, responsable de Océanos en la delegación de Greenpeace en Naciones Unidas. Marcos también ha remarcado que el tratado permitirá «aumentar nuestra resiliencia al cambio climático y salvaguardar las vidas y los medios de subsistencia de miles de millones de personas».
Un punto de partida para la proteger los océanos
«El tratado nos posibilitará realizar evaluaciones de impacto ambiental en las regiones más allá de la jurisdicción internacional, que representan dos terceras partes de todo el océano. El transporte marítimo representa, por ejemplo, el 90% por volumen del comercio mundial. Nos permitirá también organizar la explotación de los recursos genéticos marinos de tal manera que los beneficios lleguen a todos los países, que son colectivamente sus propietarios morales», indica Carlos García-Soto, investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) y presidente del Centro Europeo para la Información en Ciencia y Tecnología Marina (EurOcean), en declaraciones a SMC España.
Aún no se ha publicado el texto final del tratado. «Todos los borradores anteriores apuntan a un tratado donde el consenso se impuso a la perfección. A pesar de que está lejos del tratado que muchos miembros de la comunidad científica y la sociedad civil hubiesen deseado y del que se merece la biodiversidad del planeta, el nuevo texto da un paso en la dirección correcta de cara a la conservación y uso sostenible de la naturaleza en nada más ni menos que el 46 % de la superficie terrestre», señala Guillermo Ortuño Crespo, codirector del Grupo de Especialistas en Alta Mar de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas (WCPA) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).
Cuando el tratado esté redactado, las partes se volverán a reunir para su ratificación del tratado, que deberán adoptar formalmente casi 200 países. La implementación «tendrá en frente, entre otras, a las flotas industriales de varios países incluyendo la española, que han disfrutado de varias décadas sin límites al impacto ambiental en aguas internacionales», explica Ortuño. El codirector de la WCPA destaca que la redistribución de beneficios del patrimonio genético internacional, del cual sólo unos cuantos países o compañías se han visto beneficiados hasta ahora, ha protagonizado las negociaciones más feroces. A partir de ahora, «cualquier derivado de este material genético de las especies en alta mar nos pertenece a todos».
Carlos M. Duarte, director ejecutivo de la Plataforma Mundial de Aceleración de la I+D en Arrecifes Coralinos y titular de la cátedra de investigación Tarek Ahmed Juffali en ecología del Mar Rojo en la Universidad Rey Abdullah de Ciencia y Tecnología (KAUST), manifiesta que falta especificar los mecanismos para conseguir la distribución de los beneficios económicos derivados de los recursos genéticos del océano.
«Hace una década publicamos investigación que mostraba que 10 naciones se apropiaban del 97% de los recursos genéticos del océano, de donde una empresa, BASF, era propietaria del 70% de las patentes. En nuestro trabajo ya apuntábamos a un mecanismo para compartir recursos, que tiene que ver más con compartir y construir capacidad que con compensaciones monetarias. Esto tendrá que esperar, quizás una década más. En resumen, un paso adelante aunque no con el impulso necesario», explica Duarte.
«Será clave la conformación de un grupo de personas con la capacidad de llevar a cabo este mecanismo de la forma más eficaz y comprometida, sin dar cabida a conflictos de interés», añade al respecto Carmen Morales, investigadora de excelencia del área de Ecología del Instituto Universitario de Investigación Marina de la Universidad de Cádiz.
La acción humana amenaza los ecosistemas marinos
«Este acuerdo es un gran paso hacia otros que debieran pisar con más fuerza. La degradación del hábitat, la explotación insostenible de los recursos, la contaminación, las especies invasoras y la emergencia climática amenazan la diversidad de la vida en el océano y con ella, los servicios que nos presta», sostiene Carmen Morales. La investigadora de la Universidad de Cádiz destaca que los desafíos globales actuales «amenazan la salud de los ecosistemas marinos, la biodiversidad y, por tanto, nuestro propio bienestar».
Los océanos ejercen como salvavidas frente al cambio climático, ya que están absorbiendo una gran cantidad de energía, alrededor del 23% de las emisiones anuales de CO2 antropogénico a la atmósfera y, por tanto, suavizan el impacto del calentamiento global. Se estima que desde 1970, los océanos han absorbido más del 90% del exceso de calor en el sistema climático. En consecuencia, han aumentado el número e intensidad de las olas de calor marinas, letales para las especies que habitan en los océanos.
La protección de los océanos debe abordarse desde varios ángulos. «El océano no tiene puertas, no tiene fronteras. Si se crean áreas marinas protegidas, pero no se reducen las presiones antropogénicas en áreas adyacentes, el impacto llegará. Y llegará, y el ser humano olvidará, porque el ser humano transforma el mundo y, con el tiempo, perdemos un conocimiento importante sobre el estado del mundo natural», asegura Morales.
«El tratado incluye provisiones para que cualquier uso de los recursos del subsuelo marino sea sometido a un estudio de impacto ambiental previo, lo que no es una moratoria sobre la actividad de minería del fondo marino como algunos, yo incluido, deseábamos, pero al menos no deja este ecosistema completamente desprotegido como hasta ahora», apunta Carlos M. Duarte.
«El acuerdo reconoce el deseo de proteger el medio marino y garantizar su uso responsable manteniendo la integridad de los ecosistemas. Sería conveniente que, más que un deseo, fuera un compromiso», concluye Morales. «Han sido 17 años largos y el tratado es mejorable, pero, citando a Noam Chomsky, cuando las opciones son abandonar la esperanza, asegurando que sucederá lo peor, o aprovechar las oportunidades que existen y contribuir a un mundo mejor, la elección no es muy difícil. Hemos visto la mejor cara de las Naciones Unidas», opina Carlos García-Soto.
DOÑANA. S.O.S.
Muy malas noticias desde Doñana: la población de muchas aves emblemáticas que se reproducen en el Parque Nacional sufre un declive sin precedentes.
El censo de la invernada 2021-2022 ha sido el peor en 40 años y las cifras de la actual tampoco están siendo mejores:
La cerceta pardilla está al borde de la extinción en el Parque.
Con solo dos parejas de focha moruna, la especie se encuentra al borde de la extinción como reproductora.
No se ven pollos volantones de aguilucho lagunero occidental desde 2016 y en 2022, ninguna pareja.
Desde 2017 sólo crían 10 parejas de pagaza piconegra. y en 2022, ninguna.
Algunas de ellas son especies en peligro para las que Doñana ha supuesto históricamente uno de sus últimos refugios. Si no hacemos nada frente al colapso ecológico que sufre el Parque, el futuro de este espacio único en Europa y de las especies que dependen de él puede ser su desaparición.
Detrás de todo este fuerte declive está el deterioro del humedal, cada vez más castigado por el impacto de la sequía y, sobre todo, por la sobreexplotación de sus aguas subterráneas, en buena parte, utilizadas de forma ilegal.
Ahora mismo, una de las amenazas más urgentes es la propuesta de regularización de más 1.600 hectáreas de regadío ilegales, algo que provocaría la desaparición absoluta del humedal.
En SEO/BirdLife ya ayudamos antes a salvar Doñana, cuando hace 69 años logramos evitar que se desecasen sus marismas para plantar eucaliptos. Y lo volveremos a hacer ahora, empleando todas nuestras herramientas en defensa de este espacio absolutamente vital para nuestra biodiversidad.