20.000 especies de abejas, un ácaro y un futuro complicado

La película de Estibaliz Urresola Solaguren nos habla de diversidad y roles humanos, pero también nos puede hacer reflexionar sobre la importancia de las abejas. Efectivamente, se calcula que hay unas 20.000 especies de abejas, 1.100 de ellas presentes en España. De su supervivencia y capacidad polarizadora depende buena parte la producción agraria.
Abeja reina con abejas obreras. Foto: CC BY-SA 3.0

Cuando se acerca el final del invierno, la reina de los abejorros emerge de su letargo. Tiene mucho trabajo por delante y solo unos meses para completarlo. Busca un escondrijo (normalmente, una madriguera abandonada) y empieza a construir su nido, compuesto de ollitas de barro y cera en las que almacenar néctar y polen y poner los huevos. Durante la primavera, sus ovarios se activan y la reina empieza a poner huevos, que son fertilizados con esperma que guarda desde el otoño anterior. Así sienta las bases de su colonia, que no suele pasar de unos pocos centenares de individuos.

Su descendencia está compuesta de machos y hembras, pero durante meses la reina produce una hormona que mantiene controlado el desarrollo de las últimas, por lo que todas funcionan como obreras y trabajan duro en la recolección de alimento. Cuando se acerca la época de la reproducción, a finales de verano, esto cambia: las nuevas hembras se activan y empiezan a aparearse con los nuevos machos. Algunas abejas llegarán a ser las reinas del año siguiente. El resto morirá incluso antes de que llegue el invierno.

En todo este tiempo, los abejorros también producen miel, aunque en pequeñas cantidades y de forma muy líquida, por lo que los humanos no podemos sacarle provecho. Quizá por eso, los hemos colocado (injustamente) en un escalón de prioridades más bajo que el de las abejas melíferas. Incluso se ha llegado a decir que son más vagos que sus primas de la miel, a pesar de que también se pasan todo el tiempo de flor en flor, con las patas cargadas de polen, cumpliendo un papel crucial para las plantas y la agricultura.

“Mi abuelo dice que hay muchas especies de abejas. Y todas son buenas”. Nico, nieta de Julián, deja caer estas palabras en medio de una conversación con Cocó, protagonista de 20.000 especies de abejas, la película dirigida por Estibaliz Urresola Solaguren que parte como una de las favoritas para los premios Goya. Las niñas hablan de las abejas, aunque en realidad (quizá sin ser del todo conscientes) están hablando de diversidad, roles, familia y género. O puede que solo estén hablando de abejas.

La diversidad de las abejas

Los abejorros, con sus pequeñas colonias y un reparto sencillo de las tareas, son un tipo de abeja semisocial. También hay especies muy sociales, que forman grandes colonias en las que las crías se cuidan de forma cooperativa y hay roles bien definidos por trabajos y entre generaciones. A este grupo pertenecen las abejas melíferas, de las que se han descrito siete especies, incluyendo la abeja doméstica o Apis mellifera, la especie de este insecto con mayor distribución en el mundo. Sin embargo, el suyo es un caso casi único: casi todos los tipos de abejas son solitarios y no producen miel.

Es difícil saber el número preciso de especies de abejas que existen en el mundo, pero desde la Fundación Amigos de las Abejas señalan que se calcula que hay unas 20.000, muchas de ellas todavía no descritas. Estos insectos están presentes en todos los continentes salvo en la Antártida y han sido encontrados en todo tipo de ecosistemas en los que hay plantas con flores, aunque la mayoría parece tener predilección por los climas templados.

España es uno de los países con mayor biodiversidad de abejas del mundo. Además de la abeja de la miel, de la que hay más de 3 millones de colmenas (según datos del ministerio), existen 1.100 especies de abejas solitarias y semisociales, de acuerdo con los datos publicados por la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC). “Basta con mirar en un hotel de abejas para ver su diversidad”, explica Aránzazu Meana Mañes, catedrática de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), veterinaria y miembro del consejo asesor de la Fundación Amigos de las Abejas. “La mayoría de las abejas solitarias no vive en poblaciones grandes. Pero todas son esenciales para la polinización”.

Los humanos y otras amenazas

abejas
Abejorro.

Bombus inexspectatus es una especie rara. Este pequeño abejorro, de menos de dos centímetros de longitud, vive en zonas altas con pastizales de Europa Occidental, entre los 1.100 y 2.000 metros sobre el nivel del mar. Se sabe poco de ella, de sus ciclos vitales o de su sociabilidad. Pero sí se sabe que es clave para la polinización de flores y que está en peligro. Este abejorro es una de las especies de abejas consideradas como vulnerables en el Atlas y libro rojo de los invertebrados amenazados en España. A nivel europeo, una de cada diez especies de abejas está en riesgo de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

“Las abejas solitarias son las más vulnerables por formar poblaciones mucho más pequeñas y, por lo tanto, menos resilientes, además de que durante una parte del año dependen de un solo individuo, la reina”, explica Meana Mañes. Más allá de los datos oficiales, mire donde se mire, aparecen señales del descenso del número de abejas. Un estudio reciente de la UCM en los Pirineos, por ejemplo, solo localizó 28 de las 37 especies de abejorros conocidas en la cordillera y la mitad había experimentado un descenso claro en sus poblaciones.

Es difícil medir el declive de las abejas en todo el planeta, ya que existe una gran variedad de especies y las poblaciones locales se ven afectadas por multitud de factores a pequeña escala. Aun así, varios estudios han señalado en la última década un descenso evidente en las poblaciones y el número de especies en las áreas más industrializadas y, en particular, en Norteamérica y Europa. La causa principal: nosotros.

“La mayor parte de amenazas son de origen antrópico”, añade Meana Mañes. “Los monocultivos y el incremento en el uso de plaguicidas, la introducción de especies invasoras, el cambio climático, que impacta en la floración, y la dispersión y descontrol de patógenos son las causas principales detrás del descenso de las poblaciones de abejas”. Y es, precisamente, uno de estos patógenos el que está poniendo contra las cuerdas a la abeja favorita de los humanos, la de la miel.

Un futuro sin agricultura (ni miel)

El ácaro parásito Varroa destructor no amenaza la supervivencia de Apis mellifera, ya que la especie está extendida por todo el planeta, pero sí es un problema serio para la apicultura. En España, la situación está descontrolada. En la última campaña de vigilancia, el 19,7% de los apiarios presentaron parasitaciones entre moderadas y muy graves. Este ácaro parasita las colmenas y se alimenta de la hemolinfa (la sangre de las abejas), dificultando el desarrollo de los insectos y llegando a causar el colapso completo de la colonia. Además, al debilitar la colmena, facilita la aparición de otras enfermedades víricas y bacterianas.

Este parásito está presente en todo el mundo, ya que se ha expandido de la mano del comercio internacional de abejas. Hoy es una de las causas principales del llamado “problema de colapso de colonias de las abejas de la miel”, aunque no la única (también se ha señalado la importancia del estrés y los pesticidas, aunque no existen estudios concluyentes al respecto). Sea como sea, el número de las abejas de la miel, los abejorros y el resto de las 20.000 especies de abejas solitarias está descendiendo. Y eso no son buenas noticias.

Todas las abejas se alimentan de néctar y polen, productos de las flores de los que obtienen azúcares, proteínas y lípidos. A cambio, las plantas consiguen el transporte eficiente de polen (donde están las células sexuales masculinas) de flor en flor. Esta polinización permite a la planta producir frutos y semillas, que son la base de la dieta de muchos otros animales, incluidos los seres humanos.

“Un mundo sin abejas sería un mundo muy diferente al que conocemos. El 75% de las especies de vegetales de consumo humano depende de la actividad polinizadora de los insectos y, principalmente, de las abejas en toda su biodiversidad“, concluye Aránzazu Meana Mañes. “La abeja melífera puede visitar una media de 3.000 flores al día en momentos de alta producción. La desaparición de los polinizadores comprometería seriamente la producción agraria y generaría un evidente desequilibrio de los ecosistemas”.

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