Avance editorial: ‘Regénesis. Alimentar al mundo sin devorar el planeta’, de George Monbiot

El ecologista denuncia la financiación pública de la agroindustria y la ganadería extensiva, responsables de una descomunal destrucción ambiental. Propone transformar el sistema alimentario y la relación con la naturaleza.
Plantación de caña de azúcar Foto: Cícero R. C. Omena

«¿Qué es lo que nos impide ver que algo tiene que cambiar? ¿Por qué ignoramos o toleramos —incluso justificamos— niveles de destrucción ambiental y de exclusión social a los que, de ser infligidos por cualquier otra industria, nos opondríamos con vehemencia? ¿Por qué quienes exigen un cambio en la forma en la que se produce nuestra comida son objeto de ataques tan feroces? Lo cierto es que estas son, por definición, cuestiones viscerales, y la comida y la identidad están fuertemente interrelacionadas. Sin embargo, a lo largo de muchos años de activismo ambiental he llegado paulatinamente a una conclusión atroz. Una de las principales amenazas a la vida en la Tierra es la poesía.

En el siglo VII a. C., el poeta griego Hesíodo escribía sobre una Edad de Oro, desaparecida mucho tiempo antes, en la que los humanos “vivían como dioses”, “con el corazón libre de preocupaciones”, sanos y fuertes, “sin fatiga ni miseria”, y “se recreaban con fiestas”, pues la tierra “producía espontáneamente abundantes y excelentes frutos”. Otras historias ancestrales similares se narran en distintas regiones del mundo.»

Capitán Swing publica Regénesis, de George Monbiot

[…]

«En 2016 pasé varias semanas en Transilvania explorando algunos de los pastos arbolados más exuberantes del planeta: un mosaico de praderas en flor, humedales y árboles que habían regresado a la vida con la disminución del pastoreo o su desaparición. Vi oropéndolas, abubillas, abejeros europeos, alcaudones dorsirrojos y norteños, águilas pomeranas, cigüeñas negras, corzos, jabalíes y osos. Los cucos eran tan habituales que volaban en bandadas. Las nueve especies europeas de pájaros carpinteros viven en el pequeño valle en el que nos alojamos, donde acompañan a abejarucos, azores, guiones de codornices, faisanes, chotacabras, tortugas, ranas arbóreas, martas, gatos monteses, linces y lobos. Los agricultores de la zona, sin embargo, habían empezado a entender que les pagarían por limpiar la tierra. Asistí a los descorazonadores resultados: lugares impresionantes talados y quemados simplemente para cumplir con la normativa europea. A pesar de que la Comisión Europea no se ha molestado en reunir los datos, por toda la UE cientos de miles de hectáreas de tierra que podrían haber sido para la naturaleza es probable que hayan sido arrasadas con el único fin de recibir subvenciones. Este perverso incentivo debe de estar entre los impulsores de destrucción ambiental más contundentes del planeta.

«La ganadería extensiva sobrevive en todas partes en una fantasía económica, sostenida por un baño de dinero público»

Una alta proporción de las ayudas van dirigidas a los ganaderos: en la Unión Europea estos pagos alcanzan más de la mitad del presupuesto de ayudas agrarias, en torno a 30.000 millones de euros. Es difícil ver cómo puede sobrevivir sin estos ingresos la mayor parte de las explotaciones ganaderas —el que podría ser el sector industrial más dañino de todos—. La ganadería extensiva sobrevive en todas partes en una fantasía económica, sostenida por un baño de dinero público o por la tolerancia pública de una descomunal destrucción ambiental —o por ambas—. La ganadería intensiva, que a veces argumenta no recibir subvenciones, puede recibir grandes apoyos de otro tipo, tales como los pagos por el uso de madera en los sistemas de calefacción que hace que muchas de las grandes factorías de cría de pollos sean solventes. Todo ello mientras envenenan los bosques y los ríos. Si los Gobiernos quisieran reducir el daño que supone la producción de carne, como defienden en ocasiones, no haría falta siquiera aplicar impuestos. Pueden, sencillamente, dejar de pagar por ella.

Un análisis del Banco Mundial encontró que solo el 5 por ciento de las subvenciones al sector agrario de los países más ricos del planeta tiene algún componente ambiental. Hasta estos fondos hacen a menudo más daño que otra cosa. En la Unión Europea, mientras el “primer pilar” del sistema de subsidios —el pago básico— impulsa a los agricultores a destruir la vida natural de sus tierras, el “segundo pilar” les paga por devolver una parte. Pero solo un poco. Si la restauran demasiado, pueden perder sus pagos del “primer pilar”. En el Reino Unido, donde el sistema de subsidios todavía (en el momento de escribir estas líneas) sigue los pasos del sistema europeo, las ayudas del segundo pilar suponen el 30 por ciento de los ingresos que reciben los ganaderos por tener los animales en tierras improductivas. Sin esta financiación “verde”, la principal causa de destrucción de hábitats y vida salvaje en países como el mío —el pastoreo en tierras yermas— cesaría en muchos casos y regresarían los bosques y otros hábitats fértiles. Los fondos que los agricultores y los ganaderos reciben primero para destruir y luego para restaurar mínimamente los ecosistemas de las tierras altas (37.000 libras de media al año en el Reino Unido) podrían utilizarse para ayudarlos a renaturalizar sus tierras.

Estas entregas de dinero gratuito resisten toda tentativa de reforma. Cada cierto tiempo, los políticos de Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, la India y otras naciones anuncian su intención de reducir radicalmente o redirigir el presupuesto público que entregan al sector primario, pero, cuando las nuevas medidas llegan a ser ley, los únicos cambios son cosméticos o reemplazan una perversidad por otra. Aunque somos nosotros quienes aportamos la financiación, la ciudadanía no parece tener influencia en su uso. Solo los grupos de presión agrarios son oídos. Son impuestos que no conllevan representación.

El Brexit ofrecía una oportunidad excelente para poner a prueba el poder cultural de la agricultura y la ganadería. Los defensores de abandonar la Unión Europea bramaban sin cesar contra el mal uso del dinero de los contribuyentes por parte de la Unión Europea. Sin embargo, mientras denunciaban gastos ínfimos, algunos de los cuales resultaron ser imaginarios, de algún modo consiguieron obviar la cuestión más evidente. En su momento, el 40 por ciento del presupuesto de la Unión Europea estaba destinado a las subvenciones agrarias, en su mayor parte eran pagos por la propiedad de la tierra. Sin embargo, los defensores de abandonar la UE nunca las mencionaron. En las escasas ocasiones en las que sucedió, fue para garantizar a los agricultores y ganaderos del Reino Unido que no se verían reducidas. De hecho, dos de los defensores del Brexit más prominentes del Parlamento sugirieron incrementarlas.

Además de financiar la ganadería, la Unión Europea dispone de un presupuesto aparte para promocionar sus productos entre los consumidores. En el trascurso de tres años destinó 71 millones de euros a animarnos a comer más carne. En publicidad impresa que muestra a personas con pinta de modernas sonriendo delante de un plato de carne, nos anima comer carne de vacuno: “Hazte vaquero”, dice su eslogan. Otro de sus lemas afirma que “un auténtico vaquero cuida su salud y la del planeta eligiendo productos sostenibles y de calidad”. Después de muchas cavilaciones del Grupo de Reflexión sobre la Carne de Cordero de la Unión Europea (me los imagino sentados en el suelo, con las piernas cruzadas y contemplando una pierna de lechal), la Comisión Europea decidió que era “vital apelar y convertir a los consumidores jóvenes” para que el cordero fuera su “elección proteínica diaria”. Aun después de abandonar la Unión Europea, parte de los fondos fueron gastados en el Reino Unido. Sobre la base de algunas afirmaciones francamente mendaces acerca de la protección de la vida natural y el secuestro de carbono gracias a la ganadería ovina, el material promocional de la UE en Gran Bretaña incorporaba la siguiente advertencia funesta:

Sin la cría de ovejas, estas praderas abandonadas evolucionarían hacia bosques improductivos para el consumo humano. También significaría que la tierra solo se utiliza para la reproducción, evitando por tanto el uso de esta tierra para otras actividades como el turismo.

No tengo ni idea de lo que significa esto, a menos que argumente que los turistas se verán disuadidos por la gente que practica sexo en los bosques. Aunque estoy seguro de que fue dinero público bien gastado.

«En ríos de todo el mundo se huele el hedor político»

El campo no es inocente ni puro. En algunos lugares más corrupto que la ciudad, con una política dominada por las élites terratenientes, el poder heredado y una cultura de la sumisión. La contaminación, causada hoy fundamentalmente por la agricultura en muchas naciones, es la manifestación física de la corrupción. En ríos de todo el mundo se huele el hedor político. Si juzgáramos la agricultura y la ganadería con los mismos estándares que cualquier otra industria, nos indignaría su transformación en alcantarillas al aire libre, en paralelo a la destrucción de gran parte del resto de la vida de la Tierra. Pero el poder cultural de la industria la aísla de las críticas y de su regulación.

Concedemos al sector agrario un espacio político sin oposición que no se ofrece a ninguna otra profesión. Cuando los grupos de presión levantan un cartel que dice “Prohibido el paso” delante del sector primario, insistiendo en que no es cosa nuestra, aceptamos humildemente que sus vacas son sagradas, y sus corderos, santos. Y nos alejamos, a pesar de que estas cuestiones podríamos defender que son las más importantes de todas. La nostalgia bucólica cierra nuestra imaginación moral, trastorna nuestras capacidades críticas, nos impide hacer preguntas urgentes y difíciles. Pero, en un tiempo de catástrofe ecológica mundial, no podemos permitirnos esta indulgencia».

Este fragmento es un avance editorial de ‘Regénesis. Alimentar al mundo sin devorar el planeta‘, el nuevo libro de George Monbiot (Capitán Swing) que se publica el 13 de marzo en España.

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COMENTARIOS

  1. Y ya no te digo cuando encima las máximas subvenciones en este país las reciben los ducados de Alba y similares. Los terratenientes más ricos y ociosos.
    Cuanto más dinero y latifundios tienen más reciben; pero como la gente tragamos con todo, como sólo parece interesar en este país el futbol, pues así nos va con todo.
    Los agricultores de generaciones anteriores eran más vocacionales a pesar de trabajar como esclavos.
    El agricultor y ganadero de hoy no ama su profesión, exprime al máximo a la tierra para sacarle el mayor provecho. Se ha convertido en un agricultor industrial y sólo siembra aquello que está subvencionado por la UE y ésta o no entiende o le importa un pepino el medio ambiente.

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