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A veces, cuando los fenómenos naturales son demasiado grandes, resultan tan difíciles de ver como aquellos para los que necesitamos un microscopio. La crisis climática que vivimos hoy en día es, sin lugar a duda, un gigantesco fenómeno natural prácticamente imposible de apreciar. Una vida humana es un parpadeo en comparación con la edad de la Tierra, y las consecuencias de la crisis, por desenfrenadas que parezcan sobre el papel, son muy difíciles de observar a simple vista. Si, además, vives en un país del Norte Global, en una vida urbana y con un trabajo que no depende del medio natural, probablemente no notes nada, más allá de que ya no nieve en tu ciudad, o de que los inviernos te parezcan más cálidos que los de tu niñez. «El tiempo está loco», podrías decir, mientras sigues con tu vida. Porque percibir la crisis climática no está al alcance de todo el mundo.
En 1998, en una ciudad de Dinamarca llamada Aarhus, se firmó un convenio. Más de veinte años después, ese acuerdo sigue siendo un pilar clave de la legislación ambiental del ámbito europeo. No habla de emisiones de carbono, ni de planes de sostenibilidad. La gran piedra angular del Convenio de Aarhus es la transparencia. Una de las formas en las que se manifiesta este principio es en el garantizar el acceso de cualquier persona a toda la información sobre el medio ambiente de la que disponga el Estado.
No es difícil apreciar por qué esto es una pieza tan importante de la lucha contra la crisis climática. La información veraz y transparente es algo clave para todas las partes implicadas en el proceso; desde activistas y organizaciones en defensa del medioambiente hasta la propia comunidad científica, por no hablar de la labor de concienciación de la población general.
Sin embargo, hablamos de una cantidad de información absolutamente ingente. Ingestionable en su totalidad para cualquier organización. Imposible de procesar, incluso, en parte, para cualquier persona. Aquí entra la comunidad científica y su capacidad para recoger datos inconexos e hilarlos y sacar conclusiones. El IPCC es el primero de una larga lista de organismos dedicados al estudio de la crisis climática que, partiendo de un torrente de datos, escriben publicaciones sobre la situación del planeta, lo que nos ha traído hasta aquí y lo que podemos esperar si seguimos así.
El último informe del IPCC sobre océanos (por poner un ejemplo) tiene 45 páginas en su versión abreviada (y no es que tenga ilustraciones). La versión sin abreviar son 765. Y por supuesto, aunque la versión reducida es un resumen muy bueno, no es, en absoluto, una lectura ligera. No es algo que se pueda leer sin subrayar.
Llegados a este punto, tenemos el acceso a los datos, tenemos una manera de procesarlos y sacar conclusiones, pero… sigue sin ser información accesible para el público general. Tener conclusiones está muy bien, pero siguen sin ser algo que pueda leer alegremente el común de los mortales. ¿Cómo podemos ejercer nuestro derecho al acceso a la información si, incluso después de procesada, es tan absolutamente indescifrable?
Aquí, en este punto del proceso, es exactamente donde necesitamos a los medios de comunicación. Periodistas que hagan su parte en la lucha contra la crisis climática, comunicando de forma sincera, directa y accesible, siendo el último eslabón de la cadena para que consigamos saber qué está pasando de verdad con nuestro planeta. Un periodismo comprometido es una de las herramientas más importantes que necesitamos para hacer frente a esta situación de emergencia ecológica. Un periodismo que escriba sin mordazas de grandes corporaciones y que sea capaz de hacer llegar la realidad inabarcable que es la crisis climática a la ciudadanía.
Todas las películas de catástrofes empiezan con alguien ignorando a un científico. Está en nuestras manos, activistas y periodistas, evitar que eso pase en esta ocasión. La crisis climática es algo enorme, demasiado grande como para poder verlo, y las periodistas son quizás las únicas capaces de mirar el panorama completo y comunicarlo de la manera más cercana posible. No podemos hacer frente a la crisis climática sin periodismo (y periodistas) de calidad.
Irene Rubiera es activista por el clima en Fridays For Future España / Juventud por el Clima