El verdadero coste de una barbacoa

PRIMERA PARTE / Los tiempos de la producción ganadera se han acortado. “Lo que antes costaba años criar para sustentar a una familia ahora no vive más de 200 días para acabar en unas brasas”, cuenta la autora.
Sin la ganadería industrial sería "sería imposible mantener el ritmo actual de producción" de carne, escribe la autora. Foto: https://outdoorcookingpros.com

Esta es la primera entrega de una trilogía sobre la producción y el consumo de carne. Se trata de una versión reducida del Trabajo de Fin de Máster (TFM) de la autora. Recopilamos todos los artículos aquí.

Pancetas, chorizos y morcillas sobre una bandeja esperan enfriándose mientras el olor suave de las hamburguesas y las chuletas en el fuego impregna el ambiente provocando rugidos en los estómagos de los comensales. Escena propia de una comida familiar. Tomar unas cervezas fresquitas, charlar con amigos, pasar un buen rato despreocupados… Cada una de estas barbacoas es especial y diferente, pero hay una cosa en común: los alimentos de origen animal. Estos manjares que tantas salivaciones provocan están destruyendo zonas naturales protegidas, mermando la biodiversidad del planeta y empujando a la extinción a otras especies. Y no solo están acelerando la crisis climática, también está dañando nuestra salud.

Aunque estas abundantes comidas no se producen todos los días, el consumo de carne ha aumentado un 20% en la última década, como señala el informe de 2016 Perspectivas agrícolas 2017-2026 de la FAO y la OCDE. Asimismo, este documento advierte que las economías emergentes, históricamente relacionadas con un menor consumo de animales, como pueden ser la India o China, están adquiriendo mayor poder adquisitivo, lo que les permite equiparar su consumo al de los países occidentales.

Asimismo, el sistema económico capitalista y el aumento de población de las últimas décadas (en 1950 éramos 2.600 millones de personas en el planeta; en la actualidad somos más de 7.500 millones, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas) han provocado que el sector agropecuario haya pasado de ser sostenible a convertirse en una industria global capaz de generar más a mayor velocidad, lo que se asocia a otros problemas como el de la destrucción del suelo o la contaminación de acuíferos.

Pero ¿cuánto contamina la carne? ¿Es indispensable reducir su consumo para solventar la crisis climática? ¿Es posible vivir sin consumir productos animales?

Consumo y problemas de la carne actual

“Antes los cerdos vivían algo menos de dos años. Ahora todo se hace mucho más rápido. Con las medicinas y los piensos solo están unos meses antes de que se los lleven al matadero”, cuenta Isabel Sánchez, pastora y ganadera en Manzaneruela, una pequeña pedanía de Cuenca, mientras observa la pulpa y las cáscaras de naranjas que le acaban de traer en tractores para alimentar a los puercos. La gran cantidad de animales que se necesitan para el consumo humano ha provocado una reducción en los tiempos de producción. Lo que antes costaba años criar para sustentar a una familia durante meses ahora no vive más de 200 días para acabar en unas brasas.

Al aumentar la demanda se necesita producir constantemente más rápido y, por ello, los pollos crecen cinco veces más que hace 50 años, gracias a los antibióticos y vitaminas que promueven el crecimiento y la reproducción selectiva. A las cinco semanas de vida hay que sacrificarlos porque sus patas ya no pueden sostener su cuerpo, es decir, llegan a sus límites biológicos. “Se quiebran y rompen como ramitas”, así lo explicaba Isha Datar, CEO de New Harvest, un instituto de investigación de agricultura celular, en la serie documental de Netflix En pocas palabras. Esto puede parecer muy bárbaro, pero es lo que ocurre. Como afirma Irene Baños, periodista ambiental y escritora del libro Ecoansias, ha habido una disociación completa con lo que comemos; no sabemos de dónde proviene ni lo que llega a contaminar. Necesitamos, en resumen, reconectar con los alimentos.

Cuando en esa barbacoa, rodeados de alimentos, nos disponemos a comer una hamburguesa, en esta no hay nada que recuerde a un animal. Ni la imagen ni el tacto ni el olor nos conducen a una vaca. No conocemos su origen ni el impacto que acarrea para el medioambiente. Por lo que la imagen idílica de vacas libres y felices en pastos verdes se mantiene intacta en nuestro cerebro, pero no se corresponde con la realidad de la ganadería, que en su mayoría es industrial. Si no fuese así sería imposible mantener el ritmo actual de producción.

Ni destruyendo edificios, parques naturales, carreteras y ciudades enteras habría suficiente espacio para que todos los animales de consumo pudieran vivir, ni por supuesto la cantidad de terrenos que serían necesarios para cultivar los piensos de estos animales. Si todo el mundo se alimentara con una dieta similar a la estadounidense, la brasileña, la argentina o la francesa, cada metro cuadrado habitable sería empleado para esta causa.

En parte, esta “destrucción” ya ha comenzado, solo que no han caído edificios ni se han destruido carreteras, sino hectáreas y hectáreas de árboles amazónicos que ayudan a mermar la crisis climática. Casi un 90% de las tierras deforestadas del Amazonas se han talado para la cría y alimentación de la ganadería. Y no es ningún secreto ya que el propio gobierno brasileño lo ha admitido y la ONG Rainforest Foundation Norway ha documentado los incendios ilegales de la zona para conseguir esta práctica. Entre un 18 y un 22% de la soja que Brasil exporta se ha producido en terrenos deforestados de forma ilegal como demuestra el estudio The rotten apples of Brazil’s agribusiness, publicado en la revista Science.

La FAO informa de que la ganadería supone el 14,5% de gases de efecto invernadero (GEI). Esta cifra incluye el CO2 emitido cuando se talan bosques con objeto de crear pastos y forraje, pero no incluye el CO2 exhalado por los propios animales. Hay investigadores (polémicos y contestados por otros científicos) que han llegado a responsabilizar al ganado del 51% de todas las emisiones de GEI. En esa misma línea, Robert Goodland aseguraba en un artículo publicado en la web del New York Times que «la diferencia fundamental entre las cifras de unas organizaciones y otras radica en que las más altas tienen en consideración el crecimiento exponencial de la producción pecuaria (que asciende a más de 60.000 millones de animales terrestres al año), junto con los incendios forestales y la deforestación a gran escala, que ha provocado una disminución radical de la capacidad fotosintética de la Tierra y un vasto y acelerado aumento de la volatilización del carbono del suelo».

Según la FAO, el 44% de los gases emitidos por el ganado son en forma de metano y se generan a través de su digestión. Además, la ganadería supone el 65% de las emisiones de óxido nitroso, informa Henning Steinfeld en su artículo La larga sombra del ganado, que se produce mediante la orina del ganado, el estiércol y los fertilizantes.

Pero en esta crisis no solo importan las emisiones de gases de efecto invernadero. Igual que pasa en el Amazonas, en otras muchas zonas se usan sus suelos para la producción de piensos para los animales, lo que provoca pérdida de biodiversidad y deforestación, favorece las emisiones y evita que los árboles puedan asumir esos gases para mitigar el calentamiento global. Y el agua es otro de los problemas. El responsable de la Campaña de Agricultura en Greenpeace España, Luís Ferreirim, apunta que cerca de 70% del agua dulce mundial es utilizada por el sector agrícola; en España esta cifra aumenta hasta el 85%. Y no solo consume la mayor cantidad de agua sino que también la contamina, por los desechos y excrementos que produce. Andreu Escrivà, doctor en Biodiversidad y divulgador científico, explica que en Catalunya ya existe un gran problema de este tipo: “Gran parte de sus acuíferos están contaminados por los purines de animales, sobre todo de los cerdos”.

* Artículo actualizado el 28 de julio.

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