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Nos situamos en un momento en el que el movimiento ecologista en toda su amplitud, es decir, las diversas expresiones del ecologismo social organizado, así como el ecologismo político cristalizado en la institucionalidad y las distintas opciones político-electorales, se encuentran en una coyuntura definitoria en lo que respecta al rumbo a seguir para esta década. Este momento se constituye de la ventana de oportunidad abierta tanto por la propia inercia de la crisis ecológica, así como por las situaciones sobrevenidas que han agravado aspectos fundamentales de la vida de las personas: las olas de calor y las temperaturas extremas, las sucesivas crisis económicas y su impacto en la desigualdad, y la crisis energética subyacente que la guerra de Rusia en Ucrania ha devuelto a un primer plano con todas las consecuencias socioeconómicas que esta trae consigo, por mencionar algunos factores.
Esta sucesión de fenómenos ha provocado que, hoy en día, discusiones que hasta hace pocos años parecían utópicas o imposibles hayan cooptado buena parte de los debates en la esfera pública en general y del quehacer del movimiento ecologista, especialmente en su faceta de acción política, en particular. Si bien este momento de apertura, con todas sus dificultades y contradicciones, podría representar un auge en el avance sustantivo de la heterogeneidad ecologista, el estado actual de las cosas parece indicar que, hasta cierto punto, la singularidad histórica que atravesamos nos ha pillado con algunas tareas pendientes.
Y es que, intramuros del movimiento ecologista, se percibe una necesidad de cambio de sentido que conduzca a un posicionamiento estratégico más sólido que permita abordar de forma efectiva los muchos y complejos frentes que tenemos por delante. Siguiendo el ejemplo de muchos otros movimientos sociales con distintos niveles de organización e influencia, parece quedar en evidencia el apremio de una reorientación estratégica que, sin abandonar la pulsión más vanguardista del ecologismo social y su rol prefigurativo, tenga la capacidad de incidir de manera sustantiva en la vida cotidiana de una amplia mayoría social a través de políticas públicas, campañas sobre cuestiones palpables que conecten con el día a día de las personas y demandas concretas vinculadas a sectores diversos que catapulten el peso específico del ecologismo en la sociedad y amplíen su sujeto político.
En el Estado español existen varios ejemplos que sirven para ilustrar esta orientación estratégica que en ningún caso ni de ninguna manera es sinónimo de abandonar horizontes de transformación más ambiciosos, pero que, por el contrario, si permiten generar lazos de afinidad, solidaridades compartidas y victorias políticas que allanan el terreno para seguir avanzando.
El sindicalismo originario del anarquismo y el marxismo abogaba por la abolición del trabajo asalariado como fin ideal, lo cual no ha implicado renunciar a la conquista de derechos laborales que han significado una mejora sustancial de la calidad de vida de las personas trabajadoras y que han convertido a los sindicatos en actores insoslayables de la vida social. Hablamos de las subidas continuas del salario mínimo, la jornada laboral de 8 horas, la consecución de mejoras en los convenios colectivos, mejores condiciones de seguridad en trabajos de riesgo y, más recientemente, la demanda de medidas de adaptación para paliar las repercusiones de la crisis ecológica en el mundo del trabajo.
En Catalunya, la Aliança contra la Pobresa Energètica ha sabido ejercer una presión focalizada a las administraciones públicas y a la empresa privada para conseguir medidas muy específicas de alivio a las personas afectadas por esta realidad sin abandonar, en ningún momento, su reivindicación por un modelo energético justo social y ambientalmente, fuera del oligopolio, y con la energía entendida como un derecho social y no como un bien de mercado. Por enumerar algunas de ellas: el principio de precaución, contenido en la conquista histórica que fue la Ley 24/2015 de medidas urgentes para afrontar la emergencia en el ámbito de la vivienda y la pobreza energética en colaboración con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que un tiempo después derivó en la condonación de la deuda acumulada a miles de familias por parte de Endesa, contadores sociales para personas vulnerables en situación de ocupación habitacional, la moratoria de cortes, entre otras.
Otro de los ejemplos más demostrativos de los últimos tiempos pasa por el movimiento de la vivienda, en el que organizaciones como la PAH y el Sindicat de Llogaters han sabido compaginar métodos de lucha que permiten proyectar horizontes de cambio más deseables con medidas y acciones específicas para ir afrontando el día a día.
El caso del Sindicat de Llogaters resulta particularmente llamativo, ya que su propuesta discursiva apunta directamente a una crítica a la estructura de la propiedad inmobiliaria en el Estado español y a un cambio profundo en el modelo de vivienda basado en los mecanismos del mercado y la especulación financiera. Dicho esto, si bien su horizonte pasa por transformar radicalmente estas realidades complejas, su camino hacia esa meta se va afianzando en labores de presión como la exigencia de congelación de precios de la vivienda, la regulación del mercado privado del alquiler y la renovación automática de los contratos, la recuperación de las VPO y un aumento del parque público, entre otras, así como en diversos logros como la ley catalana de vivienda, que provocó la bajada de precios de los alquileres hasta su injusto revés judicial y el juicio ganado contra el fondo buitre Azora.
Asimismo, el movimiento ecologista tiene el desafío de incorporar objetivos realizables a su hoja de ruta, cuestiones cotidianas que puedan dotar de más significado tanto a la visión más amplia de la transición ecológica como a su perspectiva más ácrata y vanguardista en el plano analítico. Como decía el investigador del CSIC Jaime Vindel en una publicación reciente, seguir apelando a datos de los limites ecosociales, citar permanentemente informes del IPCC o hablar del famoso objetivo de los 1,5 ºC no son formas especialmente efectivas para una movilización ciudadana sustantiva.
Además del complejo debate actual sobre la transición energética a gran escala y el reto de las comunidades energéticas, existen algunos frentes de acción donde el ecologismo podría jugar un papel central a través de la incidencia política, como son la reducción de la jornada laboral, la reindustrialización verde y el cambio de modelo productivo, una reforma a la criticada Ley de Cambio Climático y Transición Energética, la implantación de refugios climáticos ante los inminentes aumentos de temperatura en verano, la lucha por el acceso a una vivienda digna y la rehabilitación masiva de las mismas con criterios ecológicos, para que el ejemplo de las cooperativas de vivienda ecológica de Barcelona y Madrid se extienda a capas más amplias de la sociedad y no solo a sectores concienciados.
Se trata, finalmente, de la búsqueda –no poco compleja y tensionada– de un marco político y discursivo con ansias de éxitos y logros que beneficien a una amplia mayoría social. Un marco político que, en mayor o menor medida, apueste por alinear a un ecologismo en el que quepan múltiples estrategias y discursos, que se desenvuelvan en diferentes estratos de la realidad material, pero a través de un hilo conductor de solidaridad empática que permita asimilar que son tan relevantes los movimientos del ecologismo social de base que ejercen el rol de vanguardia, los filósofos y filosofas sin los que no nos habríamos planteado otras formas de vivir, los científicos y la necesaria realidad de los limites biofísicos, como los cargos públicos y los movimientos reformistas que intentan avanzar en contextos de extrema dificultad. En resumen, aplicarnos en primera persona los principios de interdependencia y ecodependencia.
Como explicaban varias compañeras y compañeros en un artículo publicado recientemente en este mismo medio, no se trata de demonizar los desacuerdos, sino de pactar los disensos y facilitar la posibilidad de acuerdos que conlleven a un ecologismo plural, pero cohesionado estratégicamente en las cuestiones fundamentales sobre las que podemos incidir aquí y ahora, sin renunciar jamás al horizonte de transformación radical, tan solo entendiendo el camino como un proceso complejo de disputas en el que acercarnos más táctica y estratégicamente a la sociedad actual y sus códigos puede facilitar el recorrido hacia esa meta. Como dijo Gioconda Belli en la presentación de Sumar: «Que las diferencias no se conviertan en abismos». Disensos, consensos y unidad estratégica.
Este artículo surge de un análisis personal, reflexiones colectivas y la inspiración de una charla entre Cesar Rendules y Rubén Martínez organizada por la Cooperativa La Hidra en Barcelona el 29 de marzo de 2023.
REDUCIR, RECICLAR, REUTILIZAR.
VIVIR CON SENCILLEZ, SABER SIMPLIFICAR.
SENSATEZ, SENTIDO COMÚN, «SENY», lo hemos perdido si alguna vez lo tuvimos.
Coches eléctricos si; pero así no. Renovables sí; pero así no.
El gigantesco proyecto minero que se desarrolla en la isla de Halmahera forma parte del plan de Indonesia de convertirse en uno de los principales productores de baterías para coches eléctricos, un plan en el que Tesla y otras compañías están invirtiendo miles de millones de dólares: ¡el níquel que extraen del subsuelo del territorio de los hongana manyawas es clave para la fabricación de estas baterías!
Los hongana manyawas, o «gente del bosque» en su propia lengua, son uno de los últimos pueblos nómadas de cazadores-recolectores de Indonesia.
Ahora se enfrentan a empresas extremadamente poderosas con la amenaza de ver su tierra, y todo lo que necesitan para sobrevivir, destruido por estas empresas que se apresuran a producir coches supuestamente respetuosos con el medioambiente para gente que vive a miles de kilómetros de distancia.
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