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Si la Tierra fuese un ser vivo, estaría enferma. El cambio climático, la contaminación y la destrucción de la biodiversidad estarían llevando su salud al límite. Pero la Tierra no es un ser vivo, al menos, tal como lo entendemos los humanos. Eso no significa que todas las especies que la pueblan y los ecosistemas que recubren su superficie no estén, de una forma u otra, conectados. Su bienestar depende de estas conexiones y de complejos equilibrios que, casi siempre, se nos escapan. La salud de cada especie es la salud de todos, incluidos los humanos.
Uno de los últimos libros de la colección ¿Qué sabemos de? del CSIC explora el campo de la salud planetaria, las conexiones entre biodiversidad, ecología y la salud humana. Xiomara Cantera, periodista y responsable de prensa del Museo Nacional de Ciencias Naturales, es una de las autoras, junto a Fernando Valladares, científico y profesor del CSIC y Premio Rei Jaume I en la categoría de Protección del Medio Ambiente, y Adrián Escudero, catedrático de ecología de la Universidad Rey Juan Carlos.
El libro empieza con un grito de auxilio, uno más. La ciencia lleva décadas advirtiendo sobre los riesgos de romper los equilibrios del planeta. ¿Por qué su mensaje se pierde por el camino?
Hay muchos factores que influyen. Uno es la tendencia humana a no cambiar, a seguir haciendo las cosas como siempre. Otro es la cantidad de intereses que están presionando para que nada cambie. El que está bien vendiendo petróleo quiere seguir vendiendo petróleo y las élites quieren seguir manteniendo sus privilegios. Un tercer factor es que parece que el cambio de sistema será catastrófico, que si consumimos menos todo será peor, aunque no es cierto.
Son tres factores alimentados por un sistema capitalista de crecimiento perpetuo. Es normal que cambiar un sistema de miedo y genere muchas resistencias. Pero somos una especie reactiva y acabaremos reaccionando a base de catástrofes. Eso sí, cuanto más tardemos, más drásticas tendrán que ser las medidas que tomemos. Por ahora, las medidas están muy por debajo de lo que necesitaríamos.
También es más sencillo reaccionar a un peligro concreto que a algo global y complejo como el cambio climático o la crisis de biodiversidad.
Siempre se ha hablado del cambio climático o la crisis de biodiversidad como algo lejano. Se repiten los mismos mensajes que con el fin del petróleo: “llevan mucho tiempo avisándonos y no ha pasado nada”. Pero 50 años no son mucho tiempo y los efectos de estas crisis, si comparamos cómo estábamos en 1970 con cómo estamos ahora, son más que palpables. Personalmente, creo que otra de las causas de la falta de reacción es que vivimos en una sociedad muy distraída.
Como periodista y comunicadora que es, ¿qué se está haciendo mal a la hora de comunicar la crisis climática y de biodiversidad?
Creo que a menudo caemos en el discurso del todo mal. Todo lo que no tiene que ver con nuestra forma de ver el mundo deja de valer. Creemos que cada uno posee la verdad. Pero cada opción disponible, cada solución, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En general, falta el diálogo y falta intentar entender las diferentes posturas. Cada uno escribe y comunica desde su atalaya y para su público cerrado, no hay permeabilidad entre las diferentes burbujas de pensamiento, algo que se ha visto muy acentuado por las redes sociales. Somos 8000 millones de personas y hay muchas formas de ver el mundo más allá de la nuestra.
Otro problema es que nos centramos en nuestros problemas y nuestros desafíos desde nuestra perspectiva local, como Madrid, como España o, como mucho, como la Unión Europea [UE]. Pero los límites planetarios son globales y el cambio climático y la crisis de biodiversidad necesitan soluciones globales. No sirve que en Europa vayamos en bici o reduzcamos emisiones si en otros lugares se está deforestando o se queman cada vez más combustibles fósiles.
Sobre todo, porque esos avances en la UE son en muchos casos inexistentes. En Europa crecen los bosques y se reducen las emisiones, es cierto. Pero la huella ambiental de los europeos no ha desaparecido, solo la hemos llevado a otros países.
La huella ambiental no debería medirse en función de lo que se produce, como se hace ahora, sino en función de lo que se consume. Da igual que se fabrique en China o en el Amazonas, si se consume en Europa, el impacto ambiental es responsabilidad de Europa.
¿Cómo reducir de verdad este impacto y no mediante un truco de contabilidad?
Decreciendo. Hay que decirlo claro: los países ricos tienen que dejar de crecer y dejar que crezcan otros. Hay que reducir las desigualdades y eso pasa por consumir menos. Hoy por hoy, no creo que haya otra solución realista sobre la mesa. Tenemos que hacerlo los ciudadanos a nivel individual, acabando con el desperdicio de comida, viajando en transporte público o comprando poca ropa, pero sobre todo tienen que hacerlo las grandes corporaciones y los países.
Sin cambios a gran escala, al final, el sistema y las empresas buscarán la forma de seguir creciendo y seguir produciendo sin parar.
Es así, y también tenemos que entender sus posturas como individuos. El que produce plásticos o el agricultor intensivo también tienen hijos y también tienen presiones. Demonizar sectores no ayuda a encontrar soluciones. ¿La agricultura consume muchos recursos y contamina mucho? Sí. Pero de ahí a pensar que todos los agricultores son malos hay mucho camino. Si empezamos a demonizar sectores, conseguimos que estos reaccionen y no quieran oír hablar del tema.
Es injusto que desde un despacho o desde la academia se decida lo que tiene que hacer el campo sin tener en cuenta la experiencia directa de quienes viven y trabajan en él. Lo que se consigue es que haya gente que se sienta atacada. Tenemos que apostar más por una cultura del diálogo en lugar de la del ataque.
El mensaje científico alrededor del decrecimiento está claro. Hay bastante consenso alrededor de que no se puede crecer eternamente a costa de extraer todos los recursos del planeta. Pero ¿por qué a nivel político casi nadie se atreve a abrir ese debate?
En política se trabaja como mucho a cuatro o seis años vista. A veces cambian las posturas de hora en hora. Pero estas son decisiones complicadas que tienen efectos a largo plazo y nadie quiere tomarlas. La mayoría de grupos políticos se mueve en una perspectiva demasiado corta. Por otro lado, tendemos a centralizar el poder en la política, pero el poder está también en la banca, las grandes empresas o las petroleras. No se trata de señalarlos como el mal, pero sí hacerles entender que para que ellos sigan ganando, tienen que permitir que el resto viva.
Antes hablábamos de qué se podría mejorar a la hora de comunicar las crisis climática y de biodiversidad. A veces da la impresión de que la forma de transmitir el mensaje acaba por desacreditar el trabajo científico. Por ejemplo, hemos escuchado mucho eso de “este el verano más fresco del resto de nuestra vida”. Es un mensaje potente, pero probablemente no sea cierto.
La comunicación que se hace a nivel medios del cambio climático y de la crisis de biodiversidad es muy mejorable. Las empresas buscan atraer al lector o al espectador con cebos y da un poco igual la calidad del trabajo que hay detrás. Hay muchos intereses en juego y poco claros, los medios deberían ser más transparentes con su posicionamiento ideológico. Además, la precariedad en los medios tampoco ayuda, porque muchos periodistas están en unas condiciones en las que no pueden plantarse ante la decisión de un director o ante una presión externa.
Como sociedad, también tenemos que replantearnos esa necesidad de que todo sea lo más barato posible. Cuando algo es muy barato, es porque hay alguien que está pagando el precio. Puede ser un costurero en Bangladés o un becario en un periódico. Hay que pagar por las cosas que son necesarias y de calidad.
Volviendo al libro, el cambio climático suele centrar los debates políticos y mediáticos, pero ¿por qué es tan importante proteger la biodiversidad?
Porque es mucho más grave que el cambio climático. La crisis de biodiversidad es el problema más acuciante que tenemos. Los ecosistemas funcionan porque hay una serie de especies que interaccionan entre ellas, nos prestan multitud de servicios y hacen que funcione el sistema Tierra. Si vamos quitando especies, los ecosistemas dejan de funcionar correctamente. Al cambio climático podemos llegar a adaptarnos en algunos escenarios, pero, si no hay especies, no tenemos nada.
La mayoría de servicios de los ecosistemas no se incluyen en las cuentas de los países o de las empresas. El oxígeno que respiramos, el agua limpia que bebemos, los alimentos saludables que comemos, la madera… Todos son servicios que nos prestan los ecosistemas, pero no los contabilizamos como riqueza. Solo tenemos en cuenta aquello que producimos nosotros como seres humanos.
El ser humano lleva milenios alterando los equilibrios del planeta. La caza intensiva de la megafauna, la agricultura, la industrializción… ¿Cómo vamos a cambiar de rumbo ahora?
Tenemos que cambiar nuestra relación con la naturaleza. Ahora tenemos una relación de explotación: cogemos todo lo que necesitamos porque consideramos que nos lo merecemos todo. Pero deberíamos empezar a vivir con la naturaleza, adaptar nuestra vida a las necesidades de la naturaleza. Para eso tenemos que frenar y empezar a decrecer. No podemos seguir yendo tan rápido. Las especies van a seguir extinguiéndose, es lo normal. Pero ahora lo hacen a tanta velocidad que no hay tiempo a que surjan otras, la evolución se queda sin margen.
¿Qué podemos ganar si redirigimos nuestra relación con la naturaleza?
Vamos a ser mucho más felices, lo creo de verdad. Tengo muchas dudas de que un oficinista que vive en una gran ciudad sea más feliz que alguien que vive en el medio de la nada haciendo cuatro cosas. Tenemos que reflexionar, cada uno, sobre qué nos hace felices de verdad. A mí, desde luego, el planteamiento de trabajar cada vez más, con más estrés y para tener más, no me parece que nos lleve a ningún lado.
No podemos parar de un día para otro, pero tenemos que darnos cuenta de que hay muchas cosas importantes a las que estamos renunciado. Por ejemplo, no tenemos tiempo para cuidarnos o para cuidar de los niños o de los mayores. Tenemos que parar el ritmo.
La gran pregunta es cómo hacerlo de forma justa. Porque si no, si para decrecer empezamos por cerrar fábricas y dejar sin empleo a miles de trabajadores, se perderá el apoyo social rápidamente.
No se puede decir: “hala, paramos”. Hay que buscar alternativas para ir cambiando el rumbo. Además, hay que tener en cuenta las circunstancias de cada país. Los que más impacto ambiental generamos, los países ricos, somos los que más tenemos que hacer. El 20 % más rico del planeta genera el 80 % de la huella de carbono de la humanidad. Tú no le puedes pedir a quien se está muriendo de hambre que reduzca su consumo.
A pesar del consenso científico alcanzado en estos temas, seguimos viendo mensajes negacionistas y, cada vez más, retardistas en los medios. ¿Por qué sigue pasando esto?
Es algo que me cuesta entender. ¿Por qué Facebook o Twitter detectan con tanta rapidez un pezón en una foto, pero no detectan información falsa sobre el cambio climático? Las opiniones son libres, por supuesto, pero es que una cosa es opinar y otra cosa es mentir. No puedes opinar que la Tierra es plana. Hay hechos que no son opinables. La ciencia mira los datos y te dice qué hay que intentar hacer en base a hechos objetivos, no en base a opiniones. Lo que yo diga en cuanto a cambio climático no vale lo mismo que lo que diga un ecólogo. Eso es así.
Cuando alguien niega la gravedad del cambio climático, no da su opinión, está mintiendo para conseguir sus objetivos personales. ¿Quién paga los bots de las redes sociales que transmiten información sesgada o bulos? Gente que tiene intereses muy concretos.
En el caso específico de los medios, ¿no cree que la propia forma de trabajar, de intentar presentar debates equilibrados con diferentes posturas, influye también en cómo se tratan los temas científicos?
No todas las posturas valen lo mismo. Si haces un debate sobre los colores, no vamos a preguntarle a alguien que no puede verlos. Podemos hacer un debate equilibrado sobre el cambio climático, pero debe ser entre gente documentada y con conocimiento, que tenga argumentos basados en hechos y datos.
Otra cosa que se maneja bastante mal desde los medios es que la ciencia y el saber se mueven en el terreno de la incertidumbre. Pero las empresas mediáticas quieren vender justo lo contrario: certezas. La mayoría de los medios reflejan una realidad distorsionada que poco tiene que ver con el mundo real. Es como la realidad de Estados Unidos que muestran muchas películas de Hollywood, muy alejada del día a día de la mayoría de sus habitantes.
Los medios dan una versión parcial del mundo, pero se enmascara de realidad. Además, parece que los medios solo pueden dar mensajes ganadores, mensajes que vayan en línea con lo establecido. Ya no se puede ser utópico, no se puede plantear nada que salga de la norma. Que las mujeres fuesen iguales a los hombres era una utopía en el siglo XIX. Necesitamos más utopías para explorar las soluciones al cambio climático y a la crisis de la biodiversidad, para seguir adaptándonos y cambiando, como hemos hecho siempre.
La tierra, para mí, es un ser vivo y está más que enfermo, está enfermo terminal.
Que articulazo!!!
Rescato algunos párrafos, de este excelente artículo, que no tiene desperdicio alguno y resumen muy bien las causas por las que hemos llegado a esta agónica situación:
«Hay muchos factores que influyen (para que nada cambie). Uno es la tendencia humana a no cambiar, a seguir haciendo las cosas como siempre. Otro es la cantidad de intereses que están presionando para que nada cambie. El que está bien vendiendo petróleo quiere seguir vendiendo petróleo y las élites quieren seguir manteniendo sus privilegios. Un tercer factor es que parece que el cambio de sistema será catastrófico, que si consumimos menos todo será peor, aunque no es cierto». «Son tres factores alimentados por un sistema capitalista de crecimiento perpetuo. Es normal que cambiar un sistema de miedo y genere muchas resistencias. Pero somos una especie reactiva y acabaremos reaccionando a base de catástrofes».
«la huella ambiental de los europeos no ha desaparecido, solo la hemos llevado a otros países».
A los europeos no nos gusta que nos invadan los pobres del Tercer Mundo. Hay una equitativa solución:
«Hay que decirlo claro: los países ricos tienen que dejar de crecer y dejar que crezcan otros. Hay que reducir las desigualdades y eso pasa por consumir menos».
Y no invadirlos so falsos pretextos para saquearles sus recursos y masacrarlos si se resisten.
El poder está precisamente en la banca, las grandes empresas, las petroleras, que no admiten políticos que no sean sus sirvientes.
Debemos dejar de engordar tiburones, como Mercadona y Zara, primeras fortunas de este país y otros grandes tiburones nacionales y multinacionales, aunque paguemos unas monedas más, nos conviene, a nivel social y medioambiental, apostar por los productos locales, naturales, de calidad, siempre que sea posible.
Facebook y Twitter al servicio del sistema. Es cosa sabida.
MAÑANA SERA DEMASIADO TARDE PARA HACER LO QUE DEBIMOS HABER HECHO HACE MUCHO TIEMPO. Discurso de Fidel Castro en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, 1992.
Una clase (en 5 minutos) de sensatez y justicia social y medioambiental.
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