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Argentina ha ganado el mundial de fútbol y la gente ha salido en masa a la calle a celebrarlo por todo lo alto. Millones de personas han llenado plazas y avenidas entre abrazos y saltos. Hace dos semanas habría sido asfixiante y un peligro para la salud hacerlo, cuando las temperaturas superaban los 45 ºC.
Prácticamente toda América del Sur salía a finales de noviembre de una ola de calor para entrar en otra a principios de diciembre. El sol abrasaba el territorio tras un comienzo primaveral más frío de lo normal junto a una sequía que ha puesto en peligro los cultivos del campo. En las ciudades argentinas, la población experimentaba cortes de electricidad a gran escala. Y en los bosques, brotaban los incendios forestales.
Un nuevo estudio del World Weather Attribution (WWA) concluye que el cambio climático influyó en esa ola de calor y multiplicó sus probabilidades por 60. En países vecinos como Chile, Bolivia y Paraguay, también se registraron temperaturas récord.
La estación de Rivadavia, situada cerca de la frontera con Bolivia y Paraguay, registró 46 °C de temperatura máxima durante el 7 de diciembre, convirtiendo a la región en una de las más más calurosas del mundo ese día. Durante el episodio de calor prolongado, nueve localidades más del norte de Argentina registraron su temperatura máxima más alta de diciembre desde al menos 1961.
«Las olas de calor son uno de los efectos más claros y más ignorados del cambio climático. No solo son asesinas silenciosas y causan un elevado número de muertes que a menudo no se contabilizan, sino que también pueden tener enormes repercusiones económicas, ya que reducen la productividad y destruyen las cosechas. Esto último es especialmente importante en países como Argentina, que dependen en gran medida de las exportaciones agrícolas», explica Roop Singh, asesor sobre riesgos climáticos del Centro del Clima de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.
Desde el WWA se teme que las cosechas sean las peores en siete años, con grandes pérdidas económicas para los agricultores, para el país y para la economía mundial, que podría sufrir de nuevo aumentos en los precios de los alimentos. Además, las personas que viven en barrios de menores ingresos experimentan temperaturas más altas que en otras zonas, ya que, como explica el estudio, suelen carecer de espacios verdes, aislamiento térmico adecuado del calor, electricidad, sombra y agua, elementos salvavidas durante las olas de calor.
«Las olas de calor tan tempranas suponen un riesgo importante para la salud humana y son potencialmente mortales. Este riesgo se ve agravado por el cambio climático, pero también por otros factores como el envejecimiento de la población, la urbanización y el entorno construido, y el comportamiento y la susceptibilidad al calor», asegura el informe.
Todos los impactos de un episodio extremo como este tardan en conocerse. A menudo tienen que pasar semanas o meses desde que sucede. En Argentina, hay un sistema de alerta temprana para olas de calor desde 2018 que, en esta ocasión, realizó correctamente su función. Los colores ámbar y rojo avisaron a la mayor parte de la zona afectada de lo que estaba por venir. En Paraguay fue distinto, ya que todavía no ha desarrollado el mismo sistema.
No es la primera vez que Argentina, así como otros países del continente, se enfrenta a temperaturas extremas en los últimos meses. A principios de este año, sucedía la ola de calor del Cono Sur, provocada por el anticiclón del Atlántico y un intenso fenómeno de La Niña. Entonces, como ahora, Argentina era el país que más sufría las consecuencias, con más de 50 ciudades por encima de los 40 ºC.
A camino de alcanzar los 2 ºC de calentamiento global, la pesadilla que ha vivido el territorio puede ser unas cuatro veces más probable que en la actualidad, y puede suceder cada 20 años y ser 1,4 ºC más calurosa que la más reciente.
La doctora Friederike Otto, cabeza visible del World Weather Attribution, lo tiene claro: «No necesitamos estudios de atribución para saber que esta o cualquier otra ola de calor ha empeorado por el cambio climático. Las huellas del calentamiento global son ahora evidentes en todos los episodios de temperaturas extremas en todo el mundo. Lo que nuestro análisis muestra es que los eventos mortales que hace unas décadas eran extremadamente improbables, ahora se están convirtiendo en posibles. Y que, a menos que reduzcamos las emisiones de gases de efecto invernadero, serán cada vez más frecuentes».