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El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, abrió este martes la 74º Asamblea General de la ONU con un discurso desafiante y lleno de ataques. «Es una falacia decir que la Amazonia es patrimonio de la humanidad y es un error, como atestiguan los científicos, decir que nuestros bosques son el pulmón del mundo», afirmaba el mandatario, mientras acusaba a los medios de comunicación de propagar mentiras sobre los pueblos indígenas de Brasil y la destrucción de la floresta.
La Amazonia, al contrario de lo que se suele decir, no es el pulmón del planeta. Este papel, como confirma la propia ONU y la evidencia científica, lo desempeña el océano, el cual se dirige a unas condiciones sin precedentes e irreversibles a causa del calentamiento global, tal y como publicaba hoy el IPCC. No obstante, la selva amazónica sí es fundamental para captar enormes toneladas de CO2 que, si desapareciera, irían a parar a la atmósfera, contribuyendo aún más al aumento de temperatura.
Continuando con su intervención, Bolsonaro asegura que Brasil es “uno de los países que más protege el medio ambiente”, y advirtió que “cualquier iniciativa de ayuda o apoyo a la preservación de la floresta Amazónica” u otros ecosistemas “debe ser tratada con pleno respeto a la soberanía brasileña”.
El líder brasileño también aprovechó su discurso para criticar a Francia, uno de los países que más explícitamente condena la actual política ambiental de Brasil. Sin nombrarla directamente, espetó: “Se portó de forma irrespetuosa y colonialista”. En las últimas semanas, diferentes miembros del gobierno Bolsonaro han sugerido que la preocupación ambiental de Francia con Brasil es solo una excusa para torpedear el reciente acuerdo comercial entre la Unión Europea y el bloque de países Mercosur. Una alianza vista con preocupación por los agricultores franceses, que temen que una abertura del mercado europeo a los productos agrícolas brasileños les dejen en una situación de desventaja comercial.
Bolsonaro también habló de los incendios en la Amazonia que coparon titulares en todo el mundo durante el pasado mes de agosto. Afirmó que este tipo de eventos “son practicados por indios y poblaciones locales como parte de su respectiva cultura y modo de vida” y que “en esa época del año, el clima seco y los vientos favorecen incendios espontáneos y también criminales”.
Ambas afirmaciones son medias verdades, ya que si bien es cierto que la quema de campos de cultivo es una forma tradicional de fertilizar el suelo en la región, y que las altas temperaturas empeoran los fuegos, múltiples evidencias muestran que los incendios de este año están conectados con procesos de deforestación. Una realidad apoyada por la directora de ciencia del Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazônia (IPAM), Ane Alencar, quien aseguraba en A República que el aumento en el número de incendios solo puede ser explicado por la deforestación de la Amazonia, puesto que no ha habido, en este periodo, ningún evento climático significativo: «Este año no tenemos una sequía extrema, como en 2015 o 2016», aseguraba. Aunque todavía no ha sido publicada la tasa anual de deforestación de 2019, las estimaciones mes a mes ya sugieren que será la más alta desde 2012.
Acorde a los datos de agosto del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), cuando saltó la alarma sobre los múltiples fuegos activos en la Amazonia brasileña, ese mes se batió el récord de superficie quemada desde 2010: 24.944 Km², el equivalente a 4,2 millones de campos de fútbol. En 2011 fueron 6.630, mientras que el año pasado fueron 6.048 Km².
Además del área quemada, respecto a 2018 también aumentó el número de focos activos, que el pasado agosto alcanzó los 30.901, según el INPE. De media, cada foco registrado quemó este agosto un área de 800 metros cuadrados. El año pasado, esa media fue de 580 m2.
La llegada de Jair Bolsonaro al poder se produjo tras llevar consigo un discurso fuertemente antiambientalista. Así, especialistas consideran que su presidencia ha sido un acicate para los crímenes ambientales.
La cuestión indígena
Al igual que Estados Unidos, Brasil no participó de la Cumbre de Acción Climática que tuvo lugar el pasado lunes, al no haber presentado nuevos planes para combatir la crisis climática, condición exigida por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
Aun así, acudió a Nueva York acompañado de Ysany Kalapalo, una indígena del Alto Xingu, en el estado de Mato Grosso, que mostró su apoyo a las políticas del presidente. Organizaciones indígenas, como la Associação Terra Indígena Xingu, criticaron que el gobierno escogiese a “una figura indígena simpatizante con sus ideas radicales” para representarles en Nueva York.
Durante su intervención, Bolsonaro leyó una carta que afirmó haber sido escrita por el Grupo de Agricultores Indígenas de Brasil, una organización de la que prácticamente no se sabe nada. En el documento, supuestos líderes critican el “ambientalismo radical y el indigenismo ultrapasado y fuera de sintonía”, señalando que “una nueva política indigenista en Brasil es necesaria”. Bolsonaro también sostuvo varias veces que los pueblos indígenas están siendo manipulados por ONGs y gobiernos extranjeros, y aseguró que no creará nuevas tierras indígenas. Según el informe anual que elabora la ONG Global Witness, solo el año pasado fueron asesinadas en Brasil 20 personas defensoras de la Tierra y el medio ambiente.
De acuerdo con la Funai, el organismo responsable por las cuestiones de los pueblos indígenas en Brasil, existen actualmente más de 400 tierras indígenas, que ocupan un área equivalente a 12,6% del territorio nacional brasileño.
Las tierras indígenas pertenecen oficialmente al Estado, pero la Constitución brasileña les da a las comunidades que viven en ellas derecho, exclusivo y permanente, a usar sus recursos naturales. Sin embargo, las tierras no pueden ser arrendadas a otras personas y actualmente no se permite la mineración en ellas, lo que impide su explotación a gran escala.
Bolsonaro y su gobierno nunca han ocultado su interés en abrir las tierras indígenas a la explotación comercial. En el discurso pronunciado este miércoles, el presidente brasileño recordó al mundo algunos de los productos minerales que existen en estas tierras, como “oro, diamantes, uranio, niobio y tierras raras, entre otros”. “El indio no quiere ser un latifundiario pobre encima de tierras ricas. Especialmente de las tierras más ricas del mundo”, dijo.
Reacciones
Poco después de su intervención, varios líderes indígenas que se encontraban en Nueva York convocaron una rueda de prensa para mostrar su rechazo a las declaraciones del presidente brasileño. En ella, desautorizaron la presencia de Ysany Kalapalo como representante de los pueblos indígenas, que fue descrita por Sonia Guajajara, una de las coordinadoras de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), como “una víctima más de ese proceso colonizador”.
“Nosotros, los pueblos indígenas de Brasil, somos una diversidad y no podemos exigir que todo el mundo piense igual. Traer una indígena con él es una forma de reforzar ese espíritu de la colonización, de la dictadura y de la tutela”, dijo Guajajara.
Dinamam Tuxá, otro coordinador de la APIB, insistió en la necesidad de demarcar las tierras indígenas. “Si el gobierno quiere proteger [el medio ambiente] tiene que demarcar. Nuestro territorio demarcado es sinónimo de protección, es la garantía de protección”.
La demarcación de tierras siempre ha sido el caballo de batalla de la lucha indígena. A pesar de ser un derecho constitucional de las poblaciones indígenas, el estado brasileño es quien tiene la responsabilidad de la demarcación de las tierras. Bolsonaro ya afirmó en el pasado que si llegaba a la presidencia no demarcaría “ni un centímetro” más de tierras indígenas.
La Constitución de 1988 estableció un plazo de cinco años para delimitar todas las tierras indígenas, pero no se cumplió. La creación de nuevas tierras es un proceso largo, que requiere estudios antropológicos y diferentes procedimientos administrativos. De acuerdo con la Funai, actualmente existen 567 tierras indígenas en diferentes fases de regularización y otras 115 en estudio.
En la rueda de prensa también estuvo presente Artemisa Xakriabá, la joven de 19 años que el pasado viernes día 20 habló junto a Greta Thunberg tras la huelga global del clima.